Después de todo


Ana se sentó en el descanso de la escalera. Era casi la mitad de su vida, y éste, un derecho que podía ejercitar.

Hizo un repaso lento de su historia, y luego un recuento de debes y haberes. Casi siempre el costo había sido más significativo que los beneficios. Pero estaba contenta.
Tal vez por cándida o por ingenua, pero se sentía complacida.

Escupió algunos fantasmas hacia el costado y al vacío.
Y se dispuso a retomar su viaje.

Entonces, sonó el celular que llevaba en el bolsillo, más por dependencia tecnológica que por alguna otra causa… ilusión o tal vez esperanza.
No lo abrió, con la madurez había comprendido que podía elegir ciertas cosas que la mayoría hacía casi como por acto reflejo.
Eligió no abrirlo.

Conjuró verdades añejas y tartamudeó al tratar de mentirse.
Sería difícil encontrar una sensación que pudiera describir aquélla que causó una mixtura de sentimientos indagándola.

Luego, dejó el celular en un peldaño y se lanzó… junto a sus fantasmas.

Después de todo no es tan fácil abrirse a la vida.

Después de todo existe un límite para tolerar frustraciones