No me gusta perder de vista el horizonte.

La inmensidad del mar y
la grandeza del cielo abierto
hacen que al unísono me sienta
prolongada en lo infinito.
Y ahora
como si me balancease desde una estrella,
puedo sentir vívido lo que imagino, y ver
hasta los sencillos y sutiles movimientos,
de aquellos a quienes amo,
por que así,
la distancia
no es más que un estúpido espejismo,
algo que sólo existe en mi mente.

No me gusta perder de vista el horizonte…
ni sentirme vacía, encerrada dentro de mí.

No me gusta mi uniforme.
El que uso cada día para dirigir una empresa
que no me palpita…
A veces
es una dura tarea despojarme de esta vestimenta
en la que no me reconozco.

Son las nueve de la noche y sólo ahora he podido
desnudar a la poeta…

Pero al fin, aquí estoy.