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Me gusta pararme, encender un cigarrillo y ver pasar el tiempo. Este tiempo que corre en maillot ajustable y camiseta que transpira por ti; donde abrimos ventanas al mundo y cerramos la puerta de casa; donde el olvido actúa de oficio y dos tetas tiran más que dos carreras universitarias. Este tiempo que si no corre, vuela, en clase turista, haciendo escala en nuestro propio ombligo.

El “piti” me está sentando bien. Estoy tranquilo. A mi lado un niño de apenas diez años se fuma un “Rocio” mentolado junto a sus amigos del barrio, esperando bajo una sombra a que la canícula se calme un poco, y poder jugar al fútbol, o al “marro”, o saltar la tapia del patio de “los curas” para robar cerezas, o tirarse desde la cuesta del “Castillo” con los cojinetes… o hacer lo acordado, consistente en saltar desde el tercer piso de la nueva obra que están haciendo en la “Plaza Verde” al montón de arena que hay justo debajo. Ayer llegaron a tirarse desde el segundo… hoy toca uno más. Ya algunos se “rajaron”, pero este chico que fuma concentrado, no. Él saltará hoy… seguro. A su lado, un adolescente, enciende un “Winston” americano, robado a un yanqui borracho de la base de Morón, a la vez que hace autostop en dirección al norte.

Mi cigarro se consume y el tiempo sigue corriendo, como un ladrón perseguido por una marabunta gritando: “Al ladrón, al ladrón…”. Yo no me muevo del sitio. No me apetece correr ahora. Estoy muy bien, con mi cigarrito, disfrutando de la compañía. Al adolescente que huyó buscando su norte, ya le crecieron los pelos y los huesos. Fuma un “Celtas” sin filtro mientras va separando una montaña de alubias rojas, las buenas de las malas, una a una, en Illescas (Toledo),o mientras dibuja arcoiris vespertinos a la hora de regar las huertas de una comuna en Orense, poniendo un dedo en la boca de la manguera y enfocando arriba, hacía el sol. También a mi lado, unos años más allá, fumando “Ducados”, ese joven perdido en el fondo de una botella de cerveza, busca y rebusca, acaso un mensaje, el mapa de un tesoro, una dirección o un número de teléfono. Pero, por más que busca, itinerante de botella en botella, de cristal o de carne, en el fondo, sólo encuentra la fecha de envasado o de caducidad.

Debería dejar de fumar. Lo sé. Mis dedos amarillos parecen hojas muertas de otoño. Tengo dentro alquitrán suficiente como para asfaltar toda mi memoria. Ya no me acuerdo cuando cambié al “rubio”. ¡Ah, sí… fue en Londres!. Ya lo veo, entre el humo de un “Mayfair” y el vapor de la máquina friegaplatos en aquella pizzería de Knightsbridge. Al terminar mi jornada en aquella cocina, por mucho que me frotara, salía con tanta grasa adherida que mis manos brillaban más que los deslumbrantes escaparates de “Harrods”. ¡Pero qué bien sabían aquellos pitillos entonces…!.

Bueno… menos aquel. Un domingo soleado en Hyde Park, intentando pillar al vuelo alguna palabra de las que, con generosidad, derrochaba un “Speaker´s corner” sobre una escalera de tijera, mientras una compañera de la pizzería, natural de Bilbao y domicilio habitual en la inopia, insistía en mi oído derecho sobre las bondades inherentes de la belleza interior. Algo ofuscado, quizás porque aquel cigarrillo me rascaba sobremanera la tráquea, atajé la conversación enunciando: “La belleza interior es un tema propio de feos o en última instancia de un médico forense”. El caso es que a partir de aquel cigarro, desaparecieron los encontronazos casuales en el “basement”, entre las estanterías con latas de champiñones y las bolsas de cebollas. Lo lamenté mucho, porque por aquella época era de lo más nutritivo que me echaba a la boca. No volví a verla más, hasta ahora. También está aquí, con su cigarrillo aromático de liar, observándome aún con rencor.

Ya llego al filtro. Aspiro la acritud de las últimas caladas. No dejan de acudir gente. También ha llegado aquella divorciada poeta que conocí en una tertulia literaria. Una vez me escribió un soneto donde, a su modo, me decía que sólo quería entregarme su corazón. A mi vez, y a mi modo, le contesté que podía coger su corazón y metérselo por el coño. Ella no pilló la metáfora y yo perdí el interés por la poesía. ¡Es qué van a venir todos!... joder, mi cabeza parece una maldita “smoking room”.

Afuera con la colilla, a la calle. Me va a pillar el tiempo. En eso, el tiempo, parece casi humano, si no corres tras él, es él quien te busca. Ese tonto juego del escondite donde sabes que tarde o temprano te encontrará, pero disfrutas mientras tanto de tu escondrijo. En fin, vuelvo a mi trabajo dónde por ley no se debería fumar. Y de paso, vuelvo a la Vida, donde por ley, no se debería tratar de recordar.




Texto agregado el 22-05-2009, y leído por 178 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
22-05-2009 Me gusto, no pude dejar de leer, tienes mucha irreverencia, aires de picardia,y humor. merlina99
 
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