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Inicio / Cuenteros Locales / ivanlondo / El club de los suicidas o la fábrica de ángeles (fin)

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- Buenos días.

Juan abrió un ojo por encima de la almohada y con la boca completamente tapada por la cobija preguntó la hora, en un lenguaje que solo los sonámbulos podían entender.

- Son casi las 7:30 de la mañana.
- ¿Y cuál es la tortura de hoy?
- No es ninguna tortura… es tu decisión.
- ¿De hacer qué?
- Levántate y organízate.
- ¿No me va a contar que vamos a hacer hoy?
- Levántate y luego te cuento.

Juan se levantó de mala gana, sabía que lo que fuera sería una tortura. Pero ya había llegado muy lejos, solo le faltaban pocos días y lo mejor era terminar con ese cuento.

Cuando llegó al comedor, vio que no había desayuno en la mesa y Gabriel estaba sentado en la sala, leyendo una revista. Parecía que Gabriel se había cansado de atender al paciente… Juan no se atrevía a preguntar por el desayuno, no quería ser descortés con su hospitalidad, pues al fin y al cabo lo había estado cobijando y alimentando todos esos días sin una moneda a cambio… también torturando, pero eso no significaba que no debía ser agradecido con todo lo que había recibido.

- ¿Cuál es el plan de hoy?
- Hoy es fácil… o difícil, todo depende de cómo lo mires…
- Esta semana me ha tocado de todo lo inimaginable… cualquier cosa debe ser muy fácil ya.
- Lo de hoy es simplemente: ayuno total! - Juan se quedó mirando a Gabriel por un momento y parecía ridículo lo que le había acabado de escuchar.
- Y eso que tiene de especial… no lo veo tan difícil, creo que con lo que pasé el domingo y el lunes era eso… ¿No?
- Para nada, hoy se trata de sentir lo que es no tener nada en el estómago, sentirse lo que es morir de hambre, una de las peores muertes de la humanidad… lastimosamente así está muriendo cientos de personas hoy, por hambre. Y como buen suicida, debes considerar esa alternativa.
- Pero los que mueren de hambre, es por pobreza o porque viven en un lugar lleno de miseria… creo que nunca un ser humano va a querer suicidarse a punta de hambre, esa manera de morir es, en cierta forma indigna, decadente.
- Nunca una forma de morir es digna o indigna. Una muerte es simplemente eso… una muerte, lo que haya a su alrededor… humillación, victoria, honor, deshonra, venganza, odio, amor… todo eso son sentimientos de quienes quedan vivos. Lo que se hace es tener dignidad y honor mientras se está en vida, cuando se ha muerto es simplemente estar muerto… cuando se está muriendo de hambre solo se tiene eso: hambre.
- Insisto en que no me parece difícil…
- Bien… así será hasta que duermas esta noche. Solo hasta mañana comerás algo.

Juan nunca había pensado en esa situación… efectivamente en el mundo hay mucha gente muriendo de hambre, pero nunca se imaginó ponerse a sí mismo en ese plan.

- ¿Y agua?
- Tampoco. Absolutamente nada.

En ese momento, si sintió que los recuerdos del día de la gran caminata bajo el sol le quemaban en la garganta, y cuando se estaba muriendo de frío y sentía esa agonía por la falta de sal… en un segundo se acumularon en su mente y su estómago hizo un sonido que le recordó que siempre desayunaba temprano. Hoy no lo haría. Tampoco tomaría nada, ni almuerzo, ni nada.

- Bueno… al menos puedo hacer otras cosas… ¿cierto?
- La verdad estaba pensando en que saliéramos a caminar un poco.
- ¿Y a dónde?
- Vamos a conocer algunas personas muertas…
- Huuyyy… ¿otra vez vamos a ir a ver cadáveres?
- Parece que no entendiste la diferencia… los cadáveres, son sólo eso, cadáveres. Vamos a conocer personas muertas. Siguen siendo personas, pero están muertas.
- Pensé que ya los había conocido… los que habíamos visto con Miguel.
- No… ellos están encerrados en las debilidades de su propio cuerpo, buscaron como aliviar sus dolores aferrándose a lo que la satisfacción del cuerpo les pudiera dar… y quedaron atrapados en esos pequeños placeres. Ellos saben en el hueco oscuro que están atrapados y los demonios fácilmente se apoderan de ellos en una constante seducción… Eso sonó a Miguel. ¿Cierto? Ellos entienden su condición. En cambio, las personas muertas no lo saben. No saben que están vivas, no saben que están muertas… y la gente que las ve, muchas veces tampoco lo saben. Hoy vamos a ir a verlos.
- ¿La verdad? Estoy confundido.
- Ya verás.

Juan pensó que se dirigían a la camioneta de nuevo, pero Gabriel simplemente cruzó la calle. Esta vez irían a pie. Al llegar a la esquina se sentó en una banca en la parada del bus. Juan simplemente lo seguía en silencio. El bus llegó a su lugar y todos los que allí se encontraron, se subieron. Juan pensó que también lo harían ellos y se levantó. Pero Gabriel estaba quieto. Así ocurrió con otros tres buses. Juan no se aguantó.

- ¿Qué hacemos aquí?
- Estamos esperando a una persona muerta.
- Eso sonó interesante… esperemos entonces.

En el siguiente bus se bajó un joven muchacho, con un paquete entre las manos y se puso al lado del aviso de la ruta.

- Nos vamos en el que viene. – Indicó Gabriel.

Así lo hicieron. Se subieron y buscaron puesto en la última banca. Detrás de ellos se subió también el joven que estaba con el paquete en la mano.

- Escúchalo atentamente… - Señaló al joven.
- ¿Qué tiene de raro? Yo ya sé lo que va a decir… siempre dicen lo mismo. Están tratando de salir delante de alguna manera.
- Simplemente escúchalo. Pero cuando te ofrezca algo, no lo recibas, ni siquiera cuando lo muestre.
- Eso es descortés.
- Luego te explico… sólo hazlo.

El joven repartió del paquete unos dulces a cada uno de los que estaban en el bus, cuando llegó a Gabriel y Juan, simplemente negaron con la mano.

- Buenos días damas y caballeros – Comenzó recitando el joven, como algo que ya había dicho cientos de veces – Quiero agradecerles a las personas de buena educación que me han recibido el confitito, que mirar no significa comprar… Somos un grupo de jóvenes que día a día nos subimos a los buses y gracias por la colaboración del señor chofer podemos trabajar. Ustedes ya saben que no hay trabajo, que el gobierno no nos ayuda a los jóvenes y poniendo un poco de mi parte prefiero botar la pena y subirme a estos lugares para pedirles cualquier colaboración. Prefiero hacer esto que no ponerme en cualquier esquina con malas amistades que lo único que ofrecen es salir a robar o matar a alguien por cualquier cantidad de plata. Prefiero ser una persona honrada y hago esto para ayudarme en los estudios, ya que en mi casa no alcanza a veces ni para comer. Cualquier colaboración que me puedan dar será bienvenida, los confititos son por la moneda que me quieran dar, no importa el valor, ustedes ya saben que una moneda no enriquece ni empobrece a nadie.

En su recorrido recogiendo los dulces, algunos le dieron unas monedas y otros simplemente le devolvieron lo que había repartido en su comienzo.

- Bueno… ¿Y?
- ¿Qué te parece esa persona muerta?
- Que está tratando de salir adelante… es el rebusque del pan de cada día, se está esforzando para no caer en la miseria… y creo que ayudarle a esas personas, es en cierta manera ayudar a fomentar empresa.
- ¿Eso crees?
- Bueno… - Estaba un poco enrojecido, porque sintió una frialdad en Gabriel que le desagradó mucho – Entonces, según usted, quién es esa persona.
- Las personas muertas buscan refugiar sus debilidades en los demás. Hagamos una comparación. Tú dices que es una manera de hacer empresa.
- Cierto.
- Bueno, entonces comparémoslo con un comerciante de verdad.
- Ambos están tratando de vender algo… ¿No?
- El comerciante sí. Este no. Primero que todo, el comerciante en algún momento censura tu educación por no haber entrado en su tienda?
- Pues… no.
- Es más, depende de la educación de él, el que uno entre en su tienda o no. Segundo. Comentó que no hay empleo. Si eso fuera cierto, ninguno estaríamos trabajando en algo en este momento, remunerado bien o mal, pero todos tenemos algún trabajo que hacer. Y si no lo tenemos, entonces hay alguna habilidad por aprender y salir a producirla, es cuestión de ponerse manos a la obra y esforzarse un poco. Como si fuera poco, le echó la culpa de eso al gobierno… si él no busca sus caminos, el gobierno no se los va a poner en los pies. Lo que no hagas por ti, nadie lo va a hacer. – Juan apretaba los labios llenos de una profunda indignación. No podía entender como Gabriel podría ser tan cruel con ese muchacho. - La mejor parte de todo. Él comentó que la otra alternativa que tenía era la de estar robando o matando. Desde mi perspectiva eso era una amenaza de un ladrón o un asesino en potencia. Entonces se supone que debemos estar agradecidos porque está aquí montado en el bus pidiéndonos cualquier moneda o a cambio de eso, sólo existe la posibilidad de que esté en alguna esquina esperándonos para robarnos o matarnos… eso, es simplemente una extorsión disimulada. Dijo que estaba estudiando, si eso fuera cierto, las posibilidades en su mente deben ser muchas más que estar montado en un bus o estar en una esquina para robar… por lógica, no está estudiando. Para rematar, dijo que a veces no había para comer en su casa… y como yo lo vi, no me pareció en lo más mínimo flaco, débil o con hambre, es más, me pareció hasta bien vestido… más cara de hambre te veo a ti en este momento.

Juan se quedó pensando un momento y en el silencio, se percató que al menos unas cinco personas lo estaban escuchando también. Algunos con cara de aprobación, otros con mal humor notorio en sus rostros. Gabriel con una sonrisa les dijo.

- Para los que estén interesados… Soy psicólogo. Y en algunos estudios se ha probado que estas personas pueden ganar entre 1 y 2 salarios mínimos al mes. Y el 80% de ellos lo consume en vicio y drogas.

Todos se giraron nuevamente en sus puestos… un extraño silencio se apoderó del lugar a excepción de la notable velocidad que estaba tomando el bus. De repente estaba tratando de llegar a tiempo a su punto de control y en su afán no le estaba importando la manera en que conducía. Gabriel abrió la ventanilla y asomó completamente su cabeza para afuera.

- ¿Qué hace? A esta velocidad eso es peligroso. – Gabriel le indicó con la mano que esperara y lo dejara hacer.

De un momento a otro, saltó de su asiento y se pegó fuertemente del timbre para bajarse, insistía una y otra vez para que se detuviera y lo dejara bajarse. El conductor le gritó:

- Suéltelo que eso no da leche y no puedo parar hasta llegar al control… por aquí no puedo parar.
- Pues le va a tocar… por que ya llevo tocando desde hace tres cuadras y no quiero ir a su casa a comer! – Juan estaba asombrado del comportamiento de Gabriel. Todos los demás pasajeros estaban fuertemente aferrados de sus asientos y Gabriel seguía pegado del timbre como si fuera lo último en el mundo.

El conductor frenó casi en seco antes de llegar a una esquina y se salió del puesto, notablemente enfurecido. No había abierto la puerta trasera y tenía una mirada en la que se veía claramente el cadáver de Gabriel.

- Vea pedazo de animal, - Comenzó diciendo el conductor mientras se acercaba por el corredor a donde estaba Gabriel - este es mi bus y usted no me va a venir a joder aquí…

En ese mismo instante, un rechinar de neumáticos se escuchó en algún lugar al frente del bus y un camión que salió de calle, que no habían cruzado todavía, se llevó por delante un taxi y otros dos automóviles. El semáforo de la vía en la que ellos estaban en el bus estaba en verde. El camión se saltó una luz roja, sin frenos. El estruendo fue de tal magnitud que todos los pasajeros se asomaron por las ventanillas para ver el desastre…

Una anciana que no era devota de esas escenas, se giró a donde Gabriel, que continuaba allí parado al lado de la puerta trasera, se acercó a donde él y lo abrazó.

- Gracias hijo… gracias por parar a este animal. Nos hubiera matado a todos.

Los demás no dijeron nada, pero todas las miradas estaban sobre Gabriel. El conductor estaba seriamente molesto, pero se sentó sin decir una sola palabra y abrió la puerta trasera. Juan y Gabriel se bajaron.

- ¿Cómo sabía lo que iba a pasar?
- No tenía la menor idea…
- Entonces por qué hizo lo que hizo… parecía que si lo supiera.
- Dime una cosa… ¿no sentiste acaso el miedo de esas personas cuando ese conductor estaba conduciendo así?
- Incluso yo estaba nervioso…
- Lo único que quería era darle un poco de tranquilidad a esas personas, eso era todo. Una buena intención, desemboca una buena consecuencia.
- ¿Y si lo hubiera golpeado ese tipo?
- Las heridas del cuerpo siempre sanan.
- ¿Estaba dispuesto incluso a eso?
- Es un riesgo que hay que tomar a veces… vivir intensamente aunque sea por unos minutos, vale la pena si en ello uno ayuda a muchos otros… ¿no lo crees?

Comenzaron a caminar en sentido contrario al accidente. Juan no dejaba de mirar hacia allá. Estaba fuertemente perturbado.

- ¿Y si hay heridos? ¿No deberíamos ir a ayudar?
- La verdad en estos casos, muchas manos pueden ser más peligrosas… a este momento ya deben estar por llegar los socorristas y las ambulancias. – mientras decía eso se escuchó una ambulancia a lo lejos. – El hacer las cosas aparentemente heroicas no significa en destacarse cuando todo el mundo ve el desastre. Un verdadero héroe es el que simplemente hace su trabajo cuando debe hacerlo… sin reprochar, sin titubear, siempre dispuesto a hacer lo que sabe hacer.
- ¿Sabe? Tanta cosa que usted dice… a veces me enferma.
- Hablando de eso… ¿cómo va el hambre?
- Si esperaba que la sintiera… pues si, ya tengo mucha hambre.

Caminaron un buen rato, y el calor del día comenzó a aumentar. La deshidratación comenzó a sentirla Juan.

- Creo que me estoy deshidratando…
- ¿Cómo lo sabes?
- Tengo la boca igual que hace ocho días cuando estaba en esa pradera y ya el sudor se me está acabando.
- ¿Y qué tal el hambre?
- Aumentando…
- Muy bien. Ven, vamos allí.

Llegaron a una calle del mercado popular y entraron a la plaza. Una serie de pequeños locales comunicados por anchos corredores, en donde se vendían frutas, verduras, carne, granos, entre muchas otras cosas. Infinidades de olores se esparcían por el aire, desde los más exóticos aromas hasta algunos que recordaban la carne asada, o los aliños de la casa de alguna abuela, en algunos rincones también estaba mezclado el aroma de tomates podridos y el mosaico de personas que los invitaban a comprar hortalizas, que les ofrecían papas frescas de la huerta, fresas, naranjas… Juan sentía como su hambre aumentaba notablemente, entre tanta abundancia. Tanto que se sintió mareado.

Llegaron a un pequeño local, una señora en embarazo, muy joven por cierto, tenía una hornilla y sobre ella grandes lonjas de carne asándose.

- ¿Que desean los señores?
- Déme una carne por favor… bien asadita. – le indicó Gabriel. En eso la señora le sacó dos butacas de madera para que se sentaran.

Juan sintió algo en su boca, algo que nunca había percibido antes. Sintió como la saliva aumentaba notablemente, de alguna parte dentro de sus mejillas y bajo de su lengua. Ahora entendía el viejo dicho de que se hacía agua la boca. Nunca pensó que Gabriel rompiera una actividad que propusiera, nunca lo había hecho en toda la semana, hasta ahora.

En eso llegó un niño corriendo hasta la joven madre y la abrazó.

- Cuidado mijo que se me quema con el carbón… ¿Dónde está Diego?
- Se quedó donde el señor Pancho…
- Vaya y dígale que venga a almorzar…

El niño salió nuevamente corriendo, escabullándose entre las piernas de otros compradores en medio del corredor.

- ¿Qué desean tomar?
- Un Jugo de naranja por favor. – Dijo Gabriel. Juan iba a decir lo suyo, pero Gabriel lo detuvo en el acto con una mano en el hombro. - Quedamos en que nada hasta mañana.

Dicho eso, se escuchó un fuerte forcejeo en el estómago de Juan. Gabriel se mandó el primer bocado de carne a la boca y le dijo con la boca llena…

- Eso si debe ser hambre…
- Al menos no podría ser un poco menos crudo conmigo, me siento humillado.
- Eso es lo que hace sentir el hambre… las personas con hambre, se sienten humilladas, maltratadas y desplazadas del seno de la sociedad… pero tú no estás aguantando hambre. Estas ayunando. Y eso solo lo hacen los que son fuertes en espíritu y voluntad. Y yo sé que lo eres. Lo importante es que tú también lo sepas… la pregunta es: ¿lo haces por voluntad o por que te ha tocado a la fuerza?
- Por qué usted me ha dicho que lo haga…
- No deposites en mi tus voluntades, no te conviertas en una persona muerta. Si has tomado la decisión de seguir adelante con mis indicaciones, quiere decir que lo haces por tu voluntad. ¿O me equivoco?
- Creo que tiene razón. – “todo es cuestión de cómo te tomen las cosas” Recordaba a Rafael. – Así es como oran los orientales… ayunando, ¿cierto?
- Ya vas entendiendo. – Miró por un momento a la joven señora que seguía agitando el carbón. – Dime una cosa… y no me salgas con el cuento de que estamos haciendo una comparación. ¿Crees que ella es una persona muerta?
- No lo sé, ¿por qué? ¿Lo es?
- Está llena de vida. Tiene tres hijos, uno de ellos en camino. Y mira como nos ha atendido, mira como se esfuerza en su trabajo, mira con que amor ha tratado a su hijo cuando vino, mira como se preocupa por el bienestar de ellos… está viviendo su vida, es una heroína. Ella está sintiendo el calor de todos los días, el mismo que tú sentiste algún día, está cargando con trabajo fuerte, así como el que conociste, y además de eso siempre tiene una sonrisa ante los seres que quiere. Para hacer todo eso se tiene que ser un héroe. Ella no amenaza, no pide que tengan compasión de ella para que la ayuden, no expone sus razones, simplemente se dedica a hacer lo que sabe hacer para salir adelante… y lo hace muy bien… no te alcanzas a imaginar lo buena que está ésta carne. – Y se mandó otro bocado a la boca.

Esa tarde, en la banca de un parque, Juan no dejaba de mecerse con la cabeza entre las manos.

- ¿Cómo sigues del dolor de cabeza? – Preguntó Gabriel.
- Insoportable.
- El ayuno fortalece la voluntad, pero debilita mucho el cuerpo. ¿Cuál de los dos es más importante? …eso depende del dueño.

En eso se acercó un joven de unos veintitantos años, de buena contextura y se notaba que era de la calle.

- Me ayudan para comprarme un pan que no he comido en todo el día…

En eso Juan levantó la mirada y se le quedó viendo muy tranquilamente.

- ¿Me puede creer que yo tampoco he comido nada en todo el día?
- No… usted se le nota que es de buena cuna… si no me quiere dar simplemente dígalo, pero no se ponga a decir bobadas – El joven se puso notablemente de mal humor, pero Juan seguía completamente inmutable.
- ¿Sabe algo? No tengo el más mínimo interés en discutir con usted… eso me pone a pensar en si de verdad usted si tiene hambre o no.
- Vean a este otro! Viene aquí a sermonearme, como si fuera la gran cosa! – La voz de aquel mendigo estaba en aumento, Juan seguía con la misma imagen en su rostro.
- ¿Y ahora que hago? – miró a Gabriel para buscar algo de consejo. Realmente se le veía el cansancio en los ojos y la figura demacrada, muy pálido.
- Cómo quieras… - dijo Gabriel – Esta semana apenas hemos matado a dos mendigos, un tercero no importa… - y se metió la mano debajo de la camisa apresuradamente. Al ver esto el mendigo salió corriendo, vociferando que lo iban a matar a todo pulmón. Después de eso Juan no pudo evitar y se echó a reír con grandes carcajadas. Pero eso lo que hizo fue aumentarle la agonía en el estómago.
- Gabriel… la verdad, no creo que pueda aguatar hasta mañana sin comer.
- Claro que puedes… lo importante es que quieras, el poder se hace en el camino.

Se levantaron para comenzar a caminar hasta la casa… era un largo camino, y la tarde ya estaba muy avanzada.

- Ese de verdad no tenía hambre… yo no hubiera reaccionado así con hambre, sería un poco más modesto y suplicante… es más, hasta me hubiera arrodillado pidiendo algo para comer.

Gabriel le dio unas palmadas en la espalda mientras se reía de su ocurrencia.


* * *

La noche estaba fría, las calles mojadas por la reciente lluvia y Juan se estaba arrepintiendo de haber aceptado salir en ese estado. Gabriel era conciente del estado de ánimo de Juan y le dijo que se sentaran en una banca que miraba a la calle, con el parque a sus espaldas, muy cerca de una parada de bus. Juan lo asumió como un acto de comprensión a su estado de ánimo y sabía que era el momento para hacerle entender que no estaba interesado en continuar haciendo visitas con él, que no le interesaba saber de la vida de tantos otros que como él se habían puesto a mirar la vida con otros ojos, con ojos de responsabilidad cuando el mundo les dio la espalda, que no le interesaba ser un hombre dedicado para el mundo simplemente quería morir y dejarlo todo atrás. Que no quería ser más el pelele del mundo, que...

- Mira esos niños de allí... – Señaló a unas canecas de basura que estaban en la esquina.

Juan interrumpió su discurso mental y miró a donde le indicó Gabriel. Allí estaban tres niños, los distanciaban 3 años de edad entre cada uno y el mayor no tendría más de 12 años. Hurgaban entre la basura, obviamente estaban buscando algo de comida. El menor de ellos encontró algo dentro de una bolsa negra y pegó un grito de felicidad, los otros corrieron a mirar y se lo arrebataron, comenzaron a comer y lo dejaron atrás... el niño buscaba por los lados que le dieran algo para él también, pues al fin y al cabo fue quien lo descubrió; pero ellos lo esquivaban y se reían mientras levantaban la mano para que no alcanzara a coger nada. En medio de su frustración el niño comenzó a llorar, pero no descansaba en su lucha por alcanzar un bocado del contenido de la bolsa. De un momento a otro el llanto del niño fue mayor que su hambre y en medio de su frustración se sentó en la orilla del andén, metió su rostro entre sus dos manos y comenzó a llorar desinhibidamente, sin gritos ni pataletas... era un verdadero llanto en silencio de frustración y dolor.

Juan movía la cabeza en forma de negación y tenía un pensamiento fijo en su mente, Gabriel lo percibía, había llegado el momento de comenzar a mostrarle.

- ¿Sabes una cosa? Eres como ese niño.

Aunque Juan no contestó, el llanto de ese niño le partió el alma, se sintió realmente como él, utilizado, menospreciado y abandonado sin importar su dolor.

- ¿Qué consejo le darías a ese niño?
- Que cogiera un garrote y les diera palazos a esos dos.
- ¿Aunque fueran sus propios hermanos?
- Para que aprendan a respetarlo... es que mira como está llorando y ese par de grandulones no lo tienen en cuenta para nada.
- Tu consejo no sería más bien que... ¿se suicidara?

Juan giró estupefacto para mirar a Gabriel. Cómo era posible que semejante idea se le pudiera decir a un niño de apenas unos 5 años. Por un momento miró en Gabriel a un monstruo. Alguien sin el más mínimo dolor por los demás, frío y perturbador.

- No me mires así... la idea del suicidio como solución ante los que abusan fue tuya, no mía... te pregunto otra vez y piensa primero que todo... ese niño eres tú. Entonces, ¿qué consejo le darías?

Juan volvió a mirar al niño que aun estaba llorando y los dos hermanos ahora se estaban burlando de él. Qué se le puede aconsejar a un niño tan joven, que pueda entender, que le pueda servir para más adelante, que sea fijado en su mente y no en su corazón... si se le enseñaba que golpeara a los otros dos era enseñarle venganza y con los años se convertiría en un hombre sin compasión y vengador, rencoroso y sin piedad para castigar por su propia mano... definitivamente no era la solución. Decirle que se suicidara... era simplemente impensable, era inhumano pedirle a un niño que se matara a sí mismo, sacado completamente de cualquier contexto, y por lógica Juan quedaría con la conciencia sucia de haber inducido a un niño al suicidio... se habría convertido en un asesino indirecto, responsable por la muerte de alguien más, por la muerte de un niño. Imposible hacer algo así.

De repente y en medio de una sensación de ira, de frustración, de profunda comprensión al sentimiento del niño, no pudo evitar sentir que sus ojos se hincharon y se resbaló una lágrima de profundo dolor en los ojos de Juan. Miró a Gabriel y empuñó sus manos... algo estaba por estallar dentro de él.

- Entonces... ¿Qué le dirías? – Gabriel parecía imperturbable.
- No lo sé! Maldita sea no sé que decirle! – El dolor aumentaba con cada pregunta y aún más cuando sentía que no habían respuestas.
- ¿Cómo así? ¿O sea que sí quieres decirle algo?

Juan se dio cuenta que efectivamente no quería quedar en silencio, quería decirle algo, algo que lo reconfortara, algo que le aliviara ese dolor, si no lo veía llorar más de pronto él también dejaría de llorar, dejaría de sentirse frustrado, de sentirse también utilizado, quería reivindicar sus sentimientos a través de los sentimientos del niño... en el niño sintió que podría encontrar la salvación al dolor a su propio dolor... a su propia angustia de esta cruda existencia. Quería que el niño dejara de llorar, quería que el niño no sufriera más... y por consecuencia, él también dejar de sufrir. Sí. Había una respuesta al fin y al cabo. Quería lograr que el niño dejara de llorar.

Juan se levantó y buscó entre sus bolsillos y se dio cuenta que no tenía ni una sola moneda, entonces se sintió frustrado y su ira aumentó.

- Si crees que darle dinero es la solución, estás equivocado... mañana estarán aquí nuevamente y la escena se repetirá. – Le indicó Gabriel. – Además no creo que si alguien llegara a darte dinero, sin más ni más, tú puedas darte cuenta de que el suicidio sea la solución real a tus problemas... ¿o sí?
- Dale con el cuento del suicidio... a ese niño no le voy a decir que se mate... eso sería muy cruel con él.
- Pero no era cruel que tú te mataras. ¿Cierto? Y como yo veo la situación, tú y el niño tienen el mismo problema. Si la solución funciona para ti, ¿por qué no puede funcionar para él?
- Si lo que estas buscando es presionarme... olvídalo. Nunca le diría algo así al niño. – Juan caminaba de aquí para allá... su angustia ante la situación y ante su propio espejo lo estaban desesperando, algo tenía que salir de ese momento y rápido, antes de que Gabriel lo volviera loco.
- ¿Entonces? – insistió Gabriel.

Juan volvió a mirar la escena y se dio cuenta que a un lado estaba su propio espejo aún llorando inconsolablemente en el andén, mientras los otros dos se deleitaban de un manjar sacado de la basura, algo que posiblemente estaba podrido, algo que tal vez les daría indigestión y un gran dolor en el estómago... se dio cuenta que sin querer, ese par de tramposos habían acabado de hacerle un favor al niño.

- Ya sé que decirle... – Giró mirando a Gabriel y sonrió con un brillo en los ojos de victoria.

Juan caminó a donde estaba el niño y se sentó junto a él. Miró al frente a nada en particular, esperando que el niño se percatara de su presencia. Y al ver que no se dio cuenta le preguntó.

- ¿Por qué lloras?
- No se meta... que no es su problema... – en medio del llanto podía modular muy bien entre cada sollozo.
- Pues sí es mi problema por que no quiero que hayas comido de lo que ellos están comiendo... porque sabes... si tú comiste de eso estoy metido en un problema y si estás llorando es porque te está doliendo mucho y no quiero cargar en mi conciencia con tu muerte.
- ¿Qué? ¿Cómo así? ¿Me está amenazando o qué?

Con la sorpresa que el niño tuvo con los comentarios de ese desconocido se levantó y sus dos hermanos se acercaron pensando que le estaban dando dinero, para ellos también recibir. Casi inmediatamente el niño había dejado de llorar y estaba en cierta forma asustado, pero quería disimularlo mostrando un poco de enojo.

- Este tipo está hablando de matarme...

Los otros niños se asustaron y en medio del clan que siempre han sido, mostraron un poco de coraje y comenzaron a insultar a Juan, esperando que se asustara para que se fuera.

- Un momento chicos... que lo que tengo que decirles es importante... pensé que estaba llorando por el dolor de estómago causado por el veneno.
- ¿Veneno? ¿Cuál veneno?
- Es que le puse veneno a... – miró de reojo el contenido que tenían en la bolsa y se dio cuenta que era un pastel – Un pastel de cumpleaños que usé para matar unas ratas en mi tienda de allí – Señaló a un lugar cualquiera al otro lado de la calle. –, pero me sobró mucho y lo tiré a la basura, ahora que vengo por aquí y lo veo llorando, y a ustedes comiendo me imaginé que él había comido antes que ustedes y que de pronto se había envenenado, entonces para llevarlo al hospital o algo...

Los niños se miraron unos a otros, luego miraron la bolsa y se pusieron a oler el pastel... efectivamente no tenía un buen olor y la tiraron en la basura. Mientras se limpiaban la lengua con la misma mano tratando de sacar cualquier vestigio del posible veneno que tendría el pastel. Mientras el menor se sintió aliviado de no haber comido, comenzó a angustiarse por la suerte de sus amigos y se tiró a golpear a Juan tildándolo de asesino.

Juan alcanzó a sostener los dos brazos del niño con una sola mano, y lo levantó simulando que se estaba defendiendo de un gamín que lo atacaba con fuerza, los otros dos estaban muy ocupados tratando de limpiarse la boca y tratando de vomitar, sin darse cuenta de lo que Juan estaba haciendo... que era más bien jugando. Se acercó al rostro del menor después de forcejear un poco y le dijo en medio de un susurro...

- Lo del veneno era mentira, era para escarmentarlos... pero no les digas nada. Mañana, tú comerás primero. Ellos te dejarán.

Juan lo soltó y comenzó a caminar a donde Gabriel. Mientras el niño se puso a mirar a sus dos compañeros y a Juan. Se dio cuenta de la situación y comenzó a reírse de la suerte de sus compañeros. En medio de sus carcajadas los recriminaba que eso les pasaba por egoístas y hambrientos que no le dejaban comer nada a él, a lo que contestaron que él seguiría probando todo antes que ellos. Juan no vio esa parte de la escena pero la escuchó completamente mientras se alejaba. Sintió una sensación de victoria y una profunda alegría de haber cambiado la suerte de su pequeño amigo de ese momento para adelante.

Al llegar Juan se percató que Gabriel tenía una sonrisa casi disimulada y lo miraba con admiración. No pronunció palabra alguna, tal vez porque no quería decir nada, o tal vez era por que no quería demostrar que tenía un nudo en la garganta que no lo dejaba hablar. Apretó sus labios y movió la cabeza indicándole a Juan que lo que acababa de hacer fue magnífico.

- ¿Cómo te sientes?

Juan lo pensó un momento mientras Gabriel se levantaba para comenzar a caminar de regreso a casa.

- Es extraño, pero ese dolor que me atormenta, no lo siento en este momento.
- Cuando uno ha encontrado la solución con la cual adormecer el dolor… uno se puede convertir en adicto a ella. Hay que tener cuidado, algunas soluciones pueden matar en vida…
- ¿Cómo así?
- Algunos se drogan, otros beben, otros buscan desahogarse con ataques de ira, en fin… cada cual busca la manera de adormecer el dolor, pero esas maneras, te matan en vida. Afortunadamente la tuya puede ser de mucha utilidad para ti mismo y… tal vez para otros también. – Se detuvo para mostrarle a los niños en la esquina. Estaban todos sentados compartiendo unos pasteles que un guardia les había dado, todos juntos por igual.

* * *

Faltaban solo dos días para terminar el arreglo que había tenido con Gabriel y ya se sentía extrañamente cómodo con su compañía, la mayor parte del día eran largos silencios, arduas conversaciones filosóficas y explosivos encuentros morales. Pero también, con el pasar del los días Juan se fue acostumbrando a decir lo que pensaba, eso le comenzó a dar una sensación de libertad que no había sentido antes. Estaba seguro que Gabriel no le prestaría mucha atención a lo que el quisiera maldecir, reprochar o deshacer, siempre parecía inmutable a todo lo que el dijera o hiciera, poco a poco comenzó a ser un poco menos agresivo con él, esa libertad comenzaba a tener un valor para Juan y lo quería compensar con algo que de todo corazón sentía que podía dar: respeto.

- Mañana será nuestro último día, juntos. No sé si todo lo que has vivido en estos días te haya puesto a recapacitar en tu situación. Pero quiero que mañana tomes una decisión, una que realmente valga la pena, una que pueda implicar un giro completo a tu vida. Te dejo libre para que escojas lo que quieras. Podrás suicidarte como lo querías hacer desde el comienzo o podrás vivir como cualquier otro ser humano de éste mundo, pero también te daré otra alternativa: podrás vivir con la fortaleza que te he enseñado en estos días, con la intensidad que has vivido, con otros ojos ante tu vida y la vida de los demás… tu escogerás, yo te diré el momento preciso en que lo harás y si de algo vale la amistad que ha nacido entre nosotros, lo cumplirás. ¿Te parece?
- ¿Y qué puede ser lo que me pida que haga?
- Tú ya tienes las opciones… pero mañana en el momento en que yo lo diga, escogerás.

Escoger entre suicidarse, vivir o hacer lo que diga Gabriel… parecía un mosaico de posibilidades muy diverso. El suicidio todavía rondaba fuertemente en la cabeza de Juan, los motivos todavía estaban allí. Vivir, como cualquier otro humano ya no sería lo mismo, la perspectiva de muchas cosas habían cambiado en esos pocos días, definitivamente ya no era el mismo. Hacer lo que dijera él, sonaba a una especie de trabajo, una especie de misión, algo sin duda muy al estilo de Gabriel… ¿qué sería?


LA COMUNIÓN


El último día era notablemente nostálgico. El afrontar nuevamente la vida de siempre no era la mejor alternativa. No podía entender el porque se sentía tan confortable la compañía con Gabriel, a pesar de tantos altibajos, de tantas emociones juntas y sintió que por primera vez tenía un amigo de verdad. Un amigo que dejaría en este mundo, un amigo que tal vez realmente lo llore cuando él muera. Estar ya separados no parecía tan difícil, pero si se hacía insoportable el pensar en volver a su antigua vida. Esa no era la opción que tomaría, para nada, era preferible la alternativa del suicidio.

Tomó la taza de café que le brindó Gabriel con las dos manos, mientras trataba de visualizar su expresión. Estaba seguro que Gabriel conocía sus intenciones. Que una vez terminado ese día, terminaría el campamento y volverían, o tal vez él preferiría buscar uno de los peñascos y arrojarse al vacío, de esa manera no lo rescatarían tan fácilmente en caso de no morir y dejar que el tiempo cumpla con su parte. Pero Gabriel estaba imperturbable, contemplando el amanecer, con sus ojos perdidos en las montañas que escondían aun al sol, mientras tomaba pequeños sorbos de café. Juan estaba seguro que él sabía lo que pasaría ese día.

- ¿Puedes ver aquel peñasco que se perfila en aquella montaña? – le indicó Gabriel, sin levantar siquiera las manos, a algún lugar por donde estaba saliendo el sol.
- Creo que sí.
- Pues bien... hoy vamos a escalarlo.

Juan no lo podía creer. Era perfecto. Un accidente de escalada. Y la altura era más que la indicada, una caída era la muerte segura. No pudo dejar de dibujar una sonrisa de satisfacción y en cierta manera, una extraña sensación de abandono, al saber que se acercaba lo tan largamente buscado.

- Perfecto. ¿Cuándo salimos?
- Recojamos todo y vamos. Ese lugar está a unas dos horas de aquí para comenzar a escalar.

Cuando se bajaron de la camioneta, Juan presintió que las cuerdas que habían en la parte trasera tenían que ver con algo de escalar montañas, pero cuando las dejó Gabriel, sin siquiera verlas o determinarlas, descartó cualquier posibilidad de una actividad como esa. Solamente había tomado una mochila. Ahora irán a escalar... sin cuerdas.

Definitivamente Juan no terminaba de comprender los comportamientos de Gabriel, pero tenía la certeza de que no eran casualidad, tenía una real intención en cada cosa que hacía. Esta vez simplemente esperaría para ver cuales eran las intenciones de Gabriel. No pudo dejar de sentir un leve escalofrío al pensar que su intención era la de dejarlo suicidarse en el intento a subir la montaña.

Al comienzo de la pared, Juan se impresionó al ver que no había sendero. Gabriel tomó un arnés y se lo puso, le dio otro a Juan y le explicó como ponérselo. Sacó una cuerda de su alforja y la ató fuertemente cada extremo a cada uno de ellos.

- Si caigo, me sostendrás… si caes, te sostendré.

Juan estaba temblando, había algo de temor en el aire, Gabriel estaba muy serio, más que de costumbre. Por primera vez, Juan sintió desconfianza de Gabriel. Y si él se tiraba al vacío para suicidarse también y arrastrarlo en la caída…? Muchos fantasmas de temores comenzaron a aparecer en su mente.

- Oye! Relájate, vamos a escalar simplemente y si mi vida depende de tu tranquilidad, quiero que estés tranquilo. Yo no quiero morir el día de hoy.

Por alguna extraña razón, Juan se sintió aliviado. Y lo más raro todavía, era que estaba temiendo a alguna cosa.

Comenzaron el asenso y Gabriel le indicaba como debía poner el pie, en que lugar poner la mano, como debía empujar el cuerpo, en fin, como hacer la escalada.

Al cabo de una hora, el cansancio tenía agotado a Juan, los brazos tenían calambres y un incesante temblor en las piernas no lo dejaban continuar.

- Creo que no voy a poder… Gabriel…
- Claro que puedes… la pregunta es: ¿quieres?
- No lo sé… quisiera volver y terminar con esto.
- ¿Esto? ¿Te refieres a tu vida o a esta escalada?
- No quiero escalar más… eso es todo…
- ¿Y qué quieres hacer con tu vida?
- ¿Podríamos discutir eso abajo?
- Abajo, arriba, que importa, el tema es tan válido aquí como en cualquier parte. Pero si se me hace interesante en lo que puedas estar pensando en este preciso instante. Aquí, en el lugar más alto de todos, sujetado con tus propias manos, atrapado por la idea que si te sueltas también me matas… y yo simplemente estoy confiando en ti… pero ahora me sales con que no quieres seguir. Mi vida depende de ello… ¿con qué no quieres seguir Juan? – Gabriel tenía el aliento cansado, pero su solemnidad daba cierto temor a Juan y sintió en él a una persona autoritaria, un tono de voz que no le gustaba para nada.
- ¿Esto es lo que quería? Ponerme en un lugar donde realmente pudiera confrontarme para ver si soy capaz de matarme o no… entonces suélteme y verá de lo que soy capaz.
- No me malinterpretes… no te estoy retando. Solo quiero saber si mi vida corre peligro. Hoy no quiero morir.
- Tranquilo, que el día que lo haga no me llevaré a nadie.
- Entonces continuemos… ya falta muy poco.

Luego de un silencio largo, Gabriel sintió que no avanzaba mucho Juan, estaba en una especie de encrucijada y no encontraba donde poner sus manos para continuar. Entonces decidió regresar por donde había subido y al cabo de unos minutos estaba al lado de Juan.

- ¿Tienes miedo?
- No. – Contestó jadeando.
- Pues yo si tengo miedo.
- ¿No pues que no le daba miedo de nada?
- Yo nunca dije eso… simplemente que no procuro manifestarlo.
- ¿Le tiene miedo a morir?
- No… tengo miedo de que tú quieras suicidarte.
- Ya le dije que si lo hago no me llevaré a nadie.
- Tener miedo es natural… yo no le tengo miedo a morir, tengo miedo que un amigo me quiera matar por su propio egoísmo… eso me haría sentir traicionado y a la traición si le tengo miedo.
- Le aseguro que no me quiero matar en este momento. No con usted ahí amarrado a mí.
- ¿Entonces me acompañarás hasta arriba?
- Así lo haré.
- ¿Sabes una cosa? cuando se siente tanto temor y no se sabe porque, lo mejor es gritar a todo pulmón.

En ese momento Gabriel soltó un gran alarido que en un principio asustó a Juan, pero le pareció gracioso al final de la última nota.

- Vamos… grita! Eso ayuda a liberar los demonios que nos acompañan a veces.

Juan gritó tímidamente, por temor a soltarse.

- ¿Eso es un grito?
- La verdad es que no creo poder gritar más fuerte en la situación que me encuentro.
- Mira agárrate de esa roca y pon el pie en esta grieta, eso te dará mayor seguridad… luego grita… como si el mundo mismo dependiera de ello para que salga el sol.

Acomodó el pie, tomó una gran bocanada de aire y gritó tan fuerte que sintió que sus manos se debilitaban. Al final del último aliento terminó con una gran carcajada… se sentía ciertamente muy liberado. Sus piernas habían dejado de temblar en gran medida. Y se sintió con un mayor control de la situación.

- Gritar es un gran liberador… te receto dos o tres dosis a la semana, preferiblemente antes del desayuno y en un lugar abierto.

Juan se echó a reír nuevamente, se sintió confortable con los comentarios de Gabriel, por fin ya no era ese solemne mandón del principio del día. Lo comenzó a guiar y esta vez terminaron de subir el último tramo casi uno al lado del otro.

Una vez que estaban llegando a la cima, Juan pudo ver que Gabriel terminó su escalada y gritaba de alegría en la cima. Eso le dio confianza a él para terminar. Pero en el siguiente segundo vio que la cuerda comenzó a deslizarse por su costado y vio el extremo de la cuerda bajar también. Al ver esto vio el rostro de Gabriel muy cerca de él, al alcance de la mano. Pero en ese mismo instante se dio cuenta que Gabriel estaba muy serio.

- A partir de este momento, nuestro acuerdo termina. Ya pasaron dos semanas y lo prometido es deuda. Ya eres libre, puedes hacer lo que quieras, o puedes escoger la alternativa que te tengo. La pregunta es… ¿Qué quieres hacer?
- Podría terminar de subir… ¿me ayudas?
- Estás en la mejor posición para cualquier decisión.

En eso se asomó al lado de Gabriel, Miguel. Y Juan no pudo evitar tomarlo con asombro. De él si creía que podría morir en el acto, ese muchacho si podría lanzarlo al vacío, alguna vez le había apuntado con un revolver. El temblor en las piernas volvió y esta vez con mayor fuerza.

- Justo cuando uno puede saber que la decisión es definitiva y que la vida completa puede cambiar por siempre, es cuando mayor temor se puede sentir. – Dijo Miguel.
- Pero nunca se tiene mayor recompensa que cuando se ha tomado la mejor decisión. – Escuchó una voz femenina… era Jofi, pudo ver su bastón y parte de su figura en algún lugar allí arriba.
- Lo que me sorprende es que nunca te diste cuenta de lo que estabas viviendo en estos días… aún no te has dado cuenta cuál es el poder que tienes? – Ese era indiscutiblemente Azrael que se sentó en una roca con los pies al vacío mientras comía una manzana. – ¿No te has dado cuenta de tu propio poder?

En ese momento los recuerdos comenzaron a aflorar… la noche en la morgue cuando le preguntó a Gabriel si él no lo sabía todavía y cambio de tema rápidamente… cuando Miguel le preguntó a Gabriel que si lo iba a reclutar… cuando Zadquiel le dijo que tenía a otro ángel en la tierra…

- ¿Qué están haciendo todos aquí? – Su temor era notable, tal vez más que su propio cansancio.
- Eso lo decides tú. – Apuntó una voz que por su profundidad no cabía duda que era Rafael. - Hemos venido a darte la bienvenida, o a darte una despedida, una despedida como conocido o una despedida fúnebre. Eso lo decides tú.
- ¿Cómo así? No entiendo que es lo que quieren de mí.
- Es fácil… - Se acercó Gabriel a Juan – En este momento si quieres te puedes suicidar, es una altura lo suficientemente mortal, ellos y yo declararemos que fue un accidente de escalada y nada más que ver, si tienes parientes no sufrirán por problemas legales de transferencias o seguros. Lo otro es que decidas vivir en este momento y todo lo que te ha sucedido en estos días, será un recuerdo como de una aventura que tuviste alguna vez en tu vida. O escoges mi alternativa, y si la tomas ellos serán testigos y entre todos nos encargaremos de que la cumplas. Este es tú momento… un momento único en tu vida. y como te lo dije ayer… llegó el momento de escoger.
- Esto es asesinato.
- No… para nada, te estamos dando una oportunidad que nunca tuvimos ninguno de nosotros - Interpuso Miguel – Hacerlo con dignidad, ante amigos de verdad que entienden tu situación y que en cierta manera respetan tu decisión.
- Zadquiel no pudo venir. – Rafael agregó - Pero dejó un mensaje en un papelito como los tuyos… - Rafael se acercó y lo pegó de la roca que Juan tenía enfrente para que lo leyera. “Los amo a todos”. – Eso te incluye a ti, lo escribió el día que fuiste, antes de morir.
- No entiendo como es que no lo ha podido ver… si yo lo descubrí desde el primer día. – Preguntó Azrael a todos los del grupo.
- Por que él todavía está confundido y no sabe lo que quiere con certeza. – interpuso Jofi.
- Lo sé Jofiel, pero ¿No es acaso evidente?
- Para nosotros sí… tal vez para él no lo sea todavía.
- ¿No podría terminar de subir? Estoy muy cansado y siento que me estoy resbalando.
- Vuelvo a repetirte, es el momento de tu decisión. Escoge.
- ¿Y de que se trata tu alternativa?
- Esa te la diré si la has escogido, no antes, porque solamente los miembros de éste club pueden saberla.
- Si… definitivamente tanto loco junto debe estar en un club… debieran estar en un manicomio.
- Un poco más de respeto Juan. Estamos aquí es por ti, para ayudarte en tu futuro. – Agregó Jofi.
- Me estoy resbalando, ayúdenme.
- Ayúdate tu mismo… tu tienes la última palabra, es tu vida… no lo entiendes… el poder del suicida lo tienes tú, y si no lo usas nadie más lo hará y serás un simple desperdicio, un ángel caído más… Ese es el poder… no lo entiendes. – Azrael se sentía indignado al ver a ese muchacho sin poder asimilar una idea tan clara.
- ¿Cuál es ese maldito poder?
- No tiene nada de maldito… por el contrario, es tan bendito que solo un ángel puede tenerlo también. – interpuso Rafael. – los ángeles obran con la fuerza que ningún mortal puede, la voluntad por encima de sus propias debilidades e instintos, conocen a los humanos en todas sus facetas, como niños, como ancianos, la consecuencia de su muerte, conoce y entiende sus dolores, sabe también que cualquier sufrimiento por grande que sea es mínimo comparado con otros dolores… un ángel tiene la solución a todos los problemas de los humanos, y al mismo tiempo rechaza su propia humanidad, sin negarla, sin sacrificarla… ese es el poder los suicidas… ese es el poder de los ángeles.
- ¿Ustedes, en verdad se creen ángeles?
- No nos creemos… lo somos. – Agregó Miguel.
- Entonces que dices… ¿cuál es tu decisión?
- ¿Puedo ir descartando?

Gabriel miró a todos y como un asentimiento en común le dijo que si.

- Hoy no voy a morir!
- Bravo! - Gritó Azrael lleno de alegría en toda la punta de la roca – Ya está entendiendo. Pero la pregunta es… ¿por qué no quieres morir hoy? ¿Por qué lo vas a posponer? ¿O por que eres el dueño de esa decisión?
- Porque quiero mandar en mi propia vida e incluso en mi propia muerte.

Un aplauso general se escuchó entre todos, entonces se agacharon Miguel y Gabriel para ayudarlo a subir. Subió una mano para terminar de subir, pero en eso, un pié se resbaló y con los ojos extremadamente abiertos a Gabriel, en una expresión lenta y llena de angustia, se fue resbalando lentamente hasta perderlo de vista, hasta solamente ver que quedó con apenas los dedos colgando del vacío.

Azrael en medio segundo, tomó un lazo que estaba en el suelo, se puso la grapa en el cinturón y le tiró el otro extremo a Rafael…

- Sujétame!

Rafael apenas había alcanzado a trenzar el lazo en su brazo y estaba dando la vuelta a un árbol para sostener el peso, cuando Azrael se lanzó por encima de los estupefactos Miguen y Gabriel en un salto mortal hacia el vacío. El jalón le estrechó el brazo a Rafael contra el árbol y sus venas se brotaron mostrando el titán y la gran musculatura que tenía. Rafael miró hacia el cielo y en una súplica silenciosa apretó fuertemente el lazo con sus dos manos.

Azrael sintió el jalón en su cinturón y lo columpió contra las rocas, quedó apenas por debajo de Juan y se preocupó que la cuerda lo hubiera apretado y lo soltara, pero afortunadamente estaba a un metro de distancia a un lado de él. Se columpió y buscó la soga del arnés de Juan, la tomó y la tiró hacia arriba, Miguel y Gabriel tomaron la soga, comenzaron a halar todos para ayudar a Juan. Rafael sentía que sus manos no podrían por mucho y trató de dar más vueltas al árbol para que la fricción le ayudara con el peso de Azrael.

Juan lentamente comenzó a subir y Gabriel lo alcanzó del cuello de su camisa para terminar de subirlo. En eso se lanzaron todos tres a la soga que estaba sujetando Rafael y comenzaron a tirar en tiros al mismo tiempo hasta que este se logró sostener y subir por su propia cuenta. Juan no aguantó a que terminara de subir y le tendió la mano. Azrael la tomó de buen agrado. Una vez que este ya estaba arriba, Juan lo abrazó… quiso pronunciar unas palabras y Azrael simplemente le dio unas palmadas en la espalda, queriéndole decir que no era necesario. A este abrazo llegó también Gabriel, se acercó Miguel y también los abrazó… Rafael se quitó la cuerda trenzada de su brazo, tomó la mano de Jofi y la condujo hasta donde estaban todos, y estos dos también se unieron al abrazo. Así pasó un momento, un corto momento que fue imborrable para Juan

Rato después, cuando estaban tomándose un café al lado del carro de Azrael, Juan no dejaba de mirar su taza y Jofiel se acercó a su lado.

- Pensé que ustedes no se conocían.
- Es mejor así… si lo hubieras sabido, habrías tenido otra impresión de todos nosotros.
- ¿Desde cuánto estas con ellos?
- Igual que tú, desde el momento en que escogí vivir. Cuando quedé ciega, en lo único que pensaba era en quitarme la vida. Ellos me mostraron otra manera de vivir y aquí estoy.
- ¿Y ahora qué?
- Aun tienes dos caminos por escoger… tu vida normal o la oferta de Gabriel.
- Gabriel… - Juan lo llamó, esperando no interrumpir su charla con Miguel y Rafael.

Él giró su cabeza y miró a Juan, todos quedaron en silencio por un momento, esperando ver lo que estaban buscando desde hacía varios días.

- ¿Aun está en pie tu oferta? - Era la primera vez que Juan lo trataba informalmente.
- Claro que si. – Gabriel sonrió al ver su nueva actitud frente a él.
- No tengo la menor idea de que se trate, pero acepto, sea lo que sea.
- ¿Estas seguro?
- Sí… lo estoy.

En eso Azrael se acercó y puso a un lado de Gabriel, Miguel hizo lo mismo, Rafael quedó al lado de ellos y Jofi también se puso a sus lados, quedando todos en un círculo, que estaba completado por Juan.

- Todas las mañanas… - Comenzó Gabriel
- Con tu primer… - Siguió Azrael
- Pensamiento… - Dijo Jofi
- Levanta la mirada… - Siguió Rafael a su lado
- Y mira a tu alrededor… - Dijo Miguel, y así, cada uno decía una pequeña parte, en el mismo ritmo, en la misma pausa, pero era un solo mensaje…

“Todas las mañanas con tu primer pensamiento, levanta tu mirada y mira a tu alrededor, piensa en cada ser humano que hay sobre la faz de la tierra, piensa quien de ellos está peor que tú y ve a ayudarle, pues tu tienes el poder y la fuerza que él no tiene y sabes perfectamente que cualquier cosa que hagas, le aliviará su dolor, al menos por un día. Puedes vencer el sol como ningún otro mortal, puedes vencer el frío como ningún otro mortal, puedes vencer el cansancio como ningún otro mortal, puedes vencer tu mente como ningún otro mortal, puedes vencer el silencio y la voz de tu conciencia como ningún otro mortal, puedes vencer el sueño como ningún otro mortal, puedes vencer el hambre como ningún otro mortal y eso te convierte en un ser tan poderoso como un ángel, no pienses en tu caída si puedes pensar en ayudar a levantarse a otro.”

Al terminar, Juan estaba llorando conmovido, sintiendo como cada uno de ellos había puesto parte de si mismo para ayudarlo a levantarse a él, sintió que les debía mucho más de lo que pudiera darles.

Por un momento el silencio se apoderó del lugar, el viento se quedó quieto, la montaña se hizo cómplice, las nubes dejaron de moverse, era un momento lleno de inmortalidad…

Ese día nacía un nuevo ángel.

* * *

Hoy, mientras se afeitaba, mientras veía en el espejo a la cuchilla subir lentamente por su cuello, cuando esa misma imagen le insinuaba tantas veces en tantos días el mismo pensamiento, hoy simplemente jugaba a verla inerte e inofensiva… y se dijo lo mismo que se ha dicho cada día durante los últimos dos años desde que conoció a Gabriel:

- Bueno humanidad… hoy tendrás que aguantarme otra vez… al menos por hoy!

Tomó el estuchecito de cuero que alguna vez una señora le había dado y se lo guardó en el bolsillo, apuntó en un papelito “Bus” y lo puso en el espejo donde se había afeitado… por extraño que pareciera, desde aquel día en ese peñasco, cada mañana tiene un pensamiento diferente, un pensamiento que lo motiva a continuar en su propia película.

Texto agregado el 26-05-2004, y leído por 136 visitantes. (0 votos)


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