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El Tango del Viudo, me quedó sonando en la mente; el nombre del poema del Gran Poeta, fallecido el 23 de septiembre, dos días antes de que fuera detenido desde mi hogar en Quintero y llevado a la Base Naval de El Belloto. Era una oscura noche de primavera y yacía inmóvil de espanto ante la incertidumbre de no saber qué pasaría conmigo. Dos veces habían cercado la escuela donde trabajaba, y el director del establecimiento, no se atrevía a informarme que andaban buscándome, dejando a la patrulla llegar hasta mi sala de clases y preguntarme un montón de tonteras incoherentes. La segunda vez, noté en los ojos del oficial a cargo de la patrulla naval el deseo de terminar con esta intimidación y llevarme detenido de una vez por todas. Pero no fue así, esperaron a que llegara a mi casa siendo ya las 22:00 horas, del martes 25 del mismo y haciéndome entrar al jeep descubierto, esposado de un empujón me echaron al piso y entre los bototos de los cadetes navales, comenzó mi pesadilla.
Mi estómago saltaba de nervios, pensando en mi joven y atemorizada esposa, también profesora que había quedado sola en nuestro hogar. Comentamos muchas veces el temor de ser acusados, ya que el caos llevaba a cualquier persona que tuviera enconos en contra de alguien, era muy fácil denunciarlo de terrorista upeliento.
Al entrar al recinto de la Armada, escuchaba un montón de órdenes y gritos de oficiales a la tropa que corría de uno a otro lado, carreras y ruidos extraños, que en el susto que tenía no podía distinguir, al final en todo este cuento, pude entender que se trataba de hombres que lloraban, se quejaban por estar heridos, fracturados o sencillamente el terror a lo desconocido les nublaba la capacidad de reaccionar de mejor forma.
Con éste ambiente tan poco auspicioso, fui llevado y colocado boca abajo en la losa de aterrizaje de la base naval y allí pude observar la gran cantidad de personas que como yo, debíamos permanecer así, con los brazos sobre la nuca, sin importar, si el piso estaba sucio de excremento, orina, aceite y otros desperdicios. El olor era muy desagradable, las arcadas no se hicieron esperar, además al lado izquierdo tenía a un hombre de unos 60 años, al parecer ya tenía muchas horas en esa posición y estaba todo vomitado. Me observó desde su humillante situación y esbozó un intento de saludo, al que respondí con una sonrisa creo... pero fue lo que traté de hacer.
Mi carácter sociable desarrollado por ejercer tantos años en el Mineral El Teniente como profesor de educación básica en el Campamento de Sewell, donde era muy feliz, apreciado y valorado en todo lo que significa la carrera docente, me fortaleció el espíritu de superación y entereza para los tiempos difíciles que comenzaba a vivir.
A mi derecha me encontré con un par de ojos cansados y ubicados en un rostro oscuro de cabellos muy blancos y espesos bigotes de igual color. Era el colega Belisario Rojas, oriundo de Idahue un pueblito de la Sexta Región hacia el oeste de Rancagua. Miré fijamente a sus ojos tan tristes y ante mi situación de no saber entender lo que me sucedería, él comenzó a conversarme iniciando un diálogo más o menos así:
-¿Es muy tarde ya mi amigo? -
- Bueno, no sé, me detuvieron como a las diez y fue en Quintero, yo creo que deben ser cerca de las doce a todo esto... -
- Bueno, queda noche todavía, trate de pensar en sus recuerdos de niño, no piense en lo que le está pasando. Es un consejo que le doy, es para no volverse loco, yo llevo 3 días aquí, sin moverme, mañana se dará cuenta todo lo "guaneado que estoy",
además, de mojado y hediondo, muerto de hambre. -
No supe qué responder, pero observé disimuladamente y recién comencé a darme cuenta del ambiente que me rodeaba, rostros de mirada perdida, ojos desorbitados, me imaginaba que de pronto se desprenderían de sus órbitas y caerían al piso dando botes cuales pelotas de ping pong.
- ¿De dónde es usted colega? le pregunté y él me miró sonriendo. ¡cómo cambió su rostro con ésa sonrisa!
- Soy de Idahue, ¿pero cómo sabe que soy profesor?
- Perdón... ¿le llamé colega? Estoy tan acostumbrado que no me di cuenta. Pero bueno no importa, cuénteme qué hacía usted en su tierra. -
- Soy profesor de la escuelita de Idahue. Por eso me extrañó que me llamara colega. -
- Yo también soy profesor, llegué hace poco de la Sexta Región, cuando me casé me vine con mi esposa a vivir acá, ella es de Rancagua. -
-Mire usted, qué coincidencia, justo venimos de la misma región... bueno, cuénteme de su niñez, -
- Nací en Viña del Mar, y mis padres eran de Iquique, ellos también eran maestros, pero del liceo de Viña, mi padre el director y mi madre la inspectora general.
Tengo además una hermana que trabaja en el Servicio de Correos de Chile en el Telégrafo.
Ya solo me queda mi madre y mi hermana. Estudié en la Escuela Normal José Abelardo Núñez de donde egresé el año 58 y me fui inmediatamente a Sewell, después cuando trajeron a la gente del Campamento al valle de Rancagua, me vine a Quintero trasladado. No me gustó nunca Rancagua para trabajar. -
- Lo pasaban bien los profesores en Sewell, tuvo suerte amigo en trabajar allí... ¿le costó mucho conseguirse el cupo? -
- En realidad no se si tanto, ya que cuando envié mis papeles no se demoraron mucho en darme el nombramiento y para mi sorpresa era para donde por curiosidad se me ocurrió postular. Creo que caí parado, como se dice vulgarmente... en realidad, era una maravilla trabajar allá, una escuela donde no hace falta nada de nada... usted abría la boca para
pedir algo y ya lo tenía. A los niños nunca le faltaban los útiles y siempre andaban bien alimentados y abrigaditos, La calefacción en las salas de clase era todo un lujo. Nada comparado a la pobreza de la escuelita donde estoy trabajando ahora. -
- En cambio yo, siempre he sido del campo, entre la fruta y las verduras, los chiquillos con ojotitas en pleno invierno, pero como yo me crié igual, no me extrañaba tanto. Se vivían pobrezas pero la tranquilidad para mi vale oro. -
Y así, compartiendo a susurros nuestras primeras experiencias de docentes, con mi colega Rojas... nos amaneció...
Los lamentos y gritos de los heridos, de pronto unas carreras sigilosas de los cadetes arrastrando un cuerpo ensangrentado y deforme por el suplicio al que le habían sometido, me hizo cerrar los ojos y por primera vez, se me mojó el rostro de llanto, un llanto contenido, de hombre, humillado, asustado, entumido y deseoso de terminar con esta pesadilla y enfrentar cara a cara a la muerte de una vez por todas.
Cuando ya el sol comenzó a picar en mi espalda y el olor a cuerpos en reposo, sin bañarse, sin acudir a un baño comenzó a meterse por mis narices, las arcadas volvieron a darme fuertes estremecimientos, que fueron percibidos por el guardia que se encontraba justamente a mis pies.
- ¿Qué le pasa a usted oiga? ¿Es que no le gusta la camita con vista a los cerros? -
Cuando iba a responder... como es mi costumbre, los ojos de mi colega me hablaron, fue tal su expresión que me quedé mudo y sin arcadas.
Solo bajé la cabeza dejando mi barbilla apoyada en el cemento y cerré fuertemente los ojos, que nuevamente estaban húmedos por las lágrimas.
- Shhh, no coleguita... - escuché suavemente, -no se deje tentar a que lo torturen, no les conteste, sea inteligente, no piense en los que están afuera, deje que Dios se encargue de ellos. Piense cuando era niño, en sus niños de Sewell, en los mejores momentos de la Normal, eso es lo que debe permanecer en su mente, se puede volver loco y ellos notarán su desesperación y como también están cansados, querrán dejarlo callado y para siempre, en los tres días que llevo aquí, he visto de todo un poco. ¡No se deje tentar! ¡Cuídese coleguita! Es mejor, gáneles en inteligencia, usted sabe pensar ellos no. -
Miré a mi vecino y colega de desgracia también esta vez, en sus ojos de viejo sabio noté el rayo de esperanza, y comencé a intentar calmarme y logré observar detenidamente donde estaba.
Al lado derecho tras mi colega la fila de cuerpos era interminable, distinguí contra la luz del sol dos aviones y tres helicópteros que lucían el nombre de Aviación Naval.
El resto, tropa y vehículos blindados, de campaña y tras una blanca reja, los autos de las autoridades militares.
Cuando volví mi vista a la izquierda, para mi fue un impacto muy difícil de disimular, mi vecino no estaba... me volví inquieto para interrogar a mi colega si había visto algo...
Me habló con voz pausada y muy bajito, como para no ser descubierto:
- Se lo llevaron antes del amanecer, estábamos tan bien conversando... cuando lo arrastraron usted no lo notó, colega... -
- ¿Pero cómo no pude darme cuenta? -
- Usted tendrá que aprender a ser cauteloso, ya le dije hace rato, use la inteligencia... ¡gáneles hombre! usted sabe pensar, éstos sólo reciben órdenes. -
- Pero, ¿cómo es que no me di cuenta de que a mi vecino, se lo llevaron? -
-¡Debe haber muerto al ratito que usted llegó! -
- ¿Murió? ¿y yo no me di cuenta? Pero por la ....-
- No se caliente la cabeza colega... déjese de leseras y viva de sus recuerdos mejor... -
Al rato deben haber sido las 7:00 de la mañana, un grupo de soldados ingresó al recinto y comenzó a rendir honores a tres militares que no distinguía quienes y de qué fuerzas eran. Marcharon y pasaron frente a nosotros, noté que eran generales de Ejército y Carabineros, los demás tropa de la Marina que está a cargo de la base.
Como a la hora después de que ellos se fueran en un helicóptero que casi nos saca la cabeza con el ruido y fuerza del viento que genera la hélice, llega un grupo de marinos y nos ordena ponernos de pie.
Noté mis piernas agarrotadas, tuve serios problemas para levantarme y ayudar a mi coleguita a lograrlo, pero él acostumbrado a estar así, me da ánimo de que comience a ejercitar mis rodillas y doblando una y otra pierna, logro sentirme mejor.
Un oficial nos ordena formación y que debemos caminar con los brazos nuevamente en la nuca y nos hace alejarnos un buen trecho del lugar donde estábamos. Yo miraba los cerros de El Belloto y pensaba en mi familia, me daban ganas de correr y saltar la reja que me separaba de la libertad, pero también lograba entrar a mi mente que si lo intentaba, terminaría tendido en el piso con un reguero de balas en mi espalda.
¡Y yo quería volver a los míos!
Nos dieron un tazón de algo parecido a té, con un saco de pan que vimos que hasta escupieron los cadetes en el, antes de colocarlo a nuestra disposición.
- ¡No se le vaya a ocurrir coleguita comer de esa porquería! Le apuesto lo que quiera que hasta está verde el pan, no hay ninguna marraqueta entera, todas deben ser sobras del desayuno de la tropa. Son así, estos desgraciados, nos tratan peor que a los animales. -
Y no se equivocó mi colega, cuando un hombre mucho más joven que yo, con sus ojos que delataban el hambre se abalanzó sobre el saco de pan, asegurándose de su ración, lo volcó y quedó el contenido sobre el cemento y el pasto, Allí había trozos de pan de molde, marraquetas y tortillas con ají o algo parecido, algunos trozos daban claras señales de que eran las sobras de alguna mesa. Otros pedazos daban claras señales del tiempo que tenían, ya que lucían con el verde hongo de la humedad.
Pasaron así, dos semanas de crueles maltratos sicológicos, y solo en una oportunidad me llevaron a interrogatorio, mi colega Rojas me tenía preparado para tal tormento. Cuando me llamaron:
- Andrés Morales de Quintero, ¡Póngase de pie y acompáñeme!
No lo podía creer, no me dijeron garabatos, no me pusieron el cañón del fusil en la cara como había visto y al enfrentar mi mirada con la del marino que me apuntaba, supe el motivo. Era un joven cadete amigo del hijo de mi primo Erasmo que es marino, a quién no he visto en años.
No di señales de reconocerlo y caminando al lado mío me dice:
- Lo voy a dejar un rato afuera de la guardia, no se mueva un milímetro de allí, tengo algo que entregarle... -
En la guardia, los militares entraban y salían, con carpetas y bultos, vehículos que traían más detenidos y hombres que caminaban pausadamente, con un papel amarillo que se me imaginó una credencial, miraban con ojos angustiados hacia la pista de aterrizaje donde quizás habían pasado muchas horas y en estos momentos abandonaban la reclusión y eran libres. Caminaban despacito, hasta alcanzar la puerta después de que el oficial de guardia les revisara los papeles y cuando pisaban la vereda, corrían hasta desaparecer de mi vista.
En todo ese rato, seguía allí inmóvil siguiendo el consejo del cadete hasta que éste apareció y me da dos cajetillas de Hilton y dos barritas de chocolates que mi amada había logrado enviarme.
Yo no hablé, no dije nada, solo escuché al cadete y en ese momento sale un oficial y le ordena que lleve a cinco detenidos que salían tras él y cuando el oficial entró nuevamente a la guardia, el cadete me juntó a los nuevos detenidos y me llevó de regreso al grupo. En el camino, me explicó que había hecho eso para que no hubieran testigos y reclamaran contra él por tener trato especial conmigo.
Ahí logré esbozar una sonrisa y relajarme del temor que tenía de ser torturado. La emoción de saber que guardaba en mi pecho los chocolates y cigarros que me había enviado la familia hacían de mí un hombre feliz y podría compartir con mi coleguita los cigarros.
De mi gran regalo, sólo aproveché 10 cigarrillos pues compartí con mi colega los otros diez, ya que la otra cajetilla la regalé, no podía fumar, solo... me emocionaba ver cómo se repartían los cigarros y hasta entre cinco se fumaban un pucho.
El 15 de octubre me llamaron nuevamente, pero ésta vez el grito me dejó envarado... de los títulos que agregaron a mi nombre sólo recuerdo:
- Upeliento, maricón y cafiche del pueblo... de Andrés Morales de Quintero, que le gusta enseñar literatura revolucionaria y marxista. etc., etc., -
La sorpresa me dejó torpe, sólo atiné a no despegar la vista de mi amigo y de un salto ya estaba en pié, cuando el culatazo me llegó a las costillas y se me cortó el aliento, cayendo al piso y de una patada quedé en pie de nuevo, los empujones hicieron que se cayeran mis anteojos, que tímidamente me pasó alguien que también había caído al suelo.
Me llevaron a una sala cerca de la guardia, me ordenaron sacarme toda la ropa, me dejé los lentes, aunque dudé en dejarlos en la ropa, si me iban a golpear, pensé me los pueden romper. Pensando en eso, me llega el grito de que ingrese a la pieza donde había 6 uniformados y todo quedó a oscuras para mí, fue lo único que alcancé a ver y me colocaron una especie de cintillo sobre la cabeza para que no pudiera ver a quiénes me iban a interrogar.
- ¿Tienen los papeles de éste modelito? - Escuché ésa voz y me dieron ganas de salir arrancando, pero un nuevo golpe me obligó a caer sentado y sentía cómo me sacaban fotos y me iluminaban la cara con una luz muy potente, pues sentía que me daba el calor de la ampolleta muy cerca del rostro.
La primera pregunta fue:
- ¿En qué organización upelienta estai metido viejo de ...? -
- Pertenezco al Colegio de Profesores, nada más... -
Me llegó un golpe a mi cara que con mis dientes me partí los labios y noté lo salado de la sangre.
- No me vengai con mentiras, viejo maricón... sabimos perfectamente que estai metido en un complot para matar a la familia de mi almirante... -
- ¡Pero si yo nunca he tomado un arma! - Ahí se me vino yo creo que dos marinos encima, los golpes eran con algo húmedo por donde cayeran, sentí y pensé que no saldría vivo de allí... cuando la imagen de mi esposa, de mi madre y hermana llegaron a mi mente sentí ganas de pararme y enfrentar a los que insultaban. No sé que di a entender con mis reacciones, pues un golpe de puño en pleno rostro me botó la venda con lentes y todo y quedé cara a cara con mi torturador... se produjo un silencio de muerte... Erasmo Santis Morales, oficial de la Marina de Chile, mi primo hermano... se levantó frunciendo el ceño, sentí alivio, sus subalternos se detuvieron esperando nuevas órdenes, las que no llegaban, hasta que por fin dijo:
- ¿Dónde están los papeles de éste güe...? -
Y se volvió, encendió un cigarrillo, dándome las espaldas fumaba como intentando hacer creer que leía detenidamente mis antecedentes.
-¿ Cuándo lo trajeron a éste? -
- El 25 de septiembre me detuvieron, le respondí? -
- ¿Quién te ha preguntado a vos mierda? ¿No sabís que aquí el que manda soy yo? ¿O querís que te lo enseñe de otra forma?- Las risas de los cadetes no se hicieron esperar... yo tiritaba, me acordaba de las palabras de mi colega Rojas y de su cara de tristeza cuando vio que me traían... traté de leer en sus ojos algún consejo ésta vez, pero fue en vano, sus lágrimas borraron todo lo que intenté ver.
Santis volvió a su asiento, hizo un ademán de que me taparan nuevamente la vista, me pasaron mis lentes, al menos ésa delicadeza reconozco y me volvieron a preguntar, pero esta vez, no era mi primo, sino que otro personaje que había llegado acompañado creo de otra víctima.
- ¿Porqué te viniste de Rancagua pa' Quintero...? -
- Porque trabajé en Sewell y como trajeron a la gente del Campamento al valle de Rancagua, y a mí no me gusta ese lugar para trabajar, pedí el traslado ya que yo nací en la región de Valparaíso. -
- ¿ Y vos creís que nosotros nos vamos a tragar ese cuento viejo de mierda? - Y nuevamente los golpes me llegaron y esta vez por todas partes, hasta que desperté tendido en el suelo, entumido por la desnudez y adolorido por los golpes. Sentí dos dientes sueltos, los labios hinchados y una serie de "huevos" en la cabeza además de quemaduras eléctricas en mis muñecas... al menos pensé ningún hueso roto.
Cuando estuve más lúcido, me senté rodeando mis piernas con mis brazos para no sentir tanto frío y miro frente mío a otro hombre con la nariz rota y mucha sangre en su cara, llena de heridas y sangrantes, mi primera intención fue ayudarle, pero el cañón de un fusil detuvo mi intento. Me obligó el cadete a levantarme y a duras penas logré ponerme de pie, me tiró mi ropa y tras un supremo esfuerzo logré vestirme, pero no encontré mis zapatos. y así, fui sacado de la sala de torturas rumbo a la pista de aterrizaje.
Rojas abrió sus ojos y me sonrió, cuando me tendí en el piso a su lado, me dijo:
- Reciba mi amigo mi bienvenida con toda la alegría que pueda imaginar, no sabe cuánto he rezado para volver a verlo vivo.-
Ahí me quedé nulo, no lo podía creer, nunca pensé que alguien rezara por mí, ya que yo jamás he hecho el más mínimo intento de hacer una oración. No practico religión ni credo alguno. Mis padres tampoco. Y ante la alegría y fe de mi buen amigo, pensé, por lo menos me aprenderé un rezo si salgo de aquí.
- Gracias coleguita, creo que no me fue tan mal, me pegaron, pero estoy entero, aunque creo perderé dos dientes, ya que los tengo sueltos... pero esto no es nada, conmigo había un hombre que creo no volverá... -
- "Gracias a la vida, que me ha dado tanto..." le escuché cantar a Rojas, y mientras nos bañaban nuestros rostros las lágrimas, cantamos yo sin saber hacerlo, hasta la Juana Rosa y el Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan... y de pronto él se pone a recitar:
Su poema favorito: El Tango del Viudo de Neruda
"Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola.... "
Y así se pasó otra semana, algo había mejorado en nuestro cautiverio, por lo menos habíamos comido algo mejor, ya no tan desagradable y más frescos los alimentos, hasta fruta había logrado probar. Mis machucones ya estaban desapareciendo pero la pesadilla ahora era más intensa en la noche.
Con mi amigo nos turnábamos para dormir, así uno vigilaba y alertaba al otro para no ser sorprendidos, pero una noche de infierno vivo, al frente nuestro comenzó a formarse un gran grupo de cadetes al mando de un hombre que no habíamos visto antes en la base y preguntando a viva voz:
-¿Quieren entretenerse los jetones? -
-Sí, mi teniente.-
Gritaron todos a la vez y se apartó de la tropa para dirigirse hacia la guardia. Al rato aparece con 6 hombres más que se dividen de a tres y se fueron hacia los helicópteros, a todo esto ya tenían un grupo indeterminado de prisioneros en formación y cuando el cadete se acerca a nosotros, apunta a mi coleguita que era el elegido a formar parte de la fila, con una patada lo hizo llegar a la formación y no alcancé a despedirme ni nada. Tiritaba, no podía controlar mis estremecimientos, la pena, la impotencia, los deseos de gritar y defender a mi amigo, miraba su silueta avanzar hacia los helicópteros hasta que por las sombras de la noche y mi llanto, ya no pude ver más. El viento generado por las hélices me refrescó la cara, cuando los helicópteros ya no estaban al alcance de mi vista solo el ruido de ellos alejándose, di rienda suelta a mi desesperación. Me di cuenta de que a mi derecha mi vecino me quedaba como a diez metros de distancia y a mi izquierda también.
-¿Qué había sucedido? ¿Porqué no me llevaron también? ¿Cómo se reza, Dios Mío, cómo será? ¿Si sólo le hablo, me escuchará, si le pido por mi amigo, ya que él lo hizo por mí y decía que gracias a los rezos yo había vuelto de la tortura?-
No pude dormir, tiritaba, me dolía la cabeza, solo quería arrancar, gritar, pero algo en mi cerebro recordó:
- "No se deje tentar coleguita, usted piensa y éstos no, sólo reciben órdenes, sea inteligente, no les conteste, déjelos que se crean superiores, usted es mucho más... piense en sus niños de Sewell, en sus travesuras del colegio..." -
Y así se me fueron cuatro días más, qué solo estaba, que tristeza más grande tenía, en momentos que me dejaba llevar por mis meditaciones, conversaba con mi colega y sentía que me decía:
-No se preocupe por mí coleguita, cuídese usted nomás, yo ya estoy bien, nada me duele... -
Y ahí estallaba en un llanto silencioso, quería morir, de verdad, tenía intenciones de salir arrancando y que me barrieran a balas, darles en el gusto... pero los consejos de mi amigo, me volvían a la cordura.
Un joven que no tenía más de veinte años, se me acercaba cuando nos daban comida, y me preguntaba qué hacía y de dónde era. Ahí me enteré que estudiaba en la Católica de Valparaíso y que era del MIR, pero que aún no lo habían identificado como activista. Cuando eran como las cuatro de la tarde, escucho un grito:
- ¡Andrés Morales de Quintero... a la guardia! -
Caminé torpemente, se me recogía la espalda de sólo pensar que me torturarían nuevamente, pero para mi sorpresa, me hacen esperar afuera y como a la media hora, sale un oficial y me entrega la esperada hoja amarilla y mi cédula identidad y un paquete.
- ¡Puede irse! me grita.
La hoja rezaba Credencial de Salida Base Naval de El Belloto. Hubiese querido gritar, pero nuevamente me obligué a la cordura, ¿porqué demostrar alegría, si había sufrido una injusticia? Pero bueno, con mucha lentitud abrí el paquete, contenía mi reloj, mis otros documentos de profesor, conductor y tarjetas comerciales. Faltaban todas mis fotografías, pero había también dos barritas de chocolates y dos paquetes de cigarros, intenté volver a regalarlos, pero no me atreví. Era tan ansiada la necesidad de salir que caminaba tontamente, una piedra me volvió a la realidad, iba descalzo y casi me saco una uña al pisar tan a prisa.
El guardia demoró una eternidad a mi parecer en timbrar el papel amarillo y me abrió la puerta advirtiéndome:
-¡Asegúrate güe... de llegar antes de las 8 a algún lugar, no te vayan a traer por el Toque de Queda.-
Ya en la calle, El Troncal me pareció hermoso, comencé a caminar, pero no tenía dinero y a Quintero no podía llegar a pie, y aunque tomara una micro, la hora me pillaría, No me atrevía ir en busca de algún amigo, sería comprometedor, llegar descalzo y sucio... ¿Se atrevería alguien a recibirme en esas condiciones?
Me dispuse a caminar, lo más pronto posible, alejarme de la base, no ver nada de ella al menos, y buscar dónde quedarme en la noche, y de pronto mi corazón dio un vuelco, un bar estaba abierto y me apresuré a entrar, el hombre tras el mesón, me miró de arriba abajo detenidamente y me dijo:
- ¿Quiere tomar algo? -
- Si, pero no tengo plata yo, yo... - Puso un vaso de vino tinto a mi alcance y me dijo:
- Siéntese hombre, tómese el trago, ya me lo pagará, ¿usté cree que no se de dónde viene? -
Abrí mi cajetilla de cigarrillos y le ofrecí uno él lo acepto, y ahí me di cuenta de que la cajetilla tenía algo entremedio y para mi sorpresa era un billete verde... casi se me sale el corazón. Le ofrecí al hombre pagarle por que me dejara darme una ducha y me dijo:
- Mire, por diez mil le doy alojamiento, comida y mañana se va tranquilo, tempranito. -
Me llevó a una pieza pequeña pero limpia, me pasó una toalla y un jabón desinfectante, ahí reparé el olor que tenía, y me pasó unos pantalones que me quedaban nadando y una camisa que debieron pertenecer a alguien mucho más grande que yo, pero la mirada de agradecido que le di, lo dejé sin habla.
Al rato de sentirme limpio, con ropa más presentable y con unas "chalas condorito" ya que no me quedó ningún par de zapatos de los que me ofreció. Le paqué por una botella de vino y me fui a dormir.
Dormía a ratos, contento y temeroso, cualquier ruido me hacía estremecer, hasta un sismo tuve esa noche y cuando pensaba que vería a los míos, mi alegría se volvía llanto.
Antes de las siete ya estaba listo y desayunado, el dueño del bar compartió un café al lado mío y me dijo:
- Con usted ya van 18 personas que han llegado aquí y yo los he atendido, ¿sabe que todos han vuelto después a verme? Vienen con su familia a agradecerme, yo pienso, nadie está libre... y usted vino con suerte, ya que me pagó por todo._
- Pero no crea Don Antonio, usted me recibió sin saber si tenía plata, y eso ya habla de cómo es usted. -
Finalmente, nos dimos un abrazo y me alejé del bar Don Nica y tomé una Belloto Sur, rumbo a Viña del Mar. Cuando el paisaje me señaló que estaba cerca del edificio de departamentos donde seguramente estaría mi atormentada madre, el corazón me latía por todas partes, avancé tratando de que no se me notara el ansia de llegar, y subiendo los peldaños hasta el tercer piso, pensaba en Rojitas y mis ojos se nublaban.
Cuando di los característicos golpes en la puerta que mi madre usaba de santo y seña, la puerta estaba junta, ya que al golpear, se abrió un poco y pude ver la figura de mi viejita sentada ante la mesa del comedor en su eterno juego Solitario con los naipes.
Cuando levantó la vista y nuestras miradas se encontraron, guturalmente le escuché decir:
-¡Estrella! - y se me abrazó, yo besé su frente, la tomé fuerte y la levanté, me miró y sus lágrimas fueron muchas, pero se las limpió y me apartó de su lado, para dejar a mi esposa que me abrazara.
Estrella, llevaba más de diez días con mamá, no hablamos nada de lo que había vivido en la base.
Comentamos que mucha gente iba a preguntar por mí, pero nada más, me di un agradable baño de espuma y me puse mis ropas que siempre guardo en casa de mi madre, como si supiera que las iba a necesitar.
Hicimos un pacto, no hablaríamos de mi situación de los 30 días de cautiverio hasta cuando las cosas se encontraran más calmadas.
Pasamos allí, 3 días pero con Estrella debíamos ir a nuestro hogar. Ya recuperado, en mi alimentación y la alegría de volver a los míos, mis emociones fueron encontrando la calma, aunque en la noche, sentía en mi mente las voces y gritos de los torturados y mi amigo se me aparecía en todos mis sueños.
Pasó el tiempo, cuatro años y fui padre de un niño que me cambió la existencia, con su llegada mi corazón encontró un sentido de vida distinto y la energía de vivir para él, hizo que pensara que la vida me estaba devolviendo o pagando la injusticia a la fui sometido como tantas otras personas en nuestro país.
Hoy mi hijo cumple 18 años, su mayoría de edad y está por ingresar a la universidad y desea ser Arquitecto. Yo ahora en mi reconocida carrera docente he sido becado para formar parte de los primeros educadores de informática para enseñanza básica y media. Estudio en los veranos y mi esposa se va a vacacionar a Rancagua con su familia y éste año planean un viaje al sur con su hermana y una sobrina y sus hijas, llegarán hasta Chiloé y estarán 12 días en el Sur.
Daniel por sus carretes ha llegado de madrugada y lo dejo durmiendo feliz y me voy a Viña del Mar a comprar unos insumos de mi computadora.
Caminando por la Avenida Valparaíso como a las 11 de la mañana del domingo 4 de febrero de 1996, el sol ya ha comenzado a picar en mi rostro y pensativo avanzo vitrineando las tiendas de computación, de pronto justo en la puerta de la galería Big Ben, escucho un grito desgarrador de la otra acera y es un :
- ¡MORAAAALEEESSSS! -
Miro impresionado, un hombre de aspecto muy sufrido, de blancos y escasos cabellos, enjuto y muy encorvado, de pantalón deportivo oscuro y una polera celeste está mirándome, en un principio pienso que se equivocó y me ha confundido, ya que hizo el ademán de seguir, pero cuando veo a sus ojos y son esos ojos que me hablaron una vez, para salvarme la vida hace ya 23 años. Di un brinco, y a grandes zancadas llegué a su lado, lo abracé, tomé en vilo y lo besé en la frente, mejillas fundiendo nuestras lágrimas de dolor compartido y alegría por el reencuentro, sí mi colega Rojas estaba ahí, conmigo, como muchas veces soñé y pedí que se diera, pero mi incrédulo corazón me engañaba.
Ante nuestra demostrativa manifestación de alegría, escuché decir a algunos transeúntes_
- ¡Miren el par de viejos colizones, besándose en plena calle! -
No nos importó, abrazados, buscamos un bar, desde donde llamé a mi hijo y le dije que no volvería a casa hasta un par de días ya que me había pasado algo muy bueno y que no se preocupara.
Tres días estuvimos conversando, nos emborrachamos, lloramos, nos reímos y nos contamos qué había pasado con nuestras vidas en estos años.
Mi colega, fue llevado a Pisagua y allí estuvo unos seis meses y salió libre, volvió a su tierra, con la secreta idea de buscarme y ahora llevaba más de una semana averiguando por mi.
La alegría para mi familia y desde luego la suya, ya que desde ese venturoso día de nuestro Reencuentro no hemos dejado de compartir.
Somos dos viejos jubilados, con tristes y hermosos recuerdos, jugamos mucho al naipe y apostamos siempre una botella de vino y damos gracias a la desgracia de habernos dejado como regalo al mejor de los amigos.

Isel Bolaños
28.09.2008

Texto agregado el 14-12-2009, y leído por 84 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-01-2010 El cuentero tiene un cacaomentak en su mente que estoy seguro de que ella misma no lo entiende. Muy mal narrado, debe dedicarse a vender pan y no perder el tiempo escribiendo tonterías. Cero votos. elpatriarca
16-12-2009 Está muy bien narrado, es interesante y no aburre su lectura, me gustó por su orininalidad Felicitaciones a Isel Bolaños. silversoncco
14-12-2009 .|. Pene
 
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