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Estaba frente a los azulejos en Madero. Pasaban treinta minutos de las once de la mañana y hacia mucho frío. Frote mis manos con vaho para calentarlas y me di cuenta que no sentía las puntas de los dedos. Mas que fría, la mañana había estado congelada.
Diana por fin salio, evidentemente había llorado y azoto la puerta. En cuanto me vio se echo a mis brazos; yo la abrace fuerte contra mi pecho. Sabía lo que sucedió. Con toda certeza su papá había sido determinante. Su mamá quizá intentó defenderla, pero él fue más absoluto. Y es que ella, Diana, no es una mujer que se calle las cosas. Ese es un rasgo que me gusta de ella.

La convencí de cruzar la calle y dirigirnos al zócalo. Le prometí hacerla reír y entramos a un café sobre la calle de Donceles. En cuanto estábamos dentro percibí el olor a tostado... es increíble el café. Le quite su abrigo y su bolso. Seguía llorando.

-Te ves tierna, pero me partes el alma- le dije
-Ya, te prometo dejar esto. Dame un beso...- pidió con voz muy bajita.

Cerró los ojos y se acercó a mí. Diana es una mujer preciosa, inteligente y con mucho dinero. Pero cada día que pasa me cuesta mas besarla.

Los problemas que tiene con sus padres empeoran mi situación: esto que empezó como un cariño, está rondando ya terrenos de la compasión.

Pedimos dos americanos y galletas. En ese lugar sirven el café en jarritos de barro. Me fascina. Afuera, no podía creerlo, comenzaba a llover. Era un sueño. Diana me platicó de la escuela y de su hermano. Yo la oía, pero solo escuchaba las gotas sobre el pavimento y a la gente corriendo; las mujeres con sus vestidos arremangados esquivaban charcos y los señores con sus pantalones largos, los brincaban. Niños, perros y vendedores iban en busca de refugio. De pronto la vi. El fantasma de Mariana salio de la nada, al menos eso me pareció. Mi primera reacción fue levantarme e ir hacia ella. Pero me paralicé. Mil pensamientos se agolparon en un segundo ¿qué le diría? ¿la verdad o fingiría que solo era una coincidencia? Aún peor... ¿Qué le diría a Diana? Se daría cuenta del tremendo parecido entre ellas. Es inteligente y de inmediato relacionaría mis viejas pláticas comprendiendo la realidad.

Vi como Mariana se mojaba y hubiera dado mi brazo izquierdo por ir a protegerla de la lluvia. La metería al café y secaría su cabello y rostro con mis labios. Hubiera deseado abrazarla y no soltarla nunca. Contarle mi vida, calentar sus manos bajo mi camisa. Lo habría dado todo por ella. La habría protegido de todo. Pero no hice nada. Mis ojos se llenaron de su imagen y dejando que la lluvia acabara, Mariana se fue con ella.

Hasta entonces escuché a Diana. Y la vi de otra manera; me preguntó si estaba bien, si me sentía bien. Le sonreí y dije cualquier cosa. Volví a ver por la ventana con la esperanza de ver a Mariana, pero ya no estaba.

Terminamos nuestro café y regresamos a casa. Todo el camino abrace a Diana y me aferré a ella. Cuando cruzamos la Alameda y a nuestro paso las palomas espantadas se elevaban volando, irremediablemente pensé en mi niña de antaño. Pensé en Mariana.

Texto agregado el 11-07-2009, y leído por 76 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-07-2009 Un cuento bastante interesante, que, me sabe a poco a pesar de que cuando lo pienso, no es que haya mucho que agregar. Me encanta la forma de llevar el texto. Sinuosa, discreta, increible. Saludos mr_tlacuache
 
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