| Corrieron por el pasto fresco bajo una luna fugitiva a ocultarse en el granero, corrieron a desvestirse, a tocarse y a olerse, a saborearse, con sus bocas salivosas, con sus manos temblando, y su mirada anhelante.
 Corrieron libres, impúdicos, felices.
 
 Pero oculto tras la puerta -con un hacha en la mano- esperaba el marido. Hediondo a venganza y a macho malherido. Mirando por una rendija esperaba el momento oportuno.
 
 Viendo la desnudez de Lucía siendo mancillada por esperma ajeno, aguardaba a que el joven fauno  cayera a un lado cansado. Pero la juventud es poderosa y la sed de sexo los poseía.
 
 El marido pasmado por el momento, alucinado por los gemidos, por las contorsiones y los gestos, por el olor a placer, dejó caer el hacha y buscó en su entrepierna una herramienta más propicia, para unirse en secreto a tan deleitoso festín.
 
 Pero sus movimientos lo delataron.
 En el preciso momento en que el dios del placer los remecía a los tres, la joven esposa lo vió.  El marido, asustado,  buscó el hacha a tientas en el suelo.
 
 -Haré lo que vine a hacer -pensó.
 
 Pero cuando se abalanzó sobre el joven, viendo su rostro lozano, sus mejillas rosadas y sus labios hinchados -con sabor a Lucía...
 
 En lugar de matarlo, apasionadamente lo besó.
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