Cómo no habrían de brillarle los ojos si era un Carolina Herrera auténtico; sin embargo, un par de días atrás, cuando se topó cara a cara con la vendedora de la heladería, la que fue su mejor amiga en el colegio, no hizo sino clavar su mirada en el surtido de sabores dietéticos, los que por lo artificial e insustancial más que por lo cremoso le calaban perfecto. Cómo no iba a desbocársele el corazón si estaba a punto de tener sexo animal con la más “hot” del gimnasio, y eso, para él, valía más que cualquier beso enamorado que pudiera impregnarle su amantísima esposa. Cómo no se le erizaría la piel, conducir aquel Mercedes último modelo era lo más cercano al cielo que había experimentado en su vida, ni siquiera en aquella oportunidad en la autopista cuando sobrevivió de milagro al estrellarse contra un camión cargado de naranjas. Un cd, el trabajo en el prestigioso bufete, un perfume, la cita con el del chat, un reloj… ¿A eso se reduce la emoción de vivir? Que poca imaginación y cuanto conformismo. ¿Qué manera de ser tan frágil?