Agonizaba al caer la tarde. Ella yacía a su lado sollozando un dolor nunca antes manifiesto. ¿Por qué nunca te dije que te amaba? -Se lamentaba con un pesar indecible. La lluvia se había retirado y el sol mostaza expiraba. Se acercó a la ventana y miró como a lo lejos, en el centro, el árbol solitario se cubría de sombra. Recordó cuando él le suplicaba un beso, una mirada, una voz tierna o una mano calurosa, todos negados por esa otra persona del deber, de la obligación, pero no del corazón. Él levantó la mano con gesto de súplica, ella corrió a su lado, tomó aquella mano cadavérica y la besó con tanto espero y lágrimas que no se reparó de estar besando un muerto.