- V -

En la noche su madre se disponía a dormirse entre novelas mexicanas, argentinas y los inaguantables chimenteros mediáticos, cuando por una intuición femenina se levantó aterrorizada por su hijo. Lo recordó en la gran ciudad e ingresó al dormitorio para recordarlo y sentirlo un poco más cerca. En su mente aparecieron esos malditos fantasmas, ¿qué estará haciendo mi hijo? ¿cómo tendrá su ropa? ¿quién le hará el desayuno? Las preguntas ya no
se irían de su protectora cabeza. Mientras los quirópteros volaban con la sangre de su hijo los ojos de la madre se irritaban con tantas lágrimas. De repente la decisión inevitable: partir al rescate de su hijo.
Cuando llegó a la ciudad, entró al departamento que
alquilaban y lo primero que vio fueron tres libros y algunas fotocopias abajo del tereré.
Caminó unos pasos ignorando el murmullo que venía del baño e ingresó a la habitación. Su piel estaba blanca y el tejido sensibilizado, su temor se palpitaba al ritmo de los latidos del corazón. Al visualizar la sangre en el piso la asoció automáticamente a la de su hijo. Ella, de ojos rojos
y mirada turbia, quiso huir pero al arrojarse hacia la
puerta una bestia se paró, con su figura draculizante y su
voz transilvánica dijo:
- Mamá ¿qué hacés acá?
La madre respondió.
- ¿Álvaro?
Hijo de la esperanza y madre del miedo, se disiparon en palabras, al tiempo que la daga se transformó en un tetrabrick, y la sangre en vino. Al tiempo que los murciélagos se convirtieron en palomas de libertad, educación y bienestar.