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Al abrir los ojos, quedó encandilado.
Demasiada luz, demasiado blanco: tuvo que entrecerrarlos nuevamente.
Fugaces como relámpagos, comenzaron a acudir a su cerebro varios recuerdos. Conectados, en un orden preciso.
Las manos levantadas, los gritos enardecidos, los uniformes, las svásticas, el fuego, las bombas, el bunker, Eva, su amada Eva...
Y luego las noticias: estaban derrotados.
Y la única alternativa digna posible, la que tomó: el revólver en su sien, el estallido, la oscuridad que pareció eterna, el túnel, la luz.
¡Así que había "otra" vida!
Lo estaba entendiendo todo.
Lentamente comenzó a abrir los párpados nuevamente.
Al hacerlo se sorprendió: entre la luz blanca, podía percibir detalles demasiado mundanos como para estar muerto.
El techo tenía vigas y luces fluorescentes, y si esforzaba un poco su cuello lograba ver en las paredes una primer fila de azulejos blancos prolijamente colocados.
Ahora sí estaba entendiendo: no había muerto, había fallado el disparo.
Sólo le quedaba averiguar en dónde estaba.
No el lugar exacto, sino si estaba en manos de los aliados o de alguna milagrosa forma, había sido rescatado por los suyos.
Casi no coordinaba sus movimientos, ni su respiración.
Intentaba estirar su cuello, cuando apareció en su campo de visión una enfermera.
Sus rasgos eran arios.
Su cerebro se regocijó al imaginar a esos judíos infrahumanos rencorosos: no habían logrado atraparlo!
La enfermera se acercó a él, sonriente, y susurrándole con cariño algunas palabras que no logró comprender.
Él parpadeó, para hacerle notar que la escuchaba, y ella le correspondió la sonrisa.
- ¿Tienes hambre? - le dijo ella.
Quiso hablar y no pudo: probablemente estuviera demasiado herido como para intentar tal proeza.
Entonces, parpadeó; varias veces, para que quedara en claro que estaba asintiendo.
La enfermera no contuvo la risa: espontánea, casi musical.
Y él también intentó sonreir.
Mientras la enfermera lo ayudaba a levantarse, el cerebro de Adolfo ya estaba calculando, planificando, anticipando lo que sería su (ahora sí), segura victoria.
Cuando la enfermera lo soltó, sintió vértigo y sólo atinó a crispar sus puños.
Agitado, logró asirse de algo.
Era un dedo.
Siguió con la vista ese dedo, la mano, el brazo...
¡Una cara!
¡La cara sonriente de una despreciable hembra judía!
¡Y estaba a su merced: intentaba desembarazarse de ella, pero su cuerpo no le respondía!
¿Qué cínicas torturas le tendrían preparadas?
Mientras se agitaba lo más que podía, veía claramente como la inmunda infrahumana lo acercaba a su pecho y lo restregaba contra su negro pezón.
Cerró los ojos con fuerza, y mientras todos sus recuerdos se iban desvaneciendo lentamente, sus labios comenzaron a succionar...

Texto agregado el 02-06-2009, y leído por 184 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-10-2016 Dios castiga sin mostrar el palo satini
03-06-2009 Felicidades por muy buen relato ronaldxl
02-06-2009 It's a wonderfull short history! Rid
02-06-2009 Pobrecitos árabes con el Führer de judío. Muy, muy bueno. Capo! ElnegroHinojo
 
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