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Inicio / Cuenteros Locales / ivanlondo / El club de los suicidas o la fábrica de ángeles (1)

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“No pregunte nadie el por qué, simplemente no me juzguen por lo que no saben.
Mis motivos son sencillos: sin duda el principal, es mi falta de carácter, pues aunque poseo una gran determinación, no puedo negarme a ser el pelele de todos los demás, y creo que esa tonta determinación que tengo desde la infancia a hacer lo que los demás no son capaces o no quieren, le he dado sin querer la autorización a los demás para que abusen de mí en todos los sentidos. Ya no importa si yo como, si estoy contento, si estoy cansado, si quiero hacer algo, si lo que estoy haciendo vale la pena, si yo valgo la pena, si quiero estar o no. He pasado de ser una persona individual con necesidades, gustos y defectos que merece un lugar en el mundo a ser aquella persona que hará lo que cualquiera le pida, sin importar lo que esté haciendo o piense al respecto, perdí mi voz y mi voto ante el mundo... me convertí en el esclavo que no quiero ser.
Hoy me di cuenta que incluso he perdido mis valores... pues a pesar de haber hecho lo que me pidieron y lo hice lo más humanamente posible, no alcancé a hacerlo del todo y por ello fui insultado, y en resumidas cuentas mi labor valió menos que nada. No importaría, pero es algo que se ha convertido en una rutina casi diaria, ya incluso tengo pánico para llegar a casa, pues sé que seré intimidado por lo que aún no he hecho, por el poco dinero que gano, o por que no soy lo suficientemente hombre como otros, lo más seguro es que hoy también me dirían que me odian y que no sirvo para nada... por eso escribo estas líneas, para que eso no vuelva a pasar... hoy declaro mi libertad e independencia del yugo de quines dicen amarme, de la humanidad y del mundo.”

A pesar de haber sido muy bien escrita en una máquina de escribir que le pidió prestada a un amigo del vecindario, su letra al poner su nombre, fue muy diferente a como siempre lo hacía en los troncos de los árboles. “Juan”, escribió.

La dobló muy cuidadosamente y buscó con que pisarla para que no se la llevara el viento, luego se percató que si la dejaba allí, no la encontrarían, o no la asociarían con él, entonces la metió en uno de sus bolsillos. Levantó la botella y vio que era el último trago.

- Adiós perra humanidad. No te extrañaré.

Alzó la botella en el vació y la dejó caer, por un momento, hubo un pequeño destelló en uno de los ángulos de la botella mientras caía, le recordó que había una luna en el cielo, levantó su mirada y todo el alcohol que tenía en la cabeza la hizo ver más grande y blanca que nunca, no habían estrellas, no habían nubes, ella era la reina del cielo.

- Ese realmente es el mejor espectáculo que he visto jamás.

Cerró los ojos y pensó con toda la seguridad del asunto, que quería que ese fuera su última visión del mundo: algo intocable que estaba fuera de todo contexto, algo que inspirara a la humanidad, algo que demostrara grandeza a pesar de ser más pequeña, algo... difícil de olvidar que existe. Y se dejó caer de la terraza de la biblioteca municipal.

Para Nico, el vago de la acera del frente, el seco golpe de aquel bulto que rebotó unos peldaños y se quedó quieto en el edificio del frente, además de haberlo despertado, le dio a entender que era el momento de retirarse de allí, de su habitual rincón entre aquellos dos ventanales, al menos por esta noche. Lo mas seguro es que llegarían extraños, harían preguntas de lo que le pasó a ese pobre diablo, lo requisarían para ver si se quedó con algo de él... y como siempre, demostrarán que aquel cadáver que ya no vale nada, vale mucho más que él mismo. No, esta noche no era para soportar algo así.

Cogió su cobija hecha a retazos de tanto andar, despertó a su perrito y cogió lo que pudo en un pequeño atado. No quería dejar huella de que alguien estuvo allí, ni siquiera él. O de lo contrario sabía que lo buscarían... sería sospechoso que un pordiosero que acostumbra estar en este lugar, ve caer a alguien de un octavo piso y precisamente esa noche no estuviera. Miró a ambos lados de la calle. Nadie por fortuna. Fue a la esquina más cercana, no quedaba remedio que ir a donde sus antiguos amigos del parque, aquellos que abandonó después de tanto abuso y robo. Pero se consoló pensando en que sería una sola noche.

El perrito se detuvo un momento y miró al otro lado de la calle. Ese bulto en el suelo no era normal... tal vez era algo interesante para ir a mirar. Nico se percató de que su compañero de aventuras y desventuras se quedó atrás y lo llamó en un susurro pero enérgico. No quería llamar la atención con su voz, pero tampoco quería que su amiguito se quedara y estropeara todo lo que estaba planeando hacer: esconderse para siempre del mundo.

A pesar de que la imagen era borrosa, pudo ver todas las lucecitas que titilaban en un gran marco negro, había un silencio enrarecido y un sabor a amargo en su boca. Se preguntaba si ese era el cielo. Más bien parecía el infierno. Concluyó.

- ¿Dónde estoy? – trató de decir, pero realmente sonó: “ode doy”. Al darse cuenta del sonido de su voz, trató de tocarse el rostro, pero sus manos estaban atadas a la cama y no las pudo mover.
- No se preocupe, ya está mucho mejor. –una voz masculina se oyó en algún lugar, pero Juan no pudo identificar su origen- Se encuentra en el Hospital de la Buena Esperanza, ya está aquí hace casi un mes y estábamos esperando que despertara. Tal vez no pueda hablar muy bien por ahora, se le atendió una luxación en el maxilar inferior y se le recomienda que hable poco.

Alcanzó a ver un rostro borroso de un hombre y detrás de él un ventanal con una gran vista de la ciudad. Trató de levantar la mano, pero se sintió indignado al ver que no lo podía hacer.

- Lo siento, pero es política del hospital mantener con seguridad a los que ponen su vida en riesgo. –Juan sintió reírse por dentro al darse cuenta de lo diplomático que era esa definición para un suicida- Pero si me garantiza que no intentará quitarse la vida dentro del hospital, pediré que lo liberen... ¿Qué dice a eso?

Juan simplemente asintió con la cabeza. Estaba muy cansado, incluso para hablar.

Al abrir nuevamente los ojos, el cuarto estaba muy claro, la ventana ya no era un cuadro negro lleno de lucecitas, ahora el cuadro era una verde montaña en el fondo bajo un cielo muy azul. Giró su rostro por todos lados y se dio cuenta que estaba en una habitación solo, muy grande y muy blanca. Trató de levantar su mano y esta vez lo pudo hacer sin problema. Se llevó los dedos al rostro y encontró un vendaje en su cabeza. Trató de mover las piernas y solo una de ellas respondió, la otra estaba enyesada hasta más arriba de su rodilla. Lo mejor de todo... no sentía dolor alguno en ninguna parte, solo que tenía mucha sed.

- Veo que ya despertó, me alegra. – era la misma voz – Después de que hablamos volvió a dormir otra semana. ¿Cómo se siente hoy?
- Bien... creo. Con mucha sed. –esta vez su sonido fue mucho mejor.
- ¿Le gustaría comer algo?
- Solo algo para tomar.
- ¿Dígame tiene algún dolor?
- No sé, me siento un poco cansado y con mucho sueño todavía... un poco incómodo, pero no creo que sea dolor... yo... –un momento de silencio en espera de que Juan terminara de concluir, pero parecía que ya lo había dicho todo.
- Mi nombre es Gabriel, soy psicólogo, y desde que llegó al Hospital he estado al tanto de su caso. ¿Quiere hablar conmigo de alguna cosa?
- Solo... quisiera saber... ¿Qué pasó?
- Bueno, fue encontrado en las escalinatas del edificio de la Biblioteca Municipal, parece que usted trató de suicidarse desde algún piso y no hemos podido determinar de cual, pero espero que usted nos lo cuente... las buenas noticias son que no hubo hemorragia interna, a pesar de que se fracturó 2 costillas y que gracias a la quietud que ha tenido le han sanado bien hasta el momento, tiene una fractura de tobillo, se le dislocó el hombro izquierdo, pero por lo visto ya no tiene problemas con ese brazo y una leve fractura en el cráneo en el occipital izquierdo...
- ¿Y las malas?
- No hemos podido hallar a su familia, esperaba que tal vez usted pudiera ayudarnos con eso, deben estar preocupados. – Juan no pudo evitar reírse entre dientes.
- ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
- Exactamente, 60 días. Ya sus fracturas están casi sanas del todo… solo le hace falta un poco de ejercicio
- Si no han venido a verme hasta hoy… ya no vendrán… ahí está la prueba de lo poco que me quieren.
- ¿Quiénes?
- No importa… al fin y al cabo ya no los quiero volver a ver nunca, de eso me encargaré a la primera oportunidad apenas me vaya de aquí…
- ¿No quiere saber las malas noticias?
- ¿Y qué podrán ser? Pensé que ya me las había dado.
- Las malas noticias son que... yo estoy a cargo de su caso. – Gabriel sonrió.
- Tiene razón... parecen malas noticias... para usted.

Gabriel simplemente sonrió al ver el deseo de lucha que tenía esa persona sin alientos en esa cama. Definitivamente era un muy buen candidato.

- Vea doctor... si es por dinero, yo creo poder cubrir los gastos del hospital… pero le pido el favor que no busque más a mi familia o amigos o a nadie, no quiero ver por aquí todavía a nadie. Quiero un poco de soledad y tranquilidad.
- Como usted guste. –Ahora si estaba convencido Gabriel que era un excelente candidato. Y no trató de persuadirlo en lo más mínimo de lo contrario, pues era una gran conveniencia para sus intereses– Dígame simplemente Gabriel. Aun tengo muchas preguntas para usted, pero si lo prefiere esperaremos a que se encuentre de mejor ánimo ¿no le parece?

Juan simplemente asintió con la cabeza.

Días después, la enfermera a cargo estaba ayudándole a sentarse a un lado de la cama. En ese momento sintió de verdad el dolor en las costillas, cosa que eran pequeños jalones cuando se movía en la cama, ahora se convirtieron en verdaderos cuchillazos en un costado.

- Espere! Espere... que ahora si me duele!
- No se preocupe, tenemos todo el día, inténtelo con calma.

Gabriel observaba desde el habitual rincón de la habitación, donde se quedaba horas leyendo mientras Juan simulaba dormir. Las radiografías mostraban que ya habían sanado las costillas, pero el dolor parecía tan convincente, que hasta Gabriel pensó en el joven con cierta lástima. Y ahora como siempre, con toda su atención en el muchacho, pero sin mostrar el más mínimo interés en él, tenía el fuerte impulso de ir a ayudarle a la enfermera, pero se contuvo y se dio cuenta que ella podría manejarlo perfectamente.

Una vez conquistaron el borde de la cama, Juan se enderezó y aspiró profundamente. Se sintió con ganas de conquistar el suelo, el deseo de irse rápido de allí lo empujaba a donde su cuerpo aún no podría llevarlo.

- Vaya, vaya, qué tenemos aquí? – Entró el doctor con una gran sonrisa de satisfacción al ver la mejoría de su paciente.
- Doctor, dígame la verdad... cuándo me podré ir?
- Pues a este paso, y si cumple todas mis recomendaciones lo podré dar de alta en el momento que el doctor Gabriel de su aprobación...

En ese momento Juan miró a Gabriel y se dio cuenta que no sería tan fácil librarse de ese loquero.

Por la tarde, Gabriel sacó a Juan de la habitación con una silla de ruedas y lo llevó por los jardines del hospital. Quiso cambiarle el ambiente.

- Aun no me has contado por qué saltaste.
- No creo que sea de su incumbencia.
- Aunque no lo creas, si, si es de mi incumbencia, sabes que no puedo dejarte ir hasta estar seguro de que no lo intentarás de nuevo.
- Dígame una cosa doctor, usted se siente a gusto poniéndome a sufrir más de lo que ya he sufrido cierto?
- La verdad, es que si supiera cuál es tu sufrimiento, no me molestaría en hablar contigo. Veamos... según decías en tu carta... si no estoy mal: “aunque poseo una gran determinación, no puedo negarme a ser el pelele de todos los demás, y creo que esa tonta determinación que tengo desde la infancia a hacer lo que los demás no son capaces o no quieren, le he dado sin querer la autorización a los demás para que abusen de mí en todos los sentidos.”... recuerdas eso?
- Veo que se la aprendió de memoria... si ya sabe las cosas entonces ¿para qué las pregunta?
- Muchas veces, un suicida escribe lo que quiere que otros lean, en lugar de decir lo que realmente siente.
- Si alguien hace eso, sería para llamar la atención... ¿no cree?
- Efectivamente, los que no mueren casi siempre era para llamar la atención, por ejemplo, saltando de un tercer piso, es casi imposible morirse, pero si tener grandes golpes y fracturas, y cosas que ayudarían a que los demás sintieran un gran pesar por él... ¿no te gustaría hablar de lo que te pasó?
- ¿Está insinuando que lo hice por llamar la atención?
- Tú dímelo... si es que tienes el coraje de hacerlo... si no lo haces me defraudarías mucho... y no serías la persona que estoy pensando que eres.

Juan miró al cielo por un momento y el sol del atardecer le recordó lo bueno que era jugar a esa hora cuando era niño. Quería escaparse de allí, no quería ese interrogatorio absurdo, quería estar tranquilo y no ser molestado.

- ¿Podemos volver a la habitación?
- Claro que si... pero si de verdad estas con deseos de irte del hospital volverás a tu habitación por tus propios medios.

Gabriel se levantó y comenzó a caminar, mientas Juan lo vio marcharse y sentir una gran frustración e ira por tal humillación. No pudo evitarlo y se le salieron las lágrimas de la ira que sintió. Levantó el freno de la silla y comenzó a deslizar las ruedas con toda su fuerza, sintió el deseo de demostrarle a ese doctor que él podría por su propia cuenta. Lo alcanzó en el pasillo al llegar a su habitación y prácticamente casi lo arrolla para entrar en ella. Juan tenía el rostro rojo, estaba muy cansado, la ira y la frustración por la humillación lo tenían al borde de un colapso. Fue directamente al timbre y lo golpeo varias veces para que llegara la enfermera rápidamente. Puso el freno y trató de levantarse para llegar a la cama. Gabriel simplemente estaba recogiendo sus papeles de una mesita al lado de su habitual sillón, sin mostrar el más mínimo interés en ayudar a Juan.

La silla se deslizó y Juan cayó a los pies de la cama, lanzó un grito que en vez de dolor era de ira.

La enfermera al entrar vio el cuadro del paciente en el suelo y corrió a socorrerlo, en ese momento intervino Gabriel... le puso la mano en el hombro a la enfermera y al girar ella su cabeza simplemente le indicó que lo dejara solo.

Juan al ver esto se indignó más y sacando fuerzas de donde no hay, dio palmotadas y lanzó la silla de ruedas al final de la habitación, se colgó del barandal de la cama y se levantó con su pierna buena, alcanzó a subir su cadera y se dejó desplomar en la cama. La enfermera tenía una expresión de urgente ayuda al enfermo, pero Gabriel la retenía cada vez que ella trataba de dar un paso hacia Juan.

- Y se hace llamar doctor? Eso si es el colmo... del abuso..., utiliza su título para humillar a los enfermos... – Juan estaba apunto de estallar en llanto, sus palabras salían entrecortadas.
- Un favor gratuito... de eso se trataba. Así como te ayudé hoy a darte cuenta de que puedes andar por el mundo tú solo, mañana me ayudas para yo terminar con mi informe... y espero que realmente me colabores. Por lo visto el doctor tenía razón en una cosa, si puedes valerte por ti mismo... ahora demuéstranos a todos que lo que tienes en tu cabeza es el deseo de salir adelante por tus propios medios y no a echarle la culpa a los demás de tu estado actual... otra cosa... yo no te he humillado en ningún momento, no confundas el hecho de que haya gente aquí para ayudarte y otra es que tengas un ejercito de personas para que te lleven tus caprichos. Hasta ahora solo he visto a un muchacho llorón, que hizo un falso suicidio para llamar la atención y se está aprovechando de todos nosotros para hacer una pataleta en busca de cuidados y contemplaciones... tú no eres ningún suicida. Que tengas una feliz noche.

Gabriel dio media vuelta y cuando ya estaba saliendo de la habitación escuchó a Juan gritar desde su cama: “Fue desde la terraza que brinqué!”

Gabriel se detuvo, arqueó una ceja y esbozando una sonrisa, continuó su camino, con una gran satisfacción en su interior. Evidentemente era un milagro ese muchacho.

Una semana después, Gabriel entraba mientras Juan desayunaba.

- Buenos días!
- Eran buenos hasta que usted llegó...
- Vengo con un trato y... la verdad, te aconsejo que lo aceptes.

Juan no pronunció ninguna palabra mientras continuaba comiendo. Gabriel tampoco esperaba que lo hiciera.

- Si lo aceptas podrás salir mañana mismo de aquí.

Juan seguía en silencio.

- ¿Sabías que en la antigua Grecia, la manera de ajusticiar a los delincuentes con la pena de muerte, era obligándolos a que se suicidaran con cicuta, un veneno extraído de una planta? Y en la antigua China, los guerreros pedían morir con dignidad usando su propia espada, ellos mismos para matarse? Hoy por hoy, se busca en cierto grado la dignidad de algunos enfermos concediéndoles la posibilidad de que dejen por escrito una orden de que no sean resucitados en casos graves... no estoy justificando el suicidio... simplemente quiero mostrarte que hay algunos casos en los que la muerte por voluntad propia es una verdadera tendencia a la dignidad humana... solo en algunos casos.

Aunque Juan a este punto ya había dejado de comer y se estaba organizando en la cama, no quería mostrar el más mínimo interés en lo que decía Gabriel.

- Por otro lado, está muy claro que aquellos que tratan de quitarse la vida lo hacen por una desesperación, más que por un sentimiento de dignidad... a esos individuos, aunque puedan tener alguna razón, muchas veces es la angustia lo que los lleva a ese extremo innecesario. En la vida hay muchas soluciones para todos los problemas... alguna vez leí que un problema es una oportunidad en ropa de trabajo, y si no los tomamos de lleno, estamos desperdiciando algo que puede ser muy beneficioso.
- Algunas veces uno no tiene problemas... los problemas se han apoderado de uno.

Gabriel sonrió sin que Juan se percatara de ello, por fin logró hacerlo hablar.

- En esos casos, es cuando uno acude a los demás y pide ayuda... si se es lo suficientemente claro en que no podemos solucionarlo todo nosotros mismos.
- Algunas veces los problemas son los demás... y uno termina siendo la víctima de ellos.
- Siempre habrá alguien que ayude.
- ¿Y en este caso, quién cree usted que podría ayudarme? ¿Usted?
- Eso lo decides tú.
- ¿De qué se trata el arreglo?
- Sales mañana mismo de aquí, pero debes estar bajo mi supervisión durante dos semanas, en un tratamiento que yo te daré en ese tiempo.
- ¿Eso es todo?
- Esa es la versión corta. La larga es que, me parece indicado que participes en un grupo de ayuda para personas que han intentado suicidarse, no es un grupo como el de alcohólicos anónimos, no estarás recluido en ningún otro centro de salud, podrás ir y venir libremente a donde te plazca, pero con la condición de que siempre me acompañarás a las reuniones que te programe y que yo siempre estaré contigo durante estas dos semanas, ininterrumpidamente... o sea, siempre voy a estar contigo las 24 horas del día.

Juan arqueó los ojos y lo vio de pies a cabeza, un poco de incredulidad y escepticismo lo abordó.

- Nunca había oído hablar de ese tipo de acompañamientos en un tratamiento...
- ¿Tenemos un trato o no?
- ¿Y qué si no lo acepto?
- Seguimos las reuniones aquí, pasas al pabellón de psiquiatría, te visito por unas dos o tres semanas y hacemos un tratamiento en colaboración con un psiquiatra para que puedas tratar tu depresión y angustia.
- En pocas palabras pasaría a manos de un loquero...
- Es una forma de verlo... pero sí, sería algo así.
- En el otro caso... ¿tendríamos que ir con mi familia?
- No es indispensable, pero si lo vemos necesario, así lo haremos. Pero siempre será con tu consentimiento. Podrás quedarte en mi casa, de todas maneras estaremos muy ocupados para que puedas preocuparte donde quedarte.
- ¿Y usted correría con mis gastos?
- Para nada... tu vida será igual que siempre, simplemente te estaré acompañando a todas partes.
- Bueno... no se ve tan mal si lo miro que estoy tomando unas vacaciones de dos semanas... ¿cierto?
- Bien pensado... eso puede ayudarte mucho a relajarte. ¿Entonces tenemos un trato?
- Solo quiero hacerle una última pregunta... ¿Realmente cree que puede quitarme las ganas que tengo de quitarme la vida?
- La verdad... tú eres libre de hacer lo que quieras... pero mi deber es mostrarte lo que estas desperdiciando... al final de todas maneras, tu eres el dueño de tu propia vida.

No se veía tan mal. Luego de esas dos semanas, o a la primera oportunidad, lo volvería a hacer. Juan estaba muy seguro de ello. Y aceptó el trato.

Texto agregado el 26-05-2004, y leído por 131 visitantes. (0 votos)


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