Desde pequeña me recitaban al oído dulces historias de princesas, que reinaban en castillos de cristal, junto a jardines de flores y muchas princesas primorosas, eran muy traviesas y buscaban tesoros en la azul inmensidad.
Pues en el siglo veintiuno, las princesas de jeans y zapatillas, con las carteras llenas de sueños e ilusiones, van en camino de las estrellas que la hacen suspirar.
Van llenas de consejos, herramientas, talentos innatos, dulces sueños, y un alma limpia y llena de deseos.
La princesa sabe que debe cumplir con sus deberes, y con sus múltiples tareas, pero también sabe que debe guiarse por su intuición, y estar preparada para los sorpresivos giros que puede tener en su ruta, hasta coger en su pecho su tesoro.
Cada vez que se detiene un segundo y mira hacia atrás, hacia el camino recorrido, puede ver lo mucho que ha crecido, y como ha logrado ponerse de pie, y sacudirse luego de tropezar en un obstáculo imprevisto.
La princesa sabe que se debe agradecer toda ayuda y soporte que la encamine a su tesoro, pero se comienza a percatar de lo difícil que se torna su camino solitario, por rutas intransitables, por aquellos obstáculos que no parecen bajar la guardia y permitirle el camino liberado.
Es así como comienzan a tomar mas valor esos apoyos incondicionales y genuinos, como la solidaridad, la templanza, el cariño, los sabios consejos, y por sobre todo el amor puro de un hombre. Las princesas inteligentes pueden cumplir sus metas con mucho acierto, y llenar de tesoros sus palacios, pero un tesoro muy codiciado entre ellas es el amor de un hombre fiel y cariñoso, que este junto a ellas en momentos tristes y difíciles. Ese tesoro es mucho más preciado que cualquier otro. Pero a diferencia de muchos otros, es un obsequio que solo será entregado a la princesa que conserve en su interior, la paciencia, esperanza, carisma, tolerancia y amor, necesarios par cultivar ese tesoro luego de entregado.
Muchas princesas se confunden, y desesperan por encontrar aquel amor sublime, muchas tropiezan con palabras delicadas, que son dichas insensatamente, y que luego rompen sus corazones. Otras princesas pierden la paciencia y el corazón por amores que no las merecen, y se someten a tratos irrespetuosos y a dejaciones que opacan sus brillantes luceros. Otras princesas esperamos, muchas tenemos las rodillas rotas, y con cicatrices de amores infieles.
Pero lo que todas hacemos, es seguir con el alma limpia, con nuestro brillante lucero en el pecho, en busca de nuestros preciosos trofeos, que solo nos pertenecen a nosotras, y a aquellos que nos han ayudado en el camino. Ya que solo ellos saben cuanto nos ha costado conseguirlos, y cuanto hemos sufrido y desvelado por poseer nuestros diamantes.