Te había imaginado viejo, roñoso, con manías propias de los abuelos.
Había recreado en mi cabeza la escena de nuestro primer encuentro, yo en mis veinte, tu en tus casi 80, el olor a encierro de tu casa, la quietud casi fantasmal que inundaría los pasillos de brillante parquet. Porque tendrías a alguien que ordenara tu caos, alguien que pusiera cera en el piso para cortarte los aires de grandeza, "los eruditos no resbalan" dirías.
Me imaginé el momento en que te diría que era tu más ferviente admiradora, que mientras la gente adoraba a Neruda y a la Mistral , yo prefería oír en mi cabeza los gritos de locura en tus libros, esa poesía dura, tosca, con olor a sexo, trasnochada e imperfecta, ese no rimar a propósito,ese dolor primigenio.
Tu me mirarías por sobre la montura dorada de tus lentes y sonreirías cansadamente. No aceptarías los elogios como cualquier otra persona, bajarías tozudamente la cabeza y me recordarías que soy joven y que los jovenes nada saben de los libros.
Me mostrarías las paredes de tu casa llenas de relojes cu cu con las horas de otros países, Viena, París, Londres. "Mira niña en Tokyo ya es casi la hora de la cena" dirías. Y yo asentiría maravillada, espectante y alerta.
Te había imaginado viejo y sabio, golpeado en los huesos por la varilla del tiempo. Por eso me costó tanto asimilar que no habías llegado ni siquera a los 30, que un día simplemente se dieron cuenta de que algo mas que magia hervía en tu cerebro, y desde entonces para ti todo fue caer de precipicios, y que así nada más un día primero de mayo te moriste. A los 28 años...uno más de los que yo tengo ahora.
Y empecinada y terca, busqué tu tumba. Arrastré a mi novio,y a su horror a los cementerios, entre un centenar de tumbas huérfanas, concentrada y seria como una loca, trepada sobre los nichos, encaramada entre las cruces, hasta que te encontré.
Rodeado de piedra, de enredadera, de rosas secas, de espinas y tierra, dormido, joven, perfecto. Sobre la tumba, con tu rostro esculpido en piedra, descubrí que la gente de tu pueblo te había amado, quizás nunca te habían comprendido, quizás nunca compartieron esa sed de oscuridad tuya, pero te aceptaron y te recordaron. La tuya no era una tumba huérfana, porque gracias a ellos yo llegué hasta ti.
Mil adioses para Boris, que luchó codo a codo con los trabajadores y los esforzados, que creció sin padres, que murió sin hijos, que sangró tinta y amor sobre las páginas de sus libros.
Yo te había imaginado viejo Boris, pero me alegra que no lo hallas sido, me alegra saber que mientras yo te buscaba llevabas mas de 30 años durmiendo con tus demonios.
Entonces me pinché los dedos con las espinas de tus rosas secas, y en mi imaginación tan enferma como fue la tuya, mi sangre viajó por las venas del rosal, se hundió presurosa como una roja saeta horadando la tierra, la madera de tu encierro y te besó en los labios.

Y casi pude ver...que mi beso te abrió los ojos...


"De DORMIDOS pozos sépticos, vengo desde el fondo,
Asaltado de piojos y de lacras en la noche verde.
Tú me esperas hundida en el pantano
Con los ojos cerrados, maldiciendo.
Amarrada a mis designios.
El clamor de tu boca convulsiona las estrellas
Y se triza el cielo con tu aliento oscuro.
Soberana silenciosa
Te avasalla mi falo como un lirio de espanto,
Te doblego encima de las tumbas
Y nuestro orgasmo de murciélagos cubre el universo..."

Boris Calderón, "El Libro de los Adioses" ,1956