El General acudió rápidamente hacia el lugar, los soldados le abrieron paso. Su asombro, al igual que el de todos, no se hizo esperar; de inmediato bajo de su corcel, tomó el cuerpo, montó con él y lo trasladó a su propia tienda.

En el interior, el médico revisó el cuerpo; lo revisó de nuevo meticulosamente, pero no encontró rastro de violencia, no había sangre por ninguna parte, Contias tenía los ojos abiertos, parecía observar el rostro de su escrutador.

Todos manteníamos una ciega esperanza de que estuviera aun vivo, por lo que esperábamos atentos afuera de la tienda, hasta que el doctor salió para dar su diagnostico;
–En verdad parece tener todavía vida, pero mucho me temo que no es así –enunció con voz grave–.

Rápidamente se escuchó un murmuro entre los soldados, nadie entendía como pudo haber sucedido. “¿Quién lo mató?, ¿de qué murió?”, eran las preguntas que se hacían desconcertados los guerreros y hasta la fecha, nunca conocieron de respuesta.

Contias fue cremado con los honores propios de un héroe. En la ceremonia participó toda la gente de la Ciudad y todos los solados de todas las Legiones. Todos lloraron por mucho tiempo y elevaron plegarias hacia los dioses.

A partir de ese día, la gente se enteró del misterio que envolvía la muerte de nuestro héroe. Su popularidad se extendió mas allá de nuestras ciudades y mas allá de las islas del sur. Cada comunidad buscaba respuestas a su muerte. Cada comunidad creo sus propias leyendas referente a lo ocurrido.
(continua)