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IV.- Ángeles

Había escuchado hablar antes de esa ciudad de nombre raro.
En Internet era el rumor más reciente: se decía que había estado habitada por marcianos/fantasmas/monstruos/vampiros/mutantes/e incluso por ángeles y que había quedado vacía por una invasión/epidemia/o un desastre natural; Y que el gobierno se había deshecho de los numerosos cuerpos para no alarmar al país. De todas formas los pocos sobrevivientes y/o sus invasores aún permanecían escondidos entre las casas o bajo tierra, para asesinar/raptar/torturar y/o alimentarse de los nuevos propietarios de las misteriosas casas.
No se consideraba a sí mismo como una persona crédula, pero cuando su hermano mayor notó que esa ciudad le quedaba más cerca de la universidad e indicó su deseo de mudarse, le pidió inmediatamente ir con él. Y es que una de todas esas imbéciles hipótesis le llamaba la atención y no podía quitársela de la cabeza. Aparte, nada perdía con dejar ese pueblo dónde vivía, su familia era demasiado grande y ruidosa y no tenía amigos cercanos debido a su mal humor.
Lo primero que le llamó la atención al llegar fue la estatua de los ángeles. Se acercó hasta ella entre la maleza descuidada y observó con inquietud como los detalles y la precisión de las líneas contrastaban con lo maltratado del material y su entorno. De pronto sintió que conocía la historia completa que precedía ese momento, pero prefirió suponer que había visto el monumento antes aunque no recordaba dónde ni cuando.
Alguien que no creía en dios no podía estar obsesionado con los ángeles, no? No estaba seguro ni le importaba, la imagen de aquellas criaturas le estremeció tanto por su delicadeza y su estado, como por lo que significaba: dos seres que huían para poner a salvo un amor prohibido. En tan fausta imagen no logró ver divinidad, sólo pecado.
Después de tres días de aburrirse junto a su hermano mayor y a otro menor, vio a la primera persona en Luz. Desde la ventana de su pieza en el segundo piso la distinguió a lo lejos, era una joven de cabello largo y cobrizo y mientras la figura delgada se acercaba comenzó a pensar que todo el misterio de la ciudad era un fraude inventado por alguien con el fin de entretenerse un rato nada más. Cuando logró ver que su pelo era de un rojo intenso, notó que dos sombras surgían a su espalda, una a cada lado y se extendían sobre la vereda. Eran alas, y empujando el aire bajo ellas, la muchacha se elevó del piso y sobrevoló la calle frente a su casa en dirección a las afueras de la ciudad.
Consternado se levantó de golpe y corrió escaleras abajo siguiendo la sombra negra que se recortaba del cielo como si fuera un cuervo cualquiera, que bajaba, subía y se detenía a ratos. Esperándolo. Dejó las extrañas casas atrás y llegó hasta la carretera donde vio la aparición perderse entre los árboles, el sonido de los vehículos al pasar le devolvió a la realidad y se quedó absorto junto a la berma unos segundos.
- No. – Dijo simplemente, como si con esa palabra borrara lo que había visto.
Después vio al pájaro, el gran cuervo negro pasó a ras de piso sobre su cabeza tras el “ángel”, y se esfumó en la misma dirección.
Vicente se precipitó por la autopista olvidando de pronto el ruido y la existencia de los vehículos que se aventaban a su alrededor, saltó la barra de contención que separaba ambas vías y se internó entre los árboles altos.
Cuando por fin la avistó en la espesura se dio cuenta que sus alas eran realmente negras, que su piel era gris claro, que sus ojos eran azabaches y que nunca había visto un cabello de un carmín tan impetuoso. No sintió miedo al verla, por nada del mundo habría huido, pero sabía que no era un ángel.
Ella era un demonio.

“Partimos de inmediato, le dejé una nota a mi padre explicándole todo. Nunca supe si se molestó… No volví a verlo. Recuerdo que era una hermosa mañana, el cielo despejado, el sol brillante y la brisa matinal. No estaba consciente de nada, más que del clima y tu compañía serena. Era simple y llanamente feliz, no recuerdo haberme sentido mejor exceptuando la primera mañana que desperté con mi hijo en brazos.
Seguías preocupado, pero cada vez que yo te miraba sonreías… realmente agradecías mi compañía en ese viaje. Sólo al final entendí cuanto.
Salimos hacía el oeste, alejándonos de la ciudad y del mar. Juro que no me preocupaba en absoluto a donde nos dirigiéramos, no me inquietaban los posibles peligros, el tiempo de viaje, ni si volvería alguna vez… Tenía la impresión de que tú velabas por ambos.
La primera noche que pasamos a la intemperie no dormimos en absoluto, me confiaste el motivo de tu expedición y relataste cada detalle de tu travesía por Wenl. Tus historias sobre nuestro mundo se mezclaron con mis experiencias en la Tierra. Ya lo sabía, lo que habías ido a buscar ahora debíamos dejarlo en ese extraño planeta.”


El muchacho se acercaba por el medio de la autopista con la vista pegada en el cemento desgastado, tenía el cabello rubio oscuro y desordenado y los vehículos pasaban a su alrededor sin que él los notara siquiera. Cuando saltó la barrera en el medio de las vías levantó la vista momentáneamente hacía Alex y Constanza. Las piedras de ambos brillaron y les pareció ver que algo rojo brillaba en el pecho del chico también.
Entonces el sonido de un claxon llamó su atención y miró al lado: un enorme camión se aproximaba a velocidad suicida directamente hacia él. No alcanzó más que a cubrirse el rostro con los brazos en un gesto impulsivo antes de que la enorme máquina le pasara aparentemente por encima y se alejara aun más veloz en dirección al sur.
Constanza se había tapado los ojos y Alex no podía creer lo que veía, al parecer el chico estaba “completo”.
- Constanza – murmuró sacudiéndole la manga del chaleco.
- No… - susurró ella.
- Pero… parece que está bien.
- Ah?
- Vamos, vienen más autos.
La muchacha se quedó unos segundos más en la vereda mientras Alex se acercaba al que permanecía inmóvil tendido sobre el cemento.
- Ayúdame! – le gritó.
Ella se acercó con recelo y lo sacaron rápidamente del camino mientras los autos volaban a su alrededor haciendo sonar las bocinas. Nadie se había percatado del accidente.
Lo dejaron en la berma con cuidado. Observaron de cerca que no tenía ningún rasguño, sólo se hallaba inconsciente y espantosamente pálido.
- Pero… -comenzó Constanza.
- El camión pasó por encima de él, lo viste, cierto?
- Casi – y sintió un escalofrío – pero no tenía forma de salvarse.
- Yo lo vi, pasó justo por dónde él estaba. No se lanzó al lado, ni siquiera intentó correr.
- Viste que algo brilló?
- Sí… por un segundo.
- Y que hacemos con él ahora? – preguntó ella mientras intentaba hacerle algo de aire con la mano.
- Estaba claro que no podíamos dejarlo ahí… para que lo atropellaran de nuevo.
Constanza exhaló con fuerza y lo miró enfadada, pero una nueva duda la asaltó.
- Y si es uno de los que debemos encontrar?
- Tienes razón, nuestras piedras brillaron también… Pero cómo se lo piensas explicar, ah?
- Ahmm…
Entonces el desconocido abrió los ojos con dificultad. “Uno de los que debemos encontrar… a eso se refería el demonio? Y las piedras…”
- Está despertando! – exclamó Constanza mientras él intentaba levantarse del piso.
- No, no te levantes todavía, al menos debiste golpearte la cabeza, algo.
Pero no le hizo caso a Alex y se afirmó sobre el brazo derecho, intentando recuperar las partes de su memoria que habían volado en pedacitos. “Vamos, vamos… el demonio, el cuervo… que más dijo? Encontrar… los diez… las piedras… Rayos! No confiar en…”
- Mi nombre es Constanza y él es Alex. Cómo te llamas?
Se había puesto aún más descolorido, parecía asustado y temblaba un poco. La miró con sorpresa y respondió.
- Vicente.
- Podemos ayudarte a llegar a tu casa – añadió.
- No, estoy bien… - trató de ponerse de pie y con un quejido cayó nuevamente. “El camión… habrán visto todo?” los miró con recelo.
- No nos molesta encaminarte un poco - dijo Alex ya molesto con su actitud.
De pronto los recuerdos de su breve encuentro volvieron y el entendimiento lo golpeó con fuerza.
- Claro, gracias. – respondió de improviso como si fuera alguien diferente. Se dejó levantar del piso entre sus dos nuevos “amigos” y con uno de cada lado se dirigieron lentamente a la casa que habían comprado sus padres.

“- Podría haber seguido el camino corto…- suspiraste al fin, te noté cansado como la noche que corrí a abrazarte, pero parecía ser peor. Sería más exacto decir que te encontrabas mortalmente exhausto.
La noche tibia que se extendía sobre los árboles bajos y lozanos, las estrellas en el cielo, la luna nueva, la tierra en cuarto menguante, la brisa primaveral… nada fue suficiente para sostenerme cuando la verdad cayó sobre mí. Había escuchado todo pero las palabras resbalaron sobre mi mente despreocupada…
- No puedo – susurraste apenado –Sé que no puedo abandonar ahora, tengo una responsabilidad demasiado grande… y justo ahora, cuando el desenlace de todo está tan cerca…
… pero tu dolor se adentró en mí mientras me abrías tu mundo, tu corazón. Y no sentí dicha como alguna vez en mi estúpida cabeza adolescente supuse al imaginarte contándome tu más recóndito y crudo secreto. Me sentía llanamente enferma.
- Llegué al fin – sonreíste e incluso pude ver algo de locura en esa mueca, sólo un ligero atisbo distorsionado que atribuí a mis propios ojos húmedos. – Se acabó, te pedí que vinieras porque lo sabía, porque no quería estar solo cuando sucediera… nunca te llevaría tan lejos, Esperanza… He estado solo siempre… no quiero estarlo más.
Tragué saliva mientras la persona más importante para mí [incluso más que mi padre] caía frente a mis ojos, el que sujetaba mi mundo, quién tenía mi destino en sus manos…”


La casa era verde musgo, quizás demasiado grande para tres jóvenes que vivirían solos la mayor parte del año. Pero todas las casas en Luz eran inmensas y antiguas, y a causa de las muchas historias, bastante baratas.
Vicente los dejó acompañarlo hasta el living, contra lo que supuso Constanza. Al parecer, había entendido el mensaje enviado por su cuerpo la primera vez que intentó ponerse de pie solo… de ésta no se salvaría tan fácilmente.
Escucharon de inmediato a alguien que comenzaba a bajar las escaleras.
- Volviste! Por qué no dices que vas saliendo? Llevas afuera toda la mañana y yo esperándote para el desayuno… Por último podrías haber comprado algo para comer, me estoy muriendo de ham…
Había llegado hasta el último escalón y los miraba como un signo de interrogación gigante y con piernas. A Alex le pareció que su forma de hablar era la de alguien que está acostumbrado a que no lo tomen en cuenta, carente de recriminación y sin preocuparse siquiera de que el mensaje llegara completo al destinatario.
El muchacho, algo menor que ellos, de pelo rubio ceniza y ojos verde claro no se alarmó, ni hizo muchas preguntas, ni corrió a abrazar a su hermano mayor [tanto Alex como Constanza reconocieron en el acto el vínculo que los unía.] Muy por el contrario parecía que estaba acostumbrado a… ese tipo de cosas.
Se acercó a ellos sonriendo.
- Gracias – dijo y colocó el brazo de su hermano [que venía quedándose dormido y por lo tanto, se veía un poco más dócil] sobre sus hombros. – No se vayan por favor, tomen asiento. Yo bajaré enseguida.
Alex y Constanza se sentaron en el sofá gris.
- Vicente se quedará dormido – dijo Alex. – Y aunque estuviera despierto…
- Mhh… - reconoció ella.
- Su hermano no tiene la piedra… nos faltan seis personas todavía y quedan sólo cuatro días contando hoy.
Constanza asintió pero permaneció en silencio.
Alex se rindió, ella era la principal, no? Quizás pudiera ir sola a We-e… Rocío la guiaría. Pero… él realmente quería ir a ese otro mundo.
- Los nueve son la población completa de Luz, no? – sonrió ella.
- Lo son – respondió.
- Nueve serían demasiados – dijo el chico rubio. Esta vez no lo habían escuchado bajar las escaleras. – Disculpen – sonrió – creo que sólo puedo ofrecerles jugo de naranja.
- Por mi esta bien, muchas gracias – accedió Constanza.
Alex asintió con la cabeza en respuesta.
El niño sólo se retiró unos minutos para volver con los tres vasos, se los acercó a los otros dos y se sentó frente a ellos con el suyo.
- Mi nombre es Esteban – se presentó – Vicente es mi hermano, no sé lo que habrá pasado, pero gracias por traerlo a casa.
Constanza tuvo la impresión de que no quería saberlo tampoco.
- Ella es Constanza y yo me llamo Alex – quién también suponía lo mismo, pero decidió decirlo de todas formas - caminábamos por las afueras de Luz cuando vimos a tu hermano en la carretera, no se fijó y entonces vino un camión… y…
Esteban afirmaba en silencio, como si hubiera escuchado muchas veces lo mismo.
- No te preocupa? – interfirió Constanza de pronto.
- Siempre – dijo Esteban sin perder su buen humor. – Vicente es muy descuidado, no quiero parecer mal hermano, pero esto es común. Además nunca se ha roto algún hueso ni nada grave… No le pasa nada porque… - y luego de una pausa larga agregó – debe tener mucha suerte. – y volvió a sonreír ampliamente.
Constanza evaluó que se veía sincero, pero seguía escondiendo algo.
- Esteban… me prestas tu baño un segundo? – aventuró.
- Claro, sígueme.
Subieron las escaleras, donde Esteban le indicó que puerta era y volvió a bajar.

Texto agregado el 19-05-2009, y leído por 227 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-07-2009 5* el_mesiaz
19-05-2009 Muy interesante Lawrencia
 
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