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Inicio / Cuenteros Locales / ivanlondo / El club de los suicidas o la fábrica de ángeles (3)

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Era domingo y Juan se sorprendió al ver a Gabriel vestido como para una excursión. Cuando este se percató de que ya se había levantado Juan, le mostró donde estaba su ropa también. Era día de excursión.

- Vístete, que el desayuno está listo y nos vamos antes de que se nos haga más tarde.
- Espere entonces me baño... – Decía caminando muy quedamente hacia el baño con los ojos hundidos por el sueño.

Al llegar estaba la puerta cerrada y no pudo entrar al baño.

- ¿Quién hay en el baño? – Gritó Juan pero nadie le contestó.
- No puedes entrar al baño, vístete así, que nos vamos.
- Carajo tengo que orinar...
- Aguántate... cuando estemos en la caminata, lo podrás hacer.
- No creo que me pueda aguantar.
- Más te vale que lo hagas.

Cuando se sentó en la mesa, solo vio tostadas y galletas. Ya de por sí estaba indignado con lo del baño y el tener que vestirse sin poderse bañar u orinar. Ahora el desayuno era como en una cárcel.

- ¿Y esto?
- Eso es todo.
- ¿Y no hay nada para tomar?
- Si claro... – Y Gabriel sacó de la alacena un tarro lleno de miel de abejas. – Ahí tienes.
- Esto es ridículo... es una broma, ¿verdad?

Gabriel simplemente lo miró mientras mordía una tostada. Era muy en serio.

Juan simplemente se comió una tostada y le dijo de mala gana que se fueran ya para ver si todo eso terminaba bien rápido. Gabriel le contestó que terminaría cuando el día así lo hiciera.

Apenas frenó Gabriel en la camioneta, en la entrada de un extensa llanura, al lado de una carretera, Juan se bajó como un tiro y comenzó a orinar. Gabriel se echó a reír disimuladamente. Se bajó también y cerro las puertas. Se sentó a contemplar la llanura mientras terminaba Juan. Luego este se acercó a ver que estaba contemplando Gabriel, pero no vio nada, solamente una gran llanura cubierta de un pasto amarillento y unas flores silvestres por todas partes, unas colinas a lo lejos y una que otra cabeza de ganado en toda la extensión.

- ¿Y ahora qué?
- Te lo voy a explicar una sola vez. Espero que me prestes mucha atención. No quiero que te pierdas. ¿Alcanzas a ver en aquella loma, en todo el frente, un gran árbol?

El día era muy claro y se podía ver muy bien, y si la loma que señalaba Gabriel era la que pensaba Juan, estaba a muy larga distancia, pero visible.

- Creo que sí, es el único árbol en todas esas lomas.
- En efecto. En la parte de abajo del árbol, vas a encontrar un galón de esos para guardar gasolina que está lleno. Tu tarea del día es ir hasta allá por él y traerlo y podernos ir para la casa.
- ¿Que qué? ¿Está loco? ¿Cree que yo voy a caminar todo eso y con este calor? Si lo que necesita es gasolina, es más fácil parar un carro y pedir un aventón para traer algo de gasolina... no le parece?
- ¿Entonces estás de acuerdo en pedirle ayuda a la gente?
- Es que es lo más lógico... eso de ir hasta allá es una locura.
- A ver si te entiendo Juan... Eres una persona que solo ha hablado de querer quitarse la vida y que no tiene la más mínima intención de pedirle ayuda a nadie para tus problemas. Por otro lado, tienes frente a ti una situación en la cual perfectamente podría costarte la vida, sería casi definitivo morir en un valle deshidratado, sin consumir líquidos, perdido por el sol, algo que sería prácticamente efectivo para tus propósitos, pero por tu pereza, o tu falta de deseo de hacer algo productivo, y cumplir con tus deseos, ahí si piensas en que están los demás para pedir ayuda... ¿a ti quien te entiende? ¿Qué es lo que realmente quieres hacer entonces?

Juan miró nuevamente el punto que sobresalía en aquella lejana loma. Miró con desagrado a Gabriel y comenzó a patear la hierba a sus pies.

Le extendió una mochila que tenía en la mano y le dijo que necesitaría también algo para comer en el camino. La tomó de mala gana y se la cruzó por un brazo y la cabeza.

- Me imagino que en la mochila no hay nada para tomar entonces... ¿cierto?
- Efectivamente.
- ¿Si llego temprano entonces podremos terminar con esta bobada?
- Si es que alcanzas a llegar... hasta aquí... te aseguro que ya será de noche. Pondré las luces de la camioneta para que te guíes en la oscuridad. Otra cosa...
- ¿Qué? – Juan giró contrariado para saber que más quería Gabriel.
- Es posible que te encuentres con serpientes venenosas, eso también puede ayudarte con tus intenciones... bueno, eso si es que de verdad quieres matarte... que lo dudo mucho.

Juan se alejó lanzando maldiciones y pateando la hierba, ya que no encontraba piedras para hacerlo. Pero un pensamiento le cruzó la mente y le gustó la idea. Correría lo más rápido que podría y así terminaría con esa tontería bien temprano. Pero el jalón de la pierna, aún resentida por la caída lo hizo desistir de la idea. Otro motivo para maldecir.

Dos horas después, la camioneta ya estaba muy lejos, casi no se distinguía en la distancia, pero sorpresivamente la loma parecía estar más lejos. El sol estaba muy arriba y el calor era casi insoportable. Sudaba copiosamente y la lengua ya la sentía pegada a su paladar. Sintió nuevamente ganas de orinar, y por un segundo se dio cuenta que tal vez esa la última reserva de agua que tenía en el cuerpo. Había escuchado como algunas personas bebían su propia orina en casos de extrema necesidad para sobrevivir... pero ese no era su caso, lo más seguro es que moriría ese día, según había dicho Gabriel.

Durante el camino no dejaba de preguntarse el por qué Gabriel lo quería ayudar en su deseo de morir. Era una extraña contradicción en él. Por otro lado le molestaba sobremanera el hecho de que siempre lo quisiera manipular en todo, de una manera u otra parecía que lo manipulaba y no le gustaba para nada sentirse como el juguete de él. Y allí estaba, en medio de la nada, haciendo algo que Gabriel quería, aunque pareciera que lo estaba ayudando a suicidarse de una manera nada comprometedora, muy seguramente bien efectiva y con las garantías que nunca se hubiera soñado Juan en su vida. Era la mejor manera de morir. Casi de una manera natural.

Ya era medio día y se sintió en la mitad de la nada absoluta, ya no sudaba casi, las pequeñas briznas de viento que le pasaban por el rostro en ocasiones le parecían un verdadero alivio. No había vuelto a orinar y la boca estaba completamente seca, de vez en cuando se humedecía los labios, pero ya estaban muy resecos. Se sentó por un momento y miró que tenía en la mochila, tal vez una agradable sorpresa le tenía guardada Gabriel pero no fue así. Solamente era un paquete de tostadas y miel de abejas. Cogió el paquete de tostadas y lo tiró con toda su ira por los cielos. Miró la miel de abejas y jugaba con el frasco viendo su consistencia, era líquida pero sabía que eso no le quitaría para nada la espantosa sed que tenía. Aún así se mandó un gran trago de miel. La poca humedad de la miel le humectó los labios, la lengua y la garganta, pero era un arma de doble filo, sabía que eso le podría generar mas sed. Lo consideró un segundo más y se mandó otro gran trago de miel. Indiscutiblemente, estaba sintiéndose ya en la desesperación de la sed crónica. En su mente retumbaban las palabras de Gabriel “...bueno, eso si es que de verdad quieres matarte... que lo dudo mucho...”, pero ¿cómo demostrarle que si se quiere matar? Solamente hay una manera de hacerlo: muriendo. Pero... ¿a la manera de Gabriel? ¿Siguiendo sus tontos jueguitos? ¿Burlándose de él? Tal vez esa no era la manera de morir que él quería... no le daría el gusto. Y si lo conseguía, lo haría demostrándole que si tenía el coraje de no dejarse vencer cuándo Gabriel quisiera, sino cuando él realmente lo quisiera así... nadie, de ahora en adelante le diría lo que tiene que hacer en su vida... o en su muerte.

Se levantó y sorpresivamente se dio cuenta que ya se estaba acercando a la loma, tal vez a una o dos horas más habría llegado. Quería darle una lección a Gabriel de que no podría contra él. Comenzó a caminar otra vez.

Cuando llegó al árbol, se dejó caer y la humedad y frescura del suelo debajo de su sombra, las sintió como un verdadero regalo. Le dolía mucho la cabeza y en ocasiones había sentido un pito en los oídos.

Ya eran las dos de la tarde pasadas. Gabriel tenía razón, no llegaría con la luz del día. Estaba desesperado por un trago de agua, de lo que fuera, la sed lo estaba matando, eso sin hablar del hambre que también estaba sintiendo, la boca estaba tan seca que la sentía llena de polvo.

Buscó el galón y efectivamente allí estaba al lado del árbol, un galón viejo lleno y untado de grasa mecánica, amarrado al árbol por una cinta plástica... lo único que pudo pensar fue que ya había hecho una gran conquista, había logrado algo que nunca se imaginó hacer, hacer todo ese recorrido a pie y bajo ese infernal sol.

La brisa aumentó y eso le dio una gran sensación de frescura, una maravillosa frescura, cerró sus ojos y disfrutó de ella. Eso valía la pena, y se percató que nunca había disfrutado tanto de una brisa de verano. Miró sus brazos y vio como el sol los había vuelto muy rojos, casi ampollados, pero en la sombra de aquel árbol todo parecía mágico, el sol ya no quemaba y eso era muy agradable. Por un momento se puso a mirar en todas las direcciones, para ver si habría otra salida menos larga, pero era inútil, incluso peor, una gran montaña al norte, al oriente incluso no había hierba y parecía casi un desierto, al sur simplemente no parecía tener fin la gran extensión. Pero por donde vino, a lo lejos si se distinguía la hilera de árboles que marcaban el paso de la carretera, y muy seguramente en algún punto, no sabía con precisión, estaría Gabriel esperando por esa maldita gasolina que él tenía en sus manos. Inmediatamente le surgió una pregunta... ¿Cómo traería ese galón hasta allí? Y lo mejor de todo... ¿Para qué? ¿Para él? Indiscutiblemente Gabriel tenía una intención en todo esto. Era muy difícil de creer que se tomara tantas molestias para simplemente dejarlo morir en medio de la nada.

Luego de un momento, se sintió con nuevas fuerzas, el dolor de cabeza había desaparecido y quería darle una lección a Gabriel pero no sabía como... estaba manipulándolo pero no tenía chance de escaparse de él.

- Si quiere tanto su gasolina... que venga por ella.

Le quitó la cinta plástica al galón y la guardó en la mochila, esa sería la prueba de que el podía con cualquier desafío pero que no lo obligaría a nada que estuviera fuera de su voluntad.

Dejó el galón allí y comenzó a caminar. En lo único que pensaba era en la cara de sorpresa que le daría cuando lo viera llegar y el descontento por no haber hecho lo que le pidió. Eso le dio el ánimo para acelerar el paso, deshaciendo sus pasos por el mismo lugar que había llegado. Y como si todo hubiera estado a su favor, una gran nube ocultó el sol y se sintió agradecido, estaba optimista, si la nube se conservaba durante un buen rato, no tendría el sol a sus espaldas y llegaría más fresco.

Para su sorpresa, la noche estaba muy oscura, pero a pesar de eso estaba tranquilo, ya no sentía el arduo calor del sol, estaba completamente seco, con mucha hambre y los dolores de estómago era lo único que lo hacían detener... pero tranquilo. Desde hacía rato venía siguiendo las luces que seguramente eran de la camioneta de Gabriel, pero las fuerzas lo estaban abandonando. El dolor de cabeza era insoportable a veces. Lo único que le hacía parecer llevadero el paso era que ya no tenía el sol en su espalda y las ganas de verle el rostro a Gabriel cuando viera que pudo hacer la travesía pero sin hacer lo que le dijo... esa era su motivación.

Cayó de rodillas cuando ya podía escuchar la música que salía de la camioneta. Faltaba poco, pero igualmente parecía demasiado. Lo único que quería era un trago de agua, quería beber lo que fuera, lo que le dieran, la miel se la había acabado hacía mucho ya. Y por un segundo pensó que si podía escuchar la música de la camioneta, entonces Gabriel lo podría escuchar a él... no sería sino dar un pequeño grito y lo escucharía.

- Heeyyy... – Pero no fue lo suficientemente fuerte, era demasiado ahogado, estaba sin fuerzas... luego se dio cuenta que no lo escucharía si estaba dentro del carro oyendo la música.

Por otro lado, pedirle ayuda era reconocerle que tenía razón. Tenía que llegar solo. Y comenzó otra vez la marcha. Cinco minutos después, le golpeó la puerta para asustarlo, pero al mirar adentro se dio cuenta de que no estaba en la camioneta. Miró en todas direcciones y no lo vio. Simplemente se dejó caer allí mismo. Estaba vencido.

- ¿Cómo te fue? – Preguntó la voz de Gabriel en algún lugar de la oscuridad.

Juan no pudo evitar sonreír, al saber que había conquistado algo en contra de Gabriel. Metió la mano en la mochila, sacó la cinta plástica y se la tiró a algún lugar de donde venía la voz.

- Ahí tiene su galón de gasolina... – lo dijo casi sin voz, la garganta no lo dejaba casi hablar.
- ¿Entonces te lo tomaste todo?
- ¿La miel de abejas? Claro sí... era lo único que usted, pedazo de mierda, me dio para llevar.
- No... me refiero al jugo de naranja. No he hecho sino pensar todo el día en tomarme un jugo de naranja.
- ¿Cuál jugo de naranja?
- El que había en el galón.
- ¿Que qué? Deje de hablar paja que usted me mandó por un galón de gasolina para echárselo al carro y podernos ir...
- En ningún momento dije que necesitábamos gasolina para el carro, eso lo asumiste tú solo. Y es poco práctico andar por estos lados sin suficiente gasolina. Y lo que dije era que había un galón de esos para la gasolina que estaba lleno. Pero no te dije que era de gasolina que estaba lleno. ¿No lo abriste acaso y tomaste algo?
- Se esta burlando de mi... ¿cierto?
- Entonces... ¿en verdad no has tomado nada en todo el día?

Gabriel corrió y sacó un garrafón que tenía en la camioneta y se lo dio a Juan.

- Tu terquedad me sorprende... la verdad es que no creo que hayas logrado todo ese camino sin tomarte un solo trago de ese galón. Pero de todas maneras quiero que sepas que lograste caminar hoy 50 kilómetros a pleno sol. Eso no lo hace cualquiera... felicitaciones.

Sacó unos paños húmedos y se los entregó para que los pusiera en su rostro y piel... Juan sintió un gran alivio en todas partes. Se dejó caer en el asiento y se mandó el garrafón como si se quisiera acabar el mundo en el acto.

- Espera, suave, con pocos tragos a la vez, que te puede hacer mucho daño tomar de esa manera.

Camino a casa, pensó en el hecho de que no murió en la caída y tampoco lo hizo allí, le preguntó a Gabriel que sentido tenía que él hubiera puesto ese garrafón en ese lugar y para qué lo había mandado allí. La respuesta no dejó de sorprender a Juan.

- Después de un gran sufrimiento y una ardua tarea, cuando todo lo que habitualmente ha tenido como de siempre, de repente se le es arrebatado, uno comienza a valorar algunas cosas. Hoy por ejemplo, esperaba que después de haber experimentado lo que es deshidratarse violentamente, hubieras sentido la gratificación de valorar todas las cosas que te mantienen con vida en este mundo: el agua, el aire que respiramos, la frescura de un techo... y la gloria de saber que por muy difíciles que son las cosas, podemos siempre con ellas...

Juan se sintió avergonzado... la intención aunque drástica, era buena.

- Puedo pedirle una cosa...
- ¿Qué sería?
- Si piensa darme alguna lección de esta clase, al menos, ¿me podría decir de que se trata?
- ¿Crees que sería mejor?
- Todo el día, lo único que quería, era darle a usted una lección de que no tiene poder sobre mi... pero nunca me imaginé todo eso que usted está diciendo... para mi que lo dice ahora para quedarse en limpio después de todo lo que me hizo sufrir...
- ¿En verdad no abriste el galón?

Juan se rió al darse cuenta que realmente lo tenía en su poder, con una información que él nunca sabría, pero tampoco estaba muy seguro de lo que le decía Gabriel.

- Creo que estamos a mano... usted nunca sabrá si digo la verdad y yo tampoco sabré si usted dice la verdad... como yo lo veo... estamos empatados.
- Pues como yo lo veo... tú estas ganando. Ahora tienes una experiencia que te hará valorar muchas cosas de ti mismo. Yo solo ganaré una caminata algún día para tomarme un jugo de naranja, si es verdad lo que dices.

Una vez en la casa, para Juan el dolor en el cuello por el sol era notable, la sed era casi insoportable y un fuerte dolor de cabeza, parecido a una fuerte resaca, no lo dejaba dormir. Gabriel llegó con un ventilador y lo puso en el cuarto de Juan. Se acomodó en una silla junto a su cama y mientras este se acomodaba para dormir le indicó como sería el juego a partir de ese momento.

- Lo que hoy experimentaste fue la deshidratación. Una fuerte sensación en la cual uno quiere contemplar la muerte de cerca, pero al mismo tiempo lo obliga a uno a aferrarse a la vida. El dolor causado por el calor es difícil de entenderlo si no se ha vivido. Creo que a partir de hoy si alguien te dice que está sufriendo de sed o de calor, para ti no será mayor cosa si lo comparas con lo que acabas de vivir.
- Estoy seguro que si me lo hubiera dicho alguien, no lo hubiera creído... pero si me hubiera preguntado, le aseguro que lo hubiera hecho de otra manera... me siento que me muero en este momento y no parece justo que uno se ponga en estos sufrimientos innecesarios...
- Déjame terminar... por cierto, te voy a estar recordando constantemente todo lo que tú has dicho, y si mal no estoy, tú te quieres morir... hoy tuviste una oportunidad para hacerlo y aún así te aferraste a la vida.
- Pero fue por darle una lección a usted...
- Tus motivaciones no me importan, pero lo que si me importa es que las tienes, y mientras eso pase, siempre seguirás esforzándote en la vida... ¿En qué iba? – se recostó un poco en el sillón y miró al techo – Ah... sí... La tarea va a ser muy simple, tú pondrás algo que ya tienes... tus ganas de morir, yo te daré las fórmulas, tómalo como si estuvieras en un club de suicidas, y cada fórmula que yo te dé acéptala como la posibilidad de hacer lo que realmente quieres: morir. ¿Hasta aquí estamos bien claros?
- Bastante claros. - Estaba muy extrañado, pero el apoyo que tenía de Gabriel era una satisfactoria sorpresa para él.
- Bueno... hoy no te moriste por deshidratación, veremos si mañana podrás morirte de frío.

De frío... Juan nunca se imaginó que el frío pudiera matar, pero pensándolo bien, se acordaba de aquellas personas que había visto en películas que quedaban congelados en algún lugar lleno de hielo... no le pareció doloroso, no tanto como lo que había vivido hoy... valdría la pena intentarlo.

- ¿Qué hay que hacer?
- Por lo pronto... te tomarás un baño frío esta noche, dormirás con la ventana abierta, sin cobija y pondré el ventilador, mañana te diré lo que hay que hacer durante el día. La idea es que llegues a la hipotermia, podrás perder el sentido y el cuerpo poco a poco podrá caer en shock y no sentirás nada mientras estas muriendo.
- ¿Y si no me muero?
- Entonces tendremos otra cosa para hacer el martes y sino, habrá otra cosa para el día siguiente... así hasta que se acabe la semana.
- ¿Y si no funciona todo eso?
- Sencillo... si no te han gustado mis métodos... podrás escoger el tuyo, si es que todavía quieres hacerlo.
- Claro que lo quiero hacer, especialmente para no sentir todo este cansancio y dolor... – Se quedó pensando un momento y al fin se decidió para despedirse de él de una manera que no se lo imaginó nunca en esos pocos días - no se cómo decirlo pero yo le tengo que...
- ¿Qué?
- No... no es nada...

Mientras se bañaba, solo pensaba en la gran distancia que había recorrido, y que si lo hubieran invitado a hacer algo así de plano hubiera dicho que no, pero ahora que ya lo había hecho, no lo veía tan grave... si le tocara por alguna circunstancia, perfectamente lo podría hacer, se sentía en capacidad, en plena capacidad de eso y tal vez de mucha más distancia.

A eso de las cuatro de la mañana, llegó Gabriel al cuarto de Juan y lo descobijó. Éste se despertó, pero el cansancio, el deseo de dormir y el dolor no le permitían ofrecer resistencia, simplemente volvió a dejar caer la cabeza en la almohada y se durmió otra vez.

En la mañana abrió lo ojos y veía la cortina agitándose suavemente por la brisa que entraba por la ventana. Se estaba helando, buscó la cobija por todas partes pero no la encontraba. Ni comparación con el calor que tenía del día anterior. En eso entró Gabriel y le ofreció un vaso con agua fría.

- ¿Y esto?
- Nada de cosas calientes, para hoy todo será frío y te tomarás por lo menos 2 litros de agua. Te bañarás cada 2 horas y no te secarás, dejarás que el agua se seque en tu cuerpo. Usarás poca ropa. Nada de cosas saladas o dulces o bebidas estimulantes, solo frutas, verduras y mucho agua.
- ¿Y así crees que me moriré de frío?
- ¿No tienes frío todavía?
- Bueno... sí, bastante, pero con eso no me voy a morir...
- Ya veremos.

Comenzó con su primer baño y el desayuno eran solamente naranjas y piña. A comparación del día anterior era mucho mejor. Todo parecía ridículo pero agradable en un principio.

Al mediodía, luego de tres baños, más de un litro de agua y docenas de frutas, y más de tres idas a orinar, comenzó a sentir que su reloj estaba un poco apretado en la muñeca... lo aflojó y se percató que por alguna razón sus dedos estaban más gruesos.

El frío cada vez era mayor, cada vaso de agua se estaba convirtiendo en una urgente ida al baño a orinar solamente agua, parecía que se hubiera bebido una caja de cerveza. El frío al salir de cada ducha era más difícil de controlar y al llegar a las 3 de la tarde comenzó a sentir una angustiosa hambre por algo salado, quería sentir en su boca algo grasoso, algo con sabores fuertes, tenía mucha hambre pero al mismo tiempo estaba repleto, se sentía como un gran jarrón lleno de agua que si medio se movía podría reventarse.

A las 5 de la tarde tiritaba de frío por sí solo, los dedos y los labios estaban más blancos de lo normal, se moría de hambre, y sentía que si tomaba un vaso con agua más se vomitaría. Soñaba con una chaqueta, un chocolate caliente y una gran jugosa y grasosa hamburguesa o una carne bien frita llena de salsa de tomate con muchas papas fritas bien saladas... quería terminar ya con ese estúpido sufrimiento que definitivamente no lo iba a matar... simplemente lo estaba torturando.

Gabriel se sentó a comer precisamente en frente de él una gran pizza de anchoas y peperoni... se dio cuenta de las ganas que tenía de terminar con aquello y comer un trozo de esa pizza. De ponerse una chaqueta, de tomar algo caliente... se quería morir, pero no quería sufrir.

- ¿Tengo que comerme esta sandía en lugar de una pizza?
- ¿Acaso te quieres salvar de tu muerte?
- Ya está más que claro que no me voy a morir así... yo creo que seguir con esto es una bobada que solamente me está torturando.
- Zadquiel tenía razón... tu impaciencia no te deja hacer las cosas bien, incluso las cosas que quieres lograr...

Juan no quería darle el gusto de que se burlara de él por no haber logrado hasta el último momento lo que se había propuesto desde un comienzo. El dolor ya era muy grande, eso quería decir que la muerte se acercaba y él estaba dispuesto a esperarla.

A las 9 de la noche Juan no podía dejar de tiritar en un rincón de la cama, los labios estaban morados, ya su deseo de caer en shock era casi una necesidad, pero también el deseo de acabar con todo aquello, era una locura que ya no estaba dispuesto a continuar, se levantó y fue directo a la cocina. Allí estaba Gabriel preparando chocolate caliente y al verlo sirvió en dos tazas y le ofreció una a él. Juan sabía que si aceptaba, era aceptar que no quería morir... no le quería dar ese gusto, por otro lado se sentía culpable porque precisamente esa era su intención al llegar a la cocina, prepararse algo para tomar caliente y algo para comer. Luego de un largo silencio y miradas profundas... aceptó.

- ¿Sabe? Nunca me había sentido tan limpio en toda mi vida...

Gabriel se echó a reír con el comentario de Juan.

Algo que cayó de golpe en la cama lo hizo levantar como un resorte… se asustó y quería ver que era. Una bolsa de fieltro lleno de herramientas. Donde hubiera caído un poco más cerca le hubiera caído en un tobillo y tal vez el daño hubiera sido grande.

- Está loco… casi me da con esas cosas en el pie.
- Deja el escándalo… por cierto… Buenos días!
- ¿Y ahora qué?
- Hoy… te quiero mostrar en qué consiste ser un ángel según mi punto de vista. Así que levántate. Nos están esperando.
- ¿Están? ¡Quiénes?
- Un grupo de personas que necesitan de nuestra ayuda.
- ¿Y de qué se trata?
- Te lo diré en el camino.

Una vez que estaban en la camioneta, Juan se sentó y no parecía tan aprehensivo como los días anteriores. Era el momento de darle un empujón espiritual a Juan.

- Cuéntame cuál parte de tu cuerpo es la que más aprecias y no crees que podrías vivir sin ella…

Juan pensó por un momento, pero sus pensamientos en lugar de ser una respuesta a la pregunta, era la sospecha de contestar, de la segunda intención que tenía Gabriel al hacer ese comentario, qué pasaría si contestaba tal cual él pensaba, que negras tretas estarían pasando por su mente para este día.

- ¿Qué es lo que me va a enseñar hoy?
- Hoy quiero que conozcas a unas personas, todas ellas son muy capaces en la vida, incluso más que tú y yo juntos, pero ante los ojos de muchas personas, son unos incapaces. Ellos están en este momento haciendo un trabajo, están construyendo una casa en el campo, es como un albergue y en ese lugar van a recibir una serie de personas que lo han perdido todo en la vida y les darán trabajo y enseñanza para adaptarlos nuevamente a la sociedad.

Juan escuchaba con atención, aunque sentía que aún no le había dado ninguna respuesta a su pregunta.

- Lo que vas a ver hoy es la capacidad que tiene el ser humano de ayudar a otro ser humano. Eso es una de las cosas que nos diferencian notablemente de los animales. Ningún otro ser en este planeta ayuda a los de su misma especie, sino pertenece a su misma manada. Nosotros en cambio, bajo ciertas circunstancias, por lo general extremas, siempre ayudamos a otro ser humano, sin importar quién sea… es la naturaleza de que tenemos algo más en nosotros mismos… algunos lo llaman espíritu, otros alma, otros conciencia… pero al fin y al cabo, es algo que nos ha puesto en un lugar importante en este universo.
- Ya está hablando como sacerdote.
- ¿Te parece? Bueno… ya estamos cerca y no me has dicho que es lo que más falta te haría en la vida y que no podrías vivir sin ello.

Juan decidió seguir el juego. Tan solo para saber que pasaría.

- Creo que mi mano derecha.
- Muy bien.

Gabriel detuvo la camioneta y se bajó le pidió a Juan que se bajara. Sacó del botiquín de primeros auxilios un gran vendaje y le pidió que se pusiera de espaldas.

- ¿Qué va a hacer?
- Cuando lleguemos quiero que seamos iguales a todos…

Le tomó el brazo derecho y lo ató fuertemente a la cintura, de una manera cómoda pero lo suficientemente firme como para que no pudiera soltarse, incluso mover su brazo de ese lugar.

Se volvió a subir a la camioneta y comenzó a andar nuevamente.

- Está muy apretado?
- La verdad no, creo que me puedo soltar.
- Tal vez… pero aquí es donde comienza la lección del día de hoy y te la voy a poner de la siguiente manera: ese vendaje lo puedes quitar ciertamente, así como te puedes quitar la vida también, en cualquier momento. Pero en el día de hoy, al menos el día de hoy, vamos a ver si eres capaz de soportar llevar el brazo así, incapacitándote de su utilidad. No teniendo más que tu otra mano y el resto de tus sentidos para soportar un día de tu vida. Será que puedes?
- Eso está muy fácil.

En ese momento llegaron a un desvío de la carretera y se internaron en un sendero muy estrecho en el bosque.

- Te podría explicar miles de cosas, pero no hay nada como la experiencia personal. La lección del día de hoy consiste en trabajo excesivo. Vamos a reventar el cuerpo hasta más no poder… hasta morirnos.
- ¡Y la comida de hoy también será tan extraña?
- Para nada, hoy comeremos como nos plazca. Hoy vamos a buscar la muerte con el cansancio físico.
- ¿Y como lo voy a hacer con una mano atada?
- Eso ya lo averiguarás…

En ese momento llegaron a un lugar lleno de gente, que se movían por todas partes, habían niños corriendo por entre los árboles, mujeres cuidando una gran cocina de carbón y leña en un extremo del claro y algo que parecía una casa a medio construir, estaban las bases puestas y mucha madera y tablas por todas partes aparentemente todo desordenado.

- Llegamos.

Una voz femenina se escuchó en alguna parte que gritaba “Llegó Gabriel” y varios niños corrieron hasta la camioneta y otros dos hombres se acercaron también.

Al estar casi junto a la camioneta, Juan se percató que no eran personas comunes y corrientes, se dio cuenta que la mujer un poco regordeta que había gritado caminaba detrás de un bastón de aluminio y tenía su mirada perdida entre los árboles, era ciega. Uno de los hombres caminaba con una muleta que le servía de apoyo a la pierna que le faltaba y uno de los niños cuando se puso a brincar cerca de la puerta donde se bajaba Juan, pudo comprobar que le faltaba la mano izquierda.

La mujer abrazó efusivamente a Gabriel, mientras los otros hombres le daban palmadas en la espalda en forma de saludo.

Juan ya se iba a bajar cuando se dio cuenta que ya no contaba con la mano derecha, buscó la manera con la izquierda y le faltó un poco de coordinación para abrir la chapa y empujar al mismo tiempo. Al fin bajó y cerró. Los niños no dejaban de brincar por todos lados.

- ¿A quién trajiste?
- Les presento a Juan, es un pupilo mío, por unos días. - Gabriel tomó la mano de la mujer y la condujo hasta él.
- Te presentó a Jofi, él es Juan. - Ella extendió la mano para estrechársela, pero nuevamente Juan se dio cuenta que no contaba con la mano derecha, lo pensó un poco y le extendió la mano izquierda con algo de vergüenza, mientras miraba a Gabriel con cierto recelo. Pero Jofi no hizo ningún comentario ni tampoco le pareció extraño la manera en que fue saludada.
- ¿Te falta tu mano derecha?

Juan se sintió confundido, ella estaba ciega y no sabía la situación en la que se encontraba.

- Pues no por el día de hoy. - Interpuso Gabriel, seguido de una amplia sonrisa para Juan.
- Creo que ya Gabriel te habrá contado quienes somos y que hacemos…
- La verdad es que no… - volvió a interrumpir Gabriel.
- Él siempre tan caballeroso, deja que yo haga los honores. - Tomó a Juan por el brazo izquierdo, como si la confianza ya existiera entre ellos, y lo comenzó a llevar hacia donde estaba el resto de la gente, como si ella supiera por donde caminar.

Gabriel regresó a la camioneta con los otros dos hombres a descargar unas cosas.

- Te voy a explicar en pocas palabras la labor que estamos haciendo aquí – comenzó Jofi en su recorrido – En aquel lugar está nuestra casa – Señalaba con el bastón con toda la seguridad de una persona que podía ver – Detrás de ella puedes ver un pequeño edificio de dos pisos, allí están las oficinas de la fundación y en este otro lado, están todos los hombres y algunas mujeres ayudando en construir el albergue. Esperamos tenerlo listo para dentro de dos días.
- Qué hacen en la fundación?
- Dime una cosa… no has notado algo extraño en todas las personas que hay aquí?
- Pues la verdad, si hay algo que me ha llamado la atención… y es que todos tienen alguna incapacidad.
- Ja ja ja… - Jofi se reía de la afirmación de Juan, como si estuviera completamente equivocado. - Eso es lo que estás viendo? Pues yo puedo ver más allá de eso… vamos, te voy a dar otra oportunidad… qué ves en todas estas personas?

Juan tenía vergüenza de haber cometido una imprudencia y no quería volver a cometer otra… se comenzó a sentir presionado y ya no sabía que hacer. Decidió decir algo fuera de lo común.

- Gente trabajadora...?
- Exacto!

Juan se quedó un poco consternado, lo que era obvio para él es que había una gran cantidad de personas con limitaciones físicas haciendo trabajos que deberían estar haciendo personas con todas sus habilidades, por un segundo sintió que estaban siendo explotados por quien sabe quien, pero quien fuera, era un desalmado. Entendió un poco la idea de Gabriel de venir a ayudarlos, pobrecitos, necesitarían toda la ayuda del mundo para terminar ese albergue. Pensó por un momento en soltarse el brazo para ponerse manos a la obra y cuando estaba buscando el nudo para soltarse. Llegó Gabriel junto a él.

- Listo para comenzar a trabajar?
- Claro que si, hay mucho que hacer y esta gente le falta mucha ayuda. – Gabriel le puso la mano sobre el nudo para que no lo fuera a soltar, Juan levantó la mirada para explicarle que si no tenía las dos manos no podría ayudar como debería a en ese lugar, pero al mirar a Gabriel, se dio cuenta que este llevaba una especie de sombrero que le cubría completamente los ojos y estaba fuertemente tapado. Estaba ciego.

Juan se quedó consternado por lo que estaba haciendo Gabriel, había optado por quitarse la vista por ese día… y aún así trabajar… estaba loco definitivamente. Pero también comenzó a entender un poco y no soltó el nudo de su mano derecha.

- Qué tengo que hacer?

Hecha la pregunta por Juan, Jofi y Gabriel sonrieron ampliamente. Había comenzado a entender.

- Carlos te orientará… - Dijo Jofi.
- Vamos. – El hombre de la muleta lo comenzó a guiar.

Le indicaron de una arena que había que transportar hasta donde estaban haciendo la mezcla de cemento… había pala, baldes y carretilla, pero por lo visto ese sería solo el trabajo para él. Nadie más lo estaba haciendo. El que estaba encargado del cemento, le faltaba una mano y se defendía muy bien con la pala para hacer la mezcla.

Juan miró la situación y trató de pensar en cómo llevar esa arena, en cómo llenar la carretilla, en cómo usar la pala, en cómo hacer su trabajo… se sintió limitado. Mucho. Pero el simple hacho de que otros estuvieran trabajando, no lo iba a dejar quedarse atrás.

Cogió la pala entre el brazo y la insertó dentro de la arena, trató de subirla llena de arena para vaciarla en la carretilla, pero era muy pesada y se deslizaba. Hizo un segundo intento con menos arena y lo hizo más fácilmente. Luego de un largo rato y muchas paladas ya tenía una buena cantidad de arena en la carretilla y esta vez comenzó a pensar en como transportarla con una sola mano. No encontraba solución al acertijo y el joven que estaba a cargo del cemento le dio un pedazo de una manguera que estaba amarrada, se la puso en el hombro en forma de bolso y el otro extremo lo puso para cargar el asa de la carretilla, levantó la otro asa con la mano que tenía buena y alzó la carretilla, parecía en un baile pero paso a paso fue llevando la carretilla hasta el lugar y la giró de un lado para vaciar. La tomó nuevamente con la manguera por un lado y la mano por el otro y la regresó hasta donde estaba Juan. El muchacho le hizo una señal con el dedo en forma de aprobación y Juan le dio las gracias.

Juan, no podía dejar de estar sorprendido de ver como todos tenían maneras recursivas para hacer sus labores. Miraba a su alrededor, a casi todos les faltaba una mano, una pierna, algunos dedos, supo de algunos que eran sordo mudos y mientras más los miraba no dejaba de estar sorprendido.

Buscó a Gabriel con la mirada y lo encontró debajo de unos árboles en una mesa de trabajo, con un cepillo de madera, puliéndola, luego pasaba su mano y volvía a pasar el cepillo limando cualquier aspereza que pudiera encontrar… todos definitivamente estaban en sus trabajos.

Una piedra pequeña cayó en la carretilla. La había lanzado el muchacho del cemento, con una seña de los dedos, le indicó que estaba esperando más arena. Era mudo también.

Así pasó el resto de la mañana. Una campaña le avisó a todos que el almuerzo estaba listo y como hormigas en un desfile hicieron una fila con un plato en la mano y un vaso en la otra para recibir su almuerzo. Juan no sabía como llevar las dos cosas y alguien de atrás, que también le faltaba una mano, le mostró cómo. Había puesto el vaso en el bolsillo de la camisa, lo pensó por un momento y lo hizo igual. Al llegar a la mesa se sacó el vaso y los cubiertos que estaban en su pantalón. No había manera de partir con tenedor y cuchillo, miró a los demás como lo hacían y comenzó a imitar en todos los sentidos, poco a poco se comenzó a sentir orgulloso de cada pequeña hazaña que lograba con su única mano.

Miraba a todos y hablaban como cualquier otra persona, de las novelas, del fútbol, de cómo vestía fulano, pero lo que más me le llamó la atención a Juan era la manera en que se burlaban de sí mismos en sus dificultades… el ciego le decía al otro de cómo se le veía de bien esa camisa, al que le faltaban los dedos en la mano le decía a los niños que se le habían caído por sacarse mocos, el que le faltaba una pierna hablaba de lo rápido que andaba ahora sin una pierna que le estorbara y de lo barato que era comprar zapatos.

Jofi le pidió a Juan que si podría ayudar en lavar los trastos y sin dudar dijo que si. Pero una vez que llegó a la cocina y se enfrentó con la tarea se dio cuenta nuevamente de su limitación. Pero airoso se dio cuenta que uno a uno se podía lavar, dando vuelta, limpiando, volviendo a dar vuelta y todo apoyado en el trastero, sin hacer nada en el aire, con una mano lo logró hacer todo, más lento de lo normal, pero lo terminó. Gracias a una maestra de 13 años que estaba en su misma situación, aprendió cómo hacer su tarea.

El resto de la tarde había que transportar las tejas y las tablas que irían en el techo, subirlas por una escalera y disponerlas en un lugar común. Tres hombres estaban en la tarea. Juan pensó que no sería capaz, pero al ver que uno de ellos también le faltaba un brazo, se incluyó en la lista. Y todo fue más difícil que por la mañana.

A eso de las cinco de la tarde, el cansancio lo tenía completamente rendido, pero veía a todos que seguían trabajando incansablemente. Quería tirar la toalla, pero estaba seguro que si se detenía Gabriel se enteraría. Por otro lado, lo que él había escogido como limitación, era muy superior y también había estado trabajando hasta partirse la espalda todo el día.

Tenía la tentación de quitarse el nudo del brazo y hacer toda su tarea de manera más cómoda y sin tantos inconvenientes, incluso así terminaría más rápido… pero también cayó en cuenta que ese no era el propósito del día. Gabriel se lo había dicho: cansarse hasta morir. Y por raro que fuera, ese día no quería morir… quería trabajar.

La fogata era enorme, el albergue estaba casi terminado, Juan se sintió que era él único que estaba cansado, las piernas ya no podían con él, el hombro le dolía muchísimo, la espalda le estaba torturando y ya sentía fuertes calambres en la mano que no estaba utilizando. Ahora todo parecía una tortura, aunque ya no había trabajo bajo la luz de las estrellas y la música estaba alegrando a todos, el calor de la fogata era muy estimulante e hipnótico… Juan no dejaba de sentir que se estaba muriendo del cansancio.

Gabriel llegó ya sin la venda en los ojos y le dijo a Juan que se moviera un poco. Le estaba quitando el nudo en que le mantuvo prisionero el brazo todo el día.

- Cómo te sientes?
- Muy cansado…
- Y qué quieres? Morir o descansar?
- Descansar… para morir, creo que hay que tener mejor disposición.
- Muy cierto. Vámonos entonces.

Una vez montados en la camioneta Jofi se asomó en la puerta de Juan y le preguntó…

- Aún te parece que estamos incapacitados, o que somos alguna especie de minusválidos?
- Pues la verdad… - miró por un momento a Gabriel, de haber sido él quien hiciera la pregunta, le hubiera dicho muchas otras cosas.
- No me contestes – Le puso la mano en la boca. – Esa respuesta es para tu corazón, hoy conociste en carne propia lo que todos nosotros vivimos todos los días. Primero que todo, te agradezco el que nos hayas dado una mano hoy… ji ji ji – Reía como una niña llena de picardía, Juan entendió el chiste y también río, igualmente hizo Gabriel – Pero por otro lado, todo lo que hayas aprendido hoy, no lo dejes en el olvido.
- Gracias por todo. – Sacó un papelito de sus anotaciones y se lo dio. - Alguien te lo podrá leer.
- No hace falta… ya sé que es lo que dice. Lo mismo para ti.

Juan sonrió y veía la fogata a lo lejos con todos bailando y riendo, después de un día tan agotador, ellos aún tenían energía para festejar. Aún a pesar de sus aparentes incapacidades.

El resto del camino de vuelta a casa, el silencio se apoderó de ambos, Juan durmió casi todo el viaje y casi no se acordaba de cómo había llegado a la cama. Durmió toda la noche, sin haberse cambiado siquiera.

- ¿Siete por ocho?
- ¿Qué?
- ¿Siete por ocho?

Juan miró por la ventana y se dio cuenta que ya estaba amaneciendo, miró a Gabriel y tenía una taza humeante en la mano. Pero su cabeza, los hombros, la espalda y las piernas parecían que habían sido atropellados por un bus, estaba tan adolorido como el día que había despertado en el hospital después de la caída.

- ¿Qué hora es?
- Las 6:30… - Le extendió la taza mientras Juan se volvió a desplomar en la cama.
- Está muy temprano… y yo estoy muy cansado todavía…
- ¿Siete por ocho?
- No sé ni… me interesa… sólo quiero dormir.
- Después de que el cuerpo no puede con su propia existencia, es casi imposible que la mente conserve la claridad que necesita para resolver cualquier situación… nos volvemos casi unos seres completamente primitivos, sólo queremos dormir, beber y comer, y además, no toleramos a quien se nos acerca en nuestro territorio… parecemos como animales, dejamos de ser seres humanos. – Volvió a extenderle la taza y repitió la pregunta con que lo despertó - ¿Siete por ocho?
- Y después de ese tonto sermón espera que le conteste?
- Tienes una de dos… o te comportas como un ser humano pensante y racional el día de hoy, a pesar de que tu cuerpo quiera sacar únicamente el animal que hay dentro y eso significa instinto de supervivencia… o me sigues tratando de demostrar que si existe ese hombre que se quiere quitar la vida el día de hoy, y para eso, debes sacar adelante al hombre racional, el que piensa en como matarse, en como lastimarse, y no en el que quiere conservar su existencia… entonces? Quién quieres ser hoy?
- Según usted… si me dejo dormir, o comer o beber o cualquier cosa que me ayude a recuperarme de este cansancio entonces es porque quiero vivir?
- Así es.
- Y si me levanto y lucho contra este cansancio entonces si tendré el coraje de quitarme la vida?
- Algo así… lo que quiero hoy es que puedas tener una mente clara a pesar de tu cansancio… podrás pensar a pesar de que tu cuerpo no quiere nada?
- Bueno… juguemos pues, pensar no es tan difícil…
- ¿Siete por ocho?
- Y dale con la misma pregunta… no sabe preguntar más?
- Si huyes a contestar en lugar de pensar, entonces quieres vivir.
- Esta bien… está bien… - se sentó en la cama y metió su cabeza en medio de las manos – cincuenta y seis?
- Me preguntas o me contestas?
- Cincuenta y seis… estoy seguro.
- ¿Ocho por ocho?
- ¿Otra?
- ¿Ocho por ocho?
- Sesenta y cuatro.
- Cómo hiciste el cálculo? Por qué era un número de la misma tabla del ocho y sumaste ocho? O llenaste con cuatro hasta sesenta y luego sumaste otros cuatro hasta sesenta y cuatro… o simplemente por mecánica de siempre?
- ¿Qué? ¿De qué habla? ¿Por qué enreda tanto una simple respuesta?
- Cuando uno se refugia a las preguntas con otros interrogantes, muchas veces es porque no queremos pensar, y el no querer pensar es debilidad… y yo te pregunto: ¿los que se quieren quitar la vida son débiles?
- No.
- Bueno ahora estamos de acuerdo en una cosa: el quererse quitar la vida no es debilidad.
- Pero eso no es lógico con todo lo que me ha estado diciendo.
- Cuál parte no es lógica?
- Cómo así? Y todo lo que me ha estado diciendo de que el suicidio no es el camino y que hay que vivir a pesar de todo y de la lucha y todo eso qué? Hoy es otra versión?
- No has escuchado nada de lo que te he dicho. ¿Verdad?
- Si y mucho, tanto que ya es un sermón muy cansón. Y no se me ha olvidado nada…
- Si has prestado atención, entonces dime: ¿cuándo he dicho que el suicidio es el camino?
- Nunca…
- Perfecto… y alguna vez he dicho que un suicida es valiente?
- No… tampoco…
- Pero me has escuchado decir alguna vez que el que quiere quitarse la vida es un cobarde?
- Es lo mismo… no?
- Estas seguro?

Juan se quedó pensando un momento y luego se detuvo bruscamente en su divagación…

- Mierda. Usted está tratando de confundirme hoy.
- Ahí vas otra vez… sin querer pensar y refugiándote en quejas. Esta es la lección de hoy: “El suicidio es un acto de cobardes, pero es un juego de valientes, un juego donde la única ganadora es la muerte.” Al final del día debes sustentarme eso.

Juan se quedó pensando en eso, tomó la taza por fin y se mandó un gran sorbo.

Durante su baño pensaba en esa parte: “…es un juego de valientes…” Sí. Definitivamente quien piensa en quitarse la vida debe ser un valiente. Pero es más valiente quien se la quita de verdad. No pudo aguantar a salir del baño y salió con la toalla medio puesta a buscar a Gabriel.

- Si es un juego de valientes, ¿por qué ha de ser un acto de cobardes? Yo creo que es más valiente quien lo logra.
- Te voy a dar una imagen de una situación y luego me cuentas que piensas. Hace unos ochocientos años, en Asia, una aldea estaba siendo atacada por los Moros… la aldea era de campesinos, no eran luchadores y no estaban resguardados por armas y ni tampoco protegidos con escudos y armaduras como ellos, pero sabían que no tenían escapatoria, que cuando llegaran a las casas, lo quemarían todo, matarían a las mujeres y niños. Solo había dos opciones: escapar a las montañas o quedarse a luchar. Si escapaban, tal vez serían alcanzados y morían de todas maneras, si se quedaban sería una muerte inminente. Había más opciones si escapaban a las montañas. Así lo hicieron justo cayó la noche. En silencio, en medio de la oscuridad, una noche sin luna, en medio de la lluvia. Al llegar la mañana atacaron los moros. Encontraron la aldea vacía, se sintieron humillados, sin pelea no había victoria. Se enfurecieron tanto que destruyeron todo, quemaron y saquearon cuanto veían, tratando de desahogar su frustración. Pero no fue suficiente, comenzaron a discutir entre ellos mientras estaban ebrios, jugaron algunos a ser campesinos, disfrazándose y los que se sentían con más humillación por no haber peleado terminaron embistiendo con sus caballos al borracho que estaba vestido de campesino. Algunos no se sintieron a gusto con ese acto y de un momento a otro la fiesta terminó y comenzó una pelea entre ellos mismos. Al final, de cincuenta hombres solo quedaron cinco. Cansados, heridos y ya con la luz cayendo por el horizonte se fueron, lentamente, completamente abatidos. Lo que nunca supieron es que ese moro borracho que habían matado en la mañana, realmente era el borracho de la aldea, era un campesino que dejó de trabajar mucho tiempo atrás y se dedicó a la bebida al morir su esposa. No se quiso ir con los de la aldea para las montañas, quería quedarse para morir de una vez por todas… y lo consiguió. Al volver todos, días después, encontraron lo que te imaginas. Todo quemado y saqueado, los buitres comiendo carroña de los muertos, de moros muertos… y del borracho. Ahora te pregunto… ese borracho era un suicida… ¿o no?
- Claro que si.
- ¿Y era un valiente o no?
- Claro que si.
- ¿Pero él se quitó la vida?
- En cierta manera si.
- ¿En qué manera?
- Pues cuando se puso andar entre los moros para que lo mataran.
- ¿La pregunta es sencilla… él mismo se mató?
- Hizo que los otros lo mataran…
- ¿Estás seguro?
- Pues no sé.
- El simplemente jugó con la muerte… un juego en que la muerte siempre gana, pero cuando llegaron los de la aldea y al ver todos los moros muertos, lo convirtieron en héroe. Fue un hombre de leyenda y se crearon miles de mitos de cómo había acabado a más de 40 guerreros él solo.
- Fue un mártir.
- Exacto. No fue un cobarde, no fue un suicida… simplemente fue un mártir. ¿Te vas a quedar en toalla todo el día?

Juan se dio cuenta de su apariencia y se fue pensativo para el cuarto.

Durante el día, Gabriel jugó muchos partidos de ajedrez con Juan, transportaba la filosofía de la vida a como un grupo de guerreros llevaban su meta de conquistar el enemigo, de cómo defendían al rey y cómo la reina era la dueña y señora del movimiento y el por qué infundía tanto terror en el enemigo… Juan parecía a veces muy callado y Gabriel se encargaba de hacerle preguntas que lo sacaran de su mutismo, siempre haciéndolo esforzar por pensar.

- Cómo vas de tu cansancio?
- Estoy muy adolorido todavía.
- Y te quieres ir a descansar…

Juan lo pensó por un momento. Descansar significa querer vivir… admitir que eso quería, era admitir que quería vivir…

- No.

Gabriel sonrió.

- Quisiera preguntarte algo. Si en este momento intentaras nuevamente quitarte la vida… que sería lo que más te preocuparía?
- Fallar otra vez y el dolor… no quisiera sentir dolor.
- ¿Y en intensidad? ¿Es igual de fuerte tu deseo de quitarte la vida como aquella noche?

Juan se quedó pensando un momento… se dio cuenta que tanto hablar del tema lo había aliviado notablemente, pero la idea seguía allí, aún pensaba en el cómo y cuándo… aunque ya no tenía una fecha en la cabeza, ya no lo sentía tan prioritario.

- No sé… algunas veces sigo pensando en cómo hacerlo… pero ya no pienso tanto en cuándo hacerlo. Pero lo que si es definitivo, es que quiero hacerlo.
- Y tus motivos… ¿siguen siendo los mismos?
- Me imagino que después de estos días de estar con usted, me tocará volver a mi vida de antes… y eso definitivamente no lo quiero hacer. No quiero volver a esa vida, prefiero morir antes.
- Bueno… entonces hazlo!
- ¿Qué? ¿Me está dando permiso de quitarme la vida?
- Yo no he dicho eso… no pongas en extremos las cosas que pueden ser sencillas… Lo que quise decir es que no vuelvas a esa vida de antes. Hazte otra vida. Otra que quieras, que hayas soñado, que nadie te la forme, sólo tú. A tu antojo. Y listo.
- No es tan fácil…
- ¿Por qué no? ¿Acaso no eres capaz?
- Claro que si soy capaz.
- Claro que eres capaz. Fuiste capaz de hacerlo hace poco. Lo mandaste todo al infierno y te fuiste de todo su influjo. Puedes volverlo a hacer, pero esta vez yo te quiero dar otras opciones, otros medios para que lo hagas.
- Aun así sigo pensando que la única manera de quitarme este dolor que siento es quitándome la vida.
- La pregunta ahora es: ¿ese dolor te lo causa el mundo o te lo causas tu mismo? Si es el mundo, es muy fácil hacer otra vida… si eres tú mismo… ¿qué puede existir en este mundo que te quite ese dolor?
- Nada.
- Aquí vamos otra vez… respuestas inmediatas a preguntas que no quieres pensar… ¿te das cuenta que es muy fácil ser como un simple mortal que quiere vivir perezosamente en esta vida?
- Carajo… usted siempre manipulándolo todo.
- Ahora estás huyendo para no contestar…
- Esta bien… ¿cómo es la pregunta? ¿Qué es lo que hay en este mundo que me pueda quitar el dolor?
- Así es… piénsalo y me lo dices ahora más tarde.

Durante el almuerzo el silencio fue un poco largo, pero Gabriel lo interrumpía comentando todo lo que hace cada alimento en el cuerpo, lo que hacen las verduras, lo que hace el azúcar, lo que hacen los líquidos… Juan no hablaba, pero en su mente estaba recordando todo lo que había sentido en los días anteriores en que experimentó la falta de alimento, de líquidos, o el exceso de ellos. Igualmente pensó que nunca se había sentido así. Algo había nuevo en él y no estaba seguro que era.

Se la pasaron el resto de la tarde resolviendo crucigramas, rompecabezas y recorriendo laberintos en cuadernos que Gabriel había tenido preparados para ese día. Gabriel aprovechó para contarle de un amigo que tenía de hacía tiempo, en cuya casa había construido un laberinto en el sótano, y que las personas pagaban para entrar en él. Un laberinto que lo ponía a pensar en las cosas de la vida, pues había cientos de puertas y para pasar por cada una de ellas, había que resolver un acertijo. Algunas personas se habían pasado allí hasta días enteros. Algunos salían casi locos, otros con un concepto de la vida muy diferente. Pero los que se habían divertido eran quienes más fácilmente salían de allí.

- Así es la vida. – Concluyó Gabriel – Es como un laberinto. Muchas opciones, muchas veces nos sentimos perdidos, algunas partes nos dan miedo, pero si lo gozamos, si nos sentimos en un juego, al final, nos habremos entristecido de haber acabado tan rápido.
- Bonita comparación, pero no creo que se ajuste a la verdad.
- ¿Por qué no?
- Pues si la vida fuera así de fácil, no es sino buscar la salida y listo.
- Ahí es donde te equivocas… la gracia de un laberinto no es salir de él… es disfrutar la desorientación, es estar seguro de que algún día saldrás, pero mientras tanto, disfrutarlo con cada sorpresa que te muestra en cada uno de sus rincones. Si conocieras el camino de salida, en ese momento deja de ser un laberinto y deja de tener sentido. Por eso digo que así es la vida. Sabes que algún día se acabará, pero si no disfrutas el sentirte perdido en ella, no disfrutaras lo que te depara en cada nuevo día.

Al terminar la tarde, Gabriel ya quería saber lo que pensaba su nuevo reclutado y la pregunta que no quería contestar Juan llegó a su momento de la verdad.

- Ahora si, dame las respuestas de las preguntas de esta mañana.
- ¿Preguntas? Pensé que era una sola.
- ¿Cuál?
- El por qué el suicidio es un acto de cobardes…
- Aun sigo pensando que es un acto de valientes. O sino mire el ejemplo que me contó en la tarde.
- Bueno, entonces explícame ¿por que los suicidas se quitan la vida en silencio y en soledad?
- Para no ser interrumpidos.
- Y ¿qué tiene si los interrumpen? Están haciendo un acto de valientes, y no creo que a un valiente lo detenga nadie.
- Lo que pasa es que la gente no entiende por que se hace…
- Bueno, si es un acto de valientes como dices, entonces en ese momento es la mejor oportunidad para explicarle al mundo el por qué se está haciendo.
- Pero es difícil de explicar y cuando lo van a uno a interrumpir, estoy seguro que no entenderían.
- Bueno… te garantizo que en este momento yo no te estoy interrumpiendo… y no te lo estoy impidiendo… entonces explícamelo… ¿por qué lo haría tú?
- Para quitarme este dolor que me causan los demás.
- ¿Y ellos saben que te están causando este dolor?
- Cómo lo van a saber si son todos unos egoístas… no hacen sino pensar en si mismos y no se dan cuenta de todo lo que hago por ellos.
- ¿Eso te hace sentir solo?
- Si… mucho, me siento que todo lo hago yo solo y nadie me lo reconoce.
- Pues según como yo lo veo, creo que si hay alguien que lo reconoce y por lo visto mucho más de lo que crees.
- ¿Si? …y según usted ¿quién?
- Tú mismo.

Juan se quedó pensando y comenzó a negar con la cabeza.

- Pero eso no vale. ¿De qué me sirve que yo sepa todo lo que hago si nadie más lo hace?
- Por el respeto.
- Eso es lo que yo quisiera, pero nadie me lo da.
- ¿Por qué es tan importante para ti los demás? Si en el momento que te quieres quitar la vida, no importa lo que piensen los demás…
- Pues si me voy a quedar, creo que si importa lo que ellos piensan.
- ¿Para qué? ¿No te das cuenta que estar esperando de los demás es lo que te está causando el dolor?

Juan pensaba en silencio, parecía que Gabriel tenía todas las respuestas… Pero sabía lo que sentía y esas palabras no ayudaban mucho, aunque tuvieran todo el sentido del mundo.

- ¿Recuerdas la pregunta de la tarde?
- ¿Cuál?
- ¿Qué habría en este mundo que te quitara tu dolor? Creo que ahora si me la puedes contestar…

Juan comenzó a pensar en todos los sarcasmos que había escuchado siempre, en los reclamos por haber hecho esto o lo otro cuando estaba seguro que no había hecho nada malo, pensó en su falta de carácter para no contestar en el mismo tono, pensaba en porque no era capaz de enojarse también y defenderse, en porque siempre pedía perdón así no tuviera la culpa, recordaba los desprecios en su casa, en la manera en que era tratado y el dolor comenzaba a subir,,, tanto como aquél día que se subió a la terraza.

Sus manos cubrían su rostro y de repente se escuchó un sonido muy leve y de un momento a otro reventó en llanto. Un llanto infantil e incontrolable. Subió sus pies y los abrazaba buscando refugiarse en si mismo del resto del mundo.

Gabriel se sentó a su lado y le extendió un brazo por encima del hombro. Solo hubo silencio… solo se escuchaba un sollozo en toda la casa, doloroso y pausado, incluso en el bullicio de la calle, por un momento, todo quedó en silencio, como si la ciudad se hubiera detenido, como si el mundo se hubiera quedado estancado en medio del universo…

Juan levantó su cabeza lentamente y con una mirada fría hacia el vacío pronunció con una voz llena de determinación aunque entrecortada por el llanto…

- Yo no merezco sufrir por lo que digan los demás. Nadie tiene derecho a maltratarme.
- Tienes razón… pero antes de que desvíes tu pensamiento, date cuenta que ese derecho se los das tú mismo. Eres tú quien cree que ellos tienen ese derecho.
- Ya no más! Nadie más tendrá derecho a decirme quien soy o qué tengo que hacer!

Gabriel se levantó y salió para otra habitación, luego de un momento llegó con un gran espejo de cuerpo entero y lo puso delante de Juan.

- Ven acá, por favor.

Ese “por favor”, hizo sentir a Juan importante, algo que nunca había hecho Gabriel con él hasta ese momento, era una luz de respeto que sintió en su voz y le agradó a él. Se limpió el rostro y se levantó.

- ¿Y ahora?
- Mírate por un momento en el espejo… ese a quien ves allí eres tú, es la persona que todos han estado mirando todo el tiempo, a quien tu dices que han maltratado, y es alguien que se siente solo… alguien que no es respetado por lo que piensa, por lo que dice, por lo que hace, alguien que se merece más de los demás… - Gabriel se dio cuenta que la mirada de Juan estaba fija en su propio reflejo - Tú mejor que nadie, conoce lo que ese hombre está sintiendo, piensa que es alguien a quien acabas de conocer, pero que lo sabes todo de él y está esperando que alguien le diga algo… algo que tú le vas a decir… ¿Qué es? Díselo…

Juan se quedó pensando por un momento y comenzó a ponerse un poco rojo en el rostro y estalló.

- Eres un idiota, torpe… ¿Cómo es que te dejas mangonear de esa manera?
- ¿Cómo te sentirías si alguien que no has conocido nunca en la vida, de repente te dijera eso?

Juan se quedó pensando y dijo mirando a Gabriel…

- Ja, ja, ja… pues la verdad, lo hubiera cogido a palo y le hubiera reventado la cara.
- Pues eso es lo que está sintiendo el que está al otro lado del espejo… en verdad dile lo que él quiere escuchar… pero que sea también lo que tú le quieres decir.

Juan pensó otra vez y esta vez las palabras que pronunció fueron incluso una sorpresa para Gabriel.

- No soy nadie para que me escuches… no me conoces, pero sé bien lo que estas sintiendo, y a mi también me está doliendo verte así. Te propongo un trato, te diré lo que puedes hacer si me prometes que no volverás a escuchar a nadie más, solo a mí… y yo te diré lo inteligente que eres, lo apuesto que eres, podré consolarte cuando nadie más lo haga… simplemente no vuelvas a escuchar a nadie más, lo que digan los demás es solo para lastimarte, prometo no lastimarte nunca.

En eso, una nueva lágrima recorrió rápidamente una mejilla de Juan.

- Mientras te tengas a ti mismo y siempre puedas acudir a ti, nunca estarás solo en este mundo… si alguna vez tú mismo te has fallado y te vuelves a sentir solo… busca a alguien en quien puedas confiar, siempre hay alguien en quien confiar.
- Lo dudo, pero en algo si tiene razón… si no estoy conmigo mismo, siempre estaré solo.

Temprano, antes de las seis de la mañana, Gabriel despertó a Juan. Este sabía que sería otro día de pesadilla, en su rostro mostró el desacuerdo por levantarse tan temprano.

- Si de verdad no te importa morir, debes demostrarlo.
- ¿Y para eso me levanta tan temprano?
- Un verdadero suicida no le importa el medio, o sea, el sufrimiento por el que pueda pasar el cuerpo, lo único que le importa es el verdadero fin, es decir que ese posible sufrimiento que pueda padecer sea para un final definitivo. ¿O ese no es tu caso?
- Lo único que quiero es dormir... – y volvió a caerse pesadamente sobre la almohada.
- Entonces hoy no quieres morirte.
- Solamente quiero dormir y no sentir nada.
- Lo siento mucho, pero hoy es tu verdadera oportunidad de morir... la tomas o la dejas...
- Hoy no quiero hacer nada.
- Debo recordarte que tenemos un trato.
- Me vale un carajo.
- Hoy no será difícil... debes permanecer en silencio todo el día, no hablaremos en lo absoluto, no leerás nada, no dormirás, nada de radio, televisión o contacto con nadie. Hoy se trata del silencio absoluto de tu propia mente, que tus voces interiores despierten por si solas y si puedes sobrevivir a ello, entonces ya veremos que hacer luego. Todo eso hasta la media noche.
- ¿Hoy también me va tocar comer cosas raras?
- Tendrás tus comidas en la hora en punto, pero ni las gracias o un sola palabra podrá cruzar entre nosotros o con cualquiera. ¿Entendido?
- Eso está fácil...
- Ya veremos... –Gabriel miró su reloj – Seis en punto. Levántate y desde ahora ni una palabra ni contacto con el mundo.
- Si, señor... – Lo hizo haciendo un sarcasmo militar... a lo que Gabriel no le prestó atención.

Juan se bañaba y pensaba si alguna vez había estado completamente callado y en las condiciones que le había dicho Gabriel que estarían en ese día. De primera mano no era nada difícil, se había sentido muy solitario toda la vida, un día más no tendría nada de nuevo.

Al cambiarse y estar listo, encontró el desayuno en la mesa servido. Nada comparado con los días anteriores y una grata sonrisa de alivio se le notó en el rostro. Gabriel estaba muy precavido de no llegar a cruzar una mirada con él. Como si no hubiera nadie más en el comedor. Cómo si él estuviera solo, como si Juan no estuviera allí. Eso hizo sentir un poco incómodo a Juan. Pero si así era el juego, estaba dispuesto a seguirlo... trató de no determinarlo tampoco.

Luego en su habitación, buscó el paquete de papeles y escribió: “y el silencio se hizo”. Lo guardó en la alcancía. Se puso a mirar por la ventana y veía la gente caminar por la calle, algunos cubriéndose con paraguas por una liviana lluvia que caía. Juan sonreía al pensar que no serían capaces de soportar el frío helado que había aguantado aquel día anterior, por un segundo se sintió superior. Luego recapacitó en la distancia que había recorrido y estaba seguro que ninguna de esas personas lo habría logrado tampoco, estarían agonizantes muertos de sed en medio de la pradera... y él sobrevivió, no sólo eso, pudo soportar mucho más de lo que se hubiera imaginado... mucho más de lo que cualquiera de los que allí pasaban hubiera podido. Unió eso a la idea de haber sobrevivido a su caída y por un segundo se sintió casi con un poder sobrehumano... por un segundo comenzó a sentirse poderoso, más que cualquier otro ser humano, algo que no conocía de si mismo estaba brotando de muy adentro.

Sin darse cuenta, estaba dando pasos frenéticos dentro del cuarto de un lado para el otro. Tenía entusiasmo, de conocerse poderoso, de sentirse superior. Quería contarle a alguien lo que estaba pensando y en la única persona que podría, era también la única persona en que esperaba no hacerlo.

Pero si se lo decía, no lo trataría como a un niño desadaptado, lo trataría con un poco más de respeto. No había remedio, debía contarle. Salió con la determinación de contarle lo sorprendente y extraordinario que eran las cosas que él podía soportar y sobrevivir para contarlo, pero al llegar donde Gabriel vio que tenía unos auriculares que le cubrían completamente los oídos y estaba muy concentrado, escuchando algún tipo de música muy movida, lo dedujo por la manera en que agitaba la cabeza y por sus ojos cerrados.

- Gabriel... he estado pensando, en todo lo que me ha pasado y creo que algo especial está pasando conmigo.

Gabriel seguía moviendo su cabeza, sin determinarlo siquiera. Más bien, sin escucharlo siquiera.

- Gabriel... hey... Oiga!!!

No se inmutaba en lo más mínimo. Juan se dio cuenta que debía tener el sonido muy alto, pues no lo escuchaba. Le gritó otra vez muy fuerte desde atrás con un gran insulto... pero aún así no le hizo en el más mínimo caso. Definitivamente no escuchaba nada.

Juan no pudo contener una carcajada de satisfacción. Y aprovechó para gritarle todos los insultos que se le ocurrían en ese momento, maldiciéndolo por las humillaciones de que era objeto, por el maltrato del que era objeto, por su comportamiento prepotente contra él, por su locura para ponerlo a hacer cosas incoherentes, por su maldito temperamento de supuesto gran personaje. Manoteaba en el aire entre cada insulto como dándole golpes sin llegar a tocar a Gabriel, todo esto a sus espaldas. Duró así por alrededor de unos largos minutos.

Al finalizar, se dio cuenta que estaba sudando... su garganta estaba reseca y tenía un gran cansancio. Pero igualmente estaba feliz, liviano, reconfortado y satisfecho. Suspiró y fue a buscar algo para tomar. Se tomó un gran vaso de agua y veía de lejos como Gabriel seguía moviendo su cabeza al ritmo de quien sabe que música.

Gabriel, por su parte, no dejaba de tener una gran sonrisa, una sonrisa que nunca vio Juan, como tampoco había visto que el equipo de sonido tenía el volumen en lo más mínimo.

El día crecía y el silencio en su interior también. Voces del pasado comenzaron a retumbar en su cabeza, voces que hablaban de su incompetencia, de su falta de carácter, de todas aquellas críticas que siempre, pero igualmente estaba el eco de sus palabras de alivio de la noche anterior. Comenzó lentamente a hablar consigo mismo, en silencio, en sus propios pensamientos.

Su propia voz le hablaba de lo grande que era al haber soportado todas las penurias de los días anteriores, y el sentimiento de grandeza comenzó a aflorar en su alma.

Si este era un día de absoluto silencio ¿qué será lo que viene? Estaba curioso. Tal vez eran otras pruebas que le demostrarían más su propio poder. Quería preguntarle a Gabriel… pero en sus pasos hacia él, recordó que no podía decir una sola palabra, ni tampoco le contestaría. Esa dificultad ya no le estaba gustando a Juan.

Miraba sus brazos y recordaba cómo había podido pasar todo un día de trabajo sin uno de ellos, pensó cómo sería estar sin ambos, en cómo se defenderían aquellos que no los tienen… comenzó a admirarlos como nunca lo había hecho, ellos si tendrían motivos para matarse y aun así buscaban las herramientas para vivir. Con esa retrospectiva, él mismo se sintió inferior. Era la actitud, no la habilidad lo que le atormentaba. Era una tortura saber que tenía más capacidades que ellos y en cierta forma eran un desperdicio, en cambio ellos tenían incluso más habilidades y miraban su situación no con ojos de lástima o dificultad, sino como un desafío y gratitud por lo que aun tienen. Sintió gratitud por todo lo que tenía en ese momento.

Los pensamientos de Juan pasaban por una secuencia de retrospectivas, palabras de los últimos días, sensaciones tan intensas en los pocos días que había estado con Gabriel, que nunca se percató de todo lo que podía sentirse con el cuerpo. Por un momento llegó a tener la sensación de que no había experimentado casi cosas en la vida. Y se preguntó fugazmente: ¿Qué más habrá por conocer y sentir?

El reloj caminaba lentamente de segundo en segundo y la quietud se estaba convirtiendo en una tortura para Juan. No había escuchado a nadie en todo el día, no había hablado con nadie, no escuchaba el radio, ni televisión, no había nada para leer, comenzó poco a poco a sentirse como un animal enjaulado. Sin darse cuenta estaba caminando de un lado para otro. Salía a la sala, miraba unas cosas, se sentaba, se recostaba en el sillón, salía a la ventana, miraba sus uñas… el silencio y la inactividad después de los últimos días tan intensos lo estaban atormentando. Se estaba acostumbrando a cosas inesperadas e intensas… y hoy no las tenía.

El reloj marcaba las 4:00 p.m. Juan se dio cuenta que nunca antes había mirado tanto el reloj. Hoy entendía esa frase que dice “el que espera, se desespera”. Estaba comenzando a sentir una extraña sensación de ansiedad casi insoportable.

El ocaso daba sus visos rojos en el cielo cuando escuchó la voz de Gabriel.

- Hay personas que no pueden hablar con nadie, que no escuchan las noticias, nadie les habla, están completamente lejos de sus seres queridos, y durante todo el día lo único que quieren es que el tiempo se acabe… ¿para ti cómo fue?
- ¿Ya se acabó esto?
- Parte…
- ¿Y qué falta?
- Todo a su tiempo… ¿cómo te sientes?
- Aburrido, cansado, muy solo… creo que me hizo daño tanto ejercicio en estos días, hoy hubiera sido bueno dormir todo el día.
- Con dormir no hubieras sentido lo que has sentido.
- ¿Y qué se supone que debería haber sentido?
- Ya sabes, aunque sea sólo un asomo, lo que sienten los prisioneros, los secuestrados, los perdidos en lugares remotos, los náufragos…
- Pero no es lo mismo.
- ¿Y cuál es la diferencia según tú?
- Que ellos siempre están buscando la manera de sostenerse para vivir y salir de esa situación.
- Lo mismo hiciste tú.
- Lo único que hice fue esperar a que se acabara el día.
- Me acabas de decir que hubieras querido dormir todo el día… esa es una manera de anhelar los placeres de la vida… ¿Crees que un joven que guste de pasar de parranda en parranda y salir con sus amigos cada que lo inviten y hacer lo que quiera cuando lo quiera, hubiera aguantado un día como el tuyo de hoy?
- Imposible… se hubiera enloquecido.
- Tú no te enloqueciste. Sobreviviste a una situación que para él hubiera sido casi mortal.
- Tampoco es para tanto.
- Una situación que se convierta en motivo de quererse quitar la vida, es relativo a la experiencia de supervivencia que haya tenido… cada situación extrema en la que te encuentres, hace más placentero todo lo demás.
- Eso es confuso.
- Es fácil… ¿recuerdas el día de tu caminada?
- Claro que si.
- Si alguien dice que no va a determinado lugar porque es medio día y queda a una 10 cuadras de camino y que no se va a aguantar todo ese calor… ¿tú que pensarías?
- ¿Y a qué va a ir?
- Por decir algo… a visitar a la novia, o a hacer una diligencia para un amigo, es igual.
- Comparado con lo que viví ese día… es una bobada. Al fin y al cabo llegará rápido y podrá descansar y refrescarse mucho antes de lo que yo me demoré. Pero puede que para esa persona si sea una tortura y no lo quiera hacer.
- Desde tu punto de vista de hoy… ¿qué piensas de que no lo quiera hacer y resulte que es algo necesario para él u otra persona?
- En mi caso fue una perdida de tiempo y un desgaste innecesario… si eso va a ser productivo para él u otra persona, no veo por que no hacerlo…
- Bueno ahora me entiendes lo que te dije hace un momento: “cada situación extrema en la que te encuentres, hace más placentero todo lo demás”… - Después de un momento de silencio, Gabriel preguntó – ¿No es muy bueno hablar después de todo un día de silencio?
- ¿La verdad? Me moría de ganas de escucha y hablar con alguien así fuera con usted…

Gabriel soltó una carcajada.

Luego de la cena, Gabriel se dio cuenta de que Juan estaba hablando como nunca antes lo había hecho. El silencio y la espera liberaron en cierta manera su deseo de hablar.

- Esta noche vamos a hacer una visita.
- ¿Otra?
- Si, creo que esta te va a gustar…
- ¿Por qué?
- Vamos a conocer alguien que sabe muy bien del tema de los muertos.
- ¿Usted no se cansa nunca?
- El cansancio… es el primer enemigo de quienes piensan en quitarse la vida, es el consuelo que les da la vida para querer seguir viviendo. ¿Tú estás cansado?
- La verdad tengo ganas de hacer cualquier cosa… no quiero quedarme aquí encerrado.
- Entonces vamos.

La ciudad tenía un río que la cruzaba de sur a norte y Gabriel comenzó a recorrer las vías principales alrededor del mismo, por cada puente que comunicaba cada lado de la ciudad, pasaba relativamente más despacio en la camioneta, y en uno de ellos se detuvo en la entrada del puente y le dijo a Juan que se bajaran.

- Llegamos.
- A dónde?
- Mira allí.

Había un hombre parado en la baranda del pasamanos sobre puente mirando hacia el vacío. Juan sintió un vacío en el estómago, y se detuvo en seco. No quería que por llegar allí de pronto se tirara al vacío. La altura no era mucha, él mismo se había tirado desde mucha mayor altura. Pero sabía que con el ángulo correcto podría morir, y en todo caso si sería un accidente muy doloroso, fuera cual fuera su final. Gabriel por su parte caminaba tranquilamente hacia él. Juan quería darle aviso para que viera a ese sujeto en el barandal, pero Gabriel giró y le guiñó un ojo indicándole que ya se había dado cuenta y que precisamente él se dirigía en ese sentido.

Se recostó en el barandal junto al tipo que estaba allí parado y miró a Juan para que se acercara. A pesar de su aprehensión Juan comenzó a acercarse, con mucha cautela, pensando que no quería ser el causante de que ese tipo se lanzara.

- Juan te presento a Azrael, un viejo amigo mío.

Juan miró a Gabriel y miró a Azrael, pero éste no se inmuto por la presencia de los recién llegados.

- Mucho gusto… - Juan no dejaba de mirar al vacío mientras esperaba que Azrael tomara de su mano tal vez para saludarlo, tal vez para bajarlo, pero pensó en que tal vez al cogerle la mano lo arrastrara a él también. Si se iba a tirar de alguna altura no sería tan bajito, no quería ir otra vez al hospital. Más bien guardó la mano.
- A qué le tienes miedo? – Preguntó Azrael.
- Yo? – Se sintió indignado con Azrael - A nada!
- Firme el muchacho… - Miró a Gabriel y éste únicamente sonrió. Se apoyó con las dos manos y también subió al barandal.

Juan al ver ese espectáculo dio un paso para atrás y se sintió un poco temeroso al ver que cualquiera de ellos se cayera.

- No que no tenías miedo?
- No… no lo tengo…
- Entonces por qué no nos acompañas?

Juan miró al vacío y lo pensó un buen momento.

- La verdad, es que no quiero volver al hospital.
- Entonces… si tienes miedo?
- No lo tengo… simplemente no quiero volver al hospital.
- Es que estas pensando en que te vas a caer?
- Esa no es la idea?

A lo que Azrael y Gabriel se echaron a reír a carcajadas. Con eso Juan se sintió un poco más confortable pero si Gabriel no era de confianza con sus locas ideas, mucho menos un desconocido que le gusta ir a pararse en un puente en la noche.

- Azrael siempre viene a un puente en la noche antes de entrar a trabajar en su turno por la noche.
- Ha… sí?
- Así es… - Contestó Azrael. – Cuando siento el viento en el rostro, el espacio en blanco a mis pies, correr el agua en la parte de abajo es una sensación muy romántica.
- Y no es menos peligroso hacerlo desde aquí abajo?
- No es cuestión de peligro… es cuestión de intensidad. Aquí es muy intenso, es motivante, es inspirador, es emocionante… me hace sentir vivo. De verdad no lo quieres sentir?

Juan lo pensó un segundo y se acercó al barandal. Miró a lado y lado como buscando gente que los estuviera mirando. Miró abajo al río, no dejaba de medir la altura y pensar en los riesgos de una caída.

- Te ayudamos?
- No… no, gracias, creo que yo puedo hacerlo solo.

Al estar junto a ellos, en medio de ellos, se sintió con mucho miedo, de que tal vez lo tumbaran a un accidente asegurado, volver al hospital, volver a sentir dolor, todo eso le dio mucho temor. Si se iba a suicidar quería hacerlo de verdad, sin riesgos de fallar otra vez. No así, jugando con el dolor de frente.

- No es maravilloso?
- Qué cosa?
- Sentir la adrenalina correr por las venas?
- Lo único que siento son las ganas de bajarme.
- Esa precisamente es la adrenalina… la que te indica por instinto que hacer… la que te dice cuando correr, brincar, huir, gritar… todo lo que sea necesario para que sobrevivas a cualquier situación… algunos hemos aprendido a disfrutarla, algunos se han vuelto adictos a ella, esa es una cosa que nos diferencia de los animales: la usamos y no somos esclavos de ella.

Azrael extendió los brazos, alzó la cabeza al cielo y cerro los ojos. Juan se inclinó un poco pensando que ese era el momento en que se tiraría, si al menos no lo podría detener, quería tener la certeza de que él si se podría bajar de un brinco.

- Disfrútala. Vívela… los que quieren vivir confortablemente, no saben lo intenso que es vivir así: con intensidad!
- Si, realmente esto es muy intenso.
- ¿Gabriel, que van a hacer ahora?
- Estaba pensando en la posibilidad de acompañarte esta noche… sería posible?
- Claro hombre. Tengo el carro por allí.
- Igual nosotros.
- Entonces vamos.

Juan se iba a bajar cuando vio que Gabriel simplemente giró sobre el barandal y comenzó a caminar sobre él. Miró a Azrael y le estaba indicando que lo siguiera para él también ir por allí.

- Yo mejor me voy por el andén.
- Vive! Aunque sea por un segundo… más vale una vida intensa de 5 minutos que no un desperdicio de vida de 50 años… no crees?

Eso tenía sentido. Con lentitud y paso tembloroso, Juan comenzó a caminar sobre el barandal siguiendo a Gabriel. No dejaba de mirar hacia abajo y en esos momentos era cuando más le temblaban las piernas.

- Cuando camines por el borde, siempre mira al lado del andén, ese es tu punto de apoyo, tu salvación, pero cuando mires al abismo, hazlo pensando en lo majestuoso que se siente cuando se vive en él, no en lo peligroso que puede llegar a ser… así es como se debe vivir esta experiencia y cualquier otra.

Juan comenzó a mirar al andén y sus pasos se hicieron más seguros, una ráfaga de viento lo empujaba hacia el andén y le dio mayor seguridad, tanta que hasta se tomo el atrevimiento de poner la mirada hacia el río y verlo, mientras pasaba la brisa, con la seguridad que el viento no lo dejaría caer. Le gustó la sensación que había de gloria en todo ello. Giró y vio que Gabriel ya había llegado al final del puente. En forma más decidida siguió su camino hasta el final.

Cuando estaban en la camioneta, Juan se percató que tenía las manos temblorosas, pero una extraña sensación de victoria le quería explotar en el pecho, y no podía ocultar la felicidad de haber logrado esa locura.

- No lo puedo creer.
- Créelo, él es de las pocas personas que conozco que nunca ha pensado en el suicidio, pero aún así, tiene el poder de los suicidas.
- ¿Cuál poder?
- Abróchate el cinturón… a ver si no lo perdemos.

Apenas estaban encendiendo la camioneta, cuando Azrael se le acercó por el lado, freno en seco y con una mueca de sonrisa decía que el que llegara de último pagaba las pizzas. Juan no estaba muy seguro de lo que decía, pero Gabriel aceleró y tomó el segundo carril del puente sin poner luces de advertencia ni nada. Era una carrera y por lo visto, era casi a muerte.

- Ese tipo está loco. Y por lo visto usted le sigue el juego… así nos vamos a matar.
- ¿Y? ¿Ese no es tu objetivo también?
- Pero no así… así no hay seguridad de nada, podemos quedar todos en el hospital.
- O tal vez quedemos todos muertos… no lo crees.
- Pare! Carajo! Pare que ese semáforo está en rojo!

Gabriel no le hizo caso y en medio del cruce Azrael los alcanzó aprovechando un medio giro que hizo para esquivar otro carro que se acercaba al cruce por las luces verdes. Juan tenía los pies levantados y estaba sujeto de la manilla de la puerta como si su vida dependiera de ello. Estaba muy asustado. No se imagino llegar a tener tanto miedo en un carro.

En medio de la autopista, Gabriel aprovechó para preguntarle mientras rebasaba unos cuentos carros y trataba de alcanzar a Azrael.

- ¿No te has sentido en estos días, un poco diferente?
- Mire por donde vamos! Usted parece que no fuera el mismo, parece que ahora si quisiera que nos matemos.
- No me has contestado.
- Cuando lleguemos le diré lo que quiera, ahora solo mire por donde vamos!
- ¿Tienes miedo de morir?
- No es eso…
- ¿Entonces qué es?
- No quiero agonizar… no quiero sufrir otra vez dolores en el hospital… no lo puede entender?
- ¿Y no crees que tu capacidad ante el dolor es superior ahora?
- ¿Cómo así?

De repente Gabriel salió de la vía y se metió por un terreno descubierto y abandonado.

- Por aquí hay un atajo.

La camioneta brincaba entre los huecos y Gabriel no parecía bajar el ritmo, por el contrario era como si lo disfrutara.

- Además por aquí no ponemos en riesgo a nadie más. Sujétate.
- En esas estoy desde hace rato.
- Aun no me has contestado lo que te pregunté…
- ¿Qué si tengo miedo de morir? Ya le dije que no.
- No… que si no te has sentido diferente en estos días…
- Ah… ¿eso?

Gabriel giró haciendo rechinar los neumáticos al girar por una esquina, retomando el pavimento.

- ¿Y entonces? ¿Cómo te has sentido?
- Pues he conocido cosas que no sabía de mi… y me he sentido muy cansado, muy hambriento, muy acalorado, muy frío, muy limitado, muy solo… muy de todo.
- Excelente… la pregunta de la noche es… ¿En el transcurso de una existencia se puede vivir tantas cosas juntas?
- Eso lo puedo contestar de una vez…
- Todavía no.

Frenó en seco en medio de un callejón donde una lámpara iluminaba una pared y una solitaria puerta. Un gato brincó sobre la camioneta y Juan no se inmutó en lo más mínimo. Tanta emoción junta en los últimos minutos le había insensibilizado sus temores.

- ¿No te asustaste?
- Después de lo que acabo de vivir con ustedes dos que están más locos que unas cabras… ¿qué me va a asustar un tonto gato que cae sobre la camioneta?
- Piensa en lo que acabaste de decir… y piénsalo igualmente aplicado a todo lo que has estado viviendo en toda esta semana. Qué tan tonto puede ser todo lo que vivamos, o tan importante, si en alguna oportunidad nuestra experiencia nos ha mostrado que puede ser peor…

Ya se bajaban y Juan no podía creer el estado de nervios en los que se encontraba. Sus manos y piernas parecían no ser de él. Temblaban como nunca se acordaba. Azrael giró bruscamente la esquina y aceleró hasta donde ellos, Juan que se encontraba detrás de la camioneta, vio como las luces le encandilaban la vista y pensó en moverse. Pero algo le decía muy adentro que se quedara quieto allí, Azrael no lo atropellaría, no sería capaz. Efectivamente, aceleró y sabía que venía de frente hacia él, aunque no podía ver nada prefirió cerrar los ojos, tal vez sin saber el momento preciso del impacto no le asustaría tanto. Al cabo de escuchar el motor acelerar en la distancia, en los dos últimos segundos escuchó un freno en seco, sus piernas se endurecieron esperando el golpe en las rodillas. El sonido del auto se detuvo por completo y él se sentía todavía en pie. Abrió los ojos para ver que tan cerca había quedado el carro de sus rodillas y se dio cuenta que lo había parqueado al lado de la pared, lejos de donde él se encontraba. Apenas miró a Azrael y Gabriel, estos se echaron a reír a carcajadas.

- Estos malparidos… necesito un baño.
- No hay problema, ahora te indico donde es.

Azrael sacó una bata blanca que tenía en la parte de atrás de su carro y se la puso. Sacó las llaves y mientras abría la solitaria puerta del callejón le preguntó a Gabriel…

- Peperonni?
- Hoy quiero variar… Anchoas.
- Ok, las voy a pedir ahora más tarde, como para que nos lleguen a eso de la una. ¿Y tú joven amigo?
- Hawaiana… - dijo con voz trémula.
- Me parece bien.

Una vez que ingresaron se sintió un frío enrarecido, todo estaba desordenado, era como una bodega lleno de cajas, éstas estaban llenas de ropas y cosas raras. Abrió una segunda puerta y un oscuro corredor estaba frente a ellos, todo de blanco y una serie de puertas a lado y lado. Tomó unas escarapelas que había en una pequeña mesa y se las dio a Gabriel y Juan.

- Si les preguntan…
- Si ya lo sé… estamos esperando a un familiar para reconocerlo.
- ¿Cómo así? – Preguntó Juan. En eso Azrael abrió una de las puertas, prendió la luz y vieron unas cuantas mesas metálicas con unos cuerpos cubiertos por sábanas blancas. Su rostro se puso blanco por un momento. - Mierda… esto es una morgue.
- Bienvenido a mi lugar de trabajo, estamos en la morgue municipal… y por lo visto hoy si que tengo bastante trabajo.
- ¿Y nosotros que estamos haciendo aquí? – Preguntó Juan a Gabriel.
- Dijiste que querías hacer cualquier cosa esta noche… eso es lo que vamos a hacer, vamos a pasar aquí la noche, hasta que llegue nuestro pariente… - Gabriel miró a Azrael y se rieron juntos tapándose la boca como para no llamar la atención de nadie.
- ¿Y aquí trabaja en la noche? ¿Es que no se puede hacer de día?
- La muerte… mi querido amigo, no tiene horario. Mi horario es solo de 10:00 p.m. a 6:00 a.m. pagan muy bien las jornadas nocturnas, nadie molesta, es muy tranquilo, además puedo comer y escuchar la música que yo quiera.
- ¿Y en dónde come?
- En cualquier mesa, depende del paciente que tenga en ese momento.
- ¿Come al lado de los muertos?
- Un poco de respeto… ellos tal vez no son nada en estos momentos, pero son los monumentos y la memoria de alguien que si lo fue hasta hace unas horas… y sí. Como al lado de los muertos, pero únicamente al lado de las damas, los caballeros no son muy buena compañía para una cena.
- ¿Nos vamos a quedar toda la noche? - Gabriel simplemente asintió con la cabeza.

En cada uno de los pies había una etiqueta, Azrael los recorrió a todos cuatro y buscó en la pizarra un papel. Les indicó que se acercaran y miró a Gabriel con una expresión de dolor.

- Mi primer caso… Este es otro ángel caído.

Gabriel puso el rostro como si se tratara de un pariente de él, por lo visto Azrael también se sentía condolido por ese cadáver.

- ¿Qué pasa? ¿Lo conocen?
- La encontraron apenas esta tarde, parece que ya lleva muerta algunos días. Así caballeros que les voy a pedir que usen mascaras… y si van a hacer algo desagradable, allí está el balde. – Levantó la sábana y descubrió el cuerpo desnudo de una mujer relativamente joven, de cabello rubio tinturado, se le podían ver sus raíces oscuras, y lo que más le impacto a Juan era ver la mitad del cuerpo completamente amoratado y la otra mitad absolutamente blanco.
- ¿Por qué está así?
- La encontraron en su cama, estaba recostada de lado, la sangre se acumuló para ese costado y se coagulo en gran parte, el resto ya ha comenzado a supurar.

A pesar de las máscaras el hedor era penetrante.

- ¿Por qué murió?
- No murió… se suicidó. – Dijo Azrael. Ahora veía en Azrael a otro ser, uno que tenía compasión por los muertos, que les rendía respeto, una persona completamente serena, no como el loco que había estado viendo desde hacía como una hora… este parecía otra persona. – Se había tomado aparentemente un veneno y unas pastillas, debo determinar qué fue exactamente lo que pasó.
- ¿Por qué se demoraron tanto en encontrarla?
- Vivía sola, aparentemente, según el informe que tengo aquí la encontró la casera, iba a cobrarle la renta. - Azrael tomo su brazo derecho que lo tenía sobre el pecho y lo trató de enderezar, pero le quedó muy difícil, se apoyó con la mesa y lo haló con toda su fuerza, algo sonaba en la articulación como cuando se desprendía un hueso de pollo. - Entonces Gabriel… ¿comienzas tú?
- Con gusto.

Gabriel se acercó y comenzó a peinarla con un cepillo que estaba en una mesa llena de instrumentos. Juan miraba como esas dos personas la tocaban, miraban sus uñas, abrían sus dedos de las manos, miraban dentro de sus oídos, buscaban algo en los opacos ojos… se sintió mal, muy mal y no sabía por qué.

- Era una mujer solitaria – comenzó a decir Gabriel – sin amigos que la llevaran al cine, no tenía cuidado de su propia apariencia desde hace varios meses. Parece que rompió con alguien a quien quería mucho.
- ¿Tal vez los padres? – interpuso Azrael, mientras sacaba unos instrumentos cortantes de una caja plástica.
- No lo creo, de haber sido así, ellos hubieran sido los que la encontraran… era una mujer solitaria. Creo que pudo ser un amor, un romance que le dio la vida que ella nunca se imaginó y al perderlo, sintió que su vida ya no era tan importante. Dejó de arreglarse hace mucho, ya no cuidaba su apariencia personal, se comenzó a alimentar muy mal, dejo de bañarse incluso durante largos días… perdió completamente su amor propio.
- ¿Me ayudas Juan? – Preguntó Azrael.
- ¿En qué?
- Hay que tomarle las huellas digitales de cada mano… untas cada dedo con la tinta y la imprimes en este cartón donde indica cada dedo…
- Ok.

Una tarea sencilla… en apariencia. Tomó la tinta, el cartón, y cuando se acercó a la mano izquierda miró a Gabriel y Azrael, no sabía si lo haría bien, pero ya se ofreció y no iba a mostrar debilidad en la tarea. Tomó la mano y su primera impresión era la frialdad de la piel, aunque tuviera guantes, no esperaba que estuviera tan fría, se impresionó un poco. Su imaginación traicionera le hacía pensar en que ella sorpresivamente le tomaría la mano también y eso le despertó cierto temor, nunca había tomado una mano y que no recibiera una respuesta, un rechazo, un apretón, una indiferencia, lo que fuera, pero en esta oportunidad no era nada de eso, era una inmovilidad que no lo podía creer. Tomó el primer dedo y trató de estirarlo, estaba rígido, y al apretarlo para enderezarlo sintió como la carne se desplazaba a los lados del hueso en una forma que nunca se lo esperó, en una forma que nunca había visto, no parecía volver a su estado normal, luego escuchó el consecuente crujido de las articulaciones del dedo. Se sintió impactado y no estaba seguro de querer continuar.

- ¿Qué pasa? – Pregunto Azrael.
- Nada… es solo que yo no sabía que así eran las personas muertas.
- Para nosotros, no existen personas muertas en esta habitación, las personas muertas están en las calles, aquí solo hay cadáveres, despojos de alguien que fue alguna vez, ella no es solo un cadáver, por honor a su memoria decimos que es un ángel caído… además… aun no has visto nada esta noche.

Juan continuó con su labor, y hasta en el último dedo, aun esperaba que en cualquier momento moviera su mano y le diera alguna reacción. Pero sintió pavor de pensar que eso realmente pudiera pasar.

- ¿Por qué es tan especial ella para ustedes?
- Ella fue… - Comenzó Gabriel – una persona que pudo haber conocido una verdad muy grande entre los vivos, pero la ceguera producida por su dolor fue tan grande que nunca se llegó a imaginar de lo que hubiera sido capaz en su vida. – Hizo una pausa y miró a Juan - ¿Hubieras salido con ella alguna vez?
- No… para nada!
- Me contestas porque estas viendo un cadáver… ahora mira bien, trata de imaginarla bailando, caminando, sonriendo, como sería el brillo de sus ojos al ver una flor, cómo sería el color de su piel en un atardecer… ¿Puedes hacer eso?
- Realmente es muy difícil.
- Olvídate de su despojo, - Interpuso Azrael - que es este montón de carne y hueso, piensa en su memoria, en su vida, en sus emociones, sus sentimientos, sus alegrías, sus tristezas… piensa en ella en el momento en que nació, cuando pegó ese primer grito lleno de llanto, cuando sintió por primera vez el frío en la piel, cuando sintió por primera vez el agua, la brisa… eso lo has vivido. Ahora imagina que ella también lo vivió alguna vez… paro ya no lo hará jamás.
- Si no hubieras conocido su cadáver, - Continuó Gabriel - si simplemente te hubieran hablado de ella… ¿hubieras salido con ella alguna vez?
- Viéndolo así, creo que si.
- Ya que la puedes ver en vida, ahora mira en su memoria la tristeza, su dolor, su angustia, trata de imaginarte el momento en que se tomó esa primera pastilla… ¿Cómo crees que estaba ella? ¿Qué crees que pensaba? – Preguntó Azrael.
- Tendría miedo, mucho miedo… su mano tal vez estaba temblando, - y la tomó con fuerza sin haberse dado cuenta - tal vez estaba llorando, tal vez estaba esperando que él llegara a rescatarla, que le dijera que todo estaría bien, que no tendría que hacer eso… - su voz se puso algo trémula y sus ojos se humedecieron un poco. No podía entender el porqué parecía bien que él quisiera quitarse la vida, y que una mujer tan bonita también lo quisiera hacer, ella en medio de su juventud, con cualquier hombre a su disposición, hombres que la hubieran valorado mucho más que el que la dejó, hombres que la hubieran tratado como a una reina, ¿Por qué se enfrascaría en una sola relación? No tenía sentido… - Creo que le faltó conocer un poco más del mundo.

Azrael miró de reojo a Gabriel y sonrieron en silencio.

- ¿De quién sería la culpa? - Preguntó Gabriel.
- No lo sé… ¿del novio tal vez? – Contesto Juan.
- ¿Quién fue el culpable en tu caso? – Preguntó Azrael.
- ¿En mi caso? ¿Y quién dijo que yo he tratado de matarme? – miró a Gabriel en forma de reproche, pero en silencio le indicó que no había sido él.
- Ni lo mires, no hace falta que alguien me lo haya dicho, se te nota a la legua que estas perdido, así como lo estuvo esta chica alguna vez, salvo que en tu caso, no estás caído, te estás levantando.
- No es lo mismo. Lo que le pasó a esta joven no tiene nada que ver con mi caso… ella habrá tenido sus motivos, yo tengo los míos.
- No te estoy atacando, te estoy felicitando, prefiero mil veces conocer a alguien en camino a ángel que conocer uno ya caído.
- ¿En camino a ángel? – Hubo un momento en silencio y Azrael sintió que había cometido una pequeña torpeza, pero quiso cerciorarse.
- ¿No lo sabe? – Miró a Gabriel y simplemente recibió una sonrisa como respuesta. – ¿Qué tal si buscamos esa pastilla culpable de ver tanta belleza desperdiciada? – Azrael cambió el tema rápidamente, y antes de que Juan pudiera hacer más preguntas, le pidió que le pasara un gran bisturí de la repisa de instrumentos.
- ¿La vas a abrir?
- Este es mi trabajo… recibirlos a todos en el momento final y evaluar sus hechos en vida…

Deslizó el bisturí desde un hombro hasta la parte baja del cuello y luego desvió la dirección hasta llegar al hombrito. Juan se hizo un paso para atrás, no estaba seguro que quisiera ver aquello. Luego de ver la frialdad de aquel cuerpo, de conocer los descoloridos tonos que toma la piel, la opacidad a la que llega la vida misma, justo cuando ya podía recrear la vida que pudo llegar a tener alguna vez ese cadáver, ahora todo se estaba desbaratando en su cabeza al ver simplemente una manipulación de carnicería. No podía dejar de pensar en como se sentiría ser abierto de esa manera…

- Lo importante en este caso, no es en pensar en que estoy abriendo a una persona, recuerda que las personas somos nosotros que estamos vivos. Lo que tenemos aquí es simplemente un monumento a la memoria de una persona.
- Con todo el respeto Azrael, para mí es como una profanación a un monumento… a su memoria.
- Muchas culturas en el mundo lo consideran así. Eso es válido pensarlo. Pero en verdad la persona ya no está. La vitalidad no existe, son simplemente los despojos. Para muchos, la honra de un cadáver es sagrada, incluso mucho más que cuando era una persona. ¿Crees que eso está bien? ¿No sería mejor darle ese tributo, honra y respeto cuando es una persona? De qué le puede servir a un cadáver las flores, los llantos, los arrepentimientos, los te amos, los perdones…?
- ¿Usted no cree en la vida después de la muerte?
- ¿Y tú si? ¿De qué religión eres?
- Eso no importa… a lo que me refiero es que cuando una persona muere, el tributo que se le da a su memoria y todo eso que dice, es parte de la pérdida de sus seres queridos, y creo que todos quieren honrar eso que ya no tienen.
- Me extraña que pensando esas cosas, te hayas querido suicidar. Y por lo que dices, si parece que tienes alguna creencia religiosa. – No fue sino decir la última palabra cuando con las dos manos estiró fuertemente con dos agarraderas para abrir de un solo golpe la caja toráxico del pecho.

Juan no soportó el impacto al ver todo eso allí a plena luz, los órganos en primer plano, la cantidad de sangre, todo medio negro, algunas cosas raras que no podía identificar y el fuerte olor que todo eso emanaba, las nauseas le revolvieron el estómago de un solo golpe y fue rápidamente a buscar el balde. Mientras Juan apretaba el estómago en pequeños espasmos agachado al lado del balde, Azrael le preguntó si le faltaba mucho por terminar de vomitar, que necesitaba el balde para botar algunas cosas. Juan miró de reojo y vio los guantes de él completamente embarrados de sangre y coágulos viscosos mal olientes. Eso fue el golpe final y comenzó a trasbocar hasta que ya no salía nada… todo le dolía, sudaba y se sentía muy cansado, muy enfermo.

Se acercó a Gabriel con una cautela para no mirar lo que allí estaba sobre la mesa, un cuadro digno de una película de terror.

- ¿Nos vamos a quedar aquí toda la noche?

Gabriel simplemente asintió con la cabeza.

- ¿Me pueden ayudar aquí un momento?
- ¿Y si no estuviéramos usted que hubiera hecho? – replicó Juan para no tener que volverse a acercar.
- Estaría trabajando desnudo. – Juan y Gabriel no pudieron aguantar la risa y sólo por ello, comenzó a sentir que Azrael era un hombre en su trabajo diario común y corriente.
- La verdad es que no creo poder soportar esto.
- Tranquilo, la primera vez que me tocó a mí, me vomité sobre mis compañeros de la facultad… eso si fue peor. – Juan se echó a reír una vez más. – Dile lo que te pasó a ti. – Gabriel negó con la cabeza con una mirada muy seria hacia Azrael. – No importa, se lo cuento yo… Pues sucede que a su primera vez lo invité yo, y trajo a otro muchacho… Miguel creo que se llamaba… ¿Cierto? Bueno, el caso es que esa noche habían traído a un señor muy gordo y cuando lo abrí hice un movimiento involuntario y se le desparramaron los intestinos por los lados, entonces entre los dos me ayudaron a recoger todo el excremento y los orines, ambos comenzaron a vomitar sobre todo eso y eran recogiendo y vomitando… salieron todos cagados, vomitados y miados de aquí. – Juan no podía aguarse y se reía a carcajadas junto con Azrael, pero a Gabriel no le parecía en lo más mínimo gracioso.
- Bueno, mientras se entretienen, voy a pedir las pizzas. – Gabriel se retiró de la sala al teléfono que estaba en el corredor.
- ¿Se enojó?
- No lo creo… esa noche quería ser un poco solemne con ese muchacho, pero todo fue muy indignante para él. Eso es todo. ¿Entonces, me ayudas?

En vista de las pequeñas historias, eso que estaba pasando en ese momento, era mucho más fácil de llevar. Juan sostuvo un pequeño recipiente y Azrael comenzó a abrir el estómago. Con unas pinzas comenzó a extraer todo lo que se estaba encontrando. Juan miraba de reojo de vez en cuando, el olor era mucho más fétido y horrible que antes. En eso entró Gabriel.

- Guau! Esto si se puso fuerte, creo que ya lo escarmentamos lo suficiente. ¿No crees?
- Sí, tienes razón, préndelo.

Gabriel subió unos interruptores al lado de la puerta y comenzó a escucharse un extractor que había en la parte superior de la mesa. De un momento a otro, los olores ya no eran tan penetrantes, es más el aire se había vuelto tan liviano que Juan consideraba que se podía quitar la máscara.

- ¿Por qué me hicieron eso? ¿Para qué ponerme a oler toda esta inmundicia?
- ¿Inmundicia? ¿Que decías del respeto por los muertos?
- Ustedes entienden… carajo. No me parece correcto lo que me hicieron.
- ¿Te parece este ángel caído una inmundicia? – Azrael se había tornado muy serio.
- Ustedes cuando le quieren revolver a uno la cabeza si lo hacen del todo.
- No me has contestado.
- ¿Así somos todos por dentro?
- No. Nosotros no somos así… así son los despojos de las personas, así son los cadáveres, así son los monumentos cuando se convierten en ruinas.
- ¿Entonces por que le rinden tanto tributo a este cadáver en particular?
- No es tributo… es tristeza de no haberla encontrado a tiempo para que no se convirtiera en una inmundicia. – Dijo Gabriel.

En ese momento Juan entendió a Gabriel y todo lo que hacía. Juan sujetó nuevamente el recipiente y se acercó de nuevo al lado de Azrael.

- Sí. La hubiera invitado a salir, para que sus despojos no estuvieran aquí en este momento. Es un inmundo desperdicio.

Azrael miró a Juan y con una sonrisa en el rostro le dijo con gran emoción.

- Los ángeles deben estar en las alturas, agitando con fuerza sus alas de libertad, disfrutando todo lo que sea adverso como el viento en su rostro, viviendo intensamente cada cinco minutos como si fueran los últimos… pero nunca, deben estar caídos.

En ese momento, Juan entendió las locuras de Azrael y su deseo de vivir intensamente.

A eso de las 5:30 ya habían terminado con los cuatro cadáveres, pero igualmente habían llegado otros dos. Esos ya no los atendería Azrael. Juan al salir a la calle y ver los primeros destellos púrpura en el horizonte se sintió agradecido. Sintió en el aire el más dulce perfume del amanecer, una leve llovizna parecía ponerlo todo más brillante, reluciente, como nuevo.

Miraba las calles, mientras estaba en la camioneta con destino a desayunar, si podría, por que realmente no había podido comer muy bien la pizza, ni el horario, ni el entorno lo habían dejado hacerlo tranquilamente.

No dejaba de mirar a todas las personas, saber a donde llegarían algún día, le dio una sensación de que conocía algo que ellos no… había un extraño sentimiento en que deseaba decirle a todos lo que les pasaría, que aprovecharan ahora lo que tienen, que les digan a los que tienen a su alrededor lo que les tengan que decir antes de que fuera demasiado tarde… antes de que fueran ruinas…

- Hoy va a ser un día un poco pesado. Tal vez en este momento no lo sientas y parezca fácil de llevar, pero por la tarde será el verdadero reto.
- ¿Y de qué se trata?
- Hoy no dormiremos en el día… hoy vamos a soportar y aguantar el instinto que tiene el cuerpo de cuidar sus fuerzas.
- La verdad es que en este momento ya tengo sueño… y si me gustaría dormir un rato… estoy seguro que si lo hago 10 minutos, haré todo lo que me pida hoy, tan sólo 10 minutos.
- Ese es el punto. No dejar que nuestra debilidad nos gane. Si dormimos aunque sea 10 minutos, ya nos ha ganado. Te aseguro que esta noche a las 7:00, no tendrás casi sueño para echarte a dormir. Anoche casi no comiste y eso te debe tener debilitado. Vamos a desayunar un poco trancado para poder aguantar. – Frenó la camioneta en un restaurante al lado de una gasolinera. – Si comen los camioneros, entonces debe ser muy buena la comida.
- Entonces qué vamos a hacer para mantenernos despiertos.
- Estaba pensando en visitar un amigo. Ya conocimos los muertos, hoy vamos a conocer los vivos.
- Pues… me gustaría mucho, a ver si me quito todas esas imágenes de mi cabeza de una vez.

Fuera de la ciudad, en un lugar campestre, una casa de campo que mas bien parecía una casa quinta con un gran sendero en la entrada lleno de altas palmeras, prados muy bien cortados, flores por todas partes. Fue donde Gabriel frenó.

- Caminemos un poco. No creo que estén en la casa.
- ¿Quiénes?
- Los vivos… ¿recuerdas?

Se bajaron de la camioneta y al comenzar a entrar por el gran sendero vieron en uno de los rincones del gran prado un quiosco de madera pintado de blanco, parecía sacado de una película francesa. Allí estaba un grupo de personas y parecían que estaban en alguna especie de juego. Gabriel le indicó a Juan que se salieran del camino y se dirigieran hasta ellos.

Al llegar se pudo percatar Juan que se trataba de un grupo de ancianos, todos ellos muy bien presentados, las señoras usaban sombreros de pava, los caballeros incluso tenían sacos, y entre ellos se destacaba uno solo hombre relativamente más joven, musculoso, muy alto y era el único que aun tenia cabello oscuro, por lo demás se destacaba porque parecía ser quien dirigía la actividad en la que estaba concentrada todo el grupo.

Gabriel y Juan se quedaron a cierta distancia, con intenciones de no interrumpir. Pero la atención de algunos señores hacia ellos hizo notar también la mirada de ese hombre alto.

- Vaya, vaya, miren quien ha venido a visitarnos…
- ¡Gabi…! - Se asomó una anciana al barandal del quiosco – Hoy si no te me vas a escapar de bailar conmigo.
- ¿Gabi…? – Juan lo miraba con cierto tono mientras le preguntaba.
- No te aproveches… Claro que si doña Amanda! Hoy si bailo con usted!
- Que bueno que viniste Gabo. Hacia tiempo que no venías por aquí.
- Ni tanto… sólo hace como un mes. Te quiero presentar un amigo. Juan, Rafael.
- Es un gusto muy grande tenerte aquí. – Juan se sorprendió que no solo le había tomado la mano, sino que también le había puesto la otra encima del estrechón de manos, las sintió muy grandes, cálidas y suaves. Una extraña y muy agradable sensación, después de lo que había vivido la noche anterior con otras manos.
- El gusto es mío.
- Ya voy chicos, no me vayan a dejar por fuera! - Volviendo a mirar a sus recién llegados – Aproveché que hoy está haciendo un poco de calor y los saqué a caminar por el jardín. Estamos jugando a la adivinanza de programas de televisión.
- ¿Chicos? ¿Jugando? – Juan le preguntaba a Gabriel en una especie de susurro mientras iban detrás de él para el quiosco.
- Ya verás…
- Rafa… - Lo detuvo Gabriel mientras subían las escalas del quiosco – Juan también quiere jugar… - Juan lo miró en forma de desaprobación, no quería hacer el ridículo ante todos esos ancianos.

Se sentaron los tres en una de las bancas que circundaba el quiosco, Gabriel en el medio. Se quedaron quietos un momento mientras todos continuaban en sus actividades. En un extremo un señor tirándole maíz a unas palomas, otra en un rincón peinando sus escasos cabellos grises, una pareja de abuelos que parecían esposos, otras dos ancianas espolvoreándose polvo facial.

Era un cuadro digno del más clásico de los pintores, había cierto encanto en esos ancianos jugando, casi todos vestidos de blanco, o colores claros; el quiosco completamente blanco, decorado en sus pilares por enredaderas llenas de flores rojas y amarillas, y los rayos del sol matutino entrando por los ángulos de la madera iluminando los diminutos granos de polvo que revoloteaban en el aire, iluminando igualmente los sombreros de las señoras y los cabellos grises de los hombres, era una imagen de fantasía.

- Juguemos tú y yo otra cosa… - Le dijo Rafael a Juan
- ¿A qué?
- ¿Qué ves en este lugar?
- Un grupo de ancianos muy divertido.
- Bueno… el juego consiste en tratar de verlos como a niños.
- Es que si parecen niños.
- No me refiero a su comportamiento… no se trata de eso. Me explico. Trata de imaginarte esa misma persona como era cuando niño, trata de ver en sus ojos los ojos del niño, no veas sus arrugas, mira la piel tersa que se estiraba únicamente para una sonrisa o para un llanto, mírala corriendo, mira a cada uno de ellos buscando los brazos de su madre para que los cargue… puedes hacer eso?
- La verdad no me los imagino así… es difícil creer que alguna vez fueron niños.
- Ese es el juego. Mira en cada uno de ellos a esa personita. No mires sus arrugas, trata de imaginártelos que están encarnados en un cuerpo que lo tiene prestado para jugar, pero que en verdad son niños y en cualquier momento van a volver a usar sus verdaderos cuerpos.
- ¿Estas hablando de cuando mueran?
- No… estoy hablando de que no mires su apariencia, quiero que mires su esencia.

Juan se enfocó en uno de ellos. Un señor que no estaba participando, estaba algo retraído mirando como algunas palomas comían maíz que él les tiraba al lado del quiosco. Estaba encorvado, se notaba que no tenía dientes y su mano apenas le daba para poder sacar los granos de su bolsillo en el saco y tirarle a las palomas. Le era imposible pensar que ese anciano alguna vez fuera un niño, y si lo fue, no se imaginaba como hubiera sido, no tenía mucho cabello, su gran cantidad de arrugas en el rostro no le dejaban imaginar a un niño.

- La verdad es que no me lo puedo imaginar como a un niño ahí metido ¿Qué niño va a querer tener las dolencias que él tiene ahora?
- Es algo parecido a lo de anoche… - Intervino Gabriel - viste un cuerpo sin vida, y lograste pensar en su propia vida. Bueno, ahora lo puedes ver con vida, pero míralo con la juventud encima. Para darte un ejemplo… ¿recuerdas el albergue donde Jofi? Tu percepción de lo que un ser humano es capaz y no, en cierta forma cambió con tu propia experiencia. Aquí podemos hacer lo mismo, tener la percepción de lo que alguna vez fueron, y si ese algo todavía existe allí adentro, entonces poderlo ver… poderlo vivir. – Juan miró a Gabriel y este terminó – Poderlo experimentar en carne propia.

De nuevo puso sus ojos en ese anciano. Y trató de ver al niño, esforzó su imaginación y ahora vio a un niño metido en esa ropa, tirando maíz a las palomas. Le puso el cabello corto, lo imaginó delgado, y viendo la expresión del rostro, supo que debía tener la nariz un poco aguileña, los ojos castaños, las cejas gruesas… sí, definitivamente podía ver en ese anciano al niño que alguna vez fue. Sin darse cuenta Juan había dibujado una gran sonrisa. Y si en algún momento había sentido alguna lastima por él, ahora lo veía como un ser lleno de vigor, fuerte ante cualquier situación, con todo un futuro por delante, alegre por su propia condición, feliz.

- Que prefieres ver… ¿esa imagen o las imágenes de anoche?
- Esta por supuesto! No cabe duda.
- ¿Puedes hacer lo mismo con los demás? – Repuntó Rafael, sabiendo que Juan ya lo había logrado en cierto grado.

Ahora Juan miraba a todos esos ancianos, y de uno en uno comenzó a ver niños en todo el quiosco, con las mismas ropas caídas por lo grandes que eran. Alguna de las niñas estaba peinándose en un rincón sus grandes rizos rojos, otras dos se estaban maquillando jugando a ser grandes. Dos de ellos abrazados como si fueran grandes y jugando a ser esposos y la mayoría sentados en las bancas haciendo corrillo mirando al niño que estaba en el centro haciendo una mímica para darles una idea de una película, todos gritaban cuando pensaban en alguna posible, se tiraban cosas como siempre lo hacen los niños y al poner su vista en Rafael toda la ilusión se vino abajo. Lo vio tal cual.

- Interesante, nunca se me hubiera ocurrido verlos así.
- Bueno, verlos es una cosa… vivirlos es otra. – Concluyó Rafael.

En eso Rafael, se levantó y con voz extremadamente tierna para su apariencia de héroe de película de acción, les indicó que recogieran todos sus juguetes y que iban para la casa para tomarse las onces.

Juan le ayudó a levantarse a la anciana que estaba a su lado.

- Esto es lo que me hacía falta… un novio para pasar el viernes. – Dijo la anciana mientras se levantaba apoyada en el brazo de Juan. A lo que él respondió con una gran risotada.
- Qué!? Tú no saldrías conmigo?
- Pues señora, yo no sabría que decirle… de pronto a su señor esposo no le guste mucho.
- A ese viejo decrépito ya no le sirve nada… en cambio a mí, todavía si me dan cosquillas… y yo si que te podría enseñar unas cuantas cositas.

Juan no dejaba de reír al escuchar las ocurrencias de la señora. Y Gabriel se le acercó por el otro brazo y le susurró al oído: “Trata de imaginártela de 20 años”. Si imaginarlos como a niños era difícil, eso que decía Gabriel era imposible. Lo miró con cierto desagrado y Gabriel simplemente le guiño un ojo en respuesta.

Aun así hizo el esfuerzo y trató de imaginarse una joven trigueña bajando el último escalón del quiosco, tomando el brazo de él como ella lo hacía, con entusiasmo, con ganas de estar con él. Intentó lo mismo que hizo con el anciano. Miró sus ojos y pudo darse cuenta que había cierta picardía en ellos, aunque tenía muchas arrugas, había una mirada llena de dulzura, sus cejas eran delicadamente arqueadas y sin duda tendría una larga cabellera oscura… si, allí había belleza. Otra cosa que le llamó la atención es que mientras más intentaba mirar a personas jóvenes entre estos ancianos, más fácil le parecía. En ese momento la anciana le sonrió y toda la imagen de la hermosa joven de veinte se esfumó al verle los dientes que le faltaban.

- Aun me cuesta trabajo verlos así.
- Es cuestión de práctica… ya verás, tienes todo el día para eso.

En ese momento un señor que iba en el grupo de adelante se arrodilló lentamente y cayó a un costado. El alboroto de quienes estaban con él, llamó la atención de Rafael y se devolvió pausadamente, como si todo lo tuviera controlado. A la señora que estaba al lado del anciano, que parecía más preocupada que todos y a punto de llorar, Rafael le dijo que fuera para la casa y que preparara aromática de canela para todos.

- Antonio… me escuchas? – Los ánimos de todos eran tan tensos, pero al escucharlo en esa serenidad, parecía que todo estaba bien. Gabriel se acercó para ayudar en algo y Rafael le indicó que no lo hiciera con el movimiento de una mano, que continuara con el grupo para la casa. – Antonio, si no te levantas, le voy a decir a Roberto que se coma tus onces…
- Hay mijo… no me siento bien.
- Cómo no vas a estar bien, si apenas hoy saliste de la cama… a mi manera de ver estas muy bien. ¿Entonces qué? ¿Vamos por esas onces? – Mientras le decía e intercambiaba palabras como si fueran amigos de siempre, Rafael le examinaba con el tacto las piernas, la cadera, en búsqueda de alguna lesión por la caída.
- Deja de manosearme… Simplemente se me fueron las luces, estoy muy mareado.
- Ajá! ¿Entonces lo que quieres en doble porción de onces? Viejo pícaro!

El anciano no pudo dejar de sonreír a pesar de su desaliento.

- Entonces que valga la pena. ¿Qué prefieres, caballito o princesa?
- Te halo las patas el resto de vida si me llevas como princesa…

Rafael soltó una fuerte carcajada y dijo que entonces sería a caballito. Muy hábilmente lo subió en su gran espalda y dispuso sus manos como un asiento para que no se esforzara por estar allí montado. El anciano en medio de su debilidad alcanzó a decir “Arre mula!” y Rafael como un niño comenzó a saltar cual si fuera un caballo desbocado, con todo el cuidado de que no se fuera a caer su jinete. En ese momento Juan si lo pudo ver con gran facilidad: dos niños jugando a caballitos.

Mientras todos entraban al comedor, Rafael continuó en su juego con el señor Antonio hasta su habitación.

Gabriel y Juan acompañaron a Rafael hasta su oficina. En ese momento se dio cuenta que Rafael era un doctor, puesto que en lugar de oficina era un consultorio completo.

- Antonio sufre de diabetes y lo que le dio fue un bajón de azúcar… en estos casos lo mejor es darles azúcar en la dosis y forma que más les guste. – Sacó del cajón del escritorio una botella de ron y le echó un trago a la aromática. – Vamos a levantar un muerto. – Salieron del consultorio.
- Estos médicos modernos. – Dijo Juan.
- Él no es médico, es sacerdote. – aclaró Gabriel.
- Usted tiene un mosaico de amistades muy interesante…
- ¿Cierto que sí?

Rafael le acariciaba la cabeza al anciano con una dulzura que parecía extraño ver a un fortachón en ese plan… y además que fuera sacerdote. Parecía inconcebible.

Durante el almuerzo Juan podía ver a todos los ancianos en sus labores, algunos eran disciplinados, otros rebeldes llenos de caprichos y al final su imagen mental siempre era un salón lleno de niños.

En las horas de la tarde, alguien puso música en uno de los corredores, eran viejos boleros. Gabriel y Juan estaban sentados en una banca en el jardín de adentro. Juan estaba cabeceando por el sueño.

- No puede ser…
- ¿Qué?
- Es Amanda…

Juan miró al corredor donde estaba Amanda bailando sola y esperando a Gabriel para que le acompañara en su baile.

- Huy tigre! Esa nena no te va a dejar escapar. Ja ja ja.
- Te estas riendo porque estas viendo a una anciana… yo estoy viendo a una hermosa rubia de 25 años… ¿quién gana?

Mientras Gabriel salía a su encuentro con los brazos abiertos, Juan se quedó pensando en esa situación y se dio cuenta que su risa era una burla grosera… si efectivamente imaginara que ella era esa joven de 25 años, era rubia, son una hermosa sonrisa, y un contoneo al bailar que nunca lo había visto en ninguna muchacha de ésta época, realmente esa si era una mujer. Su visión de ver a Gabriel con esta joven y despampanante mujer, lo entusiasmo y le dio una cierta envidia a Juan. El ambiente volvía a tomar esa extraña magia de la mañana.

Rafael en eso se sentó a su lado, y miró también el cuadro que estaba contemplando Juan.

- Es maravilloso como estas personas tienen tanto vigor, ¿no cierto?
- Bastante. No me imaginé que tuvieran tanta vida. Parecen niños.
- Lo son, las almas nunca envejecen, sólo los cuerpos.
- Y también mueren.
- Cuando una persona ha hecho algo valioso con su vida, esa muerte es digna… de resto es un desperdicio.
- Padre, con el respeto que usted se merece… en este momento me siento muy cansado y no quisiera un sermón de lo que hay que hacer con la vida o la muerte… usted no se imagina la noche que acabo de pasar y esta es la hora que no he podido irme a dormir…
- No te preocupes, no te voy a sermonear… solo tenía curiosidad el porqué andas con Gabriel.
- La historia es un poco larga, es un arreglo que tenemos los dos, yo le daba 15 días y él me dejaba hacer lo que quisiera en la vida.
- ¿Cuál vida?
- Pues… en la vida. Lo que yo haría mañana, pasado cuando fuera.
- Creo que estas confundiendo algunas definiciones.
- ¿Cómo así?
- Yo sé lo que vas hacer en la vida mañana, pasado y al otro día…
- ¿Ah… sí? ¿Y eso cómo lo puede usted saber?
- Porque la vida es tan simple que se resume en pocas cosas y es exactamente igual para todos los seres vivos.
- A ver… ¿Qué voy a hacer en mi vida dentro de 5 años?
- Eso es otra cosa… lo que hagas con tu vida si no tengo la menor idea.
- ¿No me acaba de decir que si lo sabría y que era lo mismo para todos?
- Yo estaba hablando de la vida, no de tú vida. Son dos cosas muy diferentes. La vida es muy simple para cualquier ser vivo: nacer, crecer, alimentarse, dormir, algunos casos reproducirse y por supuesto… morir. En eso se resume la vida.
- Usted lo hace ver muy sencillo.
- Y lo es. Lo que pasa es que cada persona hace con su vida lo que quiere, y gracias a ese albedrío, se la complica cada cual a su propio gusto. Tu vida es lo que tú hagas con ella. Si quieres una vida que parezca una película de acción, entonces entra a la policía, al ejército, estudia artes marciales, o conviértete en un deportista de alto riesgo, lo que sea… si quieres que tu vida sea una película romántica, entonces busca una novia, enamórala, cortéjala toda tu vida, vive intensamente el amor… si quieres una película llena de intriga, entonces rodéate de gente de dudosa procedencia, busca dinero y hazte de unos enemigos… tu puedes hacer la película que quieras… tienes la posibilidad de convertirte en escritor, director y actor al mismo tiempo… esa es tu vida.
- Interesante el punto de vista. Pero aún así hay cosas que viene de afuera que hace que uno se salga del libreto.
- Para nada. Si el personaje principal de tu historia, lo tienes bien definido, simplemente piensa en lo que haría en esa situación y escribe esa parte de la historia de esa manera, dirígela y actúa como tal.
- Hoy parece que el tema fuera la imaginación.
- La imaginación es tan poderosa, que a veces nos convertimos en prisioneros de ella. Muchas personas se dejan arrastrar por ella en una mala manera y empiezan a ver demonios, males y dolores donde no existen. ¿En verdad no has dormido en toda la noche y estás derecho?
- Así es…
- Entonces a ti te queda muy fácil poder controlar la imaginación. Cuando se pude controlar las debilidades del cuerpo y la mente, se puede controlar la imaginación y ver las cosas al gusto de uno mismo.
- O sea que es mejor imaginarse la actitud que tener una actitud…
- Ese es un paso para empezar… luego se hace tan fácil que el papel del personaje es tan sencillo de llevar, que las reacciones y actitudes ante las cosas de nuestra vida, se hacen parte del mismo libreto.
- Eso parece muy bonito, pero ¿qué tan práctico es?
- Cualquier situación puede tener una buena causa, y un buen desenlace, todo depende de cómo la enmarquemos en nuestra historia.

En eso llegó Gabriel mirando con recelo a Rafael.

- ¿Ya me estas sermoneando al muchacho?
- ¿Yo? Pregúntale a él.

Juan iba a contestar que si, no se había dado cuenta que toda esa conversación al fin y al cabo era un sermón para enseñarle a ver su propia vida de otra manera, así como lo dijo Gabriel… pero mirándolo desde otro punto de vista, no era un sermón para nada. Era la misma situación pero podía dársele otro enfoque.

- La verdad estábamos hablando de lo imaginativos que eran los escritores y directores de películas.
- ¿Lo ves? Ningún sermón. – Concluyó Rafael.
- ¿Me pueden creer que Amanda me dejó cansado? – Se secó con el pañuelo el sudor de la nuca mientras caminaban al comedor. Ellos le contestaron con una risa casi por igual.

Ya cayendo la tarde, la misma señora que había caminado con Juan desde el quiosco, se le acercó para ver el atardecer a su lado.

- Te ves muy cansado.
- La verdad es que si lo estoy… - Juan miró a la misma joven de 20 años que había visualizado cuando salieron del quiosco.
- Para ser tan joven, parece que tuvieras en tus hombros el cansancio de toda una existencia.
- A veces me siento completamente perdido y con un dolor tan grande que no logro entender.
- Eso es lo maravilloso de vivir… el estar perdido y el sentir. Algún día yo ya dejaré de sentir y eso me asusta, aunque me duelan las manos de la artritis, ese dolor me dice que estoy con vida, el día que ya no lo sienta, voy a tener mucho miedo, porque no sé que seguirá… tal vez no siga nada, tal vez si, pero si voy a estar segura que viva no estaré. Eso da miedo… lo desconocido da mucho miedo.
- Entonces ya me entiende a lo que me refiero con estar perdido…
- Eso es otra cosa. Siempre estamos perdidos, aquel que no se sienta perdido, nunca progresa, nunca va a querer caminar en ningún sentido, estará estancado. Es bueno estar perdido… eso genera aventura. Y vivir sin aventura sería muy aburrido. – Al parecer esa mujer sabía lo que era vivir.

Rafael se acercó en compañía de Gabriel hasta donde estaba Juan y su acompañante.

- ¿Cómo te sientes? – Preguntó Gabriel
- Un poco cansado, pero bien… al menos muy bien acompañado – y le guiñó un ojo a la joven mujer que veía a su lado. Rafael y Gabriel se miraron y sonrieron.
- Creo que ya es hora de irnos.

Rafael los acompañó hasta el pórtico de la casa, y con una mano levantada los despidió. Comenzaron a caminar por el sendero de palmeras hasta la camioneta, Juan al girar su vista vio todo ese grupo de ancianos a lado y lado de Rafael despidiéndolos. Miró a Gabriel para indicarle que los estaban despidiendo, y al girar nuevamente su vista al grupo para despedirlos, lo que vio fue a un montón de niños con las manos alzadas en despedida y un hombre más alto que ellos, con una especie de iluminación sobre todo su cuerpo, un rayo de luz que le daba los últimos destellos del sol, por un segundo parecía un ser celestial.

- La falta de sueño, lo hace ver a uno cosas raras… - Comentó Juan a Gabriel.
- Tal vez, la falta de sueño lo que hace es despertar tu verdadera visión de las cosas.
- ¿Usted cree?
- Estoy seguro... ¿Muy cansado?
- La verdad, creo que si me acuesto en este momento, no me dormiría de una, pero si estoy cansado de verdad.
- Pues descansa, si quieres podrás dormir en la camioneta mientras llegamos…mañana será un gran día.
- ¿Y usted no tiene cansancio?
- Un poco, pero no le presto atención.
- Todo es cuestión de la manera en que uno mire las cosas… ¿cierto? – Miró a Gabriel y este asomó una gran sonrisa.
- Exacto! Por lo visto lo entendiste muy bien.
- Pues… como no quiero volver al hospital, de pronto usted se duerme mientras conduce… pensándolo mejor me voy a ir despierto para asegurarme que usted no se duerma.
- ¿O sea que te vas a ir como mi ángel de la guarda? – Sonreía Gabriel mientras le preguntaba.
- ¿Yo? ¿Ángel de la guarda..? No me haga reír… - Recordó en ese momento las palabras de Rafael “ser el protagonista de la película que se quiera dirigir…”, y ese papel era ciertamente interesante de interpretar.

Texto agregado el 26-05-2004, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


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