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Viernes: "El apéndice"



Han pasado seis meses desde el accidente. Es el primer paseo familiar que tenemos desde aquella ocasión y no puedo evitar sentir que es demasiado pronto y que todo este viaje es una mala idea. Y no sólo lo digo por lo de mamá. Todo esto está mal. Pero al menos ya no puedo escucharlos hablar. Nadie me pide que cierre la ventana.

El insoportable viaje de ida dura más de tres horas, en gran parte de ellas mi padre se la pasa monologando sobre absolutas ridiculeces en las que cree tener autoridad absoluta e incuestionable. Su estúpido parloteo fue acompañado por asentimientos de Mafe y en alguna ocasión un "tienes razón" de mi madre, quien sólo aparentaba escuchar. Pierdo el hilo de la conversación gracias al viento que pega contra mi rostro.

Intenté dormir durante el trayecto, pero no pude evitar mirar de reojo a mamá constantemente, con su cara de puño y sus ojos acuosos y su mano izquierda acariciando inconscientemente al muñón de lo que solía ser su brazo derecho. Me asqueó verla hasta el punto que preferí sacar la cabeza por la ventana. Su actitud ha empeorado, hasta el punto de convertirse en un lamentable apéndice de mi padre; dependiente, inútil y siempre temerosa de ser amputada. No quiero ser algo parecido a ella jamás.

Al final del trayecto, nadie hablaba. Mafe y Pablo dormían el uno sobre el hombro del otro, ignorantes de la mirada ocasional de mi padre por el retrovisor, mientras mi madre miraba absorta el camino. En cuanto el carro se acercó lo suficiente como para poder ver el edificio de la entrada del club, unos guardias vestidos de blanco y cascos nos recibieron e inspeccionaron el auto como si lo avaluaran antes de dejarnos entrar. Miraron con desprecio la placa del vehículo, verificaron la simetría entre los espejos retrovisores, expresaron su desaprobación ante un golpe en un costado del automóvil con una mueca de desprecio y con sus botas de caucho negro pisaron las llantas para comprobar que tuviesen aire antes de entrar.

Creo que pasamos por el filtro de estrato social apenas rozando, apenas lo suficiente para poder entrar y parquearnos en algún lugar no demasiado visible. Es un desperdicio de tiempo y dinero esto del club. Mi padre paga demasiado para pretender en este sitio que es millonario mientras nos ahogamos en deudas.

En cuanto bajamos del automóvil logré sacar una foto del interior del club. El lugar es lo que suele llamarse en muchos sueños tercermundistas un paraíso en la tierra, es decir, uno de esos sitios que ves en fotografías al interior de las más importantes revistas de farándula donde un hombre en pose de "estoy jugando al golf" se encuentra al final de su golpe y la tierra se levanta apenas lo suficiente como para hacerlo ver elegante y no demasiado fuerte. A sus espaldas, si miras con atención se puede ver su costoso automóvil, donde tiene encerrada a la que presenta como su "sobrina". En esta misma imagen publicitaria podrás ver, si miras a la derecha, una perfecta fila de palmeras de la que salen volando unas garzas blancas contra el cielo despejado en el que aparece el nombre del Country Club. Debajo de la imagen aparece la información de contacto y un lema que dice algo snob y clasista sobre los privilegios y aquellos que los tienen. El sueño de gente ridícula para gente ridícula. Como mi padre.

Pero no todo es tan malo. Puedes bañarte en la piscina.

Mientras nado parsimoniosamente de un lado a otro, escucho los elogios que hace mi padre a Mafe, cada vez con más intensidad. Elogia su conversación, sus brazos, su risa, habla maravillas de ella, endulzando sus oídos e imaginando como la penetra y manosea sus tetas, babeando como perro y mordiendo sus nalgas bronceadas. Quiere tener sexo con ella para poder pretender una cosa más en su vida, fingir ser un semental que tiene sexo con una jovencita rubia y delgada. Los adolescentes insoportables que vienen durante este fin de semana a emborracharse miran a Mafe como perros a un trozo de carne fresca. Al igual que mi padre. Mamá se da cuenta.

No hace más que sonreír y pretender que todo está bien, ganándose a pulso el premio de "Víctima más digna" en esta entrega de los premios Oscar, en la que agradece al jurado, a los espectadores y a mi padre, que la mantiene y le deja estar junto a él en las noches a cambio de un poco de maltrato emocional y físico; también se lo agradece a Dios, porque todo ganador de Oscar se pone religioso. Se mantiene en su rol de manera impecable toda la mañana y cuando papá juega a la pelota con Mafe y los adolescentes, se retira en silencio de la piscina. La pierdo de vista al acostarme boca arriba en un costado a tomar el sol.

El accidente ha vuelto a mi madre impotente. Perdió un brazo y todo lo demás lo perdió por añadidura. Siento pena por ella pero soy incapaz de decírselo a la cara, a diferencia de mi padre todas las noches.

Esta noche a la hora de dormir sé que mi madre estará llorando en posición fetal a la espera de la llegada de él, que regresará a la cama tan tarde como pueda, tras el último intento (y puede que sorprendentemente el éxito) de tener sexo con Mafe.

Pasa la tarde y cuando vuelvo a ver a mamá, está acompañada de una pareja de doctores que conoció, hablando en una mesa. Prefiero no interrumpir lo más cercano a vida social que ha tenido en los últimos meses. Espero el atardecer sentada en el pasto, sintiendo como cientos de bichitos me pican la piel.






Lunes: "¿Ya llegamos?¿Ya llegamos?¿Ya casi?"


Parece mentira, pero esta tarde operan a mamá. Ella ha estado muy emocionada con todo esto del implante, pero sé que está esperando demasiado de la operación. No creo que un trozo de metal cromado y alambres vuelvan a mi madre a la normalidad. En el mejor de los casos la imagino como una especie de Frankenstein cibernético, con cables saliendo de su brazo y una mano que suena como una mezcladora de cemento.

Me preocupa mucho eso de que ella se haya lanzado de conejillo de Indias. No creo que un tratamiento sea muy confiable si el médico te da dinero a cambio. Pero mi padre quedó convencido en cuanto le dijeron la cantidad de dinero que le iban a dar. Alcanzará a cubrir la hipoteca de la casa y el carro último modelo -que compró a crédito para no volver a sentirse apenado ante los guardias disfrazados de ingleses en safari-. Un par de meses más de fingir y gastar, con tal de reafirmar la hombría que no posee.

Los días previos al procedimiento he visto a mi madre entusiasmada con aquellas cosas que podrá volver a hacer, como escribir o dibujar. Dijo que los doctores le prometieron que sus manos iban a funcionar tanto o mejor que antes. Que estéticamente no iba a ser lo mismo, aunque no iba a tener que ocultar su nuevo brazo con ropa larga o algo así. Que iba a sentir las superficies de las cosas con su mano como si tuviese nervios en ella. Que todo iba a salir bien. LE PROMETEN DEMASIADO. Me da tristeza verla tan ilusionada.

Un implante no va a cambiarlo todo. Los implantes no te vuelven más interesante o más inteligente o más bonita, excepto los de silicona: dos libras de eso en el pecho y te vuelves interesante rápidamente. Pero las protesis son piezas de plástico que están unidas o metidas en tu cuerpo y nada más. Son básicamente la evolución de las patas de palo o los garfios. No se parecen a partes del cuerpo siquiera... en fin.

Por su parte, mi padre le hizo invitación a Mafe de ir al club cada vez que quiera. Sé que lo hace con la esperanza de llegar de improviso un día y que ella esté ahí dispuesta a tener sexo con él, o al menos estar lo suficientemente ebria como para no rechazarlo. Pero sé por cuenta de Nina que Mafe quiere ir con Pablo para poder estar solos y hacer el amor toda la noche. Perra.

Las horas pasan lentamente y acompaño a mi padre al apartamento cuando nos cansamos de esperar el resultado de la operación. Son las 2 de la madrugada.

Ya estando acostada en mi cama, pienso en mi mamá sobre una mesa de operaciones, con líneas pintadas sobre sus hombros y su pecho, como si fuese un plano de sí misma. Las líneas muestran donde hay que cortar, donde hay que pegar y en algún lado debe encenderse una lucecita y sonar una alarma. Su brazo cibernético con los cables salidos viene cargado por dos enormes fisiculturistas rusos que ponen el brazo junto a la mesa y salen arrastrándose por culpa del esfuerzo. Se encienden más lucecitas y un doctor con anteojos usa una sierra eléctrica de disco para cortar el trozo de brazo donde van a conectar el implante. La sangre salpica por doquier, se escuchan muchos “bip”, el doctor de la sierra eléctrica se aleja con su trozo de brazo en la mano mientras se acerca la pareja de doctores. Silencio. Se escucha un trueno. Y al final la amable doctora Mora grita “¡Está vivo!¡El brazo está vivo!”. Mis sueños han visto demasiada televisión.

Regresamos a las 8 a.m. y la doctora Mora nos dice que todavía falta un poco, pero que la operación va bien. El procedimiento demoró 18 horas en total.





Jueves: "Debo admitir que se ve sexy."



Su brazo parece hecho de metal cromado y porcelana a la vez. Su acabado mate recibe al sol suavemente produciendo un brillo que ilumina con una luz azulada todo a su alrededor. Contrario a lo que esperaba, es un brazo ligero, con movimientos silenciosos y rápidos a los que mamá se acostumbra con lentitud. Papá dice estar aterrado del brazo. Le dice a mamá que se ve como un mutante, ella no hace el menor caso a sus palabras. Se ve como si estuviera enamorada de su brazo

Sé que lo dice por pura amargura. No se ha sentido muy bien desde que visitó el club. No ha dicho por qué, pero Mafe me contó que Pablo lo sacó a golpes de la cabaña el día que fue de "improviso". Parece ser que la pelea fue la causa de la revocación de su membresía al club. Recordé con risa todos esos meses que pasaron antes de poder entrar al club, mientras mi padre vivía a la espera de la aprobación de los miembros a su hoja de vida detallada publicada en el lobby del edificio principal. Y tras dos minutos de pelea desigual, se acabó. Al menos no habrá que pagar dos millones y medio al mes nunca más.

Durante la preparación del desayuno, actividad que ha retomado desde ayer, mamá siente cada objeto presente en la cocina. Me habla de su textura, de cómo siente el peso en su mano, habla con excitación y sin pausa de cada objeto que toca y de como el calor le hace sentir a cada objeto distinto y único. No recuerdo haberla visto tan contenta jamás. Me irrita un poco que se sienta tan feliz.

Me dice a modo de chiste que su nueva mano es mucho mejor que la anterior. Sinceramente pienso que es cierto, pero me abstengo de decirlo y prefiero reír con ella. Me hago la que no nota lo peligroso que se ve el cuchillo en su mano. Su nuevo brazo irradia poder, una fuerza que se le ha contagiado, que la embellece. Lejos de lo que imaginaba que sería, diametralmente opuesto. Es, no sé si sea correcto decirlo, sexy.

No sé por qué, pero le pedí que me dejara tocar su brazo. Acerqué la yema de mis dedos con cuidado, sintiendo una especie de electricidad estática antes de rozar su superficie cromada, esa estática tiene que ver con el brillo que surge del interior de su extremidad. Recorrí la superficie desde la muñeca hasta el hombro, solo rozando, apenas sintiendo, lo que agudizó la sensación en mí. Cuando retiré mi mano, me sentí extraña, como si hubiese hecho algo impropio, no sé, si el sexo se siente como ese brazo, creo que estoy lista.

La sensación me dejó un poco extrañada, no recuerdo muy bien que le dije, pero después me fui a sentar frente a la televisión sola, con un extraño antojo de darme una ducha.





Sábado: “Sólo fascinación.”


Después de lo que imagino como una pelea de gritos realmente digna de ser grabada en video, mi madre conservó para sí misma la mitad del dinero que recibió por la operación. La convencí de comprar ropa.

No recuerdo haberla visto comprar ropa antes. Al menos no en una tienda. Su vestuario fue algo que estaba formado por prendas compradas esporádicamente en hipermercados. Desde antes de perder el brazo, ella había perdido su autonomía y hasta ahora lograba comprenderlo. Siempre era la ropa de papá la que se compraba en almacenes durante las fiestas de fin de año o su cumpleaños. En cambio, sus cosas venían en el mismo carro que las latas de atún, zanahorias y lentejas.

Me comentó que en el chequeo que le realizaron los doctores la semana anterior la alentaron a probar cosas con el brazo que no pudiesen hacerse por las limitaciones que posee un brazo normal. Quiere comprar un libro de yoga.

La llevé a la tienda de ropa más vanguardista que conozco. Tiene la ventaja de no ser la más cara, pero si la más apropiada para encontrar algo que combine con el brazo. Todos los maniquíes que adornan la vitrina parecen androides... como modelos obsoletos de lo que mi mamá es.

Sus primeros ensayos fueron tímidos, con prendas que le eran tan familiares como podían serlo en esta tienda. Insistía en buscar ropa holgada, con mangas largas. En cuanto le entregué la primera prenda con mangas cortas, una de las vendedoras notó su presencia y se acercó para colaborar (o para tocar el brazo y hacer preguntas si quieren saber la verdad). Comenzó a probar ropa en mi madre como si fuese una muñeca nueva, todo tipo de combinaciones que pasaban por lo sublime y lo atrevido. Yo pasé a un segundo plano.

La vendedora le ofreció descuento, hizo que otra de ellas trajera café y se tomó un par de fotos con ella. Le pidió a mi mamá que se tomara una foto con su mano tocándole el cuello desde un costado y otra de mi mamá sola con las manos cruzadas a la altura de los hombros. Escribió su teléfono en una de las fotos que imprimió y le pidió que le dejara el teléfono de nuestra casa. Mi mamá quedó tan feliz que no pidió que le regresaran la ropa con la que había entrado. Se veía despampanante.

Su vestido sin mangas dejaba ver el brazo en todo su esplendor, hasta aquella altura del hombro en la que se fusionaba con la carne del resto de su cuerpo. No me dí cuenta que salí con ella de la mano del almacén.

Sentí miradas sobre nosotros todo el tiempo, hasta que se tornó insoportable. En vez de alejarme, me protegí aferrándome a su brazo con ambas manos. Eso atrajo más miradas aún, pero no me importaba, no mientras sentía el suave y único calor del implante cibernético de mi madre.





Martes: “Ding dong”


Algo me está comiendo por dentro estos últimos días. Lo había notado, pero aceptarlo me ha tomado bastante tiempo. Estoy sintiendo unos celos impresionantes de mi madre. Llevo noches soñando tener el brazo de ella.

No hablo de un brazo como el suyo. No hablo de uno parecido. No hablo de uno idéntico. QUIERO EL DE ELLA.

Sueño rompiendo la carne que une mis hombros con el resto del brazo. Me he descubierto mirando fijo los cuchillos de la cocina. Sé cual es el que sirve para romper los huesos. Pero sé que no podría hacerlo sola.

Imagino lo maravilloso que sería desprenderse de toda esa carne imperfecta que tengo en vez del implante. La amputación me estremece y me hace despertar húmeda y avergonzada. Me duele el brazo derecho todo el día después de ese sueño recurrente. Siento como me pesa. Estoy conciente todo el tiempo de lo que me incomoda. Se estrella contra los marcos de las puertas, reacciona lentamente a los estímulos, la mano suda, se cansa si la uso por todo un día.

La señal de alerta no se limita a eso. El domingo mi madre me mostró que podía tocar el dorso de la mano con la punta de sus dedos. Tengo el dedo anular de la mano izquierda roto por intentar emular lo que hizo durante toda una tarde.

Fueron 4 horas forzando mis dedos a hacer lo mismo. No es natural. Me está obsesionando demasiado el asunto. Y no me parece que sea la única. Pablo también. Estoy segura.

Cuando desayunaba esta mañana en la cafetería, noté que introducía el bocado con cuidado en su boca, cerrando los ojos y deslizando el tenedor hacia afuera con suavidad, dejando que cada milímetro hiciera presión sobre sus labios cuando lo retiraba. Una vez hacía esto, lo palpaba con el dedo índice de la mano derecha, pensativo, tomándose bastante tiempo en reanudar la comida, como si el sabor que le importase fuese el metálico. Al terminar, conservó el tenedor en su mano, sin decir palabra alguna durante la conversación entre Mafe y yo. Debo confesar que hablaba de tonterías y que yo misma no seguía muy bien el hilo de la conversación, pero lo que vi tiene que significar algo. Pablo nunca tiene momentos de contemplación. No digo que sea estúpido. No es eso. Es que su cuerpo no está hecho para ese tipo de cosas, creo yo.

¿No sería asombroso tener piernas cyborg y correr sin detenerse jamás?

Y eso lo confirmó. Lo ha capturado a él también. Todo el que ve el brazo queda bajo un hechizo, excepto mi padre.

Que no vino a dormir ayer.


Miércoles: “Todo el poder”


¿Sabías que si me concentro puedo hacer más fuerte el brazo? Lo dijo así, a manera de conclusión, resaltando lo evidente.

Mi padre está tendido en el suelo, con la nariz destrozada y sangrando internamente quién sabe en cuantas partes. Yo no sé si ayudarlo o darle una patada más mientras sigue sin sentido. ¿Pueden creer que vino con un revolver?¿Qué me apuntó a MÍ con eso?

Ignoraba desde cuando estaba durmiendo mi mamá en el ático, sinceramente no sabía que lo hiciera, al igual que no sabía que no lo hacían desde la operación. No sabía cuánto dinero había recibido de compensación, ni tenía idea de que mi padre había sido despedido por malversación en su compañía. Era muy poco lo que sabía de lo que pasaba en la familia hasta que se comenzaron a gritarlo todo en la sala.

Él le pidió que le devolviera el dinero sobrante de las compras para no seguir gastando el dinero de esa manera. Pero cuando se negó, porque era natural que se iba a negar al saber que lo habían despedido precisamente por despilfarrar dinero que no era suyo, armó una pataleta y rompió el vidrio de la mesa de la sala.

Tenía una expresión estúpida en el rostro al ver su mano sangrando y no contuve la risa.

Sacó un révolver de su pantalón, diciendo que era por mi culpa. Que yo le estaba metiendo ideas en la cabeza a mi madre y que era hora que supieramos quien estaba al mando en esta casa.

Yo estaba asustada, pero creí que era otro espectáculo más. Le dije que su pistola seguramente funcionaba tan mal como su pistola. Y vi como volaron trozos de vidrio.

Me disparó. Mientras gritaba, me perdí como lo detuvo mi mamá. Ahora es Xena La Princesa Guerrera, la Mujer Maravilla y Robocop en un sólo brazo.

Estoy orgullosa de ella. Su abrazo me untó de sangre, pero no importó. Mi madre me salvó. Ella lo detuvo por mí.

Le entregué el révolver y ella lo apartó delicadamente con ese mismo brazo sangrante que había evitado que mi padre me matara. Su brazo normal.


Lunes: “La percepción de la belleza”


La imagen de una mujer de gigantescos labios, la de otra con una frente inmóvil y sin arrugas, el bombardeo televisivo de mujeres modificadas gracias a yesos, cirugías, maquillaje... todo eso va a ser obsoleto. Mamá es el futuro.

Me sentía inquieta al sentir como adquiría un sentido distinto toda la serie de eventos de los últimos meses: la confianza recuperada, la sensación de liberación, el divorcio y el inminente retorno al quirófano para recibir una nueva dosis de confianza artificial.

El implante se convierte día tras día en un elemento perturbador para mi vida. Imagino como se sentiría si mis piernas fuesen sintéticas cuando termina la clase de gimnasia, me descubro pasando las manos por mi entrepierna cuando pienso en como se sentiría si mis dedos se pudiesen extender a voluntad. Pero ante todo, imagino como se sentiría tocar a Pablo con las manos cromadas de mi madre.

Ayer terminé robando el papel donde estaban anotados los datos de los doctores. Pero no sé como convencerlos de la operación. Tengo que hacerlo. Firmaré lo que sea con tal de sentir lo mismo que ella.

Sale a la calle sin ocultar su brazo. Cuando salgo con ella siento que lo exhibe, que muestra al mundo la belleza de su brazo con tanta indecencia como puede, sé que para todos los que la ven es imposible dejar de pensar en como se siente el contacto con sus manos. Y yo que lo siento no puedo ocultar la satisfacción que produce. Eso solo sirve para hacer que sea mayor la atención que ella recibe.

Hablo de eso con Pablo últimamente. Se ha producido una cercanía entre nosotros desde que Mafe se retiró hace unos días debido a un “incidente” del que nadie es capaz de hablarnos en la escuela. Pablo piensa que es una crisis nerviosa, o que se fue a hacerse una cirugía otra vez.

Nada como lo de tu mamá. Seguramente nariz nueva o senos falsos. ¿Quién querría silicona cuando puede tener todo un cuerpo nuevo, como lo había soñado? Imagina que nada se arruga, se cae o se deforma con el tiempo. Que dejas de vivir dentro de los límites de un cascarón destinado a morir.

Sonrío y me siento cómoda cuando nota que yo comprendo. No puedo hacerle esto a Mafe.

Pero cuando mamá me dijo "Dejame darte un abrazo" esta tarde, me convertí en Pablo por un momento, sintiendo sus manos alrededor de mí, después del sexo o algo así, con pequeñas gotas frías viajando por la superficie de su antebrazo, pero todo ese momento tenía una desagradable capa de cariño maternal que arruinaba la fantasía.

Necesito mi propia articulación cibernética con urgencia.

Texto agregado el 18-08-2009, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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