Era una noche oscura, en la puerta de la iglesia, cerca del barrio norte, dormitaba ansioso un joven. Pensaba en que el mañana sería mejor, alardeaba sobre el conocimiento de una y mil frases proféticas, con el fin de mitigar el hambre y el frío…

Por un momento pensó en lo chido que resultaría que Dios estuviera ahí, pues él lo amaba, pero… ¿Dios lo amaría a él? Era pobre, tenia todo, pero le hacia falta algo, quizá la ternura incondicional de un amigo, recordó que tiempo atrás, había tenido uno, pero por azahares del destino había perecido, cerca el lugar donde se encontraba.

Esto lo llenaba de tristeza… ¡Pero recordó! “Que su amistad era como las gelatinas” (una frase inventada por ellos para explicar que a veces las cosas cuajaban y a veces no). El ruido intensote las campanas, despertó aún más su dolor, deseó morir en el instante, ¿Pues qué merito tendría tenerlo todo?, En fin… Mientras pensaba, una tenue lluvia mojaba su rostro, recordó de pronto, los besos y caricias que había rechazado de su madre, quiso tenerlos, pero ya era tarde, ¿Aún así seguiría pensando en tenerlo todo?

Sufría, pero era su gusto, sabía que mañana habría sol y eso no le importaba, pues lo significativo eran sus seres queridos y no el entorno.

Así que sin pensarlo más, al escuchar el tañir de las campanas, tomó a su fiel spiro, su cachorro inseparable y decidió volver a casa, no sin antes darle gracias al sonido ensordecedor que lo habían hecho revalorizar su existencia.