MUNDOS


Anclada sigo, anclada,
en las esferas del tiempo
donde los huesos crujen.
Deseo que afiladas hoces
me rebanen de nuevo.
Quiero que purulentos
zumos de estiércol
asciendan mis húmedas piernas.
Amigo, hermano, amante,
oscuro ángel,
descarga sobre mí todo el fragor
de tu ácida violencia.
Repasaré los frutos perversos e infinitos
de la espiral inacabable,
donde mis esqueletos se desgastan
en llameante páramo.

Que sobre pedregosas cumbres
mis despojos se sequen. No hay cuidado.
No pasará mucho tiempo
sin que mis huesos tornen
a su cobertura de carne
y que sigan los giros de esta rueda
de esta sagrada liturgia,
por centurias y milenios,
por tanta multitud de veces
como precisas sean.

Transito de un chirrido en otro
por esta sucia geografía
del cuerpo, por esta red de cruces
que infinitas me suspenden
contra el cielo de los injustos.

Ángel de tinieblas, dame mayores túmulos aún
de maleza y espina,
más densas capas de adiposa escoria
y sulfúrica hiel y que de ellas rebosen
las pústulas de mis venas
en perenne y seducido riego.

¿Rechaza acaso el torturado
su sacrificio o su muerte?
No, jamás los rechaza,
pues los convoca y ama
pues no hay acción que se produzca
sin su decreto previo.
¿Acaso no piensas tuyo el garfio
que te liga y emponzoña?

Lóbrego ángel, dame otra vez
otros millones de zaino éxtasis,
quiero seguir en la carcoma
de este espanto apenas soportable,
que no me falte el aguijón
de tu negra rosa.

No existe vida sin tu vida.
¿Si acaso retirara la cubierta
al mundo, que aunque horrendo, es conocido,
me quedaría algo?

Sí. Tendrá que haber un basta, un hasta aquí.
Por eso digo basta. No quiero un más allá.
¿Qué daría la hierba que no fuera más hierba?
Y el mar, daría otra cosa que no sea más mar?
Más allá de la raja del abismo
hay otro abismo.

En este sucio y cloqueante lago
me sumerjo una vez más.
Bebo y apuro su cáliz.

Dime, acaso, Dios,
¿Serías tú capaz de algo semejante?