Mucho tiempo después de encontrarme conmigo mismo, tuve, por fin, la absoluta seguridad de que me caía bien, ahora, el mundo, mucho tiempo velado se presentaba claro y sereno, maleable como plastilina caliente.

Así pues, una vez estuve seguro de que esto era lo que había y que me gustaba, al margen de lo que pudiese decir cualquiera, cercano o no, me quisiese o me odiase, todo empezó a rodar con tanta suavidad que olvidé estudiar antes de arrancar la forma de parar.

Llegado a este punto comencé a encontrar las primeras grietas en mi plan. Había conseguido aislarme del dolor y por el camino había dejado también la espontaneidad, algunos amigos y si me descuido la razón por la cuál estaba aquí. Pero me dí cuenta a tiempo, o eso creía, ahora, al fin, me dí cuenta de lo que significa, de verdad, ser un auténtico egoísta hijo de la gran puta.

Y, ciertamente, no era ni remotamente tan divertido como había imaginado, salvo cuando el etanol recorría mis venas, claro, ahí si, ahí el plan funcionaba y todo importaba un carajo. Pero empezaba a aburrirme de ese estilo de vida disoluta sin orden ni concierto, la verdad es que ya estaba cansado, razón por la que volví por mis fueros.

Con la lección aprendida ahora ya no necesito estados de conciencia alterados para soportarme, asumo mis errores, los soluciono si se puede, pido disculpas y sigo adelante. Solo me queda esperar que hasta que perfeccione la técnica no causar más problemas de los necesarios.