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EL VIAJE / ZONA ROSA

La verdad es que nunca me considere un ser especial. Estoy consciente que tal vez mi formación adoleció de una educación formal, que si bien, a otras les ayuda en la vida, para mí, siento que la he podido sustituir con mis propias experiencias. Lo que se pierde en lo más recóndito de mis recuerdos es éste ejercicio de cuestionarme en mi interior sobre todo lo que pasa. No son momentos de reflexión ni abstracciones motivadas por dudas ó problemas existenciales. Mucho menos efecto de cosas simples que nos pasan en el día y nos hacen efecto retardado. Es una sensación de que aún a pesar de desmenuzar las cosas siempre siento que no llego a una respuesta definitiva. ¿Será inseguridad?, Pero, ¿con respecto a qué?. Tener siempre la firmeza sobre mis respuestas, pero dejar una puerta abierta para el caso de que me llegara a equivocar, creo más bien que se encuadre dentro de una coartada para proteger mis sentimientos ó ¿mis pensamientos?.
Creo que me hará bien escribirlos, de cuando . . .

El sonido del aire contra la ventana y el accionar de los frenos sobre las ruedas de goma que despiden un olor asfixiante me arroja a la realidad de la estación metro Insurgentes. El vagón atestado de gentes, de cientos de olores y tedios, se apachurran contra las puertas esperando el momento de escapar de ésta miseria humana que estrena tarifa. Me atraen al centro de la muchedumbre que ansiosa codea, empuja, y aplasta preparando sus posiciones para salir. Cual si fuera un nuevo deporte tipo “cuando el destino nos alcance”, nos apresuramos a chocar, ahora, contra los que quieren entrar. Hermanados como una sola plasta que ya se identifica; somos los de adentro. Ellos, los de afuera.

Suena la chicharra y crujen las bolsas, paraguas y maletines deportivos. Gritos, sudores, maldiciones, alguien suelta un zapato, un niño llora, se reparten golpes, piso una bolsa con verdura. Veo una hendidura entre el hombro y el filo de goma de la puerta y me impulso, al fin, afuera.

Seguir al río de seres es sencillo para alguien que lo ha vivido siempre. Puede uno adivinar quien no es de aquí, por el ritmo.

Aún cuando aumenta la velocidad y se convierte en una auténtica carrera, nadie pierde el paso. Al llegar a las escaleras solo disminuye un poco la aceleración, pero nadie tropieza, sólo los nuevos. No puede uno evitar sentir cierto orgullo por no caer. Por ser de aquí. Pobres, los que no saben.

El olor a fritanga y taco golpea la pituitaria y anuncia la salida. Mil y un gritos vendiendo en las entradas: periódicos, lotería, playeras del Santos-Laguna para niño, muñecas Marías de todos los tamaños, un mimo haciendo dengues. ¿Y los merolicos? Fueron sustituidos por estos marceaus de Peralvillo. Tal vez un programa de acción social para quitarnos lo que todavía nos queda de Naco.
Suena fuerte el mariachi y la trompeta gime “por tu maldito amor”; la plaza. Más ambulantes, casettes piratas, videos calenturientos, grabadoras chafas, lentes copiones Ray-Ban, prostis, policías, un gorila grita el inicio de un show donde se encueran unos tipos. Al final; la salida. Un borracho sentado en la escalera me mira extraviado con la camisa y corbata atascadas de basca fresca. Corro. No soporté. Al fin; la calle...

Gente babosea aparadores. Ropa imposible de comprar. Gringos en bermudas buscando artesanías. Taxis ocupados. Restaurantes pretenciosos de París o Greenwich Village Zapoteco. Una manifestación en Reforma. Como un flashazo siento las imágenes congeladas en mi cerebro: camiones atascados de jóvenes. En el techo sentados y de pié muestran pancartas. Unos queman una bandera gringa en la parte trasera y gritan como posesos. Un altavoz portátil repite consignas que terminan con un “jamás será vencido”, que resuena lejano. Patético, burlón. Alrededor: Mc Donald´s, Highlife, Burguer Boy, se me revuelve él estomago. ¿Será acaso parte de nuestra genética el aborrecerlos y luego pedirles trabajo?

Revolución. Yo creo que pronto le cambiarán de nombre a esta avenida.

A lo lejos mi camión verde. Se detiene y corro para subir de una zancada. Asientos vacíos. ¡Qué delicia! Mis pies arrojan los tacones y se encogen los dedos sobre las plantas como buscando calor. Punta y talones de mis medias negras ya no existen.

Mi realización como ser es importante. No busco el reconocimiento de nada. Creo que como yo, muchas mujeres deseamos establecer que somos, no sólo seres humanos, sino que ya no queremos hablar de la igualdad con los hombres, ya sabemos que somos diferentes. No solamente en lo físico si no en lo subjetivo, en los afectos, en la forma en que nos gusta ser tratadas, queridas. En que seguimos creyendo en el amor y que soñamos con una pareja que nos aliente y nos comprenda. No como una lucha, sino como un esfuerzo común para establecer nuestros nuevos caminos. Que seguimos creyendo en nuestro papel como madres, como trabajadoras, estudiantes, amas de casa, profesionales, y como compañeras. Es lo más importante.Que nuestros padres, hermanos, hijos y nietos no son nuestros enemigos. No somos mejores ni peores. Ya no queremos oír: “fulanita lo hace tan bien o mejor que si fuera hombre”. Ese no es el punto. Hay mujeres y hombres buenos, regulares y malos. No necesitamos que nos den nuestro espacio. Todos los días nos lo tomamos. Tal vez nos cueste hasta perder al compañero. Tal vez aceptemos condiciones que nos detengan o disminuyan. Deseamos vivir. Nos daremos la oportunidad de intentar cambiar este mundo que, no es por nada, un buen lugar para vivir.

¿Cómo lo haremos?. Todos debemos esforzarnos.
Todos juntos. Todos...

-¡Cáiganse con la lana, jijos de su madre!
Frenos que nos hacen rebotar contra el frente, gritos, ayes lastimeros, golpes al chofer. Brillan con reflejos extraños las armas en las manos.

¡A ver güera, pásate pa´tras! El brutal jalón de cabellos me levanta casi en vilo y me arroja descalza en el asiento corrido de hasta atrás. Alcanzo a contar: tres, cuatro, que aunque no traen cubierto el rostro, nunca los podría reconocer. Tienen la cara de un hombre envilecido aún siendo muy jóvenes. Gritan sin cesar insultos, me golpean en la cara y en él estomago. Me arrancan la falda a tirones. Ya no supe más.

La lluvia y la luz de los autos forman extrañas figuras en el cristal. Siento mi cuerpo solo en partes. No alcanzo a entender lo que pasó. Prefiero ver como juega el agua corriendo detrás de las luces de colores que adornan la ciudad.



















Texto agregado el 04-06-2004, y leído por 255 visitantes. (0 votos)


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