Una mañana

Se sentía pequeño, destruido. Hecho añicos ante tamaña hermosura caminando tan plácidamente junto a él. Sonrió ella, feliz. Se habían encontrado para no desencontrarse ya nunca. Y ese sol que también los hallaba juntos no descansaría su luminosidad esa mañana.
Como duele el interior de dos amantes cuando los labios son carceleros de los sentimientos.
Como se siente enfundar todo el amor para que no se libere, rebelde, en una mirada, en una palabra, en un “adiós”
Todo esto lo sabían sendas almas que escarbaban viejos discursos para decir sus palabras. Que cuanta cosa sin sentido habían pronunciado con la voz tomada por esa extraña angustia, esa que abraza el abdomen cuando estamos tan cerca que podemos sentir esa misma angustia... en otro corazón.
Cuidadosamente eligiendo cada frase, a la vez que se observaban mutuamente, amándose sin decirlo y sin embargo, tan obviamente.
Ese era el final. Ya no había nada más allá. El destino y su última recta en la carrera por ganar al amor de su vida. Unos pasos mas y… ella sacaría la llave de su bolsillo, la miraría con recelo y algo de enfado. El sería el hombre más infeliz del planeta cuando la viera subir a su apartamento y nunca más allí, en la acera de una mañana otoñal hablando de vidas pasadas y amores futuros.
Tomó una bocanada de aire que se transformó en homogénea valentía dentro de su cuerpo y, decidido a no dejar subir una parte de su alma por esa escalera, la tomó de la cintura para no dejarla ir jamás.
Ella lanzó una mirada con génesis de timidez austera que podría bien, haberle arrancado los ojos a tan amantísimo compañero de caminata. Pero no, luego de ese fugaz momento de incomodidad y miedo vino el desenlace más esperado y, aunque un tanto común, tuvo su grado de final único.
Luego de un beso segundero, el liberó esa valentía que había adquirido... con lágrimas en los ojos y sentimientos en plena ebullición interior pudo entrelazar las palabras que tanto había buscado…