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La cacería

Los cotos de caza no son cosa sencilla. Encontrar una pareja no es tan fácil como parece, no cuando lo que más se disfruta es el cortejo, el ritual de la conquista, esa adrenalina que genera la elección y el acecho de una presa. Por suerte, la mayoría de los animales que frecuentan los cotos de caza se conforman con conseguir pareja y seguir viviendo, pero no todos lo hacen…
Al caer la noche, él se preparaba para ir al coto a seguir buscando esa presa tan especial como para quedarse con ella, esa compañera que lo mantuviera siempre en esa línea excitante y deliciosa que hay entre la seducción del cortejo y la gloria de la conquista.
Estaba observando, atento, a los que estaban esa noche, machos y hembras, listos para la conquista, sin ver nada que le interesara, cuando escuchó la voz de ella. A partir de ese momento, hacerla suya fue su único propósito. Se le acercó y fue burlado. Ella también conocía el juego del cortejo pero no quería jugarlo con él. La única razón que le dio fue que era una domesticada y de vez en cuando escapaba al coto, dejando su cautiverio, para tener la ilusión de la libertad. Él no entendía por qué estaba allí si tenía dueño, pero no quiso darse por vencido tan fácilmente.
Ella comprendió, desde el primer momento, que él era la clase de macho cazador de la que siempre había huido. Era perseverante, se le aparecía de pronto, acechándola desde rincones oscuros, algunas veces intentaba seducirla con una sinceridad casi atemorizante, otras con su forma divertida, inocente y feliz de ver la vida, la emocionaba, la hacía reír, le causaba mil sensaciones, hasta que no pudo resistirlo. Él era tan feroz como frágil, tan seductor como dulce y tan soñador y demente como ella misma.
A él no le importaba mucho que fuera una cautiva, la había esperado demasiado tiempo para dejarla solo por eso, aunque nunca fuese totalmente suya, aunque desapareciera, escapando suavemente de sus garras, dejándole su olor, grabando su forma en sus ojos y su voz en sus recuerdos, hasta el próximo encuentro.
Así, poco a poco, fueron entregándose, convirtiéndose en cazador, presa y destino uno del otro. Se cuidaban, se celaban, se necesitaban, deseaban y presentían mutuamente. Disfrutaban regalarse el único bien que poseían, su entrega mutua a ese sueño imposible, por que nada importaba mientras estuvieran juntos en su corazón.
Todavía están así, gozando como solo el instinto animal que poseen puede permitirlo, disfrutando seducirse y conquistarse en cada encuentro, como si fuera el primero, sabiendo que podrían perder la vida, pero que peor seria perder el alma al separarse. Por eso continúan juntos, en perpetua cacería.

Sofi Morena (30 de Mayo de 2009)

Texto agregado el 18-07-2009, y leído por 526 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
19-11-2009 excelente texto. me hizo recordar una domesticada que se fue con su amo. NeweN
17-08-2009 Me gustó, muy buen texto.***** tequendama
14-08-2009 Los hombres siempre pensamos que las mujeres seran nuestras presas, sin darnos cuenta que los que nos rendimos a sus placeres y caprichos somos nosotros. Las mejeres si que la saben hacer tsubasa
09-08-2009 Muy buena imagen del amor en sociedad... todopoderoso
03-08-2009 Buenisimo, felicitaciones. drarqui
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