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Los frutales de Acevedo

Sentado en el imponente sillón de mi estudio abrí el sobre, saqué las fotos de su interior y quedé perdido recordando aquellos días de mi niñez.
Todos los veranos íbamos con mis padres a Villa Gesell. Allí, en 3 y 110 se encontraba la casa de mis tíos. Esta representaba para mí poco menos que un paraíso, era sencilla, casi humilde, pero quizás porque las vacaciones vienen después de las clases es que yo la veía bella, creo hoy. De cualquier manera si importar si esa era la causa, yo era feliz.
Llegábamos el quince de diciembre y nos quedábamos hasta el quince de febrero.
Papá venía los viernes por la tarde y se quedaba hasta el lunes por la mañana en que regresaba a Buenos Aires para atender el negocio de la calle Jonte.
Qué lindo lo pasaba, vida al aire libre entre los pinares y los médanos, playa hasta que la luna invitaba a regresar, los asados del tío, la canchita improvisada en el fondo, que recuerdos.
Por las noches siempre jugábamos algún juego de mesa, lo hacíamos por monedas, el tío o papá ganaban casi siempre, a mí me daba bronca y ellos haciéndose los ofendidos tiraban las monedas de la apuesta, yo emocionado las juntaba desesperado y me las quedaba. Al otro día mis “ganancias” se perdían en el ritual del helado y metegol en lo del tano Luigi, a la noche se repetía la parodia de las monedas y yo era feliz.
También estaban los chicos, Miguel, Jorge y Claudio.
Miguel y Jorge eran hermanos eran residentes de Villa Gesell, su casa era lindera a la de mis tíos. Claudio vivía como yo en Buenos Aires y sus padres alquilaban la casa frente a la nuestra todos los veranos.
Con la inteligencia que da la niñez para inventar juegos no había tarde que no supiésemos que hacer, éramos de una generación que no necesitaba la computadora para divertirse, se improvisaba con poco y nada y las aventuras se tornaban de película.
Fue así que recuerdo ese día en que a Miguel se le ocurrió que sería intrépido, entrar al jardín del viejo Acevedo.
El viejo tenía unos frutales que explotaban, ciruelas, naranjas, damascos y peras, solo verlos desde la reja nos provocaba gula, eran su orgullo.
Todos estuvieron de acuerdo menos yo, no por aburrido que dije no, es que mi padre me había inculcado fuertemente el respeto por lo ajeno.
Como se sabe a esa edad, diez años, uno no tiene las convicciones tan fuertes, bastó que me digan dos veces ¡dale cagón como te vas a perder esas frutas ahora que el viejo no está no seas tan cagón! Que acepté.
La entrada fue fácil ya que había un especie de descanso sobre el medidor de gas que servía para darnos el envión, fue así que sabiendo que el viejo tardaría dos horas al menos, había ido a misa, que entramos.
Media hora nos tomó recoger decenas de frutos de cada árbol, solo la adrenalina que se genera al hacer algo prohibido justificaba el sudor que brotaba de mi piel ya que había sido un día especialmente frío, recuerdo.
Una vez juntada la cantidad de fruta que Miguel creyó conveniente empezamos a salir. Al ver el auto del viejo Acevedo doblar por la esquina en forma anticipada, nos apuramos, Miguel y Claudio más delgados saltaron fácilmente, Jorge lo hizo detrás, yo asustado y con sobrepeso no pude evitar quedar enganchado con mi pierna en la reja, grité mi dolor sangrante, los tres miraron para atrás y huyeron.
Ellos corrieron desesperados y yo en mi desesperación me arrojé. Los músculos internos de mi muslo se destrozaron ese día, no tanto como mi corazón.
Luego el viejo Acevedo me llevó al hospital y llamo a mis padres, la lesión fue tan grave que nadie se atrevió ni siquiera a retarme.
Después de los primeros auxilios, esa misma tarde me trasladaron a Buenos Aires para cirugía mayor.
Nunca más pude caminar bien, de hecho desde ese día soy el “rengo” para mis amigos.
Obvio que cuando hablo de mis amigos, no son ellos. Los de aquél verano, no los volví a ver hasta recién, en que el hombre que contraté trajo sus fotos posteriores a la amputación…
Ness 21/11/09


Los frutales de Acevedo by Néstor Fidel Panseri Cabello is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.
Based on a work at letras kiltras.

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Texto agregado el 22-11-2009, y leído por 93 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-11-2009 Me enacanta este cuento salpicado de gratos recuerdos, de los mejores recuerdos porque cuando se es niño y se trae a la memoria algo como esto, la vivencia es irrepetible. Además, excelentemente contado: fluido y preciso. Lo disfruté. Sofiama
22-11-2009 Buena historia, me trajo recuerdos, me hizo sonreír y cuando llegué al final, quedé sorprendida por lo abierto que está. Muy bien. Saludos. Jeve. Jeve_et_Ruma
 
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