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Inicio / Cuenteros Locales / koul-tattler / Llueve afuera, capítulo III

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Llueve afuera, y hace frío, igual que ayer. Mariah me evita hoy, con algo de miedo en su mirar. Después de todo, ¿a quien no asustaría una historia como la mía?
No tengo ánimo de conversar, así que en lugar de acercarme al grupo me pongo los audífonos y escucho música. Después de todo, la clase empezará de un momento a otro.
Tal y como me imagino, el profesor entra en la sala y entrega su lección, igual de ausente que yo. No me ando con chicas y decido no prestar atención. Después de todo, todo da lo mismo. Puedo recordar todo lo que desee.
Pronto la hora pasa y me dispongo a salir a respirar algo del congelante aire afuera del edificio. Pero me detiene una mano invisible escribiendo en el vidrio empañado junto a mí: “ve a la sala de música”.
Suspiro. ¿Tengo, acaso, otra opción?
Me encamino al lugar indicado, evitando gente y haciéndome invisible de cuando en cuando.
Cuando entro, el piano de cola entona una melodía espectral, misteriosa, ajena a todo.
Mas el pianista invisible es.
-Likidel- saludo.
-Tattler- me responde una voz en el ambiente.- me alegra que estés aquí-
-el sentimiento no es reciproco.-
Se oye un suspiro en la nada.
-¿querrás algún día oír las explicaciones?-
-no-respondo.-no solo. A mi ya no me interesa. Te ayudaré si me dejas tranquilo de aquí en adelante, y no vuelves a interferir en Otrora. Todo lo relacionado con Aica…ya me tiene sin cuidado. Si a alguien le debes explicar lo que ocurrió, es a Mariah. Ella fue la más afectada.-
Una imagen se comienza a formar en el aire. Primero una espada, luego su portador. El arma, a diferencia de vecaida, es azul, no dorada. Y su empuñadura es más clásica, simple y medieval. Tiene un León en el cristal que corona el fondo, y la hoja tiene vetas de color cielo
De pronto, noto un zumbido débil junto a la puerta. El sonido del piano debe haberlo ocultado hasta ese momento.
-aun probándome, Likidel. Te he dicho que aquí soy hasta más poderoso que tu.
Por algún motivo que se me escapa, Likidel sonrió. La mueca me es familiar, y de pronto noto que yo mismo le sonreí así a Mariah hace poco. Me recorre un escalofrío. Será posible que…
Entonces un movimiento muy brusco me hace reaccionar. Hay más invisibles en la habitación. Es una trampa!
Desenvaino a vecaida desde mi espalda y rompe inmediatamente el cambio de forma del falso Likidel.

-Becladajon!- jadeo al ver la verdadera forma. Santo cielo, el mismísimo dios de la soledad!
-al fin mi venganza…Tattler. Para ti y tu madre...-
¡¿Mi madre?!
De pronto los otros invisibles saltan sobre mí. Son dos. No llevan armas sagradas, así que serán fáciles de derrotar.
Vecaida rompe sus campos de desviación de luz cuando los golpea. No son telekineticos como yo y además becladajon no les ha dado grandes encantos para esconderse.
Ambos enemigos caen frente a mí, y becladajon se aparta un poco. Al parecer, quiere ver cuanto he mejorado desde la última vez.
No le mostraré todo mi potencial, así que tardaré un poco más en reducirlos.
Los enemigos me miran desconcertados. No esperaban una espada como la mía, y buscan ayuda en su dios, pero el no les responderá. Abandonados a su suerte, vuelven a cargar contra mí.
El primero salta e intenta golpearme con sus puños desnudos. El segundo corre derecho hacía mi, desenvainando un hacha oculta. Sin embargo, no es un arma mágica.
Me agacho para evitar el golpe del primero mientras vecaida bloquea el golpe del hacha.
Ruedo y quedo ubicado detrás de mis enemigos. Dudo un instante en dejar caer mi arma sobre ellos. Ha pasado bastante desde la última vez que luché, y he perdido la costumbre.
Solo eso necesitan mis enemigos. Vuelven a cargar y esta vez no soy lo suficientemente rápido para esquivarles. Les suspendo en el aire con mi poder mental y luego hago un intento desesperado por atacar al dios: el dragón azul.
Becladajon se sorprende. Desconocía esa habilidad. Después de todo, la última vez mis ojos eran normales.
Sin embargo, mi dragón aún no es una amenaza para un dios. Lo reduce en menos de un segundo.
Mis enemigos caen al suelo. No puedo con su peso.
Me siento repentinamente cansado, porque usar ambos dones y mi espada al mismo tiempo es extremadamente agotador. No tengo salida y por primera vez me veo totalmente derrotado.
Estoy fuera de práctica. Si hubiera sido más sabio en usar mis recursos, quizás habría tenido oportunidad.
Arremeto desesperado contra los tres, enceguecido por la frustración y la rabia. Siento como mis sentidos se pierden en un mar de desorden, y solo consigo distinguir un brillo dorado, y manchas negras. Oigo algunos sonidos. Siento algunos olores. Pero ninguno significa nada. Soy presa de una extraña prisa y no puedo detenerme. Se que me muevo, pero no se que hago.
Lentamente voy dejando el frenesí, y cuando vuelvo en mi mismo, ninguno de mis enemigos esta frente a mí. ¿Qué ha ocurrido?
Caigo entonces inconciente, dormido, agotado, extenuado.

Texto agregado el 11-09-2009, y leído por 58 visitantes. (1 voto)


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