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Esta es la historia no fácil de contar de la vida entre dos mundos, la división del ser en el pasadizo de los sueños, con la memoria intacta y más allá de lo que fue capaz de comprender.

No era nada, nada le diferenciaba de los otros. Recurría buscando una imagen a los espejos de la antigua casa de cristal y solo una visión difusa, de lo que podía ser una persona, le devolvían como haciendo sorna de su pesar. Desde que nació comenzó a fundirse con el paisaje y ahora en la medianía de la vida era sólo trazos, carboncillo sobre papel.
Ante el desconsuelo que eso le provocaba se devolvía, cuesta abajo, retomando el camino con los ojos clavados en la tierra y los pies flotando, ingrávida sensación.

Se recostaba en las nubes, bebía de ellas y se ocultaba del Sol, por temor a que sus rayos le traspasaran con impunidad. Esperaba la noche para conversar con la Luna, su única amiga, su único consuelo...


...Dicen que hay asuntos que lo anclan a uno a la tierra: los oficiosos estudios, el abnegado trabajo, un amor duradero, los hijos, incipientes raíces que pronto se desprenden de uno para adquirir vida propia.
Poéticamente hablando, nada puede ser más seductor para un hombre de bien que plantar un árbol, escribir un sesudo legajo de palabras para que otros lo cataloguen como libro, procrear a uno de esos seres incipientes que dibujarán a menudo la palabra padre.

¡Patrañas, simples patrañas! ¡Nada es tan simple ni tan fácil!

Todo se escapa por oscuros derroteros para que algún triste día nos demos cuenta que hemos sembrado soledades. Y el fantasma de ese hombre, sacudía sus pálidas y andrajosas vestimentas como si con ello diese una rotunda vuelta de página a sus sinsabores, cavilaciones se arrastraba por las oscuras cavernas de la depresión, nada tenía sentido para él, todo era fuego fatuo que se consumía en las llamas frías de la inconsistencia.

El lo reconocía a menudo: más que cordón umbilical, lo que lo ataba a su madre era una irrompible cadena de temores, acudía ante ella para buscar un ligero consuelo, pero la mujer, fría como si fuese la hija polar de la abnegación, lo auscultaba con sus ojillos tristes, intercambiaban palabras de cortesía y el hombre se despedía de ella con un beso esculpido en las nieves eternas que coronaban su corazón. Si, la luna era su madre, ella acogía sus plegarias absurdas y le acariciaba con su resplandor mortecino, le dictaba difusos mensajes nacidos en las profundidades de esos mares cenicientos, ella, sólo ella, iluminando con sus rayos de plata envejecida sus ideales poco convincentes, esa arcilla blanda apta para ser moldeada por cualquiera que ingresara a los febles códigos del hombre.

La idea se transformó en una obsesión, ahora lo tenía claro, el no era hijo de este deplorable abismo en que permanecía sujeto más que nada por la repelencia que le producía el respirar ese aire fétido que hería su extraña sensibilidad. No era nadie, no existía, pero sí ella, esa mujer que decía ser su madre, no con el corazón sino como esgrimiendo entre sus dedos retorcidos un impersonal documento, le mantenía cautivo en las sombras de la incomprensión, debía remediar eso como quien lucha por deshacerse de un estigma.
Y una seguidilla de ideas desfiguradas, de voces sin acento, de ecos que caían yertos sobre la dura piedra, se fueron transformando en una especie de proclama, lo veía claro en su mundo de grises y sepias. Y en mucho menos tiempo de lo que tarda en asomarse la luna sobre las montañas ariscas, el individuo determinó que era la hora de la liberación.

El cadáver de la mujer fue encontrado tendido en su cama. Alguien parecía haberle abierto el vientre y luego escarbado minuciosamente en su interior como si buscara algo. Uno de los detectives sonrío sin ningún remordimiento y esgrimió el siguiente comentario:

-Esta pobre mujer debe haber sido muy tacaña ya que el asaltante destruyó su cuerpo como si al abrir cada uno de esos compartimiento, buscase algún asunto de valor. Un policía ya entrado en años, le miró de reojo y masculló como para si: -Acaso deseaba encontrar una respuesta…

El hombre, lejano ya a todo, incluso de si mismo, alzó sus manos en la penumbra, como si quisiera tocar con sus dedos a aquella deidad que parecía sonreírle en las profundidades de la noche. De sus labios pareció escapar la palabra madre y este sagrado vocablo sobrevoló junto a él y se desgranó en repetidos ecos cuando el hombre se precipitó al último de sus abismos…

Texto agregado el 16-06-2004, y leído por 190 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-06-2004 ¡Vaya historia! No es poca ni simple esa "Confusión". Historias de vínculos enredados en ambiciones, egoísmos y dependencias. ¡Espelugnante! Felicitaciones a ambos. shou
16-06-2004 ¡Santo cielo! ¡Qué barbaridad de duo! Es fascinante sobrevolar vuestro texto, pero es que cuando desciendes te pierdes en una selva compleja aunque emocionante...y aunque sea una patraña que hay asuntos que lo anclan a uno en la tierra, este texto es el de que anclan al lector al -en este caso- escrito...esa confusión, esa amiga luna, o esa malhadada madre, ¡dios!, tiene de todo este texto y aún lo volveré a leer, hasta el final me gustó con ese comentario tan "especial" del policía. Genial, amigos, disfruto leyéndoos y ya van dos, así que espero la tercera. Un abrazo y besos. LoboAzul
 
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