SABOR DESCONOCIDO

Desde muy temprana edad, tenía tendencias a los sabores. Lo que más le gustaba era la carne casi cruda, con esa sangre que mancha del plato, resultando desagradable a muchos de nosotros.
Cuando se casó, su esposa se desvivía por ofrecerle cada día platos de distintos sabores pero nunca acertaba. El malhumorado e iracundo marido siempre acababa discutiendo con su esposa, a lo que ésta siempre terminaba llorando y maldiciendo su poca maestría en complacer a su compañero.
La mujer como siempre en la cocina trajinando con cacharros, recetas raras y antiguas. Azorada con todo el trabajo, no se percató de lo resbaladizo del suelo, a lo que ayudó una piel de tomate maduro que le hizo deslizarse cual bailarina de patinaje artístico. En un cómico movimiento dio con su cuerpo en el linóleo de la cocina, con tan mala suerte que cayó con el cuchillo en la mano, produciéndose una herida. Sin tiempo que perder, ya que su marido pronto iba a llegar no toleraría bajo ningún concepto un retraso. Se vendó buenamente la mano, aunque la sangre pujaba por traspasar la misma, se derramó en la comida que tan amorosamente aderezaba. El marido, siempre molesto, entró con su habitual tono de voz entre sarcástico y burlón le dijo.
—Querida esposa, ¿en qué me vas a sorprender hoy? —ella, entre sumisa y temerosa, le contestó.
—¿Hoy? Sí... tenemos de primero una ensalada aliñada con un aliño que nunca probasteis antes.
Él, algo sorprendido y a la vez curioso, contestó.
—¡Dios mío! Lo he probado todo y dudo mucho que me sorprendas, pero, anda mujercita, sírveme ese manjar que me anuncias con tanto misterio.
Desde el primer bocado, el hombre sintió que algo en su paladar invitaba a deleites hasta ahora desconocidos. Miraba a su esposa con desconfianza, y a la vez con una vedada admiración por tan suculento manjar.
Ella no podía creer tanta quietud y silencio. Por una vez en su vida de casada, su marido comía y callaba.
—¡Fantástico! ¿Qué diablos le pusisteis a la ensalada? ¿Cómo es posible? En 20 años de matrimonio nunca, nunca creasteis semejante sabor.
Ella, aturdida, se asustó y retrocedió hasta tocar la pared. Él, con un rápido movimiento, se acercó, olisqueándole como un animal en celo hasta que reparó en su vendaje que supuraba sangre.
Llegando al mismo, le lamió con ansias la mano. Ella no daba crédito a sus ojos mientras balbuceaba palabras incoherentes:
—¿Qué haces?... ¡Déjame! —decía con angustiosa voz.
El subió poco a poco, de la mano al brazo, y así hasta su lindo cuello que palpitaba temeroso a la llegada de la anhelante boca, que suspiraba por un mordisco en tan virginal piel.
Y así estaba la pareja, él, pegando a la boca a su cuello cómo una vil garrapata succionándole hasta la última gota de sangre.
Cuando se dio cuenta que la tez de su esposa perdía color, volviéndose pálida cómo la luna, ya no hizo falta buscar ese sabor al que durante toda su vida persiguió. ¡Estaba aquí en su casa, lo tenía su esposa! Pero el problema estaba claro, sólo tenía una.
¿Qué hacer ahora?

FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.


Todas las obras están registradas.

https://www.safecreative.org/user/1305290860471