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Inicio / Cuenteros Locales / alessdante / La misteriosa desaparición de los Baldores

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Habían sucedido más de tres robos en nuestra sala. Javier Valdés, alias el guatón, estaba indignado, pues su libro de aritmética Baldor había desaparecido en el recreo de almuerzo. De vuelta de un apoteósico festín, el que todos envidiábamos y el por qué de su gordura, se encontró con su mochila llena de papel picado y sin su querido Baldor. De inmediato, los ojos del guatón apuntaron a Wladimiro, alias el señor orejas y uno de los matones del Segundo medio. Muchas veces había hurtado los sándwiches de Valdés, causando un verdadero bulling en su persona. Los llantos del guatón se multiplicaron como nunca y fuera de sí se dirigió donde Wladimiro. Descontrolado y con toda su furia conectó un derechazo imparable que dejó al matón sin posibilidades de reaccionar. Cayó a piso. Todos los del curso quedamos asombrados y no se escuchó ningún sonido en un par de segundos hasta que de pronto apareció el maestro Maldonado, nuestro profesor jefe ‘el colombiano’, bautizado así por su facha de narcotraficante con su camisa abierta y medallón al aire, además que en invierno usaba una cuerina negra que le daba el toque final.
-Qué paso acá-preguntó con toda tranquilidad y vio a Valdés más compuesto, mientras el orejón se retorcía de dolor en el piso.
-Ayuden a parar a Wladimiro- dijo a todos los que mirábamos. El orejón entró en sí y primera vez que lo vi con miedo. Sus días de matonaje habían acabado con esto. Maldonado salió con los dos fuera de la sala y pidió que adelantaran el consejo de curso mientras se ausentaba con sus dos pupilos.
-Esto debe terminar…exclamo Ruiz, alias el ampolleta por la forma de su cráneo. Terminar y encontrar al ladrón que está generando estos robos y molestia en todos nosotros- exclamó el presidente de curso ante todos nuestros oídos concentrados. Primera vez que le dábamos tanta atención, pero los hechos lo ameritaban y todos estábamos preocupados. Era el cuarto libro que desparecía y teníamos avidez de justicia.

Si bien el guatón pensaba que Wladimiro había hurtado su libro, nadie creía que era un ladrón, pues lo de los sándwiches lo hacía por humorada, ya que no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Su CI lo traicionaba en ocasiones.
Mientras todos daban sus apreciaciones desordenadamente apareció una voz más potente-Debemos hacer guardia- sugirió el milico Sotomayor que apodábamos así, porque usaba mochila militar, bototos y todo ese tipo de accesorios, pues se sentía muy identificado con las Fuerzas Armadas. Se creía en extremo un Nacionalsocialista. Para él se precisaba organizar turnos en los recreos y en las horas que no había nadie en la sala. Ni siquiera estábamos seguros que el ladrón estuviera en el curso, pues podía venir de otra sala. La idea de Sotomayor fue acatada por todos y desde ese día siempre habría alguien vigilando para que no se repitiera lo del papel picado y menos lo de los robos de los libros.

Después del acuerdo al que habíamos llegado tras una hora, apareció el colombiano Maldonado con Valdés y Wladimiro. Ambos habían sido suspendidos y durante tres días deberían estar en la biblioteca del colegio sin poder salir a recreo y menos interactuar con alguno de nosotros. Tomaron sus mochilas y se fueron directo a la biblioteca. Todos miramos al orejón con cierta lástima y al guatón con aire triunfador. Le contamos al colombiano nuestra idea y le pareció bien.

Cada recreo dos de nosotros comandaría la guardia; uno se situaría en el fondo de la sala y el otro al lado de la puerta. El de la entrada vigilaría, por sobre todo, los enseres que entraban y salían del aula y el de posición del fondo sería un vigilante incansable con su vista. Los turnos fueron ordenados y cada uno pasó por las dos posiciones sin ningún problema. Durante una semana no desapareció ningún libro, pero todo cambió el día lunes. Fue un lunes de furia. El 2°A, nuestro curso, jugaba un partido con el 2°B. En la cancha central se armó una trifulca de proporciones que distrajo todas las miradas y fue una batalla campal. 40 guerreros contra 40 se dieron hasta decir basta. Todo lo paró el director del colegio con sus inspectores de guardaespaldas. Al día siguiente cada alumno debería aparecer con su apoderado o si no podría entrar a clases.

La pelea había pasado y el campeonato había sido suspendido. El colombiano nos reprimió sin ningún preámbulo. Y el tema de los Baldores había pasado a segundo plano, hasta que el flaco Corvalán descubrió que su mochila estaba llena de picadillo de papel, el copucha Marín también, Cabezón Gardella lo mismo y así tres compañeros más, contándome a mí. El ladrón había aprovechado la trifulca para volver a sus andanzas.
-Ya no aguanto más esto- exclamó el colombiano y se decidió a revisar cada mochila de cada uno de nosotros. –Este es un colegio de jesuitas…no admitimos ladrones-. Cada uno vació su bolso, hasta que del bolso de Mamani cayeron dos Baldores, siendo que él no tenía, porque no le alcanzaba el dinero para ese costoso libro de aritmética y lo reservaba todos los días en la biblioteca. Era uno de los mejores promedios del curso y no por nada gozaba de una beca de cien por ciento.
-Es el ladrón, el ladrón-gritó el copucha Marín como una sirena-Revisen su casillero-agregó.
-No soy ningún ladrón- se defendió el negro Mamani, que tenía todo su pupitre rayado con grandes letras que decían ESCLAVO. Nunca nadie supo quién hizo aquel acto de crueldad. Pero pese a que insistía en su inocencia, al abrir el casillero se encontraron con cuatro Baldores más. Todos querían lincharlo. Tenía miedo, porque además físicamente era muy inferior al resto y si no es por el colombiano lo hacen picadillo como a los mismos papeles. Lo inculparon sin dejar ni siquiera defenderse, pero la evidencia era más que contundente. Mamani fue expulsado del colegio, perdiendo la auspiciosa beca que lo tendría como un futuro genio. Nunca olvidaré cómo lloraron sus padres cuando fueron a hablar con el director. No podía ser el ladrón. No quería creerlo.

Pasó una semana y no desapareció ningún tomo de aritmética. Todo hacía parecer que Mamani era el culpable, pero todo cambió después. Nuevamente un fugaz paso dejó a cuatro compañeros sin sus Baldores. Y así los próximos días también siguió la desaparición de los libros y la biblioteca ya no daba abasto, porque los textos no alcanzaban para tantos alumnos sin Baldores y el costo de éste era muy elevado. Mamani con una disculpa de todo el curso fue reintegrado a la clase y el colegio lo auspicio con un libro de regalo por los malos ratos que se le había hecho pasar. No se separaba de su tomo y siempre andaba con el bajo el brazo.

La guardia no funcionaba y se empezó a elucubrar incluso respuesta paranormales del espíritu del niño amatemático; un niño que se suicidó por repetir de curso debido a sus malas calificaciones en matemáticas. Para mí esa era una simple excusa absurda. Además, los robos se habían esparcido hacia otros cursos paralelos y todo me hacía presumir que había una mafia de ladrones.

Tuve que dirigirme a comprar un libro usado a un barrio donde sólo vendían libros. Me encontré con la tienda el Rey de los Libros que tenía el precio más barato en comparación a las otras librerías. Estaba llena, mientras las demás se encontraban vacías. Me atendió un gordo de más de cien kilos con una barba rala y la cara sebosa. No me dio buena espina, pero me entregó el Baldor en mejores condiciones y me lo llevé. Estaba como nuevo y cuando llegué a casa lo revisé. Lo único que tenía era un poco de corrector en la página inicial. No se alcanzaba a ver qué decía. Lo puse a contra luz y distinguí que había un apellido. Decía Gardella, era el libro de mi compañero. Se tejía algo extraño.

Al día siguiente no dije nada en el curso. Muchos habían bajado las notas de matemáticas por no poder estudiar con sus libros. Había preocupación de parte de los profesores. Trataría de encontrar al culpable. Para eso, todos los días me dirigí al barrio de los libros, cerca del Rey de los Libros. Pude observar a la distancia que muchos escolares se dirigían con bolsas de basura. Entregaban mercancía. El gordo seboso estaba intrincado en el asunto. Tenía distribuidores de distintos colegios de la ciudad.

De mis tantas visitas al barrio de los libros un día encontré a Mamani llevando una bolsa de basura. Se dirigió al Rey de los Libros y apareció sin su bolsa de basura. No podía creerlo, el mismo del que nunca sospeché. Lo vi al menos tres veces por ahí, pero no dije nada. Lo observé detenidamente en el colegio y vi que se juntaba con Sotomayor y lo miraba con miedo cada vez que hablaba con él. Deduje que Mamani estaba amenazado frente a la corpulencia de Sotomayor. Nuevamente preferí no decir nada. Debía planear algo para que el culpable pagara.

Forré el libro con un papel de color y después lo pinté con el mismo color rojo de la tapa con una pintura de muralla. Esperé que todos salieran a recreo y lo dejé sobre el pupitre. Me dirigí al taller de manualidades y escondí todas las botellas de agua ras que había, por si el culpable trataba de limpiarse. Fue una excelente idea, porque vi a Sotomayor en el aula de manualidades, de la que salió muy preocupado y con las manos rojas de pintura. A la vuelta de recreo, intentaba tapar sus manos y justo teníamos consejo de curso. Parecía que el problema de los libros había pasado a segundo plano, pero volví a poner el tema en el tapete.
-Robaron mi libro- me paré y le dije a todo el curso. Todos esgrimieron que era el niño amatemático, pero yo dije que sabía dónde estaba mi libro. Lo tiene el negro Mamani en su mochila. Nadie lo creía y la cara de Mamani era de un susto incontenible.
-No puede ser el ladrón, si ya se comprobó que no era- levantó la voz el ampolleta Ruiz. Y el curso consintió a sus palabras. Me acerqué a su mochila y saqué todos los libros. Demostré que era el mío y agregué- pero él no es el ladrón. Sé porqué tiene mi texto-. Les conté con convicción que alguien del curso, el mismo que había rayado el pupitre de Mamani, era el culpable. Estaba envuelto en una mafia de robo de libros con una tienda especializada en textos escolares. Usó a Mamani para despistar a todos y lo tenía amenazado. Sabía que después que lo expulsaran él volvería y después no podrían inculparlo. Hace que Mamani venda los libros y gane dinero a costa de nosotros.
-Sotomayor es el culpable y detesta a Mamani por sus rasgos aborígenes. Mírenle las manos están rojas y la tapa del libro está pintada de rojo. Fue la trampa que le tendí. Todos miraron a Sotomayor y como el colombiano no se encontraba en la sala se acercaron hacia él y antes que dijera algo, le dimos tal pateadura que en tres meses ya no pudo levantarse. Además, fue expulsado del colegio y después de eso nunca más desapareció ningún libro. A la postre, la tienda del Rey de los Libros desapareció con el gordo seboso que fue encarcelado

Texto agregado el 27-08-2009, y leído por 133 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-08-2009 Que intriga total , muy bueno , sigue asi mis felicidades. hakovich
 
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