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- Elige un dedo – dijo Sofía
- Ese – dijo Bastián, indicando el meñique

Sofía enredó su meñique con el de Bastián y caminaron juntos por la gran avenida, sin decir una sola palabra. Habrán sido unos treinta minutos y no sentían deseos más que de tocarse, sentirse junto al otro, rozarse y olerse.
Por fin se detuvieron, y Bastián ofrece a la muchacha un helado, y ella acepta. Compran y continúan el camino, sin hablar, las palabras no hacían falta, habrían sobrado tanto como las personas que pasaban junto a la pareja.
Entonces Bastián cambia el rumbo guiándola, y ella sin preguntar nada le sigue. Llegan a un parque y se sientan. Ella posa su cabeza en las piernas de él, mientras come su helado. Bastián, en un gesto de acercamiento, limpia con su boca la comisura de los labios de ella manchados con helado de chocolate, y ella le responde con un beso, mientras los helados no dudan en derretirse en sus manos. Aquel se transforma en un beso jugoso y eterno, el que no recordaban haber tenido hace mucho. Era la imagen perfecta junto al extraño árbol tétrico y vetusto, en una tarde de verano, imperdible para una fotografía de aquellas que la inspiraban.

- No te muevas – dijo Sofía
- ¿Qué? – dijo Bastián
- Sólo eso, por favor, no te muevas – dijo ella. Se para sobreexcitada, abre su irisado bolso, y saca su cámara. Corre el rollo, y busca el punto perfecto de luz, en donde se apreciara la belleza compartida de aquel árbol, sin perder la dulzura de los labios carnosos de su acompañante, y mucho menos la luminosidad de sus ojos miel.
- ¿Debería hacer algo? – dijo él
- Ni lo sueñes, darling, esta vez todo lo haré yo – dijo ella
- ¿Podría negarme, a caso? – dijo él
- Bastián, sólo cállate y no te muevas – dijo ella. Saca muchas fotografías de la escena.
- Ahora contigo – dijo él. Coloca la cámara sobre el bolso para darle algo de altura, busca la posición exacta imaginada, y programa la cámara. Se besan. Se besan. Se acarician. Se besan. Se abrazan. Se besan. Se tocan. Se besan. Se miran, fijo, se gustan, se encantan, se desean, y se vuelven a besar.
- Eres bella, seguro ya te lo habían dicho. Claro, tu esposo debe repetírtelo muy seguido, ¿no? – dijo él
- Siempre, no hay tipo más adulador que él – dijo ella
- ¿Y luego de decírtelo que hace, lo mismo que yo? – dijo él
- Basta, no quiero hablar de eso, no es el momento – dijo ella
- Nunca lo es, siempre desvías el tema. ¡Por favor, enfréntalo! – dijo él
- Se terminó. Ya es tarde, debo irme – dijo ella
- ¡No, espera!, no quiero que te vayas – le dice él al oído
- No me provoques, las cosas quedaron claras desde el principio, no te hagas la víctima – dijo ella
- Es cierto, pero dijiste que se acabaría tan pronto como el desapareciera de nuestras vidas, y se ha tardado demasiado; el tiempo avanza lento, mi paciencia se acaba, y tú… tú no pareces muy decidida a querer que llegue ese día – dijo él
- ¡Ah, lo lamento mucho, no es mi culpa, también tengo límites, y no es mi culpa la demora! – dijo ella.
- No se cuánto tiempo más podré aguantar. Sólo espero que los días sean cada vez más largos contigo y cortos sin ti- dijo él
- ¿Quieres que me quede esta noche? – dijo ella
- ¿Es una pregunta o una amenaza? – dijo él con una mirada apasionada y voraz, y responde con un beso en su mejilla. Ella lo besa en la boca, se abrazan y se revuelcan en el pasto.
- Es una amenaza que puede costarte caro de aceptar – dijo ella
- Entonces, créeme que prefiero correr el riesgo – dijo él, con su mirada cabizbaja

Guardan las cosas en su bolso, se detienen a mirar el atardecer, hacía mucho que no disfrutaban una mañana/tarde entera juntos, hacía mucho que no podían hacer nada juntos más que planes a distancia y, frecuentemente frente a un computador. Comienza a anochecer, y Sofía llama a su novio, le dice que se quedará a beber donde unas amigas conocidas. Daba igual, ese hombre tenía una confianza imperecedera en ella. Se encuentran abrazados esperando que el tiempo no avance, mientras que comienza a helar y no hay más alternativa que calentarse en aquel parque, o encontrar un lugar bajo un techo abrigador. Se van.
Llegan al departamento del muchacho, y ella prepara algo de cenar, mientras él se encierra en la pieza. La cena está lista y comen. Se sientan junto al sillón, y comienzan a escuchar música.

- Esto me trae tantos recuerdos- dijo ella
- Supongo que tantos como a mi – dijo él
- Recuerdas aquel día de la fiesta en el parque, tocaban esa canción de Led Zeppelin que te gustaba tanto – dijo ella
- Claro, “in my time of dying”, ¡deberíamos oírla!, no hay nada mejor que evocar los viejos tiempos – dijo él
- “¿Todo tiempo pasado fue mejor?” – dijo ella
- A veces creo que sí, aunque jamás repetiría esa época en que… - dijo él, e inmediatamente ella posa su índice en la boca de él.

Él coloca ese disco de antaño, y la besa acalorada y desesperadamente. En tanto la levanta del sillón, y la guía de espaldas a ratos chocando con las paredes, hacia su dormitorio. Hacen el amor como si pensaran unánimes que será la última vez, o quizás la primera, después de todo. Repartidas las fotos que condenaban su pasado por todo el cuarto, se revuelcan sobre ellas, y las recuerdan con nostalgia y ansia. No saben que decirse, prefieren guardarse las palabras para cuando no queden más que ellas.
De fondo musical suena “Explode” de Tha Cardigans, qué melodía más reparadora. Él empieza a exasperarse mientras se hunde en sus pensamientos, en sus deseos inexorables de no estar atado a ella por siempre, lo cual se transforma de a poco en su condena, no imagina un minuto de su vida, ningún otro aliento, no hay más motivación para él que ella, y no puede evitar tener pensamientos coléricos de la situación actual, y de la falta de decisión de ella, respecto a su esposo.

Texto agregado el 30-08-2009, y leído por 70 visitantes. (1 voto)


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