Vi una hermosa mariposa. Tenía dos alas naranjas con bellas rayas negras que brillaban con el sol. Algún día yo podré volar. Todos los días subo a un árbol. Las observo revoloteando sobre las flores y todos los días pienso en ser una de ellas. A veces tengo mucha hambre y solo dejo de verlas para comer. Una vez intente emprender el vuelo. Me arroje de mi árbol. Por suerte unas plantas de aquel jardín me amortiguaron la caída pero yo se que algún día podré volar.

Pasaron muchas semanas que se hicieron meses. Día tras día anhelaba más el sueño de surcar los aires, dios porque no tengo alas, es que tal vez no es mi destino abandonar los suelos llenos de peligro y planear entre los grandes árboles, respóndeme por favor. Acaso solo estoy aquí para que las mariposas valoren su envidiable suerte. Si verdaderamente te acuerdas de mi mándame un gran huracán, un torbellino o una insignificante brisa de verano que yo me arrojare con gusto si puedo sentir aunque sea por tres segundos que soy libre como un ángel.

Esa noche soplo muy fuerte el viento. Yo no me refugie sabia que tenia que hacer. Subí a lo más alto de aquel árbol. Mi hogar por muchos días y semanas. Mire lo impresionante que podía ser el mundo y quería recorrerlo. Pase largas horas observando el paisaje hasta que no recordé los motivos por los que había subido. Tenia sueño, demasiado diría yo. Me recosté, sentía mucho frió le pedí a dios que me tapara y el me regalo una suave y calida manta. Dormí por mucho tiempo preguntándome entre sueños porque hay criaturas tan afortunadas. Solo quería ver a mis mariposas hace tanto que estoy aquí las extraño demasiado.



Seis meses y medio después, aquel roble familiar ostenta como brillantes pendientes cientos de crisálidas. En lo más alto de sus ramas una en particular se contonea llena de vida. Una frágil y delicada mariposa emergió, extendiendo sus galantes alas y emprendiendo su primer vuelo, justo hacia el atardecer donde el sol cae tras el horizonte.