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A Don Victoriano le irrita sentarse en su mesa y encontrarla llena de palillos de dientes usados y restos de comida. Se siente observado, juzgan sus cojones y está muy borracho. Hace acopio de servilletas de papel y lo barre todo, incluida la copa de vino tinto y el plato con huesos de aceituna. "Jodé, mielda sitio", grita. Los parroquianos le ríen la gracia, están acostumbrados a arrebatos similares.

-¡Qué pasa!, ¿E´h que aquí nadie sirve?, ¡Mielda sitio!
-¿Pero es que usté es gilipolla?, ¡cagüen su putísima mare!. Pone orden Paloma, la esposa del dueño del local, veinte años mayor que ella. Lleva tres cervezas en la bandeja y un trapo mugriento para limpiar las mesas.
-¿Y usté qué me etá diciendo señorita?,
-¡Que la próxima vé que me tire la cosá al suelo le voy a tirá yo de lá pelota, a ve si le guta!
-Shhh, enga guapa… Ponme un tinto.
-Pue se va a tené que esperá a que limpie la que ha formao aquí.
-Enga… se buena y no me haga esperá…- el glúteo de Paloma es percutido - ¿No te quiere casá conmío? Piénsatelo guapa. - el glúteo de Paloma es agarrado.
-Que no me toque, casho maricón.

Don Victoriano engancha a Paloma del pelo y tira hacía abajo hasta obligarla a bajar la cabeza. Paloma consigue, a pesar de todo, sostener la bandeja. Alguno se ríe, la mayoría mira para otro lado. Don Victoriano sujeta a Paloma con una sola mano, y con la otra, se busca el tirador de la bragueta. Sigue proponiéndole matrimonio.

El guitarrista se ha sentado en el taburete. El público pide silencio para el Maestro Veneciano. Don Victoriano insiste en el cortejo y Paloma intenta zafarse mientras chilla y le insulta. Algunos empiezan a sentirse molestos y exigen que dejen de armar jaleo. Paloma deja caer la bandeja de las cervezas encima de Don Victoriano y este grita como un desollado. Tres hombres fuertes e indignados por la falta de respeto, se acercan para arrastrarle por los sobacos hasta las letrinas. Don Victoriano se queda hiperventilando en un charco de orines. Siente fobia desde pequeño a sumergirse en el agua y todo lo que se le parezca, como un chapuzón de cerveza. No se baña y nadie aguanta su peste, lo que le ha ocasionado serios trastornos sociales y como consecuencia, problemas de agresividad y alcoholismo.

Fuera de las letrinas, encima del escenario, ya se oyen los ritmos sincopados de las bulerías con la guitarra. ¡Venga Fermín!, ¡Ahí!. ¡Guapo!, ¡Guapo! le gritan sus amigos para cachondearse. Es un gran guitarrista gracias en parte a sus dedos grotescamente largos, aunque su anormalidad no se limita a ellos. ¡Enséñala!, le gritan las niñas. Se rumorea que Fermín tiene una enorme tranca, aunque no se le levanta. Por lo demás, las manos le llegan a las rodillas, tiene chepa, el tórax hundido y un ojo bizco. Sus labios son muy carnosos y brillantes, pero nadie se ha atrevido a besarle con esos dientes montados. Dicen los amigos de la familia que la culpa de tal desaguisado la tiene una gitana llamada Jennifer, que quiso practicar un aborto a su madre con perejil y malas brujerías. La cosa salió mal por no esperar a la luna menguante.

Fermín, el Maestro Veneciano, les hace callar a todos con un arpegio monstruosamente virtuoso mantenido a un ritmo infernal. El Maestro Veneciano debe su nombre a que es el único habitante del pueblo que ha viajado al extranjero, donde empezó a triunfar merced a su apabullante talento natural. Aunque no haya estado en Venecia exactamente, todo el mundo admite que la ciudad inundada está situada en el extranjero, que ya es bastante precisar.

A pesar de su prometedora carrera, el Maestro echaba de menos a Paloma y a las reses del establo. Al verse privado del favor carnal de las mujeres, prostitutas incluidas, debe dividir su sexualidad y su amor platónico en sendos objetos de deseo. El tiempo que estuvo fuera, lo dedicó a buscar respuestas sobre su peculiar condición; siempre pensando en volver.

El endiablado ritmo que Fermín marca percutiendo sobre la guitarra ha enfervorecido a algunas mozas que se lanzan a las tablas a enseñar las pantorillas y algo más si su padre se ha retirado a dormir. Son cinco en total, pero deslumbran dos. Concha, que es muy fresca, se sube la falda con la mano hasta enseñar las bragas con la excusa de taconear más cómodamente. Esto provoca una inevitable reacción en Rosa, mucho menos hambrienta de hombre, pero enormemente envidiosa de la animal capacidad de seducción de su amiga Concha. Si su rival enseña los muslos, ella se deja caer los tirantes hasta que casi se le asoma un pezón. Luchan como perras por casarse primero.

Marcos se está dando el gran lotazo con Paloma en la cocina aprovechando el clímax de los taconeos. El guitarrista, que sabe que no puede competir con la apostura del muchacho, se tiene que conformar con ponerles música mientras hacen el amor entre los cacharros. Aporrea la guitarra sabiendo que por unos momentos, la polla de Marcos, el coño de Paloma, los muslos de Concha, las tetas de Rosa y las palmas del público, se calientan a voluntad de sus dedos de brujo.

Venga, correos todos, moríos de gusto, cabrones. Os estoy follando a todos. Fermín no es un resentido. Es consciente de que es el sumo sacerdote y eso le proporciona un exquisito placer como compensación o quizás como superación. No, mentira, en verdad sólo es un resentido. Fermín sigue tocando y la gente se va sentando agotada, incluidas Concha y Rosa, que se odian abrazadas por la cintura. El hechizo se dispersa y Fermín se queda solo, como siempre.

-¡Ahhhhhhh! ¡Jodeé, Dióoooooooo!
-¿Qué pasa?, ¿Qué dice esa?
-Mierda, jodé. Mierda. Ayyy… ¡Dió míooooooo!
-¿Peo qué cohones pasa joé?
-aaaaaay!… Dióoooo!… aaaaaay!…

Paloma ha descubierto el cráneo de Don Victoriano golpeado brutalmente y lo que es peor, vaciado por dentro como un yogur. La balleta que iba a utilizar para limpiar las letrinas, ahora le viene mejor para enjuagarse las lágrimas. Consternación inicial, insólito silencio excepto por el llanto. Marcos aprieta a Paloma sobre el torso y se la lleva de allí. Fermín deja de tocar y observa, inmóvil. Remolinos de gente hacen turno en la puerta del baño. Muchos salen tapándose la boca. El resto empieza a cacarear hipótesis que expliquen lo sucedido.

Las sospechas se dirigen a la gitana Jennifer, que necesita macabros ingredientes para sus asuntos. También hay quién apunta a Don Demetrio, viejo amigo del difunto, que se la tenía jurada hacía ya tiempo por un quítame allá esas pajas. Según el cadáver es retirado y sus restos limpiados, va acercándose el amanecer y las buenas gentes, agotadas de tanto conmocionarse, se van a descansar que mañana toca entierro.

Las campanas redoblan, el cura lee los versículos correspondientes y la arena va tapando un ataúd de los baratos, sin figurita de Cristo ni nada. Concha, Rosa y otras chicas del pueblo flanquean a Paloma, se supone que para ayudarla a superar el susto, aunque a ella lo que de verdad le apetece es juntarse con Marcos. A ella, a Concha, a Rosa y a otras solteras del pueblo.

Don Demetrio ha acudido al entierro de muy mala gana, obligado por su cuñada, que le ha advertido de lo que murmuraría la gente si no apareciese. La gitana Jennifer podría haber sido la culpable. Como hacía tiempo que las muchachas abortaban con píldoras, nadie se acordó de ella hasta el momento de ir a capturarla a casa. No tenían noticias de que sus gatos se la habían comido hacía tres meses. Faltando sospechosos, empiezan las bromas y las historias rocambolescas sobre Don Victoriano. El ambiente se relaja, mucho mejor para todos. En realidad no interesa realmente quién mató a Don Victoriano. Era poco apreciado, sin fortuna que heredar y por tanto, sin parientes. No hay denuncia.

En Papua Nueva Guinea quedan las últimas tribus caníbales. Se comen el cerebro de sus parientes muertos en señal de respeto, a pesar de que el gobierno ha prohibido tales practicas, explican los especialistas en la televisión. También hacen lo mismo con los enemigos, previa tortura. Es muy posible que los sesos robados del cráneo del fallecido hayan sido ingeridos en alguna práctica ritual parecida. Además, estas poblaciones estampan contra una piedra a los primogénitos al nacer, la madre amamanta en su lugar a un cochinillo y si demuestra ser una buena madre, le permiten tener otro hijo para criarle, prosigue el antropólogo invitado.

-¡Andá!, ¿y es verdá eso Fermín?, pregunta Paloma mientras se sirve otro trozo de queso francés.
-Sí, a grandes rasgos. Dice Fermín señalando la calavera infantil reconstruida que decora el televisor.
-¡Qué brutoh, po Dió! Oye, ¿Y pa qué sirve comé los sesos de la gente?
-Algunas personas lo necesitamos. Por alguna razón, somos mucho más inteligentes y tenemos que comernos la inteligencia de los demás para mantener la nuestra.
-Anda, o sea, ¿Que si te come los sesos te vuelveh má lihto?
-No lo entenderías, déjalo.
-Qué aco, quillo. Paloma ataca un trozo de foie-grass.
-Uno se acostumbra a todo, dice mirando los pechos de Paloma cuando se inclina a por una rebanada de pan tostado.
-Oye quillo, que digo yo… Hmmm… que ico… Que digo yo, que mañana vas a tocá, ¿Verdá? Ni si te ocurra fallahme que Marcos viene a verme.
-Sí, te lo prometo. ¿Me lo has traído?
-Sí… pesao. Y tienes que tocá como ayé, ¿Eh? Madre mía, qué polvazo, cómo se puso el Marcos. Como me la clavó el hijoputa. Mira, así de grande la tiene mi Marcos, mira, así…Paloma mira malignamente a Fermín mientras separa entre dedo y dedo unos veinte centímetros.
-Paloma, no me hagas esto coño…
-Ja, ja, ja… ¿E que tú la tiene pequeña o qué? Si me han disho que tieneh una tranca del copón.
-¡Cállate anda!
-Bueno, no te ponga asín, ensima que te hago favore… ¡Y qué favore!
-¡Dámelo y vete, por favor!
-Anda, toma, pesao. Y cómo se te ocurra irte de la lengua viene el Marcos y te hase lo mimo que al hijoputa del Vitoriano. ¿Vale o no vale? Págame y me voy.
-Tienes el dinero en la huevera del frigorífico.
-Mmmm… En la huevera… Déhame verte los cohones, venga. Que me han disho que son una cosa tremenda tambié. ¿Pero por qué va tan tapao mi arma?
-No me toques, ¡puta!. - ¿Podría ser esta la primera vez en la vida de Fermín que tiene una erección con una mujer?
-¡Joé!, ¡Joé! ¿Peo qué eh eso que tieneh ahí?. Anda, dehame tocarla, quítatelo, enga… Paloma es experta en desabrochar botones de pantalón y Fermín no se lo impide.
-Mierda, ¿Pero qué haces?.
-Joé, quillo. ¿Pero eto que éh? ¡No se acaba nunca!
-Dios Paloma, ¿Qué haces?
-Quillo, joé…

El prodigioso pene de Fermín llegaba ya hasta la rodilla cuando Paloma le hubo bajado los pantalones hasta los tobillos. Aunque no conseguía levantar ni un centímetro su propio peso, estaba completamente erecto. Paloma se olvidó de la monstruosidad del artista. Acercó la boca a las venas palpitantes y posó sus labios con devoción, como quién llega a Santiago Apóstol, cerrando los ojos. Fermín contemplaba sus húmedas idas y venidas sin saber si llorar era lo apropiado. Infinitamente agradecido, el guitarrista quiso acercar la boca de Paloma guiando su barbilla con el pulgar y el índice. Paloma se dejó hacer con los párpados pegados. Cuando el Maestro quiso besarla, Paloma abrió los ojos y le apartó de un sopapo. ¡Quita asqueroso!

"El matrimonio ya no quiere decir nada y el sexo es algo pasajero e informal. Yo quiero algo que nos una en cuerpo y alma. Algo que sea para siempre y de verdad. Me comeré tu piel, me beberé tu sangre. Así seremos para siempre inseparables." Fangoria.

Texto agregado el 09-06-2004, y leído por 638 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-06-2005 Sigo disfrutando de tu elocuencia, me he reido mucho. Selkis
12-06-2004 Fascinante complejidad. Excelente trabajo. El morbo se vuelve normalidad, lo extravagante rutina, lo normal maravilloso... Saludos de nuevo, Tejedor
 
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