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El sol afuera pegaba fuerte a esta hora de la mañana, un tipo cruzó a caballo con descuidada imagen gauchesca, atosigado por el sol ardiente.
Adentro, se concentraba el olor a pinotea lustrada y artículos de perfumería. Un gran espejo marcado de humedad cubría una pared lateral por sobre una mesada de mármol, donde descansaban tijeras, peines, navajas y el rociador de acero inoxidable del cual salía una manguerita hacia la perita bordó.
Sentate acá –dijo don Diego- terminando de sacudirse la impecable chaqueta celeste y saludando a un transeúnte que cruzaba la vereda.
Hace calor mi amigo? –inquirió- mientras daba la posición mas cómoda al inmenso sillón mecánico, (al cual yo adoraba subirme y jugar a que era un astronauta viajando en una extraña nave, hasta que paciente y sin decir nada, el viejo peluquero ponía el pié en algún lado y se terminaban los movimientos y chirridos del sillón mágico).
Siempre era igual, después venía una historia de aventuras, que con cada corte se tornaba más fantástica.
Te conté la vez que andaba recorriendo el monte y me atacó un jabalí gigante? aquellos son los colmillos –dijo- señalando el cenicero de madera adornado con dos enormes colmillos que reposaba sobre la mesita de vidrio junto a las revistas El Tony y D`artagnan, que yo había desparramado mientras esperaba.
Me salió de atrás de un renuevo y se me vino encima – comentó y pasó una mano por mi frente para secar las gotas que chorreaban después de haber sido frescamente pulverizado por el rociador.
Le descargué el seis luces en el morro pero igual me encaró, decí que alcancé a sacar el puñal de la cintura, le quité el cuerpo así – gruñó e hizo una pirueta en el aire- y se lo mandé hasta el cabo, cayó como a los diez metros resoplando el desgraciao.
Pero igual me alcanzó a rozar con los colmillos y me hizo esto –dijo mostrando una cicatriz en el antebrazo, (cicatriz que en el corte anterior se la había hecho un indio mamao en una cuadrera).
Preguntale a tu viejo, se debe acordar –volvió a decir-.
Era un anciano más bien bajo y expresivo, se quedó por un momento meditabundo afilando la navaja en una tira de cuero con la mirada perdida.
De afuera se coló una versión gastada y lejana de la quinta sinfonía de Beethoven, con ella comenzaba la emisión diaria de la propaladora, entonces todo el pueblo dejaría sus tareas para escuchar las últimas noticias, eran las diez de la mañana.

Texto agregado el 30-05-2009, y leído por 175 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-06-2013 No había leído este hermoso cuento!,ameno, fluido y lleno de magia!!************ nanajua_
31-05-2009 muy bueno ,mago bien descripto y lleno de ese sabor pueblerino.Gracias por compartirlo ******* shosha
30-05-2009 Me encantó la historia , muy bien detallada la vieja peluquería de entonces y el movimiento del pueblo , remembranzas =D mis cariños dulce-quimera
 
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