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Era un hermoso día primaveral. Rebeca, como todas las semanas, llevaba a su nieta menor a la Plaza, en medio del centro de la ciudad. Desde que había jubilado, tres años atrás, cada viernes a las cinco de la tarde, llegaba con la niña; la pequeña jugaba y ella se sentaba a mirarla y esperaba..... ¿Qué es lo que esperaba?. Sólo ella lo sabía. Su esposo, comerciante independiente, estaba todo el día ocupado de su negocio; por lo que a la señora le sobraba bastante tiempo. Para no aburrirse, se dedicaba de lunes a viernes a pasear, mirar vitrinas, se reunía con amigas, es decir, todo lo que no pudo hacer durante los años en que trabajó como secretaria en un Ministerio del Estado.
¿Abuelita! -dijo Gaby entusiasmada-.¡Cómprame un helado!. ¿Cuál deseas? Decía Rebeca mientras se acercaban a un carro con helados apostado al centro de la plaza.
Ella era una mujer con ansias de vivir, llena de vida a pesar de sus casi setenta años; muy bella en su juventud, el tiempo no la había tratado mal, aún quedaban signos de su belleza en la mirada, su sonrisa, su bondad. Acostumbraba llevar migas de pan y se sentaba en un banco a alimentar a las palomas, miraba a la niña corretear dichosa detrás de las aves y veía gente pasar.........
Y ocurrió lo que hace tantos años buscaba en los rostros de las gentes; descubrió en un señor que se sentó justo frente a ella, vagas facciones recordadas desde su juventud; su primer amor. ¿Será realmente él?. Han pasado más de cincuenta años desde el día que lo vio por última vez. No puede mentir esa mirada, ese lunar, esa prestancia. El corazón de la mujer se aceleró, un rubor pintó sus mejillas y las manos le transpiraban. La pequeña Gabriela mientras tanto, corría tras las palomas y ellas, revoloteando, rozaban la cabeza de la niña con sus alas. La pequeña las seguía con la mirada; las buscaba en las copas de los árboles hasta perderlas de vista. Se dirigió corriendo hacia su abuela para pedirle que tirara más migas, pero se fue de bruces al suelo, lo que le provocó un llanto instantáneo. Su abuela se paró de inmediato para socorrer a la niña y lo mismo hizo el hombre que estaba sentado justo en frente de ellas. Ambos levantaron a la niña aún llorosa. Sus miradas se encontraron.
-¿Rebeca?-
-Alberto, ¿eres tú?- dijo ella escondiendo su emoción.
Él fue su primer amor. Habían sido novios mediante mensajes y cartas durante dos meses antes de besarse por primera vez. Era un bello recuerdo. Se abrazaron con gran alegría por el reencuentro. En breves palabras, ambos hicieron una reseña de lo que había ocurrido con sus vidas desde que habían dejado de verse.
Él escondía su hermosa mirada tras gruesos lentes ópticos, su cabello ahora estaba completamente cano, en su mano izquierda se notaba un leve temblor y caminaba ayudado por un bastón.
Ambos tomaron a la niña de la mano, como si hubieran querido sentirla fruto de su amor.
- Por costumbre tomo una cerveza diaria- le contaba él, excusándose por haberla invitado a una fuente de soda.
- Hace quince años que estoy separado; mi mujer fue muy intransigente conmigo y no le agradaba que de vez en cuando me sirviera un trago, además era muy celosa y le molestaba que tuviera amigas y saliera con amigos. si, ahora recordaba muy bien porqué de la separación de ambos.
En la juventud, Alberto era un hombre muy apuesto, con bastante seguridad en sí mismo. Era el centro de atención femenino y eso él lo sabía, por lo que coqueteaba con todas. Ella lo admiraba; qué ganas de ser como él. Ella, un ser tímido, insegura. Quería tener la fuerza de él, sentirse superior, ganadora.
-¿Qué haces ahora? ¿en qué trabajas?-.
-Hace algunos años atrás tuve problemas económicos, por lo que pedí jubilación anticipada, como estoy separado y mis hijos no me quieren ver, ingresé a un asilo de ancianos que está en el sector céntrico y allí me entretengo jugando cartas con los otros "chiquillos"-.
Mientras conversaban, Gaby disfrutaba de una deliciosa copa de helados con forma de payaso. Alberto ya iba en su tercera cerveza y Rebeca aún no terminaba su refresco.
- y a tí, ¿cómo te ha ido en tu matrimonio?-. le preguntó él.
- Bien, mi esposo es un hombre muy tranquilo, se dedica por completo a mí, a sus hijos y nietos y a su negocio. Mi vida ha sido muy tranquila-.
- Ha sido realmente hermoso volver a verte, sigues igual de bonita, has cambiado muy poco. Podrías darme tu número telefónico para llamarte. ¿Qué te parece el próximo viernes a las cinco?.
Intercambiaron números y se despidieron. Él le dio un largo abrazo. Rebeca muy bien conocía sus abrazos; la apretaba fuerte contra él y sentía toda su calidez en ella; le tomó la mano, se la besó y la miró fijamente. En su mirada tenía ese mismo brillo que ella muy bien conocía. Lo vio alejarse, con un paso lento, de viejo cansado.
Gaby le movía la mano en señal de despedida. Ambas tomadas de la mano, lo vieron desaparecer entre la muchedumbre.
- Abuelita, ¿ese señor simpático, es tu amigo?.
- Si, es un conocido de cuando éramos jóvenes.
- Pero tú no eres viejita, abuelita.
- Gracias, cariño-. Respondía en forma automática, con la mente todavía en el pasado.
- ¿Esta otra semana vendrá el caballero? ¿vendremos a la plaza?.
-, no, amor, esta otra semana haremos algo mucho más entretenido, iremos a los juegos que te gustan tanto, esos que tienen carrusel con caballos y te subirás las veces que quieras.
Y por primera vez, en muchos años, Rebeca caminó sin mirar los rostros de la gente. Pasaron a comprar un perfume para su marido; ese aroma que la hacía retroceder en los años al olerlo. Se lo imaginaba en la entrada de la iglesia, nervioso, esperándola para hacerla su mujer. Se lo envolvieron en papel de regalo, con una preciosa cinta amarilla. La niña recibió el paquete mientras la abuela habría su bolso para pagar. Lo primero que encontró fue la tarjeta de Alberto. Entregó el dinero y retuvo la tarjeta en su mano.
Al salir del negocio rompió el papel y lo tiró a un cesto de basura. No se preocupaba si él la llamaba, pues le anotó otro número telefónico.

Texto agregado el 25-09-2009, y leído por 193 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
28-09-2009 A veces el pasado se empecina en el intento de volver. Y aunque sabemos que es un embuste que la vida nos regala, quién no cavila en lo mejor o peor que hubiera resultado el otro camino, el desechado para transitar este de hoy. Me haces reflexionar sobre mi propia vida, amiga. Salú. leobrizuela
27-09-2009 Me ha encantado. Rebeca representa la fidelidad absoluta en todos los sentidos: con su nieta, con su marido, con la vida. Un personaje realmente sano, para aprender de él. Quizás a veces es mejor conformarse y querer lo que se tiene que andar vagando en asuntos sin destino claro. Un abrazo kimaten
26-09-2009 mmmm. ... Hubiese tenido una respuesta diferente... quizás la del hombre que marcho... o la mia propia, pero cerraría la inquietud... pabloantonio
 
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