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- Nosotros, el jurado, encontramos al acusado, Gordon Garófalo, culpable de los cinco cargos de violación, privación de libertad y asesinato en primer grado. Y recomendamos muy especialmente se lo condene a la pena de muerte.

...

- Diga su nombre completo para el registro.
- Julio César Fernández.
- ¿Nacionalidad y profesión?
- Uruguayo de nacimiento, nacionalizado estadounidense hace catorce años, y desde hace cinco me desempeño como guardia en la prisión estatal de Houston, Texas.
- Seré breve, e iré directo al grano, Sr. Fernández: es Ud. responsable por la muerte de Gordon Garófalo?
- ¡Se lo merecía!
- Le pido que responda a mi pregunta: mató Ud. o no al Sr. Garófalo?
- ¡Pero se lo merecía!
- Su Señoría: pido que explique Ud. al acusado que debe responder claramente mi pregunta.
- Sr. Fernández: tiene la opción de acogerse a la quinta enmienda, pero teniendo en cuenta que fue Ud. mismo quien insistió en declarar, no veo el sentido de que ahora lo haga, y menos aun ante una pregunta efectuada por su propio abogado defensor. ¿Podría responder la pregunta?
- Disculpe, Sr. Juez, pero yo sólo accedí a testificar para poder contar mi historia, y lo que está intentando mi abogado es atenuar mi culpabilidad por razones de demencia, cosa que no es cierta: he sido y soy absolutamente responsable de mis actos.
- ¡Objeción!
- Denegada. No puede Ud. objetar la declaración de su cliente, y si él quiere contar su versión de los hechos, tiene todo el derecho de hacerlo. Comience Sr. Fernández.
- Gracias Sr. Como ya lo expresé, nací en Uruguay, un pequeño país sudamericano con fuerte tradición europea. Eso hace que mi escala de valores, mi ética, considere que ciertos hechos son totalmente imperdonables.
- Entiendo... entiendo bien: prosiga.
- Como ya sabrán todos, Gordon Garófalo había sido sentenciado a muerte, pero en el momento de su ejecución, la pena le fue conmutada a cadena perpetua por el gobernador del estado.
- Lo sabemos, lo sabemos...
- La noche previa a su inminente ejecución, fui yo quien le llevó su última cena. Es más: fui yo quien preparó su bandeja con todo lo que él había solicitado: el antipasto, los "ravioli alla bolognesa", el tiramisú y el "Barbera d'Asti 1982", un vino tinto italiano muy exclusivo que él había pedido especialmente. Al ver la botella, recuerdo que pensé para mis adentros "¿cómo un animal sanguinario como este tipo, puede ser tan exquisito y tener tan buen gusto para elegir un vino?"...
- Por favor, no se desvíe: vayamos al punto.
- Sí Sr. Juez; sólo quería aclarar este punto, para que se entendiera que fue esta ambivalencia la que despertó en mí cierta curiosidad, y que fue por esa razón que luego de entregarle su bandeja, me quedé observándolo, viendo cómo sonreía de satisfacción ante tal banquete, cómo tomaba la botella entre sus manos y...
- Sr. Fernández: le reitero que evite tantos detalles intrascendentes y vaya de una vez al grano, por favor.
- Disculpe, es que recuerdo esos momentos y todavía me indigno... pero el hecho es que al otro día, cuando lo ví volver a su celda, radiante de felicidad por haber evitado la pena capital, no podía creerlo. Entonces lo decidí: tenía que hacer justicia por mano propia... y lo hice. Eso es todo. Sé bien que me dejé llevar, que no debí hacerlo, que soy absolutamente culpable de la muerte de ese hombre, pero quisiera que me entendieran, que se pusieran por un momento en mi lugar: yo no podía permitir aquello. Mis valores no podían soportar que siguiera con vida. ¡Gordon Garófalo no merecía vivir!
- Sr. Fernández: debo admitir, muy a mi pesar, que he logrado comprenderlo. Por supuesto que no puedo justificarlo, pero admito que la indignación que Ud. sintió al ver cómo ese sujeto se salía con la suya, evadiendo la muerte, y probablemente quedando en libertad condicional en unos años... Un sanguinario asesino, depravado violador, sádico y torturador...
- ¿Y a mí qué me importa todo eso? Mis principios, si bien son férreos, me permiten entender que alguien pueda tener un momento de locura temporal, y cometer crímenes aberrantes. La compasión y el perdón son también valores fundamentales en mi forma de vivir, pensar, actuar y sentir.
- Pero... no comprendo... entonces por qué...?
- ¿Por qué lo maté? ¿Por qué lo asfixié con mis propias manos? ¿Por qué no me arrepiento de ello?
- Si Sr. Fernández: ¿por qué lo hizo?
- Si me hubiera permitido continuar con los "detalles intrascendentes", ya me hubiera comprendido: ese tipo no merecía vivir! Cuando le dejé en su celda la última cena, y no pudo contener su sonrisa de felicidad, tomó la botella de vino en sus manos, y con una mueca de sorpresivo disgusto, me miró a los ojos y me dijo: "Hey, amigo: este vino está caliente! Traeme unos cubitos de hielo!".

Texto agregado el 08-06-2009, y leído por 138 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-06-2009 Buen relato.***** susana-del-rosal
08-06-2009 Muy bueno el arranque del abogado defensor, no me lo esperaba. Y sí. de por si, alguna desquiciada razón debe llevar a los guardacarceles a pasar voluntariamente gran parte de su vida dentro de una prisión. Muy bueno. Capo! ElnegroHinojo
 
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