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Inicio / Cuenteros Locales / quiquelux / Una masa vivir bien.

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Lo que me hacéis no me significa nada, aunque miles de heridas tenga siempre voy a seguir andando, aunque colmen el tiempo de obstáculos voy a llegar al destino prefijado.
Alguien viene en una bicicleta, se detiene frente a mi, que estoy inquieto sentado en la mesa de un restaurante, igual solicita información del transito, de lugares conocidos de la zona.
Lo invité a sentarse e informarlo, a cambio de almorzar juntos a la vez que hablamos del tema ciclismo.
Después de puro millonario caprichoso pagué una fortuna por dicha bicicleta de carrera, además de mandar al antiguo dueño en limusina comiendo caviar y tomando champagne.
Salí raudamente, pero ya tengo pensado llegar hasta América del norte, y si lo logro, Canadá, esto es el comienzo de una larga travesía.
Hace un año que llevo palmo a palmo recorriendo el continente a pedaleadas, desde aquel día que partí con el rodado amarillo nunca detuve la marcha constante. Ahora estoy en el campo viendo carnear una vaca. Aprestado a comer su sangre puesta en el asado. A devorar la cruda molleja, la tierna quijada, la sabrosa achura, matambre a la pizza. El prolijo costillar entre el vacío.
Cuando estoy llegando a Estados Unidos me hicieron percatar de que hube logrado la travesía sin colocarme nunca el casco ¡Pero claro! Ya lo sabía yo, que existen esos raros sombreros nuevos.
Hasta que arribé al propio Canadá, más precisamente a la dirección de un amigo que me aguarda en su mansión. Sin exagerar estuvimos cuatro horas conversando acerca de la construcción de la vivienda donde se aloja.
La arquitectura es otro tema que me apasiona muchísimo, embrión que en poco tiempo se hizo un proyecto en común de construir un barrio privado en Argentina.
Una mañana, mirando una manzana, mientras pienso en lo poco que tengo a pesar de las vivencias, casi reflejado mi rostro en la piel del fruto, decidí iniciar la búsqueda de una compañera, que al fin termine siendo mi mujer para siempre.
Ya estando en el altar, lo primero sentí la mano de Jesús apoyarse en mi espalda, un inmenso calor que tranquiliza por mucho tiempo. Veo la corona de espinas clavada en la frente y siento vergüenza de que hayan tratado tan mal a nuestro padre.
No obstante fijo la mirada en la persona elegida; y la atención en una lánguida parsimonia, donde observo embobado su delicada piel que me hace perder. Estoy empezando a disfrutar los retazos finales que restan de existencia.

Texto agregado el 06-07-2009, y leído por 201 visitantes. (0 votos)


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