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Inicio / Cuenteros Locales / j_henry / El cementerio. (apartes)

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El parque de colinas estaba completamente iluminado, era un parque bastante grande, Juan sebastian Hernandez o Sebas como le decia casi todo el mundo, que era un niño bastante ágil y que además era el que mas rápido corría de todo su salón, se demoraba un minuto completo en darle la vuelta completa según había calculado con sus amigos la última vez que estuvieron allí.

Cada noche las luces del parque se encendían, el parque estaba enmarcado por un gran recuadro de luces, formado por faroles ubicados en fila cada dos metros, rodeaban cuatro grandes jardineras que terminaban en punta en cada una de las esquinas del parque llenas de árboles de todos los tipos y tamaños en cuyas ramas, como era costumbre en todo el pueblo, habían cientos de pequeños bombillitos que hacían parecer que en los árboles de colinas florecían miles de luces. Y justo en el centro del pueblo un inmenso árbol que media más de 15 metros de altura, bañado completamente de luces y coronado justo en la punta con una gran lámpara con forma de orquídea que reflejaba una gran luz en el cielo siempre nublado de Colinas.

Mientras Sebas atravesaba caminando el parque con la mirada perdida e inmerso en sus pensamientos, una gran cantidad de gente se amontonaba en el lugar agitada por sus quehaceres, caminando rápido y sin pensar mirando sus relojes y dejándose llevar por el mar de gente que los empujaba en la dirección a la que se dirigían, formando largas hileras que parecían atravesar el parque en todas direcciones.

Sebas caminaba esquivando los inconscientes cuerpos que parecían moverse por inercia y que de vez en vez lo empujaban con fuerza sacándolo de sus pensamientos, cuando por tercera vez fue empujado hacia un lado, levanto su mirada furioso hasta encontrarse con un rostro de facciones fuertes, piel tan perfecta y fría que parecía estar esculpida en cerámica fina por un verdadero artista, de ojos azules y mirada temible que lentamente se poso sobre el niño.

Sebas se hizo a un lado apartándose de su camino y dirigió su mirada al piso, tal como le había enseñado su abuelo que debía comportarse delante de los miembros de la familia Belalcazar. Aquel hombre era Antonio Belalcazar, la mayor autoridad del pueblo e hijo de Don Samuel Belalcazar uno de los padres fundadores del pueblo de Colinas y el patriarca de la familia Belalcazar, quienes gobernaban el pueblo desde hacia mas de 100 años. Antonio caminaba como siempre con aires de suficiencia implacable, con pasos lentos y elegantes y como ya era usual verlo estaba completamente vestido de negro, junto a el caminaban cinco hombres altos y fuertes también vestidos de negro que al igual que su jefe llevaban bordado en el pecho, justo sobre el corazón, el escudo de armas de la familia.

Sebas lo miró alejarse y recordó como su madre siempre que veía a Antonio susurraba entre dientes, “ahí va el idiota ese y sus matones”, y aunque Sebas sabía que su madre estaba diciendo groserías nunca le decía nada porque a medida que iba creciendo iba descubriendo que los adultos casi siempre tienen permitido hacer todo lo que a los niños les prohíben, así que no le sorprendía oír tales palabras de la boca de su madre. Recordando para donde se dirigía Sebas sacudió la cabeza y tras dar un pequeño golpe en su frente con la palma de la mano, giro rápidamente, levantó la mirada para ubicar la inmensa cruz que se encontraba imponente sobre la torre mas alta de la iglesia y salió corriendo hacia ella para llegar al punto donde habían quedado de encontrarse los chicos y el.

Cuando llego a la esquina de la calle 4ª con carrera 1ª justo hacia la esquina del parque donde estaba ubicada la iglesia, allí observó la tenebrosa calle 4ª la que pasaba junto a la iglesia y subía por una pequeña colina hasta llegar al cementerio y a Sebas los niños mas grandes de su colegio le habían contado cosas terribles de aquel lugar.

A su mente llegaron a tropezones todas esas historias que había escuchado en los descansos cuando Gabriel un niño casi tres años mayor que el y que iba en octavo grado les contaba. – Dicen que en las mañanas justo después que amanece los muertos salen de sus tumbas y recorren las calles de colinas- decía el pequeño Gabriel, mientras ponía un tono cada vez mas tenebroso en su voz – por ellos fue que hace muchos años comenzó la prohibición en colinas, por los muertos que vagaban por las calles en busca de los incautos que se atrevían a salir sin el amparo de la majestuosa Luna, y cuentas los que saben, que aun hoy justo cuando la luna se oculta, y el cielo se torna gris, los muertos salen de sus tumbas una vez mas en busca de tontos que se atrevan a incumplir el toque de queda- y luego de terminar de contar su historia como siempre se despedía con una risa burlona y les decía –por eso niños mejor no vayan a salir de día, dicen que es tenebroso halla afuera cuando la luna no ilumina el cielo-.

Las piernas le temblaban ligeramente a Sebastián, las luces de la calle 4ª siempre estaban apagadas y solo se encendía una vez al año cuando se celebraba el día de los muertos, porque según decía el Señor Antonio, -los muertos hay que dejarlos morir en paz si se anda por ahí rezando todos los días a los muertos nuestra días terminan muriendo también con ellos-, al dar el primer paso y adentrarse en la penumbra sintió como si hubiera entrado dentro de una nevera, su piel se erizó y su cuerpo entero se paralizó por un momento, pero armándose de valor apretó los puños y lentamente pero con paso seguro camino hacia la entrada del cementerio.

Al llegar a la entrada observó un sin fin de lapidas alineadas una tras otra de manera simétrica y casi perfecta, el silencio era insoportable y a pesar que el cementerio quedaba sobre una colina y completamente descubierto no corría ni la mas leve brisa, caminó aun mas lento y contiendo el aliento inspecciono con la mirada los alrededores, mientras caminaba leía en las lapidas -Antonia Bermudes, 1920 a 2001 ; Seferina Orduz 1909 a 1995 ; Jose Acacio Mendoza, 1923 a 2008 ; y de repente una lapida que parecía ser muy reciente llamó su atención, se acercó lentamente, con dificultad y aprovechando el tenue reflejo de las luces del pueblo leyó: “Juan Sebastián Hernandez, 1998 a 2010” Sebas dio un paso a atrás, se tapo la boca y un grito ahogado salió de ella.

Sintió como todo el frió de aquel tenebroso lugar entro por su boca llenándole completamente los pulmones y dificultándole respirar, dio dos pasos torpemente hacia atrás piso algo blando y se escucho un grito de dolor que retumbo en el cementerio, Sebas calló sentado y totalmente paralizado vio como lo que había pisado era una mano apoyada en el suelo que se unía al cuerpo de alguien que estaba tendido en el piso, Sebas observo inmóvil como el cuerpo se levanto giro hacia el se acercó lentamente mientras tomaba su mano y le grito – que es lo que pasa contigo Sebas, eso me dolió y aparte casi nos matas del susto- Sebas miraba sonrojado a su amigo Oscar que estaba parado junto a Rosa y Adolfo quienes lo miraban con ojos desorbitados, bastante avergonzado se incorporo rápidamente y mientras lo hacía miro disimuladamente la lapida que lo había sobresaltado y leyó claramente -Jose Sacristán Fernandez 1928 a 2010-.

Texto agregado el 10-07-2009, y leído por 99 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-08-2009 genial,lo que puede el miedo,me paracio un cuento estupendo .Gracias lo disfrute.Por las dudas no leere nunca las inscripciones de las sepulturas ********* shosha
 
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