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Esa tarde en especial, el cielo envolvía con un tul de seda dorada a la ciudad. Los reflejos tornasoles del sol se desbordaban sobre los cerros dibujándoles extraños verdores. En el pico del volcán reinaba una majestuosa e inexorable blancura, argentina blancura de siglos que, erguida, custodiaba a la ciudad de Orizaba.

El atardecer de otoño doraba el paisaje. Lentamente caminábamos tu papá y yo. Miramos, reconocimos lugares que a veces por añejos resultan ya sin interés y uno se olvida de observarlos. Estábamos con tus abuelos en Orizaba, tierra nuestra de la que nos hubimos de ausentar desde que nos casamos para sólo visitarla cuando había días libres y, en este caso, a la espera de tu llegada en la tierra de tus mayores.

Con el cálido clima quisimos refrescarnos sentándonos en la hierba verde, húmeda y musgosa. Así contemplamos, como si el tiempo no existiera, el discurrir helado de un ojo de agua que con su sonido nos hacía soñar con lo que es eterno e insondable.

Una chiquillería bulliciosa pasó jugueteando a nuestro lado y siguió su camino. Vi sonreír a uno de ellos y me sentí ilusionada con tu espera.

Bien conocieron todas mis preguntas, mis angustias y mis plegarias las húmedas bóvedas de la iglesia de San Florencio.

Me convertía entonces en mil madres a pesar de que apenas lo sería por primera vez. Mil madres y mil corazones preguntándose el carácter que tendrías, por el destino que te aguardaría. Imaginaba tu rostro en tantas y tantas caritas...

En aquellas noches pluviosas tenía sueños en los que te veía ya pequeño, ya más grandecito dando tus primeros pasos, ya jugando, ya corriendo hacia tus abuelos con los bracitos abiertos como si quisieras volar.

Y resulta que en esa tarde dorada, de zumbar de abejas que pesarosamente anuncian la lluvia mientras el sol poniente se despide, finalmente quisiste llegar.

Una vez en la casa familiar, en la misma casa en que nació tu bisabuela, tu abuelo y la familia entera, aún debimos esperar un largo tiempo. Durante la noche de bruma y de lluvia tuvo lugar tu anhelada venida.

Yo provenía de la sustancia de mi tierra y la quería como a una madre. Y ahora estabas tú, que procedías de mí, incluso de mi instinto de persistir. En cierta manera, yo volvía a nacer.

La tarde siguiente de tu nacimiento los tonos dorados de ayer dieron paso a un atardecer azul. Desde la ventana podía observar el caserío y todo me parecía azul: laderas, pinos, tejados, cañadas; todo era de esa tonalidad azul que augura la presencia de la lluvia. La ciudad lucía como una turquesa engastada entre los cerros y yo tenía entre mis brazos a mi pequeña joya.

Creciste lejos de aquí, entre el barullo citadino y bailando las canciones de moda. Siempre fuiste un buen muchacho, un buen hombre que a pulso consiguió una vida de satisfacciones. Como ya eras mayor, decidí regresar junto con tu padre a mi ciudad natal para pasar mis últimos días en el suave remanso de esta tierra mía.

Estoy satisfecha de lo que como hijo y como hombre le has dado a la vida; de la familia que a costa de tanto esfuerzo has formado.

Hoy te quiero platicar de otro atardecer más mustio, más largo y más bello que los anteriores:

Baja la bruma que envuelve las calles, que las envuelve todas. Ahora la ciudad toma un color de porcelana cruda. Veo las cúpulas de mis iglesias a lo lejos. El suave verdor de los alrededores se ve trastocado por un infinito mar de lluvia que no cesa y no cesa. Son tus lágrimas. Hijo, ¿por qué estás llorando?

Mira tus fuerzas que son las mías, mira el camino por delante, que es el mío. La lluvia es cada vez más densa, me es difícil distinguir tu rostro. Mis imágenes se hacen temblorosas, exangües... y llueve, llueve incluso en tu alma. La neblina ha cubierto el pico de Orizaba. No nos permite observarlo. Pero es una lluvia de cristal, diáfana y generosa. La tarde es más bella porque hoy, después de muchos años, has venido.

Un viento fresco llega etéreo desde el volcán y me veo abrazada por una paz infinita que nunca me dejará. Llueve sobre mi lápida.

Hoy has venido a verme y has dejado unas bellas flores.

Texto agregado el 28-09-2009, y leído por 128 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-03-2011 mmm muy retórico con muchas palabras domingueras que mi ignorancia me impide comprender, y en vez de ensalsar la belleza de orizaba la opaca, que por cierto no es de clima cálido sino frío. que algún día o temporada pueda hacer un poco de calor es otra cosa. meaney
26-01-2011 Esto es poesía en prosa, muy muy bello ***** maspromesas
28-09-2009 Notable texto. Muy bien escrito. Me gustó mucho. nesravazza
28-09-2009 Una descripción muy colorista del paisaje y unos sentimientos muy bellos. juaniramirez
 
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