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Inicio / Cuenteros Locales / Jonh / Kirslor - Cap. 04 - Gris

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Las hojas crujían bajo sus pies conforme avanzaba bajó los azules árboles que apenas dejaban ver los rayos del sol. El silencio era casi absoluto interrumpido solo por su andar y su respiración; no sabía por que pero algo lo llamaba a internarse cada vez más en el bosque.
- ¡Solfhon! – Le llamaba la voz de su hermano desde atrás – ¡Solfhon! ¿A dónde vas?
Ni él lo sabía, solo corría entre los troncos chuecos, árboles serpenteantes en ángulos casi rectos hasta las frondosas copas de hojas romboides. Ya cerca del claro Solfhon distinguió una luz multicolor y poco después la vio Sainlafhe.
- ¡Hermano, no hay que acercarnos a las luces, recuerda lo que le pasa a la gente que las ve! – Pero Solfhon no escuchaba y salía al claro, Sainlafhe corrió a pique y trató de derribarlo.
Un joven, y pequeño, Solfhon miraba atónito una extraña nave enorme que flotaba en lo más alto del cielo; frente a él una pequeña esfera de luces multicolores rotaba sobre sí. Sainlafhe estaba anonadado tendido en el suelo a pocos centímetros de los pies de su hermano.
La nave brilló con una luz blanca y comenzó a descender lentamente mientras la esfera luminosa comenzó a subir, los otlanas perplejos quedaron enceguecidos antes de que la nave llegue a tocar tierra.

Ahora Sainlafhe estaba solo, sin memoria de lo ocurrido años atrás, apreciando a un general gris; con el miedo recorriéndole el cuerpo. El cuerpo del gris era más alto que el de sus soldados pasando por mucho el metro y medio; aun así, su altura menor a de los otlanas no le quitaba lo intimidante; vestía una ropa brillante y apenas azulada que solo dejaban sus manos y cabeza al aire, con hombreras plomas y un cinturón bajo el no tan prominente estomago, y cuyas vastas se confundían con unas extrañas botas coniformes. Su rostro gris y esponjoso con enormes ojos negros que triplicaban el tamaño los de un otlana; sus ranuras verticales en medio rostro que le servían para respirar, los dos pares de líneas paralelas que parecían arrugas bordeando una prominente barbilla, por las cuales emitan un sonido grave, no entendible para Sainlafhe, y que igualmente captaban los sonidos y su enorme cráneo desprovisto de vello alguno. Daban una imagen que ya se había hecho temible entre los otlanas.

La alargada nave pasaba fácilmente los cuatro metros de altura en la ancha y redonda culata mientras el pico a duras penas si pasaría los dos, se asemejaba a un globo plateado algo alargado, mientras el picó desaparecía arrastrado hacia los adentros de la nave, el joven Sainlafhe se levantaba y veía salir unas figuras diminutas de entre una intensa luz y tras ellas una figura de igual proporción, pero de mayor tamaño.
Paso a paso las figuras descendieron de la entrada metálica y el último de ellos, el más alto, se acercó lentamente hasta posarse frente a Sainlafhe. El cuerpo no le respondía mientras sus ojos se perdían en los enormes ojos del gris. Sin más el gris lo tomó de la cara con la punta sus alargados dedos. Sainlafhe sintió como su cuerpo se elevaba del suelo y como lenta pero fuertemente su cráneo era presionado; tenía deseos de gritar, pero el miedo no lo dejaba. Mientras sus ojos se engrandecían y sus pupilas se retraían su respiración aumentaba.

Por más que Sainlafhe deseaba su respiración no podía calmarse, no sabía por que pero eso siempre le ocurría cuando veía a un gris. Solfhon huyendo con los demás, Alberto y Milagros peleando en el bosque con el ejército de los grises y la textura de las manos de los grises. Esas ideas pasaron por la cabeza del otlana fugazmente en medio de su titubeo y con la misma fugacidad desparecieron.
El gris lo miraba pacientemente, para él no era más que un saco de silicio, estaba esperando que su ejército volviese pero al ver su demora consideró la idea de pelear sin mucho ánimo, tan solo para acelerar las cosas; en ese momento, Sainlafhe levantó su pesada arma.
Se trataba de un cañón delgado sujeto a una placa casi redonda y gruesa la cual servia de eje para un tambor cargado de un extraño mineral azul; bajo la placa en la parte exterior cerca al cañón sobresalía un gatillo sujeto por dos barras delgadas que permitían el ingreso del dedo medio de la mano y por el otro extremo una correa para asegurar el arma a la muñeca; toda el arma era de un color azul casi negruzco. Los otlanas la denominaban huoyay.

Fue un disparo impresionante, pero muy tardío. El gris llevaba la mano izquierda empapada de sangre azul oscura cuando el enorme proyectil atravesó su cráneo de lado a lado; su cadáver cayó en seco frente a un inconsciente y moribundo Sainlafhe con una gran herida en el lado derecho del pecho, que no dejaba de sangrar. Solo así, ante los dos cadáveres Solfhon reaccionó.
La enorme nave estallaba mientras un otlana salía de entre los árboles. Al verlo, Solfhon notó que se veía diferente a los demás: más grande, mas poderoso, más brillante; a su diestra un arma similar al huoyay, pero mucho más pequeño, expulsaba un delgado hilo de humo que ascendía al cielo; a la vez que un aró azulado giraba en el índice de su mano libre a gran velocidad.

Estaba seguro de estar destinado a que fuese bueno con ese tipo de armas, desde que la vio se sintió atraído a su estilo peculiar para atacar. Los filosos aros azules tenía la parte interna recubierta de un material plástico y una pequeña parte plastificada por ambos lados para no cortarse a la hora de sostener el arma.
- ¡Los grises nos van a matar, Solfhon! – dijo un otlana deteniéndose detrás del mencionado.
- ¡Calla! – Dijo Solfhon algo alterado – los que nos han seguido son una diminuta fracción de todo el ejercito que vino por nosotros.
- ¡Pero tus kasi no podrán derrotarlos! – Dijo el otlana refiriéndose a las armas de Solfhon, eso le causó gracia.
“Los kasi son las armas más complicadas de manejar” pensaba para si Solfhon “Pero… luego de haber visto su máximo potencial, no pude desecharlas como arma”
En cada dedo tenía un kasi y cada kasi era del tamaño de su puño. Con dos movimientos de sus brazos los aros, girando a una velocidad inverosímil, volaron por los aires describiendo diferentes curvas; aun yendo por el frente, los grises no pudieron advertir del ataque y si bien algunos pudieron esquivar los kasi ya solo quedaban cinco soldados de la docena que había ido.
Los aros habían quedado incrustados en diferentes partes del cráneo de los grises caídos, mientras la sangre verde comenzaba a borbotear de las profundas hendiduras en la carne.
El otlana tras de Solfhon no se quedó a verlo, siguió corriendo considerando a Solfhon ya muerto. Los grises avanzaron sin inmutarse por sus compañeros caídos mientras Solfhon sacaba más kasis de entre sus ropas. “Eso es lo problemático de esta arma” se decía entrecerrando los ojos y calculando el lanzamiento.
Tras un ligero zumbido solo un gris seguía a la carrera, evitando el último de los kasi dio un salto que casi igualaba su altura sin darse cuenta de que Solfhon levantaba un huoyay. Los enormes ojos negros mostraron el poco terror que podía expresar antes de que su cráneo fuese despedazado por el violento disparo.
- No me gusta… – se decía Solfhon – no me gusta está arma, es demasiado escandalosa. Pero es más práctica que un kasi.
A lo lejos, la silueta de lo que era una embarcación marina se alejaba con los otlanas que habían escapado a bordo; Solfhon miraba hacia el bosque esperando que salgan los humanos y su hermano, preocupado particularmente por este último.

Sainlafhe creía que sería lo último que vería antes de morir, esos ojos negros y fríos; ya solo se lamentaba de su muerte, de su corta edad y de su poca fuerza.

Aún a pesar de los años pasados, Sainlafhe no parecía ser más fuerte en comparación al gris; poco después de haber disparado vio con horror como al cañón de su huoyay le habían arrancado el cañón sin problema aparente; trató de voltear buscando al gris, aun así salió volando luego de un potente golpe en la espalda. Cayó sobre el pasto y sin restar suficiente aceleración por el choque fue rodando y dando brutales vueltas de campana hasta llegar a estrellarse contra un árbol.
El brillo del sol le llegaba nublosamente a los ojos, al borde del desmayo trató de rendirse y no pudo. Con el rostro rajado y la sangre ensuciándole el rostro, Sainlafhe, oyó un gritó que destrozó toda la tranquilidad del bosque e inmediatamente se levantó del suelo y cojeando fue desesperadamente hasta el árbol más cercano; por instinto, por miedo.
Incluso el gris sintió grandes deseos de irse; pero no lo hizo, nunca obedecían a sus instintos. Parvadas de lo que parecían aves salieron volando de los árboles chillando del miedo; había sido un grito que ningún otlana podría emitir, se sentía cargado de un enorme y desesperado deseo de matar.
“Eso… ¿eso habrá sido un grito humano? Es espantoso” pensó temerosamente Sainlafhe al recuperar la compostura, miró al frente y el gris le devolvió la mirada sin mucho entusiasmo y con el mismo ánimo fue a matar al otlana, Sainlafhe dio media vuelta tratando de encontrar refugio en el bosque pero fue jalado con fuerza y premura de los cabellos haciéndolo caer en el suelo. Mientras caía miró a ambos lados buscando su arma; sus ojos mostraban confusión, inseguridad y sobre todo miedo. Los ojos del gris lo vieron sin importancia mientras el estomago azul del otlana recibía un pisotón hundiendo a este en el suelo.
Posándose obre su cuerpo, el gris, aplastó el brazo izquierdo de Sainlafhe; con tal violencia que rompió su exoesqueleto y le destrozó los músculos y cartílagos haciendo salpicar su sangre sobre la vegetación azul. Quiso gritar pero ya no podía emitir ruido alguno, mientras trataba para sus adentros de aferrarse a la vida vio como el puño del gris descendía hacia su pecho y entendió que iba a morir.

Esa tarde que persiguió a Solfhon, Sainlafhe, despertado por unos segundos y vio el cielo azul y el sol blanco y una figura más que despegaba; él sabía que era un kripstol, su hermano se lo dijo segundos antes de volverse a desmayar.

Con un ligero movimiento de su dedo el kasi salió rumbo a los grises sobrevivientes; sus cabezas fueron cercenadas mientras trataban de levantar sus armas, pesadamente cayeron sus cuerpos borboteando sangre verde y poco después sus cabezas con rostros inexpresivos; el kasi fue detenido por el dedo del otlana salpicándolo con algunas gotas de sangre
Sin presentarse. El otlana que veía Solfhon estupefacto, se había acercado a su moribundo hermano y tras ponerle las manos sobre su herida la había hecho sanado; minutos después Solfhon, con su hermano desmayado descansando el sus faldas, lo vio mostrar sus amplias alas, despegar y despedirse; al ver los ojos de su hermano, Solfhon le dijo entusiasmado: “Un kripstol apareció… y antes los grises… y te mataron… pero él…” y Sainlafhe se volvió a desmayar.
Luego de eso Sainlafhe no recordó nada y dejó de creer que puedan existir alienígenas y kripstoles; por miedo, no por incrédulo. Y Solfhon se cayó todo, por miedo a no ser escuchado.

- Dicen que la gente recuerda todo antes de morir, eso dicen; yo no lo creía, pero no creía en muchas cosas. No sé por que tengo esa imagen de un kripstol ahora… – Fue como un golpe; las imágenes, las escenas, y los sentimientos regresaron a su mente cual golpe violento, despechado y sarcástico. Los ojos de los grises, la nave, sus miedos, su sangre, su muerte – Ya veo… eso… me es… … odioso. En mis últimos días de vida mi mundo racional se viene abajo, me pregunto cuanto tiempo recordaré… Pero ahora que lo recuerdo ¿Porqué fue a Solfhon? ¿Qué tenía Solfhon? Ese día encontramos un pedazo de karoi, no es muy usual por estas zonas. Luego de unos años Solfhon se hizo un collar con eso y desde entonces… la lleva siempre en el cuello… ¡Todo esto el por una baratija sin valor como esa piedrita amarilla! Bueno… tal vez valga algo y no lo sepa… Es estúpido sentir la muerte tan lenta – se dijo Sainlafhe, en sus adentros, en una fracción de segundo mientras el gris rompía su duro exterior.

Ni Sainlafhe, ni el gris lo vieron venir; cuando ambos se dieron cuenta Sainlafhe estaba bañado en sangre verde y el gris tenia el brazo abierto en dos desde la mano hasta el hombro. Sainlafhe estuvo a punto de arrepentirse de salvarse de la muerte al ver a su salvador. El gris cayó a un lado de Sainlafhe cogiendo su brazo mientras era observado por una criatura de piel blanda, con espada en mano y dispuesta a atacar al menor movimiento.
Su respiración era forzada e irregular sus dientes agresivos mostraban dos pares de colmillos poco desarrollados y su mirada; su mirada era semejante a la de un animal rabioso, se veía en sus ojos unas desesperadas ganas de matar al gris y miedo, miedo del gris.
Cual animal salvaje, Alberto, miraba al gris con odio y miedo; pero con más odio que miedo.

Texto agregado el 06-09-2009, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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