Por medio del Esperanto conocí el juego del go. Al principio me atrajo la curiosidad y estuve leyendo sobre el juego, pero nunca llegué a dominarlo. Era demasiado nuevo, demasiado desconocido para que me capturara por completo. Durante los días de octubre de 2008 volví a encontrarme con el juego y descubrí la página de pandanet en donde encuentro que puedo jugar en un tablero muy bonito y que puede aparecer en tercera dimensión. Sin embargo, lo que más me ha gustado de pandanet es que tiene una sección con figuras artísticas donde de alguna manera se representa el juego del go. Son figuras chinas y japonesas. Y muchas muestran directamente el juego, pero otras muestran ya sea un tablero en alguna escena o alguna imagen que hace alusión al juego. Sin excepción todas las imágenes son obras de arte. En todas se representa la cultura de China y Japón con toda su sobriedad, elegancia y belleza. Y lo que me ha atraído en esta ocasión al go es precisamente la belleza del tablero que encaja tan perfectamente con la sobriedad de las decoraciones de las imágenes que he comentado.

Cuando el tablero se va llenando de piedras blancas y negras se forman unas figuras abstractas de incomparable belleza. Si se mira el aspecto ornamental del juego, se debe reconocer que tiene una delicadeza y un refinamiento extremos. El tablero del go con sus piedras en la batalla por rodear territorios es completamente hermoso. Tan sólo por esto jugaría go. Pero también está la filosofía del juego. Está el respeto al adversario o para mejor decirlo, al compañero de juego. Tanto se respeta al otro que no se le debe hacer sentir mal en ningún momento. No se trata de ganar. Se trata de vivir.

La cantidad de partidas posibles supera, según dicen, la cantidad de átomos del universo. La simplicidad de las reglas contrasta con la enorme complejidad de la estrategia con que se debe enfrentar el juego.

Por todas esas razones, no he tenido más remedio que enamorarme del juego del go.