Me siento frente a tí y me pregunto qué ves cuando me ves. Pasarán las horas, cambiará la luz y sonará otra música, pero yo nunca volveré a pronunciar tu nombre, porque sé muy bien que eso lleva a lo peor. Sí, me juzgarás como a un hijo del copy-paste y me descubrirás huérfano de vocabulario; siempre intentando intentarlo de nuevo, buscando buscarme entre escombros y queriendo quererte.

Yo por mucho tiempo fui algo parecido a un iluminado en potencia, pero me cubría la cara con el miedo inmenso de mis padres. Aun así, llegado el momento, también supe ser un intérprete entusiasta de la obra de mi vida y de lo que iba siendo, hasta que, como el héroe de mi propia tragedia fui aplastado por el peso de mis virtudes.`



Se acabó la función y aquí estamos mi desilusión y yo envenenando este cuerpo enclenque.

Y aquí me tienes ebrio y triste como te gusta.

Me siento frente a tí y sostengo fija mi mirada en esos ojos tuyos que de pronto se sienten incómodos y se quieren ir. Nunca había hecho algo como esto. Lo sé todo, lo entiendo, pero no puedo aceptarlo. Es que mis recuerdos de tí se parecen a esos mentirosos empedernidos que cuando quieren decir la verdad mienten igual porque nadie les cree.