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Cuando Antemio vio la luz , hacia el año 474 de nuestra era, Tralles era un pequeño poblado en el reino Bizantino, cerca de la actual Estambul .
Estéfano, su padre, crió dos hijos médicos como él, el tercero fue abogado y un cuarto “hombre de letras”.
La familia, evidentemente respiraba una sólida cultura combinada con eternos almuerzos donde se discutían ideas de una variada dimensión.

“Una idea, por menor que parezca, debe ser analizada hasta su epicentro, pues nunca se sabe en que rincón de la imaginación, o fuera de ella, se halla la respuesta”., solía decir Estéfano.

Antemio jugaba entre el prado de la parte trasera del patio, montando casitas con ramas y barro salpicados de risas, de aullidos, pero también de enojos.
Era increíble ver como un niño tan pequeño era capaz de estar largas horas mirando desde varios ángulos la diminuta estructura de su tarea.
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Hacia los 13 años comenzó a percibir un universo mágico, fantástico, sorprendente.
La geometría matemática del antiguo oriente.
Era asombroso ver como las formas podían traducirse en números o ecuaciones y por fin tenía ante sus ojos la revelación de todo aquello que necesitaba, las herramientas que pendían de su cabeza como un manojo de llaves esclarecedoras y que, finalmente, desatarían los nudos de la sabiduría como una piedra cayendo sin vuelta sobre la pendiente de la ignorancia.

A los 20 años construía.
Construía todo aquello que se le propusiera, sin prisa, pero sin pausa, debajo del sol incandescente del verano, en la nieve, en medio de aguaceros penosos, sobre mesetas empinadas, construía con las manos teñidas de su sangre, con el dolor en la espalda, con los labios partidos por las llagas del empecinamiento. Pero construía.

Cuando alcanzó sus 30 temporadas a cuestas, una tarde se recostó en una antigua caballeriza a meditar. Pasó así varias horas hasta el atardecer.
Su padre, ya anciano, interrogó a su hijo con la cautela de quien sabe reconocer un momento ilustre.
¿Qué sucede pequeño?, apenas balbuceó.

OH padre, he tenido una imagen tan fuerte que mis ojos no paran de ver lo que sólo existe en mi mente y sin embargo juraría por todo lo que soy que hay mucho de cierto en lo que vislumbro.

El anciano se acercó en silencio y pidió que le trasmitiera esas visiones.
Antemio cerró sus párpados y comenzó a decir:

Sobre la colina del tiempo veo una edificación, un inmenso cuadrado sostiene un círculo, cuatro mástiles como columnas equilibran el sentido del balance, OH padre_ conmovido por su llanto lo abrazó.
Temblaba como tiemblan los que acceden a los paraísos perdidos.

OH padre, ¡es que lo distingo claramente!

¡Que hijo, dime, dímelo por dios!

¡VEO UNA INMENSA CÚPULA FLOTANDO ENTRE UN MAR DE LUCES!

Juro que nunca se dijo una verdad tan solitaria e irrealizable.
¿Cómo se puede sostener un espejismo semejante ante la mirada huraña de los demás?

Cumplidos los 40 viajó por distintos países visitando los edificios más hermosos de Europa.
Observó un problema bastante común en las torres, arcos y fortificaciones: lo atiborrado del edificio hacían aparecer grandes grietas que se extendían hasta la base.
Mucho peso, material cargado, diseño macizo e ineficiente, pensó.

Entrado a los 45, cuando muchos están por retirarse, se encontró recopilado de tantos conocimientos que anhelaba poder invertirlos en una obra ejemplar para toda la gente.

Y fue por el año 532 de nuestra era que Antemio de Tralles fue convocado junto a Isidoro de Mileto por Justiniano I, último emperador de Roma, a la reconstrucción casi total de la iglesia de la Divina Sabiduría, o la Santa Sofía, obra cumbre del arte Bizantino y emplazada en la zona de movimientos sísmicos mas grande de la tierra.

Materiales livianos: lo resolvió creando una argamasa de polvo de ladrillo, evitando el uso del hormigón como en el Panteón de Roma.
Estructurada adecuada: la cúpula descansa sobre muchísimas ventanas que atenúan el peso de la esfera a una altura de 56,6 metros del suelo y con 31,87 de diámetro, descansando sobre un cuadrado de 77 por 71 metros.


Según Procopio, el cronista de Justiniano I, expresó al verla terminada:


La cúpula da la sensación de estar suspendida del cielo por una cadena de oro.



En la década de 1990 la región sufrió el más grande terremoto que se tenga memoria con un grado de 7,5 de intensidad...

Todos los edificios modernos quedaron destruidos.

LA IGLESIA DE LA DIVINA SABIDURÍA PERMANECE ALLI, INCÓLUME Y SUSPENDIDA DEL CIELO POR UNA CADENA DE ORO.



oscar

Texto agregado el 10-11-2009, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


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