Las cosas ya sucedieron. Al final el alcohol no fue mi aliado. El porro no cumplió mi sueño en ningún ambiente posible y lo único que me acompañó fue un “Luqui Estraik” y un puro habanero nativo. Por lo demás, más solo que la una. El problema, en realidad, no está ahí, sino en que la teoría vuelve a fallar; sales de casa a una cena de 80 personas y después sales de fiesta, entonces deberías sentirte acompañado. Pues no, me repito diciendo “más solo que la una”. Ese es el problema: ¿soy tan raro, estúpido, feo, gordo o yo qué sé, como para que 80 personas me ignoren? Me da exactamente igual tu opinión sobre mí, pero me gustaría caerle bien a alguien...

Total, que ayer me desgané. Hoy no quise levantarme aunque al final lo haya hecho, y el egoísmo fue el protagonista del día. Lo único bueno que hubo que el postre con mi padre el resto dejó mucho que desear. Tengo muchas ganas de hacer algo, lo que sea, pero sólo lo que yo quiera. Pero no, me manejan de un lado y de otro; de dentro y de fuera de mi casa. Todos deciden por mí, ayer y hoy, aunque haya motivos de peso para escucharme.

Cavilando un poco más allá, o más acá, o... o más, pienso en esta tarde. Son las 20:54. En todo este tiempo tuve muchas cosas que hacer. Hice algunas y luego cogí la guitarra y me puse a dar notas sin ningún sentido. Las ideas me golpeaban la frente como el granizo. Decidido, me levanté, cogí un boli y empecé a escribir. A escribir lo que lees. Porque me inquieta saber que necesito estar medio muerto para hacer las cosas bien. Además, me da miedo imaginarme cómo le sentaría a la música que yo me desahogase con ella. A saber qué saldría de allí.





*Javier Santalices*