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Comecarne bajo tierra


Dios nunca se equivoca
—alguien en un velorio—


Me llegó un recuerdo sentado frente a mi lap-top de trabajo. Fue en la primavera de 1986 cuando me encontraba viajando con mi esposa rumbo a Luna Blanca en mi pequeño bocho. No llevábamos mucho de casado, apenas el año y mi trabajo como cajero en un banco era malo, pero era lo justo para unos recién casados como nosotros.
Vivíamos en Querétaro. Mi esposa Mabel nació y creció en Luna Blanca junto con su mamá que era divorciada. Mabel jamás conoció a su padre y jamás quiso hacerlo, una de las cosas que me gustó de ella era que tenía un carácter fuerte y se valía de si misma, algo de lo que yo tenía muy poco, pero tuve que aprender. Algo de lo que me sigue amenazando, es mi nerviosismo en muchas de las situaciones de la vida, algo que me caracteriza.

A Mabel la conocí en Querétaro, gracias a que la sede de unas conferencias de diseño gráfico son año tras año ahí, donde el destino nos topó. Acabó sus estudios en 1982 y después consiguió trabajo en Querétaro para poder estar juntos, ya que en Luna Blanca aun había muy pocas oportunidades de empleo y menos como diseñadora gráfica. Al casarnos en 1985 decidimos que había que conseguir buenos empleos para poder tener nuestro primer hijo, algo que siempre deseamos tal vez desde antes de andar como pareja. Cada vacaciones visitábamos a su mamá en Luna Blanca, ya que Mabel, su hija, era la única familiar que aun vivía, además de toda la familia por parte de su esposo, pero como era obvio, ya nadie le hablaba, y menos públicamente.

Unos días antes de realizar ese viaje hasta la casa de su mamá en Luna Blanca, Mabel recibió una llamada de ella. Yo sólo supuse que hablaban de nuestra llegada y de los días de nuestra estadía en su casa, pero desde antes de que Mabel colgara, la expresión de su cara había cambiado totalmente, estaba algo pálida como si le hubieran contado un cuento de terror o una leyenda urbana.
—¿Qué tienes, amor? —le pregunté, me acerque a ella para tomarle de los hombros.
—Nada, nada, Esaú.
Su expresión aun no me convencía pues no me miraba a los ojos.
—Vamos, que pasa. ¿Podremos ir a la casa de tu mamá?
—Sí, sí, claro que sí. Ella dice que nos espera con gusto. Allá festejaremos tu cumpleaños.
—Me parece bien —dije.
Sin haber recibido su mirada me apartó del camino y fue directo a la cocina desde la sala, donde nos encontrábamos. No quise decir nada para esperar que se calmara un poco fuera lo que hubiera sido esa historia, noticia o comentario de su madre.
Se acabó ese día y varios mas y yo no me preocupé por su reacción en esos días. Había algo de lo que ella no me quería preocupar, y esperaba que llegara el momento en el que me lo dijera.

Recuerdo que cuando subimos al coche, Mabel guardó algo rápidamente en la guantera.
—No debes abrir aquí para nada, Esaú —como si ella supiera que lo hubiera hecho como niño chiquito.
—Lo prometo, amor. Aunque debo decir que la curiosidad me atrae bastante.
—Lo sabrás, pero por ahora ni te atrevas.
Tomamos camino hacia Luna Blanca un sábado por la tarde, después de acabar mis últimas horas de trabajo en el banco. Por esos días las carreteras se encontraban despejadas, pues faltaban algunos días para que otras personas tomaran sus vacaciones, pero yo las pedí por adelantado, ya que era el trafico lo que no quería encontrar, además de que las carreteras me ponían nervioso desde que un tío murió en un accidente tan simple como un golpecito en la parte trasera de su auto provocado por otro y su arrepentimiento de haber querido rebasar, así dio su auto varias vueltas fuera de la carretera y el ya no abrió mas los ojos.
Pero ese día, Mabel y yo sólo encontramos nubes espesas sobre el cielo, nada de autos con prisa ni camiones con doble semi-remolque.
Ya habíamos recorrido la mayor parte del camino a Luna Blanca cuando nuevamente Mabel empezó a tener ese aspecto de mimo asustado, y hasta ese momento volví a recordar lo de la llamada de su mamá. Parecía más nerviosa que yo. Decidí detener el coche, lo acerqué a la orilla de la carretera y lo apagué.
—Mabel, ¿Qué tienes? ¿Te sientes mal?
—No, Esaú, estoy bien —parecía desmayarse—. No te pares, sigue manejando.
—Si, eso haré. Creo que te sentirás mejor cuando lleguemos con tu mamá.
Mabel concilió el sueño poco tiempo después, creo que se había cansado de sentirse preocupada y yo aún no sabía por qué ¿acaso algún familiar suyo había muerto? ¿O acaso su mamá estaba en mal estado y no me lo quiso decir para no alterarme? No lo sabía, decidí seguir esperando.

Como a hora y media de distancia de carretera para llegar a la ciudad, alrededor de las ocho de la noche, empezó a llover muy fuerte, las gotas tamborileaban fuertemente sobre el techo del coche y amenazaban con atravesarlo, la carretera empezó a perderse tras la lluvia que nos precedía y mis nervios hicieron que el auto zigzagueara. Me detuve otra vez a la orilla de la carretera. Estuve diez minutos esperando a que bajase un poco la lluvia, pero continuaba igual. Me empecé desesperar cuando vi que ningún auto pasaba por la carretera, ninguna luz blanca o roja asomaba por entre las gotas de lluvia y nada me hacía suponer que también se habían detenido al lado del camino. Me sentía tan solo como para sentir que ni mi esposa estaba a mi lado y que Dios me había abandonado en un desierto humedo.
Mabel despertó inconscientemente al no sentir mas el movimiento del coche, al parecer su sueño profundo no dejó que las gotas le molestaran en lo mas mínimo.
—¿Amor —se asustó inmediatamente al ver que a nuestro alrededor solo había gotas gigantescas—, desde que hora esta lloviendo?
—Hace pocos minutos. No te asustes.
No pude adivinar sus pensamientos, pero de un momento a otro parecía que no había dormido para nada, pues se movía rápidamente mirando cada ángulo fuera del coche.
—Cierra tu puerta con seguro, Esaú —me apretó fuertemente el brazo con su mano, encajándome las uñas—, ciérrala.
—¡Espera! —Separé mi brazo de sus garras— ¿Por qué? ¿Acaso pretendes que no entre mas agua al vocho?
—¡Ciérrala, te digo!
Hice lo que me dijo, me sentí como cuando mi madre me regañaba por alguna estúpida travesura, cuando me enviaba a la esquina de la sala a reflexionar mis tonterías.
Vi que Mabel se dio vuelta para cerrar su puerta con seguro pero después algo llamó mi atención por la ventana. Había aparecido alguien que se escondía del otro lado de la portezuela, un poco calvo, piel grisácea y de pocos dientes sanos. Mabel se asustó y no pudo reaccionar rápido para bajar el seguro. Ese extraño ser abrió la portezuela y Mabel fue jalada pues tenía la mano agarrando la manija de la ventana.
—¡Aaahh! —Se escuchó un fuerte grito agudo de Mabel.
Tomé su mano izquierda para que no la sacara del auto pero llegó otro ser a ayudar al primero, tenían el mismo aspecto lastimero.
—¡Hey! ¡Hey! Déjenla en paz. Qué les pasa.
—¡Déjenme! —Gritaba ella, en vano.
Por fin ganaron.
La sacaron del auto sin preocupar de que se lastimara, uno la rodeó con sus brazos deteniendo los de ella y otro por las piernas. Corrieron hacia la espesura de la lluvia donde los perdí de vista mientras trataba de abrir la portezuela de mi lado.
Ella había parecido saber que esto ocurriría.
Salí del coche en dirección a donde se habían llevado a Mabel. No podía ver mas allá de metro y medio frente a mí y tropezaba con las piedras y plantas en el camino. La situación era desesperante pues no sabía si iba por el camino correcto, además de que no podía ver exactamente por donde se habían ido y sabe por qué se la habían llevado.

Estaba empapado, desesperado y con mucho frío. Me di por vencido diez minutos después y quise regresar al vocho, pero después de intentar regresar por donde vine —según mis instintos—, jamás llegué al coche. Mi cuerpo se estaba empezando a enfriar y el rompevientos que llevaba puesto no era para nada algo que me pudiera proteger.
En un momento disminuyó un poco la lluvia y pude ver un poco mas a mi alrededor, tanto mas, que me dejó ver a uno de esos seres que se había llevado a Mabel. Corrió frente a mi hacia la derecha y sin dudarlo seguí su camino. Sentí rabia, sentía ganas de estrangularlo sin razón.
—¡Hey! —Le grité, pero la lluvia aun opacaba mi voz— ¡Espera!
Corría en la misma dirección aunque se había perdido su imagen ante mis ojos, fue entonces cuando tropecé con algo hueco y me preocupé aun mas.
Mi espinilla izquierda se golpeó contra una piedra y me abrió la carne, la preocupación por la herida no me dejó poner especial atención en lo que estaba recargado mi brazo derecho.
Era un cráneo humano destrozado, del que podía presumir aun se encontraba fresco, aunque la lluvia hubiera esparcido la sangre que pudo haber salido de él no había putrefacción, no sé por qué, pero no pensé en Mabel, sabía que no era ella aunque la situación lo ameritara , o tal vez quería tener una esperanza de que aun seguía viva. Mi miedo creció, me hizo pensar en animales grandes y hambrientos muy cerca de donde yo estaba.
A pocos metros se divisaba una mancha oscura en el suelo. Pensé que era el charco de sangre que el animal había dejado con su presa humana. Curioso, me acerqué y descubrí que era un agujero pero no parecía hecho por algún animal, sino por un hombre. Por un momento recordé cuando mi padre nos había enseñado el video que tomó del auto donde se accidentó mi tío como pruebas para el juez, como este había dado vueltas había quedado sobre el piso el lado derecho del coche y mi tío había muerto por fractura de cráneo habiéndose golpeado contra la agarradera sobre la puerta del acompañante. El video mostraba la mancha de sangre y la salpicada del impacto del golpe, además de que ahí había estado escurriendo todo.
El agujero estaba muy grande, tenía suelo y un camino con escalones que llevaban hasta el fondo, un fondo que me atrevía explorar para encontrar a Mabel.

Bajé los escalones hacia el agujero. Abajo estaba muy oscuro y no sabía a donde llevaba el camino, el agua lo había inundado y no podía ver que tan irregular estaba el suelo. Me adentré en la oscuridad esperando que ninguno de esos seres viniera por mí.
Tenía miedo de ellos y de lo que pudiera encontrar mas adelante, tal vez tuvieran animales salvajes para protegerse de la gente.
O tal vez fueran caníbales.
Esa idea me alteró mas, pero no desistí en continuar mi camino a oscuras. El camino parecía sólido, construido de piedra, algunas veces era muy irregular pues había piedras que se habían salido de su lugar. Eso creí. Volví a tropezar con algo en el camino, caí al agua y recargué mi mano en el suelo, lo que parecía estar tocando no era algo duro como la piedra sino como los huesos, esa pieza suelta con la que había tropezado había sido el brazo de alguien, me levanté rápidamente del suelo asustado y me recargue en la pared, algo me picó, algo como la columna vertebral de otra persona. No pensé en nada en ese momento, sólo corrí y corrí sin detenerme, tropezaba y me levantaba sin dudar, hasta que presentí el final del camino.
Había una entrada que daba lugar a otro pasillo conectado a varios caminos, pude saberlo porque quien quiera que viviera ahí —pues alguien debía de vivir ahí—, había hecho varios hoyos sobre el techo para dejar entrar la luz del sol por las mañanas y alumbrar aquella vivienda subterránea. Para sostener un poco la tierra tenían pequeñas columnas de piedra y troncos cruzados de lado a lado del camino como en las minas.
Escuché varios pasos en el agua detrás de mi y algunos gritos. Entré a la pequeña ciudadela y me escondí en uno de sus caminos.
—¡Suéltame! —gritaba un hombre.
Se escuchó un chillido proveniente de la criatura. Después, del hombre.
—¡Aaahh! Mi brazo, por qué me muerdes. Me has arrancado el pedazo.
Comprendí que eran ellos lo que comían todo eso y no animales salvajes.
Pasaron frente a mi pero ninguno me vio. Y luego en susurros escuché —entre los alaridos de aquel hombre—, los susurros de las criaturas.
—Afuera, alguien más.
—Iré yo.
La otra criatura avanzó y salió por donde llegué. El hombre seguía gritando, pude ver algo de su sangre sobre el agua estancada y lo que me ayudaría a seguirlos de lejos. Mis pasos eran lentos, no quería hacer ruido con el agua ni que me dejaran ver en aquellos hoyos de luz.
Llegamos a un pequeño cuarto sin puerta, no esperaba mas de ellos. Ahí metió al hombre. Yo rodeé el cuarto y del otro lado escuche mas gritos de dolor
—Estúpida criatura. Mi pierna, mi pierna. ¡Aaahh!
Escuché de mi lado como si hubieran aventado algo contra la pared, como un bulto. La criatura salió de ahí y esperé un poco más. Rodeé el cuarto y vi el agua roja, el hombre estaba o desmayado o muerto en la esquina contraria, entré en el cuarto y vi una mancha de sangre en la pared donde yo había estado, lo que había chocado ahí había sido su pierna. Ya había perdido mucha sangre el hombre como para intentar escapar.
Eso me hizo pensar muy mal de Mabel, pero hasta que no supiera que realmente había muerto, no me iría de ese lugar.
En mi cabeza empecé a hacerme de ideas, de las peores ideas sobre Mabel, sobre si estaba viva, sobre mi amor por ella y lo tanto que crecía día con día. Pero fui fuerte pues no sabía nada de ella.
Caminé un poco mas, con el oido alerta para que no me descubrieran. Poco a poco empecé a escuchar golpes en una pared, en otro cuarto. Me acerqué y me asomé por la entrada, nuevamente salía sangre sobre el agua. Vi varios cuerpos recargados en las paredes y me sentí algo mal, empecé a pensar en ellos y sus familias, pero cuando vi que una de las criaturas se estaba comiendo a Mabel, me enfurecí tanto que sentía que la cabeza me iba a explotar y de mi pecho saltaría el corazón, pero reaccioné involuntariamente. Corrí como pude en el agua y golpeé en la nuca a ese ser caníbal, cayó y se perdió en el agua roja, lo busqué a tientas con las manos y lo levanté, estrellando su cabeza contra las paredes de roca y huesos.

¿Cómo debía reaccionar? Ya ni siquiera me podía acercar a ella, lo único que quedaba bien era su cara, su hermosa cara. Era horrible, me sentía completamente vacío sin ella, sin ver que aun se movía y podía articular con sus labios un te amo sólo para mí.
Me agaché frente a ella y acaricié su mejilla ensangrentada, tomé agua y le limpié un poco. Tomé su cabeza y la levanté inclinándola hacia la mía y le di un beso en la boca y la volví a recargar en la pared.
Me levanté enfurecido y llorando, salí corriendo de ese cuarto y llegué al pasillo distribuido. Tome uno de los pilares de madera y lo empecé amover hasta que con el agua que había humedecido la tierra y el techo, pude arrancarlo. Inmediatamente se empezó a caer todo detrás de mi mientras tumbaba las piedras y golpeaba las paredes de los cuartos tan fuerte como mis brazos me lo permitieran. Debía enterrar todo aquello, junto con mi querida Mabel, ya no debía servir mas como escondite de esos seres.
Hasta ese momento recordé desde la llamada de su mamá y las reacciones de Mabel, pensando en que todo esto ella ya lo sabía, su mamá le había informado de estas criaturas y le había dicho que tuviéramos cuidado, pensé que tal vez Mabel no quería preocuparme por lo que no quiso decirme nada, además de que no quería que me detuviera en la carretera.
Llegué al pasillo que llevaba a la salida y dos de las criaturas que ya venían con una víctima mas escucharon todo el ruido que hacía la tierra y las piedras al caer sobre el agua, así que dejaron ahí el cuerpo y corrieron hacia mi.
—¿Qué has hecho, qué has hecho? —decían con una voz gangosa.
Me asusté de inmediato, pero mi reacción fue golpearlos con el palo que llevaba. No eran mas listos ni mas peligrosos, simplemente mas ágiles que yo y con los golpes que les di tuvieron, aun así estaban demasiado escuálidos para poder golpearme, lo único fuerte en ellos era su mandíbula.
Salí corriendo hasta el agujero. La lluvia bajó un poco en lo que estuve bajo tierra y pude ver que había recorrido un largo tramo desde mi vocho hasta ahí. Miré para atrás y se podía ver el hueco en la tierra que había provocado, las criaturas se movían bajo todo el lodo y huesos del camino, me dio un poco escalofríos recordar el final de Mabel.

Caminé hasta el vocho, la puerta del conductor seguía abierta y las llaves pegadas en su lugar. Subí al coche y descansé un poco, cansado y en shock de todo lo que había visto. Recordé lo que había escondido Mabel en la guantera así que la abrí, estaba un sobre dentro de otro sobre de celofán, decía: Para Esaú de Mabel. Decidí esperar para verla hasta el día de mi cumpleaños como ella me había dicho, antes, tenía que llegar con su mamá y avisarle tristemente lo sucedido.
Su mamá dijo que cuando ya era hora de haber llegado y no lo habíamos hecho, supo que algo nos había pasado con aquellos seres, y precisamente eso le dijo por teléfono a Mabel, pero ella no me lo dijo a mí, pudiendo evitar tal vez esta tragedia, aunque... Dios nunca se equivoca.
Regresé a Querétaro a la mañana siguiente.

Esperé el día de mi cumpleaños cuatro días después. Fui a mi habitación ahora vacía y del cajón buró tomé la carta en el celofán que había dejado Mabel. La abrí, era un papel brilloso, como de alguna invitación de bodas, contenía una fotografía de nosotros dos en la playa a blanco y negro de la cual intuí que su amigo fotógrafo reveló, esa foto era la mejor que había tenido en mis manos porque además de que era muy buena fotografía, Mabel se veía hermosa como en ninguna otra. Dejé la foto sobre la cama y empecé a leer la carta:

Hola, amor:

Me faltó tiempo para poder encontrar un buen regalo de cumpleaños para ti, espero me des mas tiempo. Y además como tenía mucho que no te escribía una carta, decidí escribirla para recordar aquellos tiempos de novios donde nos decíamos tanto Te Quiero y T Amo y esta vez no es la excepción.

TE AMO

Quiero que lo sepas y no sólo escuchándome, sino también que lo puedas leer cada vez que yo no te lo diga, aunque siempre te siga y te seguiré amando y tu lo sepas. Aun si me llego a morir, desde arriba te querré para siempre…

¡Feliz Cumpleaños!

P.D. Besos y te portas bien (jeje, como en los viejos tiempos).

Con cariño,
Mabel.



Guillermo Reyes y Reyes

Texto agregado el 08-06-2004, y leído por 329 visitantes. (0 votos)


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