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Su juguete más caro. Revoloteaban dentro de la casa, felices de ser libres. Su hermoso trinar era la más dulce melodía, cuando se posaban confiados en sus sucias manitas de chiquillo de barrio. Eran sus pájaros. Habían comido en su plato y dormido en su lecho cuando de tan chiquitos se quedaban embobados en cualquier parte. Ahora, sus fuertes alas de animal adulto los impelían a mayores horizontes, más allá de las nubes y las matas del patio, más alto aún que sobre su enmarañada cabecita llena de sol y de lluvia…más lejos todavía que el alcance de su traviesa sonrisa desdentada.
-¡Epa, compadres!- los instaba a volar, y luego al verlos que volvían a él, los reprendía:
-¡Ah pájaros bien zoquetes, carrizo!- pero dentro de sí estaba orgulloso de su posesión, de su confianza, de aquella sensación plena, grande, en el pecho,
Y un día llegó el circo. Por la angosta calle vio desfilar las multicolores carretas y el estruendoso corretear de los payasos. Había un elefantote con collar de plumas y un burro que bailaba cuando el señor de sombrero hacía sonar un tambor.
Entonces, el vacío de su bolsillito le estrujó el corazón. La gente pasaba con gran alboroto. Iban al circo. Los muchachos del frente, la señora de al lado…el musiú del abasto…y los grandes ojos de Juan Luis, ilusionados con la nueva diversión, contemplaron con fijeza a los pajaritos.
-¡Esos bichos valen rial, compadre!- porque la doña donde su mamá trabajaba le había dicho que se los vendiera y él nunca había querido…pero ahora…
Claro que se entristecía de repente al pensar en ellos, mientras iba al circo con los diez bolívares en su apretada mano, pero el pensamiento se disipaba con los carritos, el payaso y las cotufas calientes. ¡Sabroso!...y se llenaba la boca a puñados, mientras el burro decía que sí con la cabeza.
Esa noche soñó que el elefante se reía de sus pajaritos al verlos encerrados en la costosa jaula de la señora Petra, y asustado se despertó en la madrugada. La casa parecía muy sola, muy callada. Se paró y se paseó por todo el patio con una gran tristeza dentro de sí. No tenía ya las cotufas…el circo se había ido…y su soledad era, quizás, más grande que nunca.
Al amanecer llegó donde la doña a ver a sus pajaritos. Seguían siendo suyos porque así lo sentía. A lo mejor podía conseguir dinero y devolverlo para deshacer el negocio. ¡Qué caray!
-¡Epa, compadres!- gritó desde la puerta- ¡Ah pájaros bien zoquetes, carrizo!
Pero la jaula estaba vacía. No se oía nada, ni siquiera su trino bajo los árboles, sobre las cabezas.
Y la señora Petra, desde la cocina:
-¡Qué va, Juan Luis!, esos bichos como que estaban enfermos. Se me murieron, pues.


(A Néstor.- "Mis cuentos infantiles")


Texto agregado el 10-01-2010, y leído por 380 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
22-05-2012 son las lecciones que nos da la vida, pobre Juan Luis eti
22-04-2012 sencilllo lucido, ameno, una buena historia perfectamente contada betelgueuse
23-10-2010 Hermoso. Me gusta la sencillez de tu narrativa. Me has hecho recordar a Leonardo Flavio y su canción a unos pajaritos encarcelados y que murieron a consecuencia del calor que le daba su amo, un niño que los quería mucho. Pero tu entrega tiene algo más: suspenso, te jala desde el primer momento y es imposible parar hasta el final. Te felicito. Tienes mis 5* palujo
05-09-2010 muy lindo montecristo28
24-07-2010 muy bien escrito este cuento para los niños que llevamos dentro elbulon
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