Con te, che sei la mia pazione

Se cerró la puerta cristalina de absoluta transparencia ante su rostro sorprendido.
Marcos permitió a si mismo perderse en la incertidumbre de no saber que hacer que usualmente usurpaba sus pensamientos.
Una oleada de sudor frío le corrió por la sien y se esfumó cuando la secó de manera nerviosa con la manga izquierda de su saco Armani.
Con desdén recogió el arrugado papel que, hecho un bollo, representaba su ambiciosa ilusión. En el eran claras, aun, las letras que señalaban el importe de casi medio millón…
Sin saber que pronto regresaría al ataque, se alejó un poco y con el peso de la tristeza en cada paso que lo separaba de su compañero iba observando cada fúrica expresión en los rostros de la aglomeración.
Así se miraron, pronto comprendieron que no necesitaron las palabras, que dejarían todo como estaba entre ellos y darían pronto final a la fatídica aventura de veinticuatro horas que habían intentado vivir.
Pronto se acercaban las cámaras de televisión al lugar y la avidez del periodismo por introducir el enfado de cada presente en su señal.
Con la humillación a cuestas, Juan le ofreció a Marcos un pañuelo para quitar los restos de sangre de su frente que buscaba escape de su cuerpo en una larga gota que ya casi llegaba a su ojo derecho.
Se despidieron, Juan se perdió al fin entre la multitud y con la verdadera furia que Marcos todavía masticaba hecha rabia en su boca, deshizo su enojo en un grito que se perdía en el aire mientras corría esquivando los cuerpos para embestir aquella puerta.