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LA CASA ®

Era la primavera del 1976, un fin de semana largo de Octubre, soleado y cálido, lleno de perfumes y sueños…
Virginia invitó a Marina a pasarlo en el Tigre, en una de las islas del delta, donde sus padres tenían una casita.
El dormir de Marina se vio interrumpido por mil ideas que alborotaron su mente, en su ansiedad. La aurora la sorprendió con los ojos abiertos y alegres. Se vistió apresuradamente, desayunando apenas.
Alberto, el padre de Virginia, pasó a buscarla, bien temprano, como había quedado el día anterior.

El camino hacia el río fue eterno, regado por los deseos exacerbados de ambas amigas. Lo que mas atrajo a Marina era que por primera vez subiría a una lancha. Un nudo de emoción anudó su garganta y quedó momentáneamente en silencio durante el viaje.

Por fin llegaron. Las aguas majestuosas del río extendieron su manto hasta el horizonte luminoso. La lancha, de madera oscura, las esperó en el embarcadero de la guardería. Subieron ansiosas y tomaron asiento en una de sus banquetas.
El ronroneo del motor se escuchó, desperezándose suavemente de la modorra de una semana de inactividad. Partieron camino a la aventura, mientras el río las acunó en su viaje, haciendo mas placentera su estancia en él.

Apenas llegaron, los perros de la isla fueron a su encuentro, festejando el regreso de sus dueños.
Marina levantó su vista y vió una casa blanca e imponente al final de muelle donde desembarcaron. La misma, apoyada sobre unas columnas de material, escapó de las crecidas frecuentes por aquellos lugares.
El perfume de la indómita vegetación, que los rodeó, se posó con suavidad sobre sus siluetas adolescentes.
Dejaron sus bolsos en la casa. Desayunaron por segunda vez, una ricas torrejas que había preparado Cuqui, la esposa de Alberto. Luego salieron al jardín.

Tanto Marina, como Virginia, Pablo, su hermano, y Sergio, el vecino, decidieron ir a explorar.
El sol besó sus nubiles frentes, mientras se internaron en el bosque, impregnado de abundante y cerrada vegetación. Los sonidos humanos se fueron extinguiendo, mientras penetraron en los secretos de la isla. De pronto solo se escucharon los sonidos de sus cristalinas risas, el crujir de las ramas que sus pasos quebraron y el gorgojeo de los pájaros alborotados por sus presencias.
En medio de la espesura divisaron una casa deshabitada, teñida de una melancolica pátina gris, recuerdo de antaño.

-¿Por que no entramos? Sugirió Pablo lleno de sed de aventura.

-Nunca la había visto, dijo Sergio alimentando la imaginación de los presentes.

-¡¡Entremos!! Dijeron a coro Virginia y Marina.

Empujaron la puerta que cedió de inmediato, descubriendo un breve pasillo rematado en una pequeña estancia. Por los postigos entreabiertos se filtraron algunos rayos luz que llenaron la habitación de una cenicienta bruma, al hacer mella en las diminutas partículas de polvo desprendidas por su presencia.
La mesa en el medio, con un mantel de color incierto, raído por el tiempo. Un florero sucio, repleto de flores secas y desteñidas. Un plato oscurecido por el polvo depositado sobre él a través de los años.
Percibieron en el lugar un fantasmal olor a recuerdos, que siguieron habitando sus paredes, sin percibir el paso de tiempo.

Al fondo… una puerta cerrada, ocultando alguna historia de los curiosos ojos de los muchachos.
Mirándose, se dirigieron a la misma. Trataron de abrirla, manipulando la manija que estaba en ella. Primero Virginia, después Virginia y Marina y por fin ambos muchachos. La puerta no cedió a los intentos de los cuatro amigos.
Cansados de forcejear, decidieron volver al día siguiente con algún elemento que les permitiera abrirla. Giraron sobre sus pasos para dirigirse a la entrada.

Sobre sus espaldas, escucharon espantados un chirrido ensordecedor. La enigmática puerta se abrió lentamente burlándose de ellos…
Los alaridos aterrados llenaron el lugar, filtrándose mas allá de la paredes de las casa, mientras se lanzaron intempestivamente a la única abertura con afán de liberarse. Sus corazones latieron violenta y desordenadamente, como queriendo estallar en sus pechos agitados… Las piernas se enredaron entre ellas, mientras sus mentes aturdidas dieron la única orden posible: huir. Pero quedaron atascados en la puerta de salida, simplemente porque la misma tenía solo capacidad limitada para permitir el paso de solo uno por vez.

En su desesperación Marina alzó la mirada y alcanzó a ver una medalla de gran tamaño que pendía de la pared contigua a la puerta. La leyó, con voz espeluznante pero bien clara: “Bienvenidos, los que ingresen en esta casa”…


Pertenece al libro "CUENTOS Y RELATOS PARA SOÑAR DESCALZA" ®








Texto agregado el 04-08-2009, y leído por 353 visitantes. (34 votos)


Lectores Opinan
08-07-2010 Ya ves, violada y todo la casa siguió guardando sus secretos, aquellos escondidos detrás de aquella puerta que no sucumbió al esfuerzo de los chicos, muy lindo, mi voto 5* y un beso gordinflon
25-03-2010 ¿Lo repito? Está bien, pero que sea sólo porque me das permiso: tu prosa es clara, atrapa y deja el gusto de leer un trabajo. Óigase bien, un trabajo. Existe un tono jocoso en la imposibilidad de escapar presentada a los personajes, lo cual me llevó a sonreír. El cierre parece abrupto, pero ayuda a darle sentido a la experiencia aquí tratada, por lo que la narración queda redonda y los cabos terminan atándose de manera natural. Cox
05-02-2010 Me gustan tus cuentos. Un halo de oscuridad se percibe en su atmosfera. Sigue asi y cada vez que tengas un cuento no dudes en invitarme a leerlo. rubencrist
15-08-2009 Coincido con la popular esto debe tener al menos otro capitulo, eso de los finales abiertos no me termina de convencer...de cualquier manera los han hecho grandes escritores, Y algunos otros, luego le pusieron un final, hay historias ineresantes al respecto. un saludo MCS
15-08-2009 y la continuacion? jajaj ... me encantan este tipo de historias LAMADONNA
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