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En un bosque cubierto por la nieve un lobo vagaba solitario en busca de alimento y refugio. Los cazadores andaban cerca, podía olerlos aunque estuvieran a kilómetros de distancia. Aparte de él no había rastro de cualquier otro animal por donde pasaba.

Pasaban las horas, una brisa helada comenzó a soplar de pronto, no faltaba mucho para que comenzara una ventisca. Caminó un poco más, hacia el este, y en ese trayecto se encontró con una sorpresa inesperada y muy extraña también. Un trozo de carne de alce fresca tirado debajo de un abeto sin hojas y cubierto por una ligera capa de nieve. Se acercó más solo para ver si no lo estaba imaginando, si no era el hambre que traía lo que lo hacía delirar. Se detuvo justo frente a éste, a tan solo unos cuantos metros. Escuchó un graznido que venía de arriba y alzó la vista; en lo más alto del árbol se encontraba un gran cuervo; parecía que lo observaba. El ave le dirigió al lobo una mirada curiosa y a la vez siniestra que lo dejó petrificado por un momento.

A pesar de la terrible hambruna que azotaba ese lugar por la falta de renos y liebres no se atrevió a ir por la carne. Había demasiados cazadores que ponían trampas muy ingeniosas o incluso envenenaban pedazos de carne que dejaban como cebo. Varias veces había visto a los cuerpos sin vida de otros lobos abandonados en el camino y eso le advertía que fuera precavido. Además estaba ese cuervo que lo vigilaba atentamente como esperando a que hiciera algún movimiento. Qué tal si lo atacaba por sorpresa y él con la guardia baja y muy débil ya que llevaba algunos días sin comer. En el estado en que estaba de seguro no duraría mucho luchando, aunque fuera contra ese insignificante cuervo. Quizás llamaría a otros cuervos y entre todos lograrían matarlo. Para nada querría terminar así sus días, que vergonzoso sería ser muerto por un montón de cuervos apestosos y simplones.

Observó la carne por largo rato sin moverse de su lugar. El olor que llegó hasta su nariz era completamente delicioso y hacía que se desesperara más por querer conseguir algo de comer. Se veía tan jugosa y apetitosa. Empezó a gruñir y a caminar de un lado a otro, como si una barrera invisible le obstruyera el paso, pero lo único que en verdad lo detenía era su propio instinto. Sabía que si se arriesgaba podía terminar herido o muerto. El cuervo, mientras tanto, no le quitaba el ojo de encima. De vez en cuando lo miraba y seguía cada uno de sus movimientos. En realidad el ave parecía no estar muy interesada en ese pedazo de comida. En ese instante se escuchó un disparo cerca de allí. El lobo se asustó, se olvidó la carne y del cuervo y no tuvo más remedio que salir corriendo lo más rápido posible, dejando tras de sí sus huellas marcadas en la espesa nieve.

Al día siguiente y sin darse cuenta había caminado hasta llegar al mismo árbol. Aunque se preguntaba que cómo era posible si había caminado en línea recta. Podía ser que fuera tan solo una ilusión, un mero engaño de su propia mente. Pero el aroma era demasiado real como para ser una simple ilusión. Miró hacia el suelo, allí seguía el mismo trozo de carne de aquella vez. Levantó la mirada y como supuso, también había allí un cuervo. A simple vista se veía idéntico al otro pero él sabía que esta vez no era el mismo, su olor era muy diferente al que había visto el otro día. Se quedó observándolo y echando un ojo a la carne, aquella carne cuyo aroma lo hacía ponerse más hambriento de lo que ya estaba.

La ansiedad lo estaba consumiendo por dentro, pero seguía dudando. Al igual que la vez anterior se puso a gruñir pero sin moverse de donde estaba, tan sólo mirando la carne. Estuvo a punto de dar un paso, cuando de repente sintió unos filosos colmillos clavándose en su piel, era su propio hocico que terminó mordiéndose una pata para evitar que ésta avanzara más. Apretó su mandíbula hasta que la sangre comenzara a escurrir y manchar el suelo. Su cuerpo empezó a temblar y su pelo se erizó. Tenía que conseguir esa carne a como diera lugar, por un momento se olvidó de todo lo que lo rodeaba, también del hecho de que pudiera ser una trampa letal o estar envenenada y que si la comía podría ser su fin. Para su suerte no tardó mucho en reaccionar y volver a la realidad. Asustado de no poder contenerse más decidió que lo mejor era irse de allí y no volver nunca. De seguro si buscaba bien encontraría alguna presa que cazar por ahí.

Su pata todavía estaba lastimada un poco por esa dolorosa mordida que tuvo que darse a sí mismo. Ya llevaba varios días vagando por el bosque sin volver a encontrarse de nuevo con aquella “ilusión” que se aparecía donde fuera y que tanta confusión le causaba. Ningún otro animal se había cruzado en su camino, ni tampoco los cazadores, los cuales seguían matando a los lobos para vender sus pieles o simplemente para tenerlos en sus casas como trofeos y poder regodearse con sus amigos.

Creía haberse librado por fin de todo eso hasta que escuchó un sonido muy familiar, era el graznido de un cuervo. Volteó incrédulo hacia su derecha, sobre un árbol alto, sin hojas y cubierto de nieve se encontraban no sólo uno sino cuatro cuervos, dos de ellos eran justamente los que ya había visto los días anteriores. Debajo del árbol estaba la carne. Se sorprendió bastante, cómo era posible que no hubiera notado ese peculiar y delicioso aroma ni escuchado a los cuervos antes. Simplemente no era posible que sus sentidos estuvieran fallando de esa manera. Tal vez era indicio de que estaba más débil que nunca y que no le quedaba mucho tiempo.

Quizás era por el hambre o por la locura y la ansiedad que le causaba esa supuesta visión. Y talvez no era una visión después de todo, tal vez todo aquello si era real y él estuvo caminando en círculos sin darse cuenta, ignorando por completo lo que le indicaba su instinto y sintiéndose atormentado por ello. Tal vez era él quien no quería aceptar la realidad y casi siempre terminaba perdiendo el control de sí mismo. Los cuatro cuervos no dejaban de observarlo y él a su vez los observaba atentamente. Ninguno hizo algún movimiento hasta que el lobo, cansado, se echó tranquilamente en el suelo. Eso era lo más inteligente que había hecho hasta ese momento y era, además, lo único que podía hacer. Así que estuvo un rato echado tranquilamente sobre la nieve, no se atrevía a hacer nada rodeado por esos cuervos y tenía el presentimiento de que no se irían pronto. Espero a ver que sucedía después. Uno de los cuervos levantó el vuelo, tan sólo quedaban tres más.

Se aburrió de tanto esperar y se fue caminando mientras los cuervos restantes lo veían alejarse. Durante varios días regresó por su cuenta a inspeccionar el árbol. La carne siempre seguía allí, lo único diferente era que a veces había uno, dos, tres o cuatro cuervos. Buscaba la manera de poder llegar y que esas aves no estuvieran donde siempre se las encontraba. Esto no era en más que una mediocridad y él estaba consciente de ello. Aún así, aunque no hubiera ningún cuervo, él sabía que no se atrevería a lanzarse por la carne y era eso lo que consumía sus pensamientos y su mente día y noche. ¿Por qué la vida lo torturaba tanto?

Apenas amanecía en el horizonte y el cielo seguía estando tan gris como de costumbre. Luego de beber un poco de agua fresca de un estanque hizo su rutinario recorrido por el bosque en busca de otros lobos, o tan siquiera otra cosa que no fuera un cuervo. Ya hacía semanas que no veía a ningún animal rondando por los alrededores, no quería pensarlo pero quizá ya los habían matado a todos.

La reja electrificada que rodeaba todo el bosque le impedía salir, aunque lo intentara un millón de veces era imposible pasarla. Debía permanecer oculto el mayor tiempo posible hasta que los cazadores se fueran, si es que algún día se iban. El agua que bebía a diario parecía tener algún efecto extraño en él que lo hacía soportar varios días sin comer. Aún así esa sensación de vacío en su estómago no desaparecía. Había encontrado una cueva en la ladera de la montaña que estaba oculta por la nieve y algunos troncos caídos. Escarbó un poco y tuvo espacio suficiente para poder entrar.

Era un lugar espacioso, repleto de viejos huesos de renos por todas partes y pelo de lobo. Olfateando las paredes y el suelo recordó los días en los que vivía con su manada, esos días cuando reinaba la tranquilidad, la comida abundaba y los lobos se regocijaban cazando. Se echó en el suelo y un montón de imágenes y recuerdos vinieron a su mente.

Se acordó de una amiga de su infancia, una loba de pelaje pardo. Fue la primera de sus amigos en atrapar a un ciervo ella sola. Se movía con tanta agilidad y sigilo que sus presas no se daban cuenta de su presencia hasta que sentían los afilados colmillos que se hundían en sus cuellos. También recordó a su hermano mayor, ese que fue el más valiente de su familia, el que siempre burlaba las trampas de los cazadores con gran facilidad y astucia, tanta que parecía como si él mismo las hubiera puesto. No había nada que pudiera asustarlo, era todo un temerario y le encantaba el peligro. Las trampas para él no eran más que un simple juego y la carnada su recompensa. Un día un reno joven había quedado atrapado en una trampa y él fue a inspeccionar. No encontró ningún humano cerca y aprovechó para darse un banquete con el desafortunado reno, no sin antes haber esquivado dos trampas más ocultas entre la nieve, puestas a propósito por los cazadores por si algún lobo se acercaba. Volvió su mente a la realidad, esos recuerdos lo hacían ponerse nostálgico de vez en cuando.

Salió de la cueva con la esperanza de que al estar tan bien escondida los cazadores no la encontrarían. Pasó cerca de la malla electrificada que delimitaba el territorio de la reserva, la cual resultaba ser otro obstáculo que le impedía escapar. Se internó nuevamente en el bosque y buscó el árbol con la carne debajo. Cuando lo encontró corrió hacia él, está vez decidido a comerse el supuesto cebo sin importar las consecuencias. Estaba tan cerca, creía que por fin lo lograría, cuando de pronto le sale al pasó un tigre que era dos veces más grande que él. El animal rugió y el lobo al instante se regresó corriendo por donde había venido.

Era la tarde del mismo día, apenas quedaba un poco de luz en el cielo. Se preguntó si el tigre ya se habría ido de ahí. Pensó que ese era un tigre muy extraño, no tenía la piel rayada sino que era completamente blanco y había algo en esos ojos amarillos que le inspiraban temor y a la vez respeto, como si lo hipnotizara con la mirada, lo cual era muy peligroso ya que en cualquier momento estaría vulnerable a un ataque. Cuando volvió se escondió detrás de unos arbustos, sólo para asegurarse de que en verdad se había ido y no se le aventaría encima para matarlo una vez que se acercara. Se dio cuenta de que la carne aún seguía allí, donde siempre. Eso le pareció más extraño todavía, el hecho de que el tigre lo asustara y luego se fuera sin llevarse la carne. A la distancia escuchó los graznidos de los cuervos que se acercaban rápidamente, revoloteando por entre las ramas de los árboles. Sin embargo éstos no se detuvieron y se pasaron de largo. El lobo comenzó a perseguirlos tan deprisa cómo pudo y cómo su debilitado cuerpo se lo permitía, para ver hacia donde se dirigían y qué tramaban ahora.

La carrera terminó guiándolo a través de un sendero rocoso hasta una especie de valle que se formaba entre las montañas. Los cuervos aterrizaron por fin y se posaron en las ramas de un árbol chaparro que tenía sus hojas verdes, en contraste con los pinos cubiertos de nieve y algunos ya sin ni siquiera hojas. Aquel había sido desde el comienzo un invierno muy crudo que arrasaba con todo a su paso, ¿cómo podía ser posible que ese árbol pequeño y desprotegido estuviera lleno de vida?

Dos cuervos estaban en las ramas y el último que seguía en vuelo se posó tranquilamente sobre el lomo del lobo. Éste no le prestó importancia y fue directo a inspeccionar el tronco del árbol. No pudo ocultar su sorpresa al encontrarse con la silueta borrosa de un humano ante sus ojos. Al principio creyó que se trataba de algún cazador y se puso a la defensiva mostrando sus colmillos, gruñendo y erizando su pelaje plateado; el cuervo se quitó de su espalda y se reunió con los otros. Quien quiera que fuera esa persona parecía no asustarse en lo más mínimo a pesar de los intentos y la ferocidad del lobo. Al contrario, fue acercándose cada vez más. Entonces se dio cuenta de que no se trataba de un hombre, era tan sólo una niña, y cada vez estiraba más su mano hasta que tocó su nariz con la yema de sus dedos. El lobo la miró a los ojos y ella sacó de una pequeña bolsa una liebre muerta y la arrojó cerca de él. Se apresuró a comer y una vez que acabó levantó la mirada para darse cuenta de que la niña ya no estaba.

De camino a la cueva pensó en esa niña, en cómo había desaparecido tan misteriosamente y qué estaba haciendo en un lugar tan frío y desolado como ese. Quién rayos sería ella y por qué lo había ayudado. Seguía sin encontrar las respuestas, sin entender lo que estaba pasando, todo era tan extraño, y de todas maneras dudó que pudiera comprenderlo. Por lo menos su hambre se apaciguó durante un rato, mientras tanto tenía que apresurar el paso hacia la cueva antes de que llegara la tormenta.

Una gota de agua cayó sobre su nariz y lo despertó. Se estiró y bostezó por un momento. Se quedó echado un rato, con los ojos fijos en la entrada como esperando algo que nunca sucedería. Habían pasado unos cuantos días desde su última comida, aquella liebre que le dio esa niña. Cuando sintió que el hambre lo devastaba nuevamente, decidió probar su suerte con el único alimento que de seguro seguía allí.

Caminó decidido hacia la carne, los cuervos no estaban. Estaba ya tan cerca que casi podía saborearla. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un temblor, una grieta apareció entre él y su comida. Pero eso no lo iba a detener, no ahora que ya estaba tan cerca. Se preparó para saltar y vio como un montón de picos de hielo salían de la tierra, del lado donde estaba la carne, apuntando hacia él. Y por si todo eso no fuera poco aparecieron dos cuervos en las ramas del árbol, y al pie de éste el tigre blanco.

Esperó y esperó durante horas. Pasado un buen tiempo los cuervos ya se habían ido. Ahora solo quedaban la carne, el tigre y él. Ambos se miraban a los ojos fijamente, como intentando intimidarse; aunque el lobo tenía más miedo del tigre que el tigre de él. Todo era inútil, ni siquiera teniendo todas sus fuerzas sería capaz de enfrentarse a un animal de tremendas dimensiones. Se resignó y decidió ver al felino, no con mirada amenazante, sino sumisa al mismo tiempo que meneaba la cola de un lado para otro. El tigre apareció a su lado, sin intenciones de pelear, solo lo miró por un breve instante y se fue tranquilamente.

El lobo poco a poco fue perdiendo el interés en comer y se concentró más en buscar alguna forma de salir de la reserva, ya que si no lo hacía tarde o temprano lo encontrarían los despiadados cazadores y lo matarían así como pasó con el resto de su familia y amigos. Varios días estuvo recorriendo la parte más alejada del bosque, en dirección al norte. Muchas veces volvió a pasar cerca de la carne y pronto dejó de darle importancia. Estaba claro que no iba a conseguirla. Después de todo lo más importante era seguir con vida a como diera lugar, no podía dejarse vencer.

Uno de esos días que parecía ser igual a los anteriores iba vagando sin rumbo, como de costumbre, caminando en línea recta junto a la reja que lo separaba de su libertad. Sin darse cuenta ya estaba de nuevo frente a ese espejismo que lo seguía a todos lados y hasta hace poco no lo dejaba en paz. Estuvo a punto de ignorarlo e irse pero algo llamó su atención. Escuchó unos pasos ligeros; alguien se estaba acercando desde atrás del árbol. Inmediatamente la reconoció, era la misma niña de aquella vez. Ella se acercó lentamente y sin más rodeos recogió la carne del suelo.

-Ven, no tengas miedo.- decía con una voz melodiosa.

En cuanto pronunció estas palabras el lobo sintió que podía confiar en ella y comenzó a acercarse tímidamente. La niña iba encapuchada y apenas se distinguía su rostro. Con cuidado arrojó la carne cerca del lobo y le sonrió.

-Las cosas buenas vienen cuando menos te lo esperas. No dejes que nada te haga sufrir, que nada ni nadie te haga daño. Eres muy fuerte aunque no lo sepas.

El lobo la escuchaba hablar, movió la cola alegremente y bajó las orejas. Olfateó un poco la carne antes de empezar a devorarla con gran entusiasmo mientras la niña lo esperaba pacientemente al lado del árbol, el cual de pronto recuperó sus hojas. El lobo se sentó y la miró con curiosidad. La pequeña se acercó a la reja y levantó su mano derecha a unos centímetros de ésta. Dio dos pasos al frente y la congeló con una especie de vapor helado, para luego romperla en miles de finos cristales de hielo con el simple golpe de sus dedos. Avanzó entre la nieve, el lobo la seguía con paso firme y ambos desaparecieron a lo lejos.

Texto agregado el 10-06-2009, y leído por 141 visitantes. (1 voto)


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