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Atardecer calmo, cielo despejado y temperatura agradable; era todo lo que necesitaba Pedro Barcelona para salir a pasear, caminar sin prisa, conversar con las muchas personas que lo conocían, darle tiempo a las ancianas que le ofrecían pan amasado, y sonreírle a las jovencitas que lo admiraban por su pelo claro, escasísimo de canas, por su encantador acento y por su espalda ancha y protectora. Todavía a sus cuarenta y cinco años de edad causaba revuelo entre las mujeres. También saludaba con un buen apretón de manos a los hombres que lo buscaban para contarle sus aflicciones sentimentales y personales. Barcelona es un tipo muy querido y respetado. Desde que llegó al país, desde su España natal, sólo ha cosechado amigos, nadie reniega de él, todos confían en él e inclusive es considerado un modelo de valores morales. Habla mucho de Dios y la Virgen, y a decir verdad es un sujeto muy normal, nadie lo ha visto hacer daño o hablar mal de otra persona. Y tiene excelente humor. Sólo se encoleriza cuando ve algún borracho que se acerca a él llorando y pidiendo monedas para otro trago.
Miró hacia el cielo, que ya empezaba a ofrecer tímidamente su oscuridad nocturna, y decidió ir al centro de Santiago, necesitaba visitar a ciertas personas relacionadas con su trabajo, si es que no se desviaba. No se preocupó por el regreso tarde. Día viernes había mucha gente en las calles y se sentía seguro y acompañado. Caminó lentamente por una calle céntrica, mientras todo el mundo caminaba rápido, huyendo de sus lugares de trabajo ó de sí mismos, mientras él miraba tranquilamente vitrinas, a las colegialas y a las mujeres que le sonreían discretamente. –Menos mal que no ando con mi uniforme de trabajo- Se miró satisfecho; un pantalón de vestir perfectamente planchado, zapatos negros y brillantes, y una camisa blanca abotonada enteramente.

Recordó a su padre, cuándo él era niño, en la España Franquista. Sonrió recordando los desfiles militares.- Hijo, ellos son nuestro orgullo, soy tu orgullo- Y Pedro Barcelona lo contemplaba y soñaba con usar uniforme, botas, bigote y poder hablar fuerte y golpeado. Quería tener la capacidad de ser un líder, dirigir sus propias tropas, mandar y ser obedecido prestamente. Pero el azaroso y muchas veces cruel destino tenía otros planes para él.
-Pedro, tú padre murió.
-¿Puedo entonces, jugar con sus medallas?
Su madre se fue a vivir a otra ciudad, con la esperanza oculta que su hijo nunca fuera militar. Soportó por años a su esposo prepotente, fantasioso y paranoico, que veía enemigos y comunistas por todos lados.

Entró a un café con piernas, con gran sentimiento de culpa, saludó a las mujeres con traje de baño y espero que lo atendieran. Sus ojos brillaban de malicia y deseo al mirar pechos, piernas y hombros bien torneados. –Ay Dios mío, que hago aquí- pensó, sin embargo, no se retiró del lugar, sino más bien se preparó para mirar y también tocar si podía. Tomó su café tibio, rememorando los días felices en que paseaba de manera furtiva con Eliana, integrante de la Junta de Vecinos y activa integrante del pequeño gimnasio ubicado en el mismo local. No la amaba, él bien lo sabía, pero sí le calmaba sus masculinos deseos. Ella no era buena teniendo sexo, era más bien fría y distante, pero eso no importaba, él tampoco era muy experto en la intimidad. Pero ya todo aquello había terminado. Cargo de conciencia por parte de Eliana.- Esto no puede seguir, Pedro - Él la escuchaba y nada decía, sólo se encomendaba a Dios.
-Oye, si te espero a la salida, vamos a pasear un rato?
-Claro, cómo te llamai?
-Pedro.
-¿ Soi español?, te pregunto por tu acento.
-Si, pero solo me queda el acento, hace años estoy en Chile.

Volvió tarde, con su ropa y sus manos con olor a perfume barato de mujer. Pensó que la chica del café a pesar de su vulgaridad para hablar y sus modales groseros, era muy sensual y atrayente. Fue un buen rato, y no tuvo que gastar mucho dinero. Más bien un par de tragos para ella, él casi no bebía, y el taxi al ir a dejarla. No hubo sexo, ni caricias ni besos, solo conversación elemental y muchas indirectas y preguntas indiscretas.
-¿Ya poh, dime en que trabajai?
- Soy alguien que ayuda a las demás personas, al menos eso trato.
-¿Soi psicólogo ó qué onda?
-Algo parecido,jajaja.
Llegó a su hogar, fue al baño, estaba impecable, igualmente el comedor. La señora del aseo era una bendición para él. Se sacó su ropa, se arrodilló y oró con fuerza, con rabia y con mucha devoción también. Apagó la luz, más no pudo cerrar los ojos. Se desveló pensando que era un hombre común, con deseos y necesidades.
El domingo de esa semana se levantó tempranísimo, fue rápido a la iglesia, se colocó lentamente su Alba, su Estola y su Casulla, se paró en el altar, extendió los brazos hacia delante, con las palmas hacia arriba, y con una sonrisa beatífica, acompañada de un acento marcadísimo, recibió y saludó a sus feligreses:
-Hermanos, sean bienvenidos en la paz del Señor.

Texto agregado el 22-07-2009, y leído por 195 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
30-03-2010 Bien me encanta cuando un cuento relata verdades, especialmente como estas tan humanas aunque no quieran mostrarse. isis1974
22-07-2009 Inesperado. Muy bueno. 5* hasta pronto. pielcanela
22-07-2009 Muy buena historia, contada con soltura y buen oficio. ZEPOL
22-07-2009 Buena! 5* el final me hizo reir! tursol
 
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