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Dedicado al General Ad vitam Antonio Imbert Barreras. (Hèroe Nacional)


El general se levantó bien temprano esa mañana de mayo. Como cada año en esa fecha, le correspondía ataviarse nueva vez con su traje de general ad vitam, cuyo honor le había sido conferido por el congreso por haber salvado a la República de la dictadura. Ese día era el único día en que terminaba su largo letargo. En que el viejo soldado volvía a la vida para remembrar junto a una batería de periodistas, aquella temeraria conjura que le puso fin al tirano y de la cual era su único sobreviviente.
Se presentó frente al espejo a anudarse la corbata negra sobre su camisa gris. Se ajustó el kepis color kaki en su cabeza ya obesa por el tiempo, y se puso su chaqueta militar del mismo color guardada para la ocasión en el perchero; luego, como acostumbraba, se metió dentro de su pantalón pardo, se abrochó su nueva correa de guardia viejo, y se puso los calcetines. Entonces caminó sobre la alfombra verdiazul bordada con el escudo de armas, hasta un antiguo cofre de bronce bajo el ropero y extrajo unos lustrosos zapatos color negro ya endurecidos por los años. Eran aquellos, los mismos zapatos que usó hacía casi medio siglo cuando inmortalizó su nombre en la contienda en la que el tirano fue ajusticiado; los mismos zapatos que soportaron el peso de de aquel intrépido militar, con su fusil en las manos y el corazón en la boca.
Por instinto, encendió el televisor a control remoto. Se sentó en su vieja mecedora de caoba centenaria, y subió el volumen.
Las noticias reseñaban el sorpresivo paro del transporte público en todo el país, pidiendo la rebaja del combustible ante el alza de los precios internacionales del petróleo. Miró las turbas enardecidas enfrentarse a la policía antimotines.
Otra información daba cuenta de la huelga de médicos que llevaba varios días, y que provocó el abandono de los hospitales públicos, mientras la gente moría por descuido. En otra, los políticos de oposición enfrentaban ardorosamente al gobierno ofreciéndole a la población hasta un viaje gratis a la luna.
Miró los zapatos y los encontró opacos, sucios y desteñidos. Los tomó y caminó como un autómata hasta el baño, y no miró los papeles usados del zafacón para disponerse a pronunciar aquella nefasta palabra: - no valió la p... …-
El toc toc de la puerta lo despertó. Su mujer lo apremiaba a salir a su cita acostumbrada cada treinta de mayo. Se había quedado dormido.
La televisión presentaba a los nuevos graduados de la universidad estatal. Cambió de canal y muy breve, miró un recuento de las últimas contiendas electorales ocurridas en el país. Observó el traspaso de mando de un presidente a otro, poniéndole la banda tricolor sobre el pecho. En las imágenes, la gente del pueblo reía.
Tomó sus zapatos del suelo, y procedió a ajustárselo en los pies; tranquilo, con su mente puesta en un ideal.
Se incorporó. Y como en aquel día de héroes, caminó decidido a su encuentro con la historia. Sólo pronunció una frase -!Claro carajo!, valió la pena-.
Y abrió la puerta.

FIN



Pablo Martinez (Dominicano)

Texto agregado el 19-07-2009, y leído por 434 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-02-2010 Me recuerdo al maestro uslar... guajiro
14-08-2009 SEGUIRE LEYENDO ME GUSTA SU ESTILO ANNDREA anndrea
23-07-2009 he pasado y he leído, voy por mas!5* magarosa
21-07-2009 Muy buen textoo!!! vale la pena leerlo!! un heroe de la historia muy bien descripto en su historia particular, con una afirmación esperanzadora***** silvimar
19-07-2009 Muy bien escrito. trixxi
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